miércoles, 8 de agosto de 2012

Homilía: “La fe es un juego de libertades, donde Dios y nosotros, vamos poniendo en juego lo más profundo que tenemos” - XIV domingo durante el año



La película Destino Oculto, con Matt Damon, trata de que todos los hombres y mujeres tenemos el destino marcado, ya está determinado lo que vamos a vivir. Sin embargo, algunos a veces se escapan de ese plan, entonces aparecen unos hombrecitos que se ocupan de hacer ajustes para que uno vuelva al plan marcado para cada uno nosotros. Uno de los personajes, David Norris, interpretado por Matt Damon, empieza a hacer una carrera política y está en las elecciones para senador, cuando de pronto se aparece en su camino, Liz, una mujer que comienza a desviarlo un poco del camino que él tenía determinado. Entonces, los hombrecitos tienen que empezar a hacer ajustes para que él vuelva a su camino. Sin embargo, diferentes circunstancias hacen que siga sin volver al camino; como que va luchando, hasta que por una de esas casualidades, se encuentra con estos hombres que hacen los ajustes. Entonces David empieza a discutir, porque ellos le dicen que tiene que volver al camino, y  le muestran todas las fatalidades que van a ocurrir si no lo hace, mientras que él quiere seguir lo que le dicta su corazón. Éste hombre le cuenta que la mayoría de las personas seguían el plan que ellos les habían trazado, sin detenerse a ver y explorar otros destinos en su vida. Pero que cada tanto aparecía una persona como él, David, que superaba todos los obstáculos que ellos le iban poniendo; personas que descubren que el libre albedrío es un don, cuando aprenden a luchar por él. “En el fondo la misión de nuestro director, es que algún día sean ustedes los que van determinando su destino”, le dice.
Más allá del intervinismo de la película, también nosotros muchas veces luchamos entre esa libertad que Dios nos regala, y ese plan que Dios tiene para cada uno de nosotros; pensando que que sepa lo que nosotros hacemos, determina nuestra libertad, cuando el gran regalo que Dios nos ha hecho a cada uno es que justamente nosotros podamos elegir. Ahora, sólo descubrimos nuevamente qué es la libertad, cuando aprendemos a luchar por ella. A veces parecería que la libertad es solamente la primera elección que yo hago. Pero la libertad se juega día a día en cómo yo vuelvo a sentir y a elegir aquello que descubrí en el corazón. Uno de los lugares donde más se pone de manifiesto esto es en nuestros vínculos. En todos los vínculos, no sólo en los que nosotros elegimos, una amistad, un noviazgo, un matrimonio, donde se ve claramente que yo elegí ese vínculo, no me vino dado; sino también en los vínculos que nos vienen determinados, una persona que es padre que tiene hijos, una madre que tiene hijos; los hijos con sus padres, con sus hermanos, ahí también se pone en juego nuestra libertad. Porque habrá momentos donde tendremos que trabajar por ese vínculo, el vínculo no es solamente lo que se me dio, sino el camino y la lucha que yo voy poniendo en ese vínculo.
Creo que si cada uno de nosotros mira la propia vida, en cada uno de los vínculos hubo algún momento en el que fue más difícil, donde nos costó, donde no entendimos al otro, cuando nos sentimos enojados; y ahí es donde se pone en juego verdaderamente nuestra amistad. ¿Por qué? Ahí se determina si yo lo vuelvo a elegir o no; si yo estoy dispuesto a luchar por ese vínculo. Si a la primera de cambio voy a decir, “no, hasta acá llegué, lo abandono,”; ahí descubrimos la fragilidad de los vínculos. Podríamos decir que la profundidad y madurez que yo logre en cada uno de los vínculos se verá en la capacidad que tenga de aceptar esa lucha. Ningún vínculo está exento de pasar por momentos difíciles. Pero lo que yo vuelvo a apostar, vuelvo a elegir, vuelvo a buscar un nuevo camino para seguir creciendo. Sino, cuántas amistades, cuantos noviazgos, cuantas relaciones de padres e hijos, matrimonios, se terminan rompiendo porque no estoy dispuesto a luchar por ellos, no estoy dispuesto a luchar por aquello que un día descubrí que me llenaba el corazón. Habrá momentos donde un vínculo tendrá que terminar, pero muchas veces nuestra falta de tolerancia, nuestra falta de lucha, nuestra falta de volver a elegir, hace que ese vínculo no pueda seguir, madurar, sobrellevar ese momento difícil en la vida.
Todo esto también se pone en juego en nuestra relación con Jesús. Tal vez una de las cosas que más ha puesto de manifiesto la sociedad actual, es justamente la libertad, la libertad de elección. Y en estos últimos cincuenta años en la Argentina, uno ve mucho más claramente cómo tiene que elegir la fe, tiene que hacer en el corazón una opción por Jesús. Unos siglos atrás, tal vez mucho menos, el mundo era cristiano, a uno le decían desde chico que Dios existía, que tenía que creer en Jesús, y uno maduraba y seguía su fe, en general adhiriendo a un conjunto de creencias: yo creo en esto, lo doy como evidente, y hasta ahí llego. No obstante, nuestra sociedad actual, que tiene tan en cuenta la libertad, nos pide entonces un paso más en la fe, que es el encuentro con Jesús, que es el encuentro personal. No basta que en una familia uno haya sido criado en la fe católica, sino que yo mismo lo tengo que elegir. Es más, creo que todos tenemos experiencias, muchas veces en nuestras familias, sino cercanas a nosotros, donde muchos cercanos, no creen de la misma manera que nosotros, no practican su fe, o se dicen ateos, buscan otro camino, y a veces nos cuesta a nosotros. Y eso se da porque no basta solamente con lo que se me dio, sino que yo soy el que tengo que elegir. Creo que cada vínculo pone siempre en juego la libertad, es un juego de libertades. Y la fe es un juego de libertades, donde Dios y nosotros, vamos poniendo en juego lo más profundo que tenemos. Dios eligiendo venir a nosotros, jugándosela por nosotros día a día, invitándonos a nosotros a lo mismo.
Si algo pone de manifiesto en este evangelio Jesús, es que la fe es un encuentro personal. ¿Por qué? Primero, porque de alguna manera les cuestiona todas sus creencias, o por lo menos, la forma de vivirla y de llevarla adelante. Y va buscando y recorriendo pueblos para encontrarse con la gente. Y en ese encuentro personal, tienen que ver si adhieren a Jesús o no. En este caso yendo a su pueblo, ahí en Nazaret, donde la mayoría de la gente se conocía -unos pueblos chiquitos donde vivirían alrededor de 200 o 400 personas, se calcula aproximadamente. Y ahí, donde todos se conocían, Jesús también quiere dar testimonio de Dios, dar testimonio del Padre, de quien es Él. Y ahí se sienta, empieza a leer la palabra, a anunciar, a enseñar, y lo primero que pasa es que la gente se admira frente a Él. Ese como primer enamoramiento que a veces tenemos frente a la palabra. Ese enamoramiento que muchas veces nosotros hemos tenido o que otros tienen, pero no basta con eso, tengo que dar un paso más, no tengo que quedarme admirado solamente, como estos hombres frente a esta primera palabra. Sino que bueno, a medida que eso va caminando, cómo lo voy eligiendo. En este caso, muy abruptamente, porque pasan de la admiración al escándalo casi sin escalas, dándose cuenta que conocen a esa persona. ¿Acaso este no es el hijo del carpintero, el hijo de María? Su familia está por acá… ¿No lo conocemos nosotros? Y es ahí donde empiezan a aparecer las dudas. Y es ahí, en ese momento donde deciden, por lo menos pareciera, no elegir a Jesús, no optar por Él en el corazón.
En este vínculo queda tan en juego la libertad, que Jesús va y anuncia, ellos no aceptan este anuncio, y Jesús casi no puede actuar. La fe pone de manifiesto que se ponen en juego las dos libertades. Los milagros ponen de manifiesto eso. Pudo hacer pocos milagros porque la gente no creía, por su falta de fe, no se pudo entablar ese vínculo. Ni siquiera lo que escuchábamos el domingo pasado, que dice: basta que creas, animate a creer, animate a dar ese paso. Y esto va a suceder con nosotros en nuestro camino de fe. Hay momentos donde nos sentimos más animados por Jesús, lo seguimos, hicimos un retiro, nos sentimos muy contentos… pero la fe implica ese vínculo con Jesús en el que tengo que ir caminando. Habrá momentos donde será más fácil, todo va “viento en popa” y yo voy caminando con Jesús, y hay momentos donde me va a costar vivir la fe, momentos de aridez, momentos en que no entiendo, o que tengo también otras cosas en mi vida, y voy a tener que luchar desde mi libertad, para ver si quiero seguir caminando con Jesús o no. Ahí es donde se pone en juego ese gran don que Dios nos regaló.
Jesús siempre está a nuestro lado, y siempre nos busca, la libertad de Él está puesta al servicio nuestro, pero nos dice a nosotros que en cada momento, tenemos que optar por Él, tenemos que elegirlo. En primer lugar, adhiriéndonos a esa fe; en segundo lugar, saliendo a dar testimonio. Esa es siempre la dinámica, primero acojo algo, lo recibo; después me animo a darlo y llevarlo. Por eso también yo me convierto en testigo de esa fe.
Estas dos lecturas nos ponen de manifiesto tal vez esas dos dificultades que encontramos al poner en juego nuestra libertad. En la segunda lectura Pablo habla de su debilidad, “me glorío en mi debilidad”, tengo esto que me sucede, que me vuelve a pasar este dolor y no sé qué hacer. Le pedí tres veces a Dios que me quite esto y no me lo quitó, pero bueno, me glorío en esta debilidad. Pablo descubre que el que actúa es Jesús. Y también nosotros encontraremos en nuestro testimonio debilidades,  pensaremos que no podemos, cómo el otro me va a escuchar, qué va a pensar de mí… El tema es que, como Pablo, no tenemos que poner la fuerza nosotros, el que la tiene que poner es Jesús, Pablo dice, “me basta tu gracia”. Nos invita a nosotros a hacer lo mismo, que cuando damos testimonio, lo hagamos por él.
En segundo lugar, algo que nos cuesta todavía más que eso, que es el éxito o no de la misión y de lo que anunciamos. Cuando Dios le pide a Ezequiel que sea profeta, le dice: te voy a mandar a este pueblo para que anuncies, ahora, sabé que el pueblo es rebelde, algunos te van a escuchar, y muchos no te van a escuchar, pero no importa, porque si vos lo anuncias, van a saber que hay un profeta en medio de ellos. Lo que deja claro esta lectura, y tal vez muchas veces el evangelio, es que la misión no depende del éxito, el primer paso es lo que yo hago. Y en nosotros pasa lo mismo, muchas veces nos frena, bueno el otro ¿creerá o no? Eso no está en juego en nosotros, lo que Dios nos pide a nosotros, es que nos animemos a dar testimonio, después está la libertad del otro, creerá o no, aceptará o no; pero eso ya no es de mi incumbencia, ya no soy yo el que elijo, yo elijo anunciarlo. Lo que es seguro, nos dice Dios, es que ustedes habrán dado testimonio, y que el otro, desde su libertad, va a tener que hacer una opción, escucharlo o no, aceptarlo o no, elegirlo, pero que ya lo que se hizo, es mucho.
Creo que el mejor ejemplo de esto es Jesús, si Jesús hubiera medido su misión desde su éxito, muchas veces hubiera abandonado, pero Él sabía que eso era lo que quería, eso era lo que lo hacía feliz, eso lo que se le había dado, eso lo que quería llevar a los demás. Bueno, nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a elegir desde nuestro corazón y nuestra libertad, a ese Dios que viene a nosotros, a ir reafirmando día a día esa fe que se nos dio, ese regalo, ese don, haciéndolo crecer, y a luchar para que otros crean, animándonos a dar testimonio por Él, poniéndolo en la mesa, para que el otro descubra que siempre Jesús sale a nuestro encuentro, para que el otro descubra que siempre Jesús nos da otra posibilidad.
Pidámosle en este día, el poder recibir con alegría, ese don de la fe en el corazón, el poder acogerlo, hacerlo crecer, y el poder llevarlo a los demás.

Lecturas:
*Ez 2, 2-5
*Sal 122, 1-4
*2Cor 12, 7-10
*Mc 6, 1-6

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