martes, 26 de junio de 2012


Homilía: "Todo tiene su tiempo, todo tiene su momento" - XI domingo durante el año

En el comienzo de la película August Rush, aparece una voz en off, en la que el protagonista habla de que "...puedes oír la música, esta en todas partes, en el viento, en el aire, en la luz, esta rodeándonos; todo lo que tienes que hacer es abrirte, todo lo que tienes que hacer es escuchar." Y comienza con una imagen de él en medio de un maizal, de una plantación, en la que va escuchando esa brisa que pasa entre las plantas. Y de a poquito, en esa concentración que él tiene, parece que la brisa va como creciendo, creciendo, creciendo, hasta que pareciera que hubiera un tornado más o menos, como si fuera un twister que va arrasando con todo. Y la idea no es la imagen visual, sino lo que él está sintiendo al escuchar con atención esa suave brisa, al poner todos sus sentidos en juego en ese momento.
Esta sensación que uno tiene cuando descubre gente que en ciertas cosas tiene esa capacidad de concentración, de percibir cosas que uno no puede, o que le cuestan mucho. Me acuerdo, de cuando navegaba, y alguna vez no venía viento por ningún lado, que alguno que sabía más decía: "Mirá, por ahí viene una brisa". Y uno miraba y se preguntaba, "¿por dónde viene una brisa?". Y el otro decía, " sí, mirá... si mirás el agua..." y era verdad, pero uno no tenía esa capacidad de poder percibirla, esa capacidad de ver lo que ocurría. Así podemos poner un montón de ejemplos.
Cuando vemos que el otro tiene una sensibilidad distinta, que es capaz de estar en los detalles, en aquellas cosas que a veces nos cuestan. Que más cuestan cuando uno está apurado, cuando no tiene la capacidad de poder mirar con mayor atención, de poner en juego todos los sentidos. Por eso, muchas veces nos pasa que pasan cosas alrededor nuestro, y cuando vamos a mucha velocidad, o estamos muy cerrados en nosotros mismos, y no estamos percibiendo lo que sucede, no nos damos cuenta. Y no sólo no nos damos cuenta porque el otro no nos dijo, o no tuvimos la capacidad de percibirlo, sino también cuando el otro muchas veces nos ha repetido las cosas. "¡Otra vez más me preguntas!", nos dice quizás el otro, porque ya nos dijo muchas veces y nosotros no le prestamos atención, no lo escuchamos, no estuvimos atentos a lo que el otro nos quería decir, o a lo que el otro le pasaba. Porque para eso hay que tener como una capacidad especial de poder mirar a nuestro alrededor, casi como una mirada contemplativa. No pasando así nomás, sino pudiendo contemplar qué es lo que pasa, y ahí es cuando sí tenemos la capacidad de ver las cosas pequeñas, de disfrutar las cosas cotidianas, de las cosas que pasan todos los días.
Hoy vivimos en un mundo en donde muchas veces pareciera que todo tiene que ser grande, que todo tiene que explotar. Lo que pasa es que uno dice, "Bueno, ¿cuán grande tiene que ser lo próximo, si todo el tiempo lo que estoy esperando es que pasen cosas extraordinarias, que pasen cosas grandes?", o "¿tenés alguna novedad, algo nuevo para contarme?, pareciera que lo de todos los días no basta. Siempre pareciera que tiene que pasar algo totalmente imprevisto, que salga de los parámetros normales, como para que uno se conmueva, como para que uno se sorprenda. ¿Por qué? Porque hemos perdido la capacidad de sorprendernos frente a las cosas pequeñas, frente a las cosas de todos los días, pero que por ser pequeñas, no pierden esa gran profundidad que tienen. Casi esa misma gran profundidad, que tiene esa pequeña semilla del grano de mostaza, que seguramente ustedes muchas veces habrán visto, les habrán mostrado en catequesis. Si yo tuviera ahora acá en mi mano una de esas semillas, no se ve; es como la cabecita de un alfiler; muy, muy pequeña. Y sin embargo, la ponen como ejemplo del Reino de los Cielos. Curioso porque Jesús, generalmente nos sorprende - por no decir siempre - y dice, "Bueno, ¿con qué parábola les puedo comparar el Reino de los Cielos?". Y uno esperase que dijera algo grande, algo majestuoso, y toma la semilla más chiquita de todas, la que es imperceptible, que si se cae uno no tiene forma de encontrarla. Y Él compara el Reino de los Cielos con eso que es tan chiquito, tal vez porque su intención era esa, tal vez la intención era que uno tiene que aprender a percibir, en algo más pequeño y diferente, pero que si uno lo deja, eso crece de una manera extraordinaria, aún después siendo pequeña - "es el más grande de los arbustos, donde los pájaros pueden venir a cobijarse"-; si uno le da el tiempo, si uno deja que madure. Y para eso pone este primer ejemplo, compara el Reino de los Cielos con un hombre que fue y que plantó la semilla. Casi lo que idealizaría cualquier hombre de campo, ojalá pudiera plantar e irse, porque no tiene que hacer nada más. Jesús dice, "vuelvan el día de la cosecha. Por más que duerman, eso va a crecer. Tengan esa certeza de que si las cosas están puestas en Dios, van a crecer". Eso de a poquito va a ir haciendo su proceso, lo que pasa es que uno muchas veces no lo ve, no ve la semilla del grano de mostaza, no ve la raíz que va creciendo. Recién cuando empieza a ver un tallo, dice, "¿cómo o cuánto tengo que esperar? ¿Hasta donde?"
Y creo que esto es un ejemplo en la vida, y en la fe. Todo tiene su tiempo, todo tiene su momento. A veces pareciese que uno, a los 15 o 16 años, tiene que haber tenido todas las experiencias de la vida. Primero, es imposible porque hay algunas experiencias que son parte del camino que uno va haciendo a ciertas edades. Segundo, cada cosa tiene su lugar, cada cosa tiene su momento, y le tengo que aprender a dar el tiempo, tengo que tener paciencia. Tal vez, la virtud que hoy como sociedad, más nos cuesta. Al vivir en este tiempo del fast food, del fast "todo" más o menos, no tenemos paciencia para nada. No sólo la intolerancia que tenemos en cualquier lugar, no hablemos si vamos a algún banco o negocio, y nos enojamos, e independientemente de que tengamos razón o no, no tenemos nada de paciencia con nadie; sino paciencia en todo lo que hacemos. En nuestros propios tiempos personales, en los de los demás, en los vínculos. Si cada uno tiene su proceso, la paciencia hay que multiplicarla, por lo menos por tres, en los vínculos: paciencia conmigo, paciencia con el otro, y paciencia con el vínculo que tenemos que ir haciendo, así que si no queremos tener paciencia en un vínculo, mejor ni empezar, dedicarse a otra cosa. Porque esos son los tiempos que lleva cualquier relación, que lleva también el camino de la fe, y ahí también tengo que tener paciencia, por como las cosas se van dando, por el camino que tengo que ir haciendo. Porque muchas veces hay cosas que no entiendo, porque muchas veces las cosas quedan ocultas. Como nos dice Jesús, tenemos que esperar, tenemos que esperar que pasen, no siempre las vemos.
Un gran ejemplo de esto es Jesús. Jesús no vio los frutos de lo que predicó. Jesús muere y las cosas que Él predicó, que Él dijo, que Él pidió, no dieron fruto todavía. Sin embargo, por algo dijo esta parábola, porque creo que el primero que la puso en práctica es Él. Él sabía que lo que Él hacía era como dejar esa semilla, ese grano de mostaza, en muchos hombres y mujeres, y que en algún momento iban a dar fruto. Y que tal vez, y así fue, esos frutos Él no los viera, no fueran para el momento en el que Él estuviese. Sin embargo, no por eso dejó de anunciar, no por eso dejó de predicar, no por eso dejó de dar testimonio de lo que estaba convencido y creía. Él siguió viviendo en eso ¡Y vaya si después dio fruto! Creo que muchos de los que estamos acá podemos halar de lo que significan los frutos de la fe en nuestra vida, pero para eso hay que darle tiempo a las cosas. Ese mismo tiempo y esa misma paciencia que hoy nos pide a cada uno de nosotros, que nos animemos a tener en la vida.
Si hay algo que no son estas imágenes del Reino de las que nos habla Jesús, es exitistas. Y creo que en la fe, tenemos que aprender a mirar de otra manera, aprender a descubrir en lo escondido, aprender a descubrir en lo pequeño. Ahí se hace presente Dios, ahí Dios está con nosotros. Lo que pasa es que nos exige un modo de mirar, un modo de contemplar, un modo de escuchar, en el que uno aprenda a descubrir en los detalles. "Tuve hambre, y me diste de comer. Estuve sólo y me vestiste. Necesité alguien que me acompañe, y caminaste a mi lado." Y en muchas cosas más, que también los otros van haciendo con cada uno de nosotros.
Pidámosle esta noche a Jesús, que tengamos la capacidad de mirar con los ojos de la fe; de aprender a descubrir esos signos pequeños del Reino que están en medio de nosotros, pero que tenemos que aprender a percibirlos. Que nos animemos a que esos signos den fruto en nosotros, para que también nosotros los podamos llevar a los demás.

Lecturas:
*Ez 17:22-24
*Sl 92:2-3, 13-14, 15-16
*2 Cor 5:6-10
*Mc 4:26-34

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