lunes, 11 de junio de 2012


Homilía: “Ustedes hicieron experiencia de Dios, nunca se olviden” - Santísima Trinidad

En la película Los Descendientes, que estuvo nominada para los últimos Oscars, George Clooney hace de Matt King, un empresario muy importante y tradicional de la zona de Hawai, que tiene todo un cimbronazo familiar, cuando su mujer, Elizabeth, tiene un accidente navegando y queda en coma. Y eso lo hace a él tener que volver a su familia. Él se dedicaba más a lo que era el trabajo, las finanzas, la economía de su familia, y frente a este drama que tiene su familia, tiene que volver a reunir a sus hijas, Alexandra y Scottie, juntarse con ellas, empezar a ver como caminar juntos en ese momento difícil. Y cuando las vuelve a reunir, siente esta dificultad de esa intimidad y esa cercanía que ha perdido con sus hijas. No sólo esa cercanía que ya había perdido con su mujer, que ahora está pasando por este drama profundo, sino también esa cercanía que ve que no tiene con sus hijas. Y entonces intenta volver a acercarse, recrearla, saber algo de ellas, pero encuentra también esa cerrazón del corazón, y tiene que empezar a hacer un camino para volver a entrar en esa intimidad de la familia, esta intimidad que todos deseamos, que todos buscamos en la vida.
Creo que si hay algo que todos soñamos, que todos tenemos como deseo en el corazón, es el poder compartir la vida con otros. Ninguno de nosotros fue hecho para estar solo. Ninguno de nosotros quiere estar solo. Podemos tener algunos momentos en la vida en que deseamos estar solos, que no nos molesten, pero no más que eso. Es más, creo que si nos dicen de irnos de retiro espiritual, una semana de silencio, decimos: “No, esto no es para mí”. Queremos charlar con alguien, poder compartir un rato. Porque el deseo profundo del corazón es estar con otros. Es más, creo que si cada uno de nosotros hiciera un repaso de su propia vida, y mirara a ver cuales son los momentos más plenos, más alegres que hemos tenido, es cuando hemos podido vivir una intimidad profunda. Cuando sentimos que hemos podido abrir nuestro corazón, y que el otro nos pudo abrir el corazón a nosotros, cuando sentimos que verdaderamente nos hemos encontrado. Y por eso corremos, andamos, buscamos, toda la vida, el poder volver a esos lugares íntimos de encuentro con los demás.
Creo que si miramos los momentos donde no estamos bien, que estamos enojados, de mal humor, que nos sentimos a veces angustiados, deprimidos, en general, casi todos tienen que ver con cuando estamos con problemas con los vínculos. Cuando vemos que no nos podemos abrir a los demás, cuando vemos que nos cuesta relacionarnos, cuando algunos vínculos que queremos vivir no están como queremos. Entonces vemos que eso nos pone de mal humor, nos molesta, y queremos sacarnos ese mal humor y no podemos. Porque el problema no es el mal humor, sino aquello que lo genera, esa causa. Y es por eso que también Jesús, en el camino de la fe, nos invita a lo mismo. Si algo hizo Jesús en el camino de la fe, fue mostrarles a esos discípulos esa intimidad de Dios. Él vino a nosotros para decirnos: miren, ese Dios que tanto buscan, que tanto desean, que tanto intentan encontrar es así, y hacer experiencia de Él, significa hacer experiencia de mí, encontrarse conmigo. Y a partir de ahí empieza a hacer un camino con los discípulos. Y después de que los discípulos tienen esa experiencia tan concreta de Jesús, la cual hasta a veces envidiamos, haber podido estar con Él, les dice, ahora hagan que todos los demás puedan sentir y hacer esta experiencia. Y por eso dice: vayan. Y ¿qué es lo que tienen que hacer?
En primer lugar, bautizar. Algo tan simple, supongo que todos los que estamos acá hemos recibido el bautismo. “Bauticen, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.” Ahora, la gran pregunta es, ¿qué significa estar bautizado? Y creo que estar bautizado significa sumergirse en una experiencia profunda de Dios. ¿Por qué nos bautizan con agua? Porque quieren mostrar ese sentido pleno del querer sumergirse en esa intimidad de Dios. En el bautismo, Dios nos dice a nosotros: “Yo quiero compartir mi vida con vos, Yo quiero que me sientas cerca, Yo quiero que te puedas encontrar conmigo”. Y nos pregunta a nosotros, si nosotros queremos compartir su vida. El problema que tenemos nosotros, es que casi ninguno de nosotros contestó que sí en el bautismo, nuestros papás contestaron. Pero a lo largo de la vida nos dicen, bueno ahora les toca a ustedes: “¿Quieren compartir la vida conmigo? ¿Quieren sumergirse en esa intimidad? ¿Quieren hacer de nuevo experiencia de aquello que quiero hacer con ustedes?” Y ese es el camino de la vida. Porque en el fondo es lo que deseamos. ¿Cuántas veces nos pasa que cuando estamos muy áridos en el corazón, o que decimos que no sentimos nada en la oración, decimos ¿qué es lo que pasa acá? Y, lo que pasa es que no me puedo encontrar en la intimidad con Dios, y quiero volver a ese momento. A esa Pascua Joven donde me encontré – los más chicos – a ese retiro en el que tuve esa experiencia fuerte, a ese momento en ese sacramento, a ese encuentro de oración, o lo que sea, donde yo sentí una fuerte presencia de Dios. El problema es que Dios no se encuentra para atrás, se encuentra para adelante. Y lo que tengo que intentar volver a hacer es, volver a poner mi corazón en Él, volver a abrirlo para poder encontrarme verdaderamente con Él, para sentir que le puedo hablar y que lo escucho en mi propia vida. Esta es la experiencia que Jesús hizo de su padre, y la experiencia que les invita a hacer a sus discípulos. Y esto es lo que dicen también las lecturas, Moisés hizo experiencia de Dios. Les transmite, Dios es como ese fuego que abraza, que da calor, que está ahí, que ustedes vieron obrar. Ustedes hicieron experiencia de Dios, nunca se olviden.
Pablo, les dice lo mismo, ustedes en Jesús han sido salvados, en Jesús y por Jesús, pueden llamar a Dios Abbá, padre, papá, es decir, pueden vivir esa intimidad, esa cercanía con Dios. Jesús los ha hecho hijos, vivan esa intimidad en el espíritu. Esto les dice Jesús a sus discípulos: vayan, bauticen y enseñen, y esa es la segunda tarea para todos nosotros. Es decir, como el paso del que hablábamos el fin de semana pasado, que tenemos que hacer en el espíritu, en un momento nos toca aprender, y en otro momento nos toca enseñar. Y lo primero que tenemos que enseñar es a vivir una experiencia. Creo que todos nos hemos sentido atraídos por Dios, no porque nos dieron una enciclopedia o un libro, sino porque alguien nos compartió una experiencia. Entonces en primer lugar nos toca a nosotros compartir nuestra experiencia, en segundo lugar nos toca formarnos, nos toca aprender, porque sólo aprendiendo puedo enseñar. Porque sólo teniendo algo en el corazón, se lo puedo dar a los demás.
            Hoy estamos celebrando esta fiesta, este misterio, que es la Santísima Trinidad, que como muchas veces dijimos, es muy difícil de explicar. Tal vez porque no hay que explicar, tal vez hay que vivir, tal vez hay que hacer experiencia de Dios en el corazón, y creo que todos tenemos hecho ese camino.
            Pidámosle entonces hoy a Jesús, que podamos descubrir todos esos momentos profundos de experiencia que tuvimos de él, que podamos mirar hacia delante, que podamos pedirle a ese Espíritu que nos ayude a volver a encontrarnos en la intimidad con este Dios, y que como les pidió a sus discípulos, también nosotros nos animemos, a poder llevar esa experiencia a los demás.

Lecturas:
*Deut 4, 32-34. 39-40
*Sal 32, 4-6. 9 18-20. 22
*Rom 8, 14-17
*Mt 28, 16-20

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