Hay una película
italiana muy linda que se llama Il
Postino (El Cartero), que está
ubicada en un pueblito pesquero de Italia, donde tiene que irse Pablo Neruda
cuando es exiliado de Chile. Y, como en ese pueblo, al estar Pablo, empiezan a
llegar un montón de cartas, contratan a un hombre para que sea el cartero
exclusivo de Pablo Neruda; no estaban acostumbrados a esa cantidad de cartas.
Este cartero es un hombre que se llama Mario, que no podía ser pescador, como
la mayoría de la gente del pueblo, porque cuando salía al mar en el bote se
mareaba. Entonces, el padre eventualmente se cansa y le dice: tenés que salir a
trabajar; como tal vez alguno de ustedes, padres, habrá dicho o tenga que
decir.
Mario empieza
a ir, y de a poco va entablando una amistad con Pablo, al llevarle cartas
diariamente, y a partir de ahí le dice que él está enamorado de una mujer que
se llama Beatriz, pero que no se anima a decírselo y no sabe cómo llegar a
ella. Entonces Pablo Neruda lo invita a que se vaya animando desde lo que él
es. Tiene que ir descubriendo que desde él mismo puede aprender a darse y a
entregarse. Así es que Mario quiere empezar a escribir poemas, como hacía Pablo
Neruda, pero él no era Pablo Neruda, claramente; eran bodoques, no poemas, lo
que escribía. El poeta le dice que tiene que aprender a usar las metáforas,
para no ser tan duro. Y un día, muestra la película que están frente a una
playa, y las olas van y vienen como en cualquier playa, y entorno a ese mar,
Pablo Neruda entona un poema, con la playa, las olas, que van y vienen, un poema muy lindo, con esa
capacidad innata que él tenía. Y Neruda le pregunta a Mario cómo se siente, y Mario
le dice: “no se, estoy un poco confundido.” “¿Por qué estás confundido?”,
pregunta Pablo. “No, no sé, no entendí bien esto que quisiste decir.” “No, no,
pero dime con total sinceridad, tú eres muy crítico de lo que yo escribo.”
Entonces Mario responde: “me siento como una barca en el mar, que se bambolea
para un lado y para el otro, y que no sabe hacia dónde va.” “Muy bien, has
dicho tu primera metáfora. Has dicho lo que tu sientes por medio de una imagen.”
“Ah bueno,” le dice Mario, “no vale porque lo hice sin intención, sin darme
cuenta.”. Y Pablo le dice, “las imágenes salen de casualidad, salen desde lo
que uno es, de lo profundo del corazón.”
Y creo que
tal vez algo que todos tenemos que aprender de esta imagen, es que lo que
nosotros somos, va naciendo y se va gestando en lo cotidiano de cada día, y ¿por
qué digo en lo cotidiano de cada día? Muchas veces, en la vida, en las cosas
que vamos haciendo, lo que buscamos, esperamos solamente como cosas
extraordinarias, esperamos un momento donde aparezca algo que cambie toda
nuestra vida, y vamos perdiendo el gusto por lo que cada día sucede, vamos
perdiendo el gusto por descubrir esas cosas profundas, lindas que suceden en lo
sencillo, en lo cotidiano, que salen de lo profundo de nuestro corazón. Hasta
las cosas que muchas veces hacemos diariamente. A veces pareciera que para que
una cosa sea profunda tengo que pensarla, tengo que gestarla. Pero muchas veces
lo profundo sale de intuiciones que uno tiene y que no sabe cómo se gestaron,
cómo vinieron, cómo nacieron en el corazón de cada uno. Y en eso cotidiano, en
lo que nos toca a cada uno de nosotros, tenemos que aprender a gestar y vivir
aquello profundo. Pablo le va enseñando a este hombre, que tiene que aprender a
describir y hablar de su amor con lo que él sabe, con lo que él es, y vaya si
hay algo profundo como lo es el amor y el querer darse y entregarse. Bueno, si
el amor tiene que nacer desde lo profundo del corazón, también nuestra
experiencia religiosa y nuestra fe tiene que ir naciendo con naturalidad desde
lo profundo del corazón, y desde lo que somos, e irse gestando en eso. Muchas
veces descubrimos que hay un montón de cosas que atentan contra eso. Por
ejemplo, nuestro poder de concentración. ¿A quién no le pasa, muchas veces
cuando quiere rezar, que no se puede concentrar, no puede meditar, no puede
contemplar? O cuando queremos tener un gesto, me cuesta, no me nace de mí, me
lo tienen que pedir cien veces… Bueno, aprender a que en lo cotidiano vaya
naciendo, aún en medio de esas dificultades, aquello que Jesús me pide.
En este
evangelio, en el cual sucede este gesto tan profundo, tan extraordinario,
podemos ver cómo suceden un montón de cosas cotidianas. Para que se den una
idea de lo profundo que es este gesto, es el único que aparece en los cuatro
evangelios. Y si los cuatro lo narran, es porque de alguna manera transformó
sus vidas. Descubrieron en este gesto, un milagro tal vez sencillo, de darle de
comer a tanta gente, algo profundo y significativo. Y si lo miramos, empezamos
a descubrir un montón de cosas cotidianas que le pasan a Jesús, como nos pasan
a nosotros.
En primer
lugar, nos dicen que Jesús llega a la otra orilla. Jesús se había embarcado con
sus discípulos, y se va a la montaña, claramente para estar solo con ellos,
pero cuando mira para arriba, ve que en vez de poder quedarse solo con sus
discípulos, en ese momento de tranquilidad, de que nadie lo moleste, ve que hay
un montón de gente. Tiene que cambiar de planes. Lo que Él esperaba y quería hacer, no lo puede hacer de esa forma
porque la situación requiere que Él se comporte de otra manera. Y también,
¿cuántas veces nos ocurre esto a nosotros? ¿Cuántas veces nosotros decimos,
bueno quiero un momento de calma, quiero un momento de soledad? ¿Cuándo tendré
ese momento, para encerrarme aunque sea en el baño un ratito, y que nadie me
moleste? Y sin embargo, muchas veces, en la vida cotidiana de todos los días,
descubrimos que ese tiempo no lo tenemos, o por la cantidad de cosas que uno
tiene, donde se siente tironeado, aferrado, tenemos que estar corriendo, y
bueno, ¿cómo puedo meditar, contemplar, rezar? La respuesta a veces, no tiene que ser cómo me hago ese hueco, que en
este momento de mi vida no es posible; sino cómo puedo aprender a transformar
esto en oración. ¿Cómo puedo, en medio de esta vida que hoy me toca, aprender a
descubrir a Jesús, aprender a encontrarme con Él? Cuando veo que la
realidad no me hace ese lugar, entonces yo voy buscando en esa realidad, el
modo de encontrarme con los demás, y con Jesús. Habrá momentos donde buscaremos
soledad, y por las circunstancias de nuestra vida no se dará; habrá momentos
donde buscaremos compañías, porque las circunstancias de nuestra vida dirán,
bueno, tal vez por alguna razón estamos más solos, tenemos mucho más tiempo
para nosotros. Pero en vez de forzar las cosas, creo que uno desde lo cotidiano
tiene que buscar cómo responder, y no andarse peleando con uno mismo en cosas
que no nos ayudan a encontrar aquella solución que nos ayude a vivir de una
manera mejor. Jesús buscó esa soledad, pero se dio cuenta de que el momento
requería otra cosa, se acercó, acudió a la multitud, atendió a los enfermos, y
puso este signo. Este signo cotidiano que es darle de comer a aquellos que lo
necesitan.
Ahora, para este signo, también se necesito
que alguien diera de lo poco que tenía. Y
Jesús transforma estos cinco panes y dos peces, aquello que parece
insignificante, que parece que no sirve para nada, en algo mucho más grande. Y
creo que ejemplos de esto en nuestra vida tenemos muchas veces, cada vez que
hacemos un gesto de amor, de caridad, muchas veces nos ocurre que decimos: “¿de
qué sirve esto? ¿Vale la pena, si no voy a cambiar nada?”. Creo que tenemos
numerosos signos de cosas muy pequeñas que, no sólo cambiaron algo, sino que
cambiaron la historia. Podemos dar un ejemplo nada más, que María le diga que
sí en el corazón a Dios, cambió la historia. Que María tenga un hijo como
muchos de ustedes han tenido hijos, cambió la historia. Un gesto cotidiano,
decirle a Dios que sí en el corazón, un querer dar vida y tener un hijo, hizo
que nuestra historia cambiara para siempre. Y si María hubiese dicho que no en
ese momento a Dios, ese gesto, ese signo, eso de que Dios se haga hombre en
medio nuestro, no hubiera estado. Si
este niño no hubiera dado estos cinco panes y estos dos peces, ese milagro no
hubiese ocurrido. De la misma
manera, este texto nos dice a nosotros, que cada signo nuestro, en Dios es
multiplicado, en Dios llega mucho más allá de lo que nosotros queremos y
esperamos. Casi como vemos en Cadena de Favores: bueno yo ayudé con este
signo, ayudé a estas tres personas;
ellos ayudaron a otras tres, yo pongo este gesto, y no sé qué va a pasar. El
chico de la película, dice: bueno, mi cadena se truncó, es la de mi mamá en
realidad la que siguió, bueno no sé que va a pasar con ese gesto, con ese
signo, pero lo hago, lo pongo a disposición, y en eso pequeño se gesta algo
grande. En lo pequeño del pan, se gesta
ese Jesús, en lo pequeño de los gestos cotidianos, de cada día, se va gestando
el Reino.
Vivimos en un
mundo en donde lo que único que parece que sirve es este gran éxito, poder, o lo
que cambia todo. Pero lo que cambia todo son gestos pequeños en la fe. El
camino de la fe es totalmente inverso a lo que el mundo presenta: en cada cosa
cotidiana hay que poner el corazón. Casi como decía Santa Teresita, hacer
extraordinariamente bien lo cotidiano, lo de cada día. Yo no puedo hacer grandes
cosas, y vaya si las hizo; hago cosas pequeñas, pero poniendo el corazón. Y nos
invita a nosotros a animarnos a hacer lo mismo, a ir gestando el Reino desde
esas cosas cotidianas, esa es nuestra vocación.
Pablo le dice
a su comunidad: respondan a esa vocación a la que han sido llamados. ¿Cómo?
Siendo amables, siendo generosos, siendo humildes, soportándose, aguantándose
cuando llegue el momento. Nos dice a nosotros lo mismo: ¿Cómo podemos responder a la vocación cristiana, a ese llamado que
Jesús nos hace? Con esos pequeños gestos, ayudándonos unos a nosotros, siendo
generosos, escuchándonos, compadeciéndonos, estando cerca de los que lo
necesitan. Esos son los gestos que Jesús nos pide. Soportándonos y aguantándonos
unos a otros, cuando el otro está cansado, estar atentos a lo que necesita.
Esos son los gestos que Jesús hizo, esos son los gestos que nos invita a tener.
Eso es lo que terminó haciendo en su vida. Jesús terminó dando la vida, porque
la fue dando día a día en los gestos cotidianos. Nos invita a nosotros a que
nos animemos a en cada gesto, ir dando la vida, para que cuando llegue ese
momento en que tengamos que entregar algo importante, eso haya madurado y
crecido en el corazón.
Pidámosle
entonces a este Jesús, que nos ha hablado por medio de su palabra, que se nos
va a hacer presente en ese pequeño gesto del pan, que nosotros, aprendiendo de
Él, nos animemos a poner gestos hacia los demás, desde lo pequeño, lo
cotidiano, lo sencillo de cada día
Lecturas:
*2Re 4, 42-44
*Sal 144, 10-11. 15-18
*Ef 4, 1-6
*Jn 6, 1-15
No hay comentarios:
Publicar un comentario