miércoles, 21 de diciembre de 2011

Homilía: "La Navidad nos pone de nuevo a mirar lo central y lo esencial" - IV domingo de Adviento

Hay un cuento de Bucay que cuenta la historia de Ramón, un hombre muy trabajador que se enteró de que era la época de la tala y que estaban buscando gente para talar árboles y que la paga era muy buena. Entonces, se acercó, le confirmaron que estaban contratando gente, le dieron un hacha y él se fue muy entusiasmado al bosque para comenzar su día. Ese día, para su sorpresa, siendo la primera vez que lo hacía, taló 18 árboles. Cuando terminó el día, fue a llevar todo lo que había hecho y le dueño de la hacienda lo felicitó por su esfuerzo y le dijo que lo esperaba al otro día. Ramón se fue a dormir muy contento, feliz por como había trabajado y volvió al siguiente día muy entusiasmado, con más fuerzas y pensando en que el trabajo estaba bueno para él. Empezó a talar árboles, puso más esfuerzo que el día anterior pero solamente llegó a talar 15 árboles. Entonces se preguntó qué estaba pasando porque, a pesar de haber puesto un montón de esfuerzo, no había logrado hacer lo mismo que el día anterior. “Debe ser que estoy un poco cansado, me voy a acostar un poco más temprano”, pensó. Al siguiente día, fue de nuevo, con ánimos renovados y, sin embargo, llegó a talar nada más que 10 árboles y empezó a preguntarse qué sucedía, cómo podía ser. “Me voy a acostar temprano”, decidió. Se levantó al alba, salió bien temprano, pensando en aprovechar el fresco, cuando no hace tanto calor, pero taló la mitad, solamente 5 árboles. Y seguía preguntándose qué era lo que pasaba. Ya angustiado, desesperanzado, volvió al siguiente día para casi terminar su segundo árbol cuando estaba anocheciendo. Desilusionado, se acercó a llevar lo que había hecho y le dijo al capataz que no sabía qué estaba pasando. Y este hombre sólo le hizo una pregunta: “¿cuándo fue la última vez que afilaste el hacha?”
Creo que, muchas veces en la vida, a nosotros nos pasa que, a pesar de que hacemos un montón de cosas, que trabajamos un montón de cosas, nos olvidamos de volver y de afilar aquello que es lo esencial en nuestra vida. Generalmente, cuando llegamos a fin de año decimos que estamos cansados, que no llegamos a hacer un montón de cosas, que tal vez las cosas no fueron como queríamos o esperábamos, pero la primera pregunta que nos podríamos hacer es ¿nos hemos animado a volver a lo central? A lo largo de este año, ¿hemos podido ir y mirar las cosas que verdaderamente llenan nuestro corazón? Aquellas cosas que son las más importantes y que hacen, como ese hacha, que lo demás salga más fácil, que lo demás corra simple, que casi no nos demos cuenta de que el resto de las cosas pasa a nuestro alrededor. ¿Por qué? Porque podemos vivir aquello que nos da placer, aquello que nos da gozo, aquello que llena lo profundo de nuestro corazón.
En eso de animarse a ir a lo central, uno tiene que descubrir cuál es el camino que cada uno de nosotros tiene que hacer en esto. Podemos poner como ejemplo la primera lectura. Está David que, en cierto momento, mientras es rey, decide que tiene que hacerle una casa a Dios… tal vez, elevar el primer templo judeocristiano de la historia. Sin embargo, a pesar de ese objetivo, de ese deseo noble, Dios le dice que todavía no es el momento, que eso no es lo central ni lo esencial. Y para que David no pierda el foco de lo que tiene que pasar, le dice “Yo voy a hacer una casa sobre ti; yo soy el que va a edificar sobre tu vida”. Ustedes recordarán como comienza la historia de David, cuando Samuel, como profeta, va a su familia a buscar al hijo que iba a ser ungido por el Señor, que iba a ser rey. El padre trae a todos los hijos y van pasando uno tras otro, pero ninguno es. Para sorpresa de Samuel, quien pregunta si faltaba alguno en ese lugar, el padre le dice que faltaba uno, pero que era el más pequeño y que estaba trabajando. Samuel le indica que lo traiga y en esa humildad, en esa sencillez, en esa pequeñez de David, Samuel descubre quién iba a ser su rey, lo unge y así él tiene que hacerse cargo del pueblo. No de su pueblo, el pueblo sigue siendo de Dios; él tiene que recordar eso. Y por eso Dios se lo recuerda: “ni vos”, le podría decir a Davidad, “ni el pueblo están maduros para hacerme una casa; no es el momento todavía y la harán otros”. David todavía tiene que descubrir que el camino lo hace Dios y tiene que poner el corazón en Él, que es lo central.
En el Evangelio esto se profundiza porque no sólo se trata de descubrir que Dios nos va guiando sino de descubrir que Dios se quiere hacer carne en nosotros y, en ese templo que fue el cuerpo de María, para Dios, para Jesús, Dios se hace presente, Dios se hace Dios con nosotros, Dios se encarna y viene a nosotros. Y nos recuerda, aún con más profundidad, que el primer lugar de encuentro con Dios es justamente en nuestra propia vida; que el primer lugar en el que tenemos que acoger a Jesús es justamente nuestro propio corazón; y que, a pesar de que construyamos un montón de espacios sagrados, de iglesias, templos muy lindos, el primer lugar en donde tenemos que descubrir a Dios presente es en nuestra propia vida. Creo que muchas veces perdemos esto del centro, perdemos lo esencial, y la primera pregunta que nos hacemos es “¿dónde me puedo encontrar con Dios?”. Tal vez hasta buscamos un lugar en donde antes rezábamos, en donde nos sentíamos bien, en donde creemos que ahí nos podemos encontrar… pero no siempre cierra de la misma manera porque en realidad lo central no es el lugar, lo central es en dónde, y el DONDE es NUESTRA PROPIA VIDA. El primer lugar en donde tenemos que acallar voces e ir con una postura diferente para encontrarnos con Dios es en nuestro corazón y no sólo en nuestro propio corazón sino en la vida de los demás. Ya que Dios se hace presente en la vida de cada uno de nosotros, el segundo lugar en donde tenemos que aprender a descubrirlo es en el otro.
La Navidad nos pone de nuevo a mirar lo central y lo esencial, a mirar a Aquel que viene a nosotros para habitar en nuestra propia vida, en nuestro propio corazón
. Pero para eso tenemos que, muchas veces, aprender a descubrirlo en las cosas de todos los días. A fin de año estamos corriendo, terminando todas las miles de cosas que no pudimos terminar –ni vamos a terminar durante este año, tal vez el año que viene, si tenemos suerte– y nos olvidamos de volver a lo central, de frenar un poquito. En general la Navidad tiene algo de esto porque, cuando uno celebra esta fiesta, lo primero que piensa es en cómo vivirlo en familia; y, cuando no lo podemos vivir en familia, sentimos que nos falta lo central, nos falta lo esencial. Así, queremos volver a vivir, aunque sea en esa noche, aquello que llena nuestro corazón, aquello que es lo más importante, no todo lo que lo rodea, no todo lo que hace a las circunstancias de nuestra vida, sino aquello que hace a nuestra vida, aquello que nos llena el corazón. Y, tal vez, da la casualidad que esto, como en ninguna fiesta, lo vivimos en la Navidad, lo vivimos en Nochebuena.
Buno, es en esa Nochebuena cuando Jesús quiere entrar en nuestros corazones. Es en esa Nochebuena cuando Jesús se quiere hacer presente en nuestras familias. Pero para eso tenemos que hacerle un lugar, para eso tenemos que frenar un poquito – aunque sea difícil a fin de año y decirle “yo quiero que te encargues en mi vida”. Creo que hoy, como a María, el Ángel Gabriel nos dice “Dios está con ustedes, alégrense”. Dios viene a nosotros, alegrémonos. Dios quiere encarnarse en tu vida, en la vida de cada uno de nosotros. Dios quiere tener un lugar en nuestro corazón y, tal vez como María, nosotros le digamos “¿cómo es esto?, esto es imposible, ¿cómo puede ser que en mi humilde vida, en mi miserable vida, en lo que soy, Dios se haga presente?”. El Ángel, como a María, nos va a decir que NO HAY NADA IMPOSIBLE PARA DIOS, que no lo hacemos nosotros sino que lo hace el Espíritu, que no venimos nosotros sino que viene Jesús, sólo tenemos que disponernos, solo tenemos que abrir el corazón. En el fondo, lo que nos queda a nosotros es decir como María: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Pidámosle en esta noche a María que en esta semana que nos queda nos animemos a decirle el ángel que sí, que queremos que en esta Navidad Dios vuelva a nacer en nuestra patria, en nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestros corazones, y que queremos que se haga según su palabra.

LECTURAS:
* 2Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16
* Sal 88
* Rm 16, 25-27
* Lc 1, 26-38

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