lunes, 13 de agosto de 2012

Homilía: “Vayan y anuncien de dos en dos” - XV domingo durante el año


Hay una película que ganó el Oscar a mejor película extranjera hace unos años, que se llama Mi Nombre es Tsotsi. Es una película sudafricana que trata sobre la vida de este niño de 19 años, Tsotsi, que no tiene ya pasado, presente ni futuro, su vida está descarriada. Digo que no tiene ni pasado porque no se acuerda de nada, le dicen Tsotsi, no sabe ni cómo se llama, porque su madre lo abandonó desde pequeño, y está esperando qué día se acaba su vida. Él es un matón, un gangster, en un barrio muy pobre de Johannesburgo, que se llama Soweto. Sin embargo, un día, después de un delito que ellos cometen,  por una serie de casualidades se queda con un bebé que estaba en ese auto. La primera reacción es, ¿qué hago con este niño?, yo no puedo hacerme cargo ni de mi propia vida, ¿qué voy a hacer con este niño? No obstante, le agarra como un cariño, a su manera, y se lo queda con él, empieza a cuidarlo, a educarlo, y empieza a mirar la vida desde otro lugar. El amor por esta criatura, esa conexión que hace con este niño, hace que sus vínculos cambien, que su manera de ver la vida, aún desde ese lugar tan difícil, empiece a tener otro prisma, otro sentido. Y podríamos decir que este niño, esta vida, hace que algo en él se mueva, que algo en él cambie. Que su vocación ya no sea solamente la de hacer ese mal, que él había aprendido desde pequeño, sino de luchar por algo que es más valioso, más central, y más esencial en la vida.
Esto que también nos sucede a nosotros cuando nos preguntan cuál es nuestra vocación, lo primero que nos surge es pensar en la vocación religiosa, ser cura o monja, pero como sabemos, la vocación es algo mucho más amplio. Pensamos entonces en qué profesión queremos. Si quiero ser médico, doctor, ingeniero, licenciado en algo, o cualquier carrera que fuese. Sin embargo, hay una vocación que es más profunda, que es qué es lo que yo quiero para mi vida, qué persona quiero ser, y esa vocación profunda de qué persona quiero ser, en general se encuentra, y la vemos más palpable, cuando hay alguien que nos mueve en el corazón y nos invita a ser mejores personas. Seguramente, si miramos nuestra vida, hay algún momento en la vida, que por algo que vivimos, por algún hecho, por alguna persona que se nos cruzó, nosotros quisimos ser mejores, nosotros quisimos cambiar para crecer, para vivir de una manera diferente. Y creo que todos podemos descubrir esos momentos, donde la vida nos invitó a algo más, nos llamó a algo más. Y ese algo más salió de nosotros casi como nuestra vocación, lo bueno que tenemos, qué es lo que queremos, aquello que Dios puso en nuestros corazones, aquello en que nos invita a ser mejores, y no por tener más éxito o menos éxito, sino porque descubrimos que maduramos y crecemos como personas.
Esta misma vocación a la que estamos llamados todos nosotros como cristianos. En ese primer llamado que Jesús nos hace desde pequeños, vamos caminando todos con Jesús, de diferentes formas y maneras, hasta que en un momento, cada uno tiene que decidir de nuevo, si quiere seguir caminando con Jesús, si quiere elegirlo. No importa la edad que tenga. Una cosa es lo que se me dio antes, otra cosa es lo que yo descubro en un momento ya como elección mía, no porque me viene dado. Sin embargo, ya hay una vocación intrínseca a la de todos nosotros en el corazón. Como cristianos, todos somos llamados a misionar, todos somos llamados a evangelizar.
Si uno mira el evangelio de hoy, es como un momento en el que cambia la vida de los discípulos. Ellos fueron en un momento llamados a estar con Jesús, tuvieron que estar con Jesús para aprender. Pero después de estar con Él, y conocerlo, descubrir cómo era, Jesús les dice: ahora les toca a ustedes, ustedes tienen que salir, y hoy escuchamos cómo los envía. Y eso se da cuando ellos pueden tocar lo más íntimo de su corazón, cuando pueden descubrir en sí mismos, que Jesús los invita a algo más, y ellos quieren algo más. Esto que seguramente, también nosotros en algún  momento de la vida lo encontramos, así como en momentos quisimos ser mejores, mejorar, crecer, cambiar cosas que descubrimos que no nos gustaban tanto, en la fe también nos pasa. Hay momentos de profundidad, de encuentro con Jesús, en los que decimos, bueno, yo quiero vivir de otra manera, yo quiero cambiar esto, y en ese momento, ya estamos como empezando a misionar. Digo, empezando a misionar, porque la primera misión es el testimonio que yo doy como cristiano. ¿De qué manera vivo? Mi envío es a partir de que yo descubro que Jesús me invita a cambiar mis valores, mi forma de vivir -cosa que me cuesta- mi pecado, mi límite, ahí estoy descubriendo aquella vocación más profunda a la que yo he sido llamado. Cada envío puede tener muchas formas diferentes, cada uno tendrá que anunciar a Jesús de maneras distintas, en la familia, en el trabajo, uno encontrará una forma, otro otra, sin embargo eso no me quita mi responsabilidad.
Un signo de esto, es la elección sabia que hace la Iglesia con los patrones de las misiones. Ellos son, por un lado San Francisco Javier, que se fue a misionar a India, hizo un montón de cosas, gran misionero fue; pero la otra patrona es Santa Teresita de Lisieux, que vivió entre cuatro paredes. ¿Cómo es misionera? La Iglesia descubre sabiamente, que también en ella, en esa oración por todos los misioneros, y por todas las personas, se encuentra la misión, no solamente desde la acción, sino también desde la contemplación. Y en el medio de esas dos realidades tan distintas, hay muchos carismas y formas de anunciar el evangelio, pero todos son necesarios, porque es la única manera de crecer y madurar en la vida. Ese paso se tiene que dar.
Hasta que yo no soy enviado al mundo, se puede decir que no di el paso de madurez, de juventud en la fe. ¿Y por qué digo juventud? Porque en realidad si miramos nuestra vida, uno nace en una familia, crece va aprendiendo, llega un momento en el que quiere empezar a elegir por uno mismo, desde su libertad. Ahí empiezan los choques con mamá y papá, quiero salir, tal cosa, tal otra, todavía no… esperá un poco… Pero yo ya quiero empezar a elegir desde mi mismo. Hasta que llega un momento en el que me toca partir, me toca seguir mi camino. Algunos lo harán más rápido, otros se quedarán varios años más en casa, como son las realidades hoy, pero para poder crecer y madurar, hay un momento en el que tengo que salir, tengo que ser enviado. Algunos se casarán, otros quedarán solteros, cada uno de su forma o manera, pero ese paso para madurar lo necesito. Tengo que tomar yo, en mí mismo, mi propia vida, la tengo que tomar en mis manos. Y ese paso que hacemos con madurez, mayor o menor, cada uno de nosotros, en un momento determinado, es al que se nos invita en la fe.
Mientras yo me quede solamente con Jesús, todavía no di ese paso en la vida. Tal vez la gran tentación que hay hoy en nuestra sociedad, como Iglesia, es quedarnos en lo personal, como en una piedad individualista con Jesús, me quedo yo con Jesús, y vivo mi fe solamente con Él, pero esto tiene un límite, ya después no puedo crecer más. O como Iglesia me quedo puertas adentro: “bueno así estamos bien; con esto basta; ¿por qué no viene el otro hacia nosotros?” pero eso también muestra una Iglesia de puertas cerradas, no de puertas abiertas. La misión implica: yo quiero salir. Y la madurez en la fe, se da en ese momento en que digo: bueno, así como en un momento se me envía al mundo, acá se me envía como testigo de Jesús. Jesús les dice: “vayan y anuncien”, y los envía de dos en dos, esto que tantas veces hemos escuchado.
Nosotros que somos también enviados, como esos discípulos, animémonos a anunciar, a compartir nuestra fe con otros. Algunos hace poco terminaron el curso de coordinadores, van a tener que coordinar, otros en algún grupo que estén, un grupo de matrimonios, etc. También los chicos que hoy están terminando post-confirmación / Caminar, van a tener que empezar a mirar de qué manera quieren ir eligiendo ellos cómo seguir caminando con Jesús. Cada uno verá de qué manera quiere tomar eso en sus propias manos. Pero tenemos que descubrir cómo lo queremos vivir y compartir con otros.
Cuando uno que Jesús nos envía “de dos en dos”, piensa que es bueno porque se aprende a compartir, nos complementamos. Algunos, como yo, hablamos mucho, otros no hablan tanto, algunos son más extrovertidos, otros más introvertidos, algunos son más superficiales, otros más profundos, pero hay una razón más profunda de por qué Jesús nos manda de dos en dos: es porque siempre tenemos que aprender a vivir el evangelio con otro. Cuando estamos solos, el evangelio es fácil de vivir, o por lo menos, podríamos decir que es más accesible. Pero con otro ya nos cuesta un poquito más, porque cuando permanecemos con el otro, encontramos el límite del otro, el límite nuestro, el mismo vínculo que a veces tiene límites, y nos cuesta compartir el evangelio con los demás. Creo que cuando les dijo que fueran de dos en dos, dijo: bueno, en primer lugar vayan ustedes compartiendo y viviendo lo que Yo les enseñé, para poder transmitir. Y esa es la misión a la que hoy nos invita a cada uno de nosotros.
En la primera lectura escuchamos cómo cuando a Amós le dicen, “vete de aquí”, él contesta: no, esto es lo que a mí se me dijo desde que nací; no lo elegí yo, sino que Dios me llamó: ve y predica. Todos nosotros somos cristianos, y casi podríamos decir lo mismo: en realidad esto no lo elegí yo, vino con mi bautismo, vino con mi misión; cuando yo lo elegí, cuando yo lo tomé en mis manos, Jesús me dijo, ahora tenés que ir y anunciarme. ¿Querés dar ese paso? ¿Querés dar ese salto de madurez en la fe? Animate a ser testigo. Y no pongamos excusas, “no sé cómo”, tal cosa, tal otra… Él será el que nos irá guiando. Él será el que nos irá diciendo cómo poder anunciarlo, con una dinámica que es totalmente distinta a la del mundo. En el mundo, en general, vivimos del éxito. Decimos, esta persona tiene éxito, hasta que un día fracasa, y le bajamos caña. La dinámica del Reino es al revés, nace del fracaso. Lo podemos ver en Jesús: el fracaso de la Cruz, lleva a la Resurrección. Después de la muerta hay vida. Jesús los envía a predicar, y el domingo pasado, Jesús acabó de fracasar, fue a su pueblo, empezó a anunciar, y le dijeron, ¿quién sos vos?, yo te conozco. Y después de ese fracaso, cuando los discípulos estarían tal vez desorientados, les dice, ustedes vayan y anuncien. Casi que dice, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. Aún en nuestro límite cuando anunciamos, aún cuando no podemos dar testimonio como querríamos, Jesús siempre saca fruto, siempre viene algo, que Él da para que eso cambie.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, aquel que nos llamó, aquel que nos eligió, aquel que nos envía, que escuchando esa vocación profunda que tenemos en el corazón de ser cristianos, nos animemos a dar testimonio de ella.

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