lunes, 23 de abril de 2012
Homilía: “Nosotros somos testigos” – III domingo de Pascua
lunes, 16 de abril de 2012
Homilía: “La paz esté con ustedes” – II domingo de Pascua
Hay una leyenda que cuenta que Tomás, después de esta aparición de Jesús, donde lo ve, donde empieza a creer, y le devuelve la fe; y después de estar un tiempo creciendo en comunidad con sus discípulos, se va a predicar a
Podríamos decir que este camino que estamos viviendo de Jesús en su Pascua, en este evangelio que hoy leemos es: ¿cómo puedo ponerme a compartir con el otro aquello que tengo, y cómo puedo hacer que mi presencia, sea justamente más valiosa para los demás? Tomás no pensó solamente, en esta leyenda, en cómo podía quedar bien con el rey, sino ¿cómo puedo ayudar a los otros? Y es lo mismo que escuchamos que hace Jesús en el evangelio. Lo primero que vuelve a construir esa comunidad, que la ayuda a crecer, es que Jesús está. Pero no solamente que está presente, sino que se anima a morar, a vivir y a compartir con los otros aquello que tiene. Y escuchamos muchas veces, y en primer lugar, esta frase: “la paz esté con ustedes”. ¿Qué es lo primero que le quiere regalar Jesús a esa comunidad? Paz y tranquilidad. Porque cuando uno no está en paz, todo lo demás cuesta. Cuando uno está intranquilo, angustiado, deprimido, molesto, nos cuesta todo lo demás, descubrir quién tenemos a nuestro lado, poder crecer en la relación y el vínculo con los demás. Y eso es lo primero que les regala.
En segundo lugar, les dice que se alegren. Que vivan la alegría de que Jesús está con ellos. De que aquello que pensaron que habían perdido, que ya no estaba, lo podían vivir y compartir. Estas son las dos primeras cosas que podemos pensar nosotros si hoy las estamos viviendo. En primer lugar, ¿cuáles son nuestras comunidades de pertenencia? ¿En donde sentimos que podemos realmente estar? Pero no por una presencia sino porque mi vida tiene un sentido, y un significado, ahí. Porque puedo morar, porque puedo habitar. Porque siento que mi vida crece en ese lugar. Después de pensar en qué lugares, en qué comunidades, más pequeñas o más grandes, vivimos y estamos, podemos pensar: ¿qué comparto con los demás? Siguiendo a Jesús: ¿soy signo de paz para los otros? ¿Soy signo de concordia? ¿Ayudo a que cada uno de los ambientes en los que me muevo – ya sea colegio, amigos, familia, universidad, trabajo - sea un lugar de paz? ¿Sea un lugar de concordia? ¿O es solamente un lugar donde me quejo, donde molesto a los demás, donde no quiero estar, donde no formo vínculos, donde no ayudo a hacer un lugar más habitable? Puedo también pensar, ¿de qué manera vivo ahí? Si soy feliz, si vivo la alegría, y si esa alegría la puedo compartir. Creo que todos queremos que los lugares en los que estamos, sean lugares que nos ayuden a crecer. Pero para crecer tiene que ser un lugar donde uno se siente a gusto, donde uno se alegre, donde uno justamente es feliz. Nos dice el evangelio que al verlo a Jesús, se alegraron. ¿Nos alegramos de compartir la vida de los demás? ¿De poder vivirla y estar?
Como hablábamos el domingo pasado, vivimos en un mundo muy exigente, donde nos cuesta mucho poder frenarnos un ratito, poder ver lo que significan los otros para nosotros, poder ver lo que significamos nosotros para los demás; y llevar esa paz y esa alegría. Pero solamente pudiendo llevar paz y tranquilidad a cada uno de nuestros hogares, y llevando esa alegría, podremos crecer. Porque aparte, en general, estos dones son contagiosos, cuando nosotros vemos una persona que está feliz, que está alegre, para bien o para mal es contagioso. Para bien, como diciendo, ¿cómo hace esta persona, aún cuando tiene problemas, para ser feliz, para estar alegre? Y a veces nos contagia. La risa es contagiosa, la alegría es contagiosa. ¿Cuántas veces una persona que es alegre, nos saca una sonrisa, nos cambia el día? Y si estamos muy mal y no nos gusta que estén tan alegres, hasta para mal. Decimos: ¿cómo éste puede estar así? ¿No se da cuenta de cómo estoy? Pero no me pasa desapercibido. Que el otro viva eso, a mi me cuestiona. Y lo mismo la paz. Ver una persona que aún en los problemas, en las dificultades, logra mantener la calma y la paz, lleva paz y tranquilidad a los demás; también me cuestiona. También muchas veces me interpela, y me pregunta a mí ¿cómo puedo hacer lo mismo? ¿Cómo puedo llevar esto a cada uno de los hogares en los que estoy? Y como hablábamos la semana pasada, no porque todo cambia, sino porque nosotros estamos dispuestos a cambiar, porque nosotros queremos vivir de una manera distinta. Queremos, en cada una de esas comunidades, pensar en el otro. Animarnos a compartir.
Tal vez, para no dejarlos sin película, pensando en una película muy famosa como El Señor de los Anillos, cuando se forma esa comunidad, “la comunidad del anillo”, ¿cuándo comienzan los problemas? Cuando dejo de pensar en el otro. Cuando solamente pienso, qué provecho puedo sacar yo, qué me da el otro a mí, qué me conviene a mí. Pero eso no forma nunca comunidad. Eso me hacer ser individualista, en un mundo que tiende mucho a eso y a preocuparme por mí. Y así se termina rompiendo cualquier comunidad, cualquier vínculo, cualquier amistad. Si yo no estoy dispuesto a dar, nunca voy a poder crecer. O si yo sólo digo: bueno, voy a dar cuando el otro me da, parto de una premisa mala. En general uno da, para que después el otro, contagiándose de eso, quiera dar. Y generalmente, cuando uno da desde el corazón, eso se contagia, eso llega al otro. Esto es lo que busca hacer Jesús con su comunidad, animarse a descubrir que tienen que tienen que vivir eso. Pero para eso hay una cuestión indispensable: después de que Jesús les dice: “Yo los envío”, les dice “lleven el perdón”. Si no aprendemos a perdonarnos, a ser misericordiosos los unos con los otros, no hay comunidad, no hay vínculo que pueda crecer. Es más, no hay comunidad, no hay vínculo que pueda subsistir. Si yo solamente me pongo en exigente, si yo espero que el otro sea perfecto, y que nunca se equivoque, se va a acabar. Ya tiene fecha de caducación eso. Nunca va a poder crecer. En cambio, si me animo a vivir ese perdón y esa misericordia, siempre estoy a punto de poder sanar ese vínculo, siempre lo voy a poder hacer crecer. Es curioso porque uno podría preguntarse, ¿por qué es lo primero que les dice? Porque tal vez es lo más necesario. Creo que todos los que tenemos experiencia, en todos los vínculos, tenemos la experiencia de que para poder crecer en ese vínculo, tuvimos que aprender a perdonar, y tuvimos que aprender a pedir perdón. Y si no lo hice, es que ese vínculo todavía es infantil, es que ese vínculo todavía no creció, es que ese vínculo no pasó todavía por las cosas difíciles. Cuando las cosas vienen bien, cuando las cosas son fáciles, vamos todos “viento en popa”. Donde se juega el vínculo, y si estoy dispuesto a crecer o no, es cuando tengo que pedir perdón, es cuando tengo que saber perdonar, es cuando tengo que perdonar al otro. Y ahí sí, de a poquito voy a hacer que ese vínculo sea un poco más adulto, que ese vínculo madure, que ese vínculo pueda dar un paso más.
Cuando uno escucha esta primera lectura de Hechos de los Apóstoles, que tanto conocen los chicos que están haciendo confirmación, o ahora van a conocer, uno de alguna manera, puede preguntarse ¿cómo hacían éstos para compartirlo todo? Bueno, yo creo que Lucas era un poquito idealista, no se si fue tan así la comunidad, pero lo que está mostrando es que para ser comunidad, hay que compartir con los otros. Es el único camino. Eso es
Pidámosle a Jesús, aquel que nos regala sus dones de la paz, de la alegría y del perdón para que lo vivamos como fruto de
Lecturas:
*Hech 4, 32-35
*Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24
*1Jn 5, 1-6
*Jn 20,19-31
miércoles, 11 de abril de 2012
Homilía: “La resurrección de Jesús quiere derribar las barreras” – Vigilia Pascual
En la película “50-
Después de un tiempo, cuando él puede animarse a quitar todas esas capas, y mirar en el corazón, descubre toda la bronca y todo el dolor que esto le da. Es ahí cuando se pone a llorar y le dice a esta joven psicoanalista, que hay un montón de cosas no ha hecho. Dice “Nunca he visitado ni Canadá ni muchos países; no he dicho nunca a nadie que lo quiero, que la amo…”, y se larga a llorar. Él se sumerge en eso, y la psicoanalista, que es muy joven todavía, no sabe bien como ayudarlo. Pero a partir de animarse a encontrarse con sus sentimientos, puede empezar a mirar de otra manera.
Podríamos decir que
Uno podría mirar el mundo y decir, bueno, en realidad hay un montón de cosas que con
En primer lugar, podríamos tomar la primera lectura, que nos dice que Dios, cuando creó las cosas, cada vez que creaba algo, decía que eso era bueno. Miró lo que hizo, y se alegró de lo que hizo, vio la bondad de lo que había hecho. Ahora, ¿tenemos esa capacidad nosotros? ¿Tenemos la capacidad de mirar lo que hacemos, lo que trabajamos, nuestras familias, y decir: qué bueno que es esto? ¿Tenemos esa capacidad de alegrarnos por la vida que damos y por la vida que nos dan los demás? Vivimos en un mundo que nos exige muchísimo, en un mundo que cada vez nos “tira” más, y nos lleva a ver todo con mucha exigencia, nos lleva a ver todo de una manera perfeccionista, y eso nos hace perder la bondad de las cosas. Más que bueno, pareciera que todo es malo. Bueno, el estilo de Jesús es otro. El estilo de Jesús es el que es capaz de profundizar, que es capaz de traspasar esas pequeñas fachadas que no nos dejan ver lo bueno. Eso es lo que hacía Jesús. ¿Cuántas veces vemos que Jesús, frente a hombres y mujeres pecadores, alejados, ve algo distinto? ¿Por qué? Porque mira al corazón. Porque ve lo bueno que vio Dios, ese es el estilo de Jesús. Ese es el estilo de Dios que nos invita a vivir a nosotros.
En segundo lugar, le dice al pueblo: escuchen y vivirán, escuchen y vean lo que está pasando. A nosotros también nos invita a escuchar de una manera distinta. Nos invita a escuchar su palabra. Nos invita a escuchar al que grita, al que gime, al que está solo, al que tiene dolor, al que no tiene quién lo acompañe. Nos invita a estar ahí y a poner los signos de Jesús. ¿Que muchas veces no tendremos palabras? Muchas veces no hay que poner palabras, hay que estar, hay que acompañar. Ese es el estilo de Jesús: el animarse a escuchar a aquél que lo necesita, y el decir: “yo quiero estar a tu lado”; “yo te quiero acompañar”. Esa es la pasión de Jesús. La pasión de Jesús es decirle, aún en los momentos de dolor, quiero que sepas que yo también lo entiendo, que yo lo viví. Muchas veces cuando nos pasa algo, decimos “vos no me entendés, vos no comprendés”. Creo que Jesús vive la pasión para que no le podamos decir eso, para que Dios nos diga: “miren, aún lo que yo más amo que es mi hijo, lo tuve que dar, lo tuve que entregar”. Y para que Jesús nos diga: “mirá, aún el dolor que vos tengas, yo lo entiendo, yo te acompaño, yo estoy contigo”.
Por eso es que Pablo, vive la alegría de la resurrección, la alegría de que siempre se puede empezar de nuevo. Y eso es lo que se nos invita a vivir en esta Pascua; la alegría que estamos festejando que Jesús está vivo; la alegría que estamos festejando que nosotros estamos vivos. La alegría de que lo podemos celebrar como comunidad y como familia. La alegría de que hay algo que puede derribar las barreras. Los otros días hablábamos con Fran, que es fanático de la música y que se fue a ver Roger Waters -todo lo que es The Wall- de que ahí se derriba toda una pared. Fran quedó medio “flasheado” con todo eso. Y la imagen que nos venía, es cómo la resurrección de Jesús quiere derribar las barreras, quiere derribar los muros, quiere traer algo nuevo. Donde parece que hay algo que ya no se puede quebrar, Jesús nos dice: “yo lo puedo quebrar, basta que creas, basta que quieras, basta que te animes”. Que nos animemos como esas mujeres del evangelio. ¿Por qué esas mujeres fueron ahí al sepulcro? ¿Porque lo querían a Jesús? Seguro. ¿Pero por eso nada más? ¿No tendrían una intuición más profunda que la nuestra? Una intuición de que ahí donde parece que no hay nada, de que ahí donde parece que todo murió, puede haber algo más. Y por eso voy, por eso espero, aunque no entiendo, aunque no comprendo, sabiendo que Dios, aún donde parece que todo se acabó, puede traer algo nuevo. Eso es
LECTURAS:
*Gen 1,1 – 2,2
*Éx 14,15 – 15,1
*Is 55, 1-11
*Rom 6, 3-11
*Mc 16, 1-8
Homilía: “El amor necesariamente se transmite en gestos” – Jueves Santo
En la película que lleva al cine un libro llamado El Conde de Montecristo, Edmond Dantès es traicionado y llevado preso al Castillo de If. Allí lo tienen encerrado en una isla, para que no cuente las injusticias que se están haciendo. Sin embargo, varios años después, ayudado por un hombre mayor, Edmond logra escapar de la isla nadando. Pero cuando llega a la playa, después de haber escapado nadando, es nuevamente atrapado, pero ya no por estos hombres franceses sino por un grupo de bandidos, piratas. Y encuentra ahí, una posibilidad para que haya una pelea, para que todos se diviertan, como algunas veces pasa. En ese momento, Edmond es llamado a pelear por su vida, contra uno de esos malhechores y le dicen: “Bueno, mejor que alguno de ustedes se mate, nos divertimos un rato y me quedo con el que gana la pelea.” La cuestión, es que Edmond, pelea con Bartuccio, ese hombre, y lo vence pero no lo mata. Le dice que si quiere conservar la vida, que se quede callado. Y convence al jefe de estos hombres, para que después de haber visto una buena pelea se quede con los dos: “Han ganado un tripulante”. El jefe acepta, y el hombre que había sido vencido, mirándolo a Edmond a los ojos le dice: “Estoy en deuda contigo, de ahora en más haré lo que me digas, seré tu servidor.”
Más allá del libro o de la película, lo que se muestra es este corazón agradecido de un hombre que descubre en el otro a alguien que le regaló algo para lo cual ni siquiera ve que tenga derecho. Por eso al descubrir eso, se siente con deuda eterna, que su vida tiene que estar el servicio del otro. Podemos decir, que si uno mira la vida de uno, a lo largo y a lo ancho de lo que ha recorrido podría mirar con sinceridad y descubrir todas las personas que han hecho un montón de cosas por nosotros; todo ese corazón agradecido que tenemos que tener por lo que hacen los demás. El problema es que muchas veces nos cuesta, porque vivimos en un mundo donde parece que tuviéramos derecho a todo; o que todo lo que se nos da es porque lo merecemos o porque lo tenemos que tener y no porque otro me lo dio, desde Dios hasta los demás. Y vamos perdiendo tener ese corazón agradecido, que cuando está agradecido quiere servir a los demás. Y esto es lo que nos muestran todas las lecturas, hasta el mismo salmo que acabamos de escuchar hoy.
En la primera lectura, Moisés le tiene que transmitir al pueblo ese agradecimiento que tiene que tener por el paso de Dios por su historia, por esa Pascua que han vivido: “ustedes celébrenlo, un corazón agradecido es un corazón que celebra”. Cuando nos cuesta celebrar algo es porque no estamos tan agradecidos. Por ejemplo, cuando uno está agradecido con la vida, quiere compartir, celebrar el cumpleaños, el aniversario de casados, cualquier celebración. Cuando estamos un poco bajoneados, no queremos celebrar nada. Nos cuesta mucho más hacer fiesta por aquello que no estamos viendo, por aquello que nos cuesta reconocer. Dios le dice su pueblo que siempre tiene que celebrar ese día, esa Pascua, ese paso de Dios por su historia.
Esto mismo canta el salmista: “¿Cómo te pagaremos, todo el bien que nos hiciste?” dice al Señor. ¿Cómo te puedo devolver, todo aquello que me has dado? Esa misma deuda de amor que uno siente cuando el otro hace algo por uno, y uno no sabe como pagarle por lo que ha hecho. A veces hasta nos sería más fácil: cuando me dan un regalo grande, si me lo permite mi economía, lo puedo devolver. Pero hay un montón de gestos, mucho más profundos, que uno no sabe cómo devolver. Cuando uno aprender a agradecer, se siente casi como en una deuda eterna. Muchas veces, los gestos nos pasan desapercibidos. Desde el mismo gesto de la vida, que Dios y nuestros padres nos regalaron, de la misma educación que nos dieron, y de un montón de cosas que día a día los otros hacen por nosotros. Y cuando aprendemos a descubrir esto, muchas veces nuestro corazón queda en deuda: ¿cómo pagamos todo aquello que se nos dio?
En la segunda lectura, Pablo hace sólo lo que puede hacer frente a la obra de Dios: -yo les transmito lo que yo recibí. No es mío. El Señor Jesús dio la vida por nosotros. Hizo esto; dio este paso de amor por nosotros. Yo se los transmito; doy testimonio de ello; pero mi testimonio es intentar servir a aquél que dio la vida por mí, a aquél que hizo este gesto.
Por último en el evangelio, Jesús pone este gesto de amor tan profundo que Juan escribe que Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin, los amó hasta el extremo. ¿Qué hizo?: se ciñó la cintura, agarró una jarra, agarró una toalla y fue lavando los pies de los discípulos, uno por uno. Sin embargo, Pedro dice: - No, Señor, tú no puedes hacer esto -, Pedro no ve que Jesús pueda tener este gesto con Él. No lo entiende. - No es algo que tú tengas que hacer conmigo -. Sin embargo, es tan profundo este gesto de Jesús, que le dice a Pedro que la única manera de que participe de su gloria es que acepte que Jesús haga esto por él.
Esto mismo que muchas veces nos cuesta a nosotros. No sólo a veces nos cuesta ver los gestos que los otros hacen, sino que nos cuesta que los otros los tengan con nosotros. A veces preferiríamos que no hicieran esos gestos; a veces preferiríamos que no se les ocurriera. Y cuando el otro lo tiene, nos cuesta aprender a descubrir que sí es necesario; que es necesario para la vida de los dos porque en el fondo es un gesto de amor. Esto es lo que hace Jesús con cada uno de sus discípulos; esto es lo que van a tener que aprender ellos: que el amor necesariamente se traduce en gestos. En el paso de Dios por su pueblo, en el paso de Jesús por su historia, en el paso de cada uno de nosotros por la vida de los otros. Eso es lo que Jesús nos enseña.
Por eso, en esa noche de la última cena, que Juan narra con el lavatorio de los pies, les dice: Ámense los unos a los otros - ¿cómo?: dando la vida. Y más allá de que a veces sea necesario a través de gestos muy profundos, dar la vida en los gestos cotidianos es lo importante. En lo que nos toca en cada día y en cada momento, pensando: “¿qué es lo que yo puedo hacer por el otro?”
Creo que hoy Jesús nos invita a mirar más qué es lo que podemos dar, a qué es lo que podemos recibir. Porque está seguro de que si nos animamos a dar, vamos a recibir mucho más. Ese es siempre el mecanismo de Jesús, esa es siempre la rueda de la fe. Muchos de los que han podido transmitir la fe, misionando o haciendo un montón de gestos, dicen – “recibí mucho más de lo que dí”, pero primero me tengo que animar a dar, a dar de lo que tengo.
Para terminar, cuenta la historia que en la época del Rey Salomón, había dos hermanos que tenían unos campos, y estaban por cosechar el trigo. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, el hermano mayor dijo: “Bueno, yo no tengo hijos, no tengo familia, mi hermano tiene siete hijos: voy a ayudarlo”. Entonces después de cosechar, agarró parte de lo que tenía en su granero, y de noche lo dejó en el granero de su hermano. Sin embargo, su hermano, después de terminar de cosechar dijo: “Mi hermano está solo, no tiene hijos que lo ayuden, no tiene nadie que le dé una mano, le voy a dar parte de mi cosecha.” Entonces llevó parte de su cosecha y la metió en el granero de su hermano. Para sorpresa de los dos, cuando se levantaron vieron que sus graneros estaban llenos, y se preguntaron qué habría pasado, sin darse cuenta no habrían llevado lo suficiente. Entonces, la próxima noche volvieron a hacer lo mismo, cada uno llevó parte de su cosecha al granero de su hermano. Se volvieron a levantar al otro día, y no sé que habrán pensado, cosa de brujas… -¿qué es lo que está sucediendo acá? Voy a volver a poner ese mismo gesto, porque mi granero sigue estando igual, será un milagro de Dios-. Al tercer día, mientras llevaban parte de la cosecha para el otro, se cruzaron en el camino, y con un corazón agradecido, se dieron un abrazo por lo que significaba su hermano, y por todo lo que hacía por el otro. Esta historia cuenta, que al enterarse de esto, el Rey Salomón, dijo que eso era un ejemplo para todos, y construyó el templo de Jerusalén, diciendo “el pueblo tiene que darse cuenta siempre de lo que Dios hace por él”.
Pidámosle a Jesús, que también nosotros hoy en esto templo, podamos descubrir todo lo que, una noche como hoy, Jesús hizo por nosotros.
LECTURAS:
*Éx 12, 1-8. 11-14
*Sal 115, 12-13. 15-18
*1Cor 11, 23-26
*Jn 13, 1-15
lunes, 2 de abril de 2012
Homilía: "Hoy Jesús nos vuelve a decir que tenemos otra oportunidad" - Domingo de Ramos
Es un clásico de las películas el quedar atrapado en el tiempo, o que la persona pierda la memoria. Por ejemplo, en El día de la Marmota donde se repite todo el tiempo el mismo día. Y todos estos personajes viven siempre lo que les pasó como una pesadilla: “tal persona no se acuerda de mí”; “tengo que volver a vivir esto”; “no puedo salir de este momento…”.
Podríamos decir que de alguna manera, nosotros estamos volviendo a repetir o a vivir algo que muchas veces hemos vivido, como es la semana santa. Y podríamos pensar: “bueno, vuelve a suceder esto”, o al contrario: tomarlo como un desafío o como una oportunidad. En general, en todas esas películas que yo les decía, la persona cambia. Pasa de: “uh, que embole que me toque vivir esto”, a “qué bueno que pude aprender esto”, “qué bueno que saqué esto con esta nueva chance que pude volver a tener”.
Podríamos decir que con la semana santa sucede exactamente lo mismo. Hoy estamos a la puerta de Jerusalén. Y ¿cuántas veces a lo largo de nuestras vidas hemos escuchado que Jesús entró a Jerusalén, que Jesús murió, que Jesús resucitó? Casi que nos es repetido. Y no sólo nos es repetido, seguramente también tengamos alguna semana santa muy linda que hemos vivido en algún momento. Los chicos más jóvenes tal vez en Pascua Joven, en otro retiro; los que somos un poco más grandes, en algún momento, alguna Pascua que tuvo un significado importante. Tal vez por un hecho, por cómo estábamos nosotros en el corazón, por lo que estábamos viviendo, o por una gracia particular que Dios nos regaló.
Sin embargo, más allá de todo eso, hoy Jesús nos vuelve a decir que tenemos otra oportunidad. Tenemos la oportunidad de volver a entrar con Él a Jerusalén, de caminar con Él, y de verlo en persona. Fíjense: hoy después de vivir la alegría de lo que significa la entrada de Jesús en Jerusalén; de que Jesús entra y todos se ponen contentos, cantan, bailan, están felices porque Jesús entra en Jerusalén; terminamos leyendo cómo Jesús tiene que dar la vida, cómo muchos participaron de todos los sucesos que llevaron a su muerte. Pero esto termina con ese centurión, que aún habiendo sido verdugo, o participado indirectamente en eso, al verlo a Jesús expirar, dice: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios”. Pero para hacer esa experiencia, tuvo que mirarlo. Fíjense, en este caso no dice: “escuchó de Jesús, le hablaron de Jesús”, sino que lo vio. Y cuando hizo una experiencia personal con Él: eso lo cambió. Tal vez a la persona que menos pensábamos, tal vez a la persona que menos nos imaginábamos, a una persona que estaba justamente en el bando opuesto de Jesús, el encontrarse con Él le dio esa nueva oportunidad.
Uno podría decir que muchos lo vieron a Jesús y no cambiaron. Y es verdad, pero la oportunidad del cambio profundo en el corazón está en el encuentro con Jesús. Y nosotros estamos a la puerta de lo mismo: estamos por vivir la semana santa. Podemos pensar ahora que tenemos muchos días de descanso, de vacaciones, que tenemos un momento más tranquilo. Jesús nos dice que ese momento tranquilo sea para encontrarse con Él; que ese momento de descanso en el corazón me da una oportunidad de encontrarme más profundamente con Él. Hoy Jesús entra en Jerusalén, pero ese Jerusalén es la vida de cada uno de nosotros, ese Jerusalén es nuestro propio corazón, ese Jerusalén son nuestros hogares, nuestras casas, nuestras familias, un retiro- donde nos toque vivirlo. Y nos da esa oportunidad de que lo descubramos de una manera nueva, que no sea un repetición de lo que nos dijeron, sino que lo podamos vivir con Él. Para que encontrándonos con Él, también como el centurión de este Evangelio, podamos decir nosotros: verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios, aquél que esperábamos, aquél que puede cambiar mi vida.
LECTURAS:
*Mc 11, 1-10.
*Is 50, 4-7
*Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24.
*Flp 2, 6-11.