martes, 12 de marzo de 2013

Homilía: “Déjense reconciliar con Dios” – IV domingo de Cuaresma



Hay una película que se llama Hancock, que es una ironización sobre un superhéroe. El protagonista es un hombre que tiene súper poderes pero hace todo bastante mal. Cada vez que tiene que ayudar a alguien hace más destrozos que el bien que hace, entonces por ejemplo: tiene que salvar a alguien que está por atropellar el tren, y frena al tren de golpe entonces lo descarrila totalmente. Así con un montón de cosas en las que tiene que ayudar. Al mismo tiempo, hay otro personaje, un hombre normal como cualquiera de nosotros, Ray Embrey, que busca lo mejor para el mundo, y ha puesto una fundación, llamada Todo Corazón, que busca que las grandes empresas hagan una ayuda humanitaria. Ray le dice a las empresas que para tener el logo de la fundación en sus productos, tienen que dar el 2% de sus ganancias. Obviamente, las empresas se ríen de él y lo dejan seguir de largo. Hasta que estos dos personajes se encuentran, y Ray trata de ayudarlo a Hancock para que cambie un poco de vida, a que utilice todos los dones que Dios le ha dado para el bien, para ayudar y para que la gente en vez de estar enojada con él, porque se emborrachaba y otras cosas que hacía, lo quiera. Pero no lo logra. Y su mujer, en un momento hablando con él, le dice: “Vos siempre ves las cosas buenas de las personas”.
Tomando esa frase, creo que es un tipo de mirada que muchas veces nos cuesta tener. Porque en general, a la mayoría de nosotros, cuando miramos a la gente, nos sale o la indiferencia o el prejuicio. Lo miramos y ya estamos pensando qué nos va a hacer, qué va a pasar. No sólo nos pasa con la gente alejada, sino también con gente que es cercana a nosotros, nos preguntamos qué es lo que está buscando, qué es lo que pasa. A parte, vemos las cosas negativas, los límites, la propia miseria que cada uno de nosotros tenemos. Creo que nos es mucho más trabajoso, desde el propio corazón, aprender a descubrir las cosas buenas que cada uno de los que Dios pone a nuestro lado tiene. Es todo un trabajo. Es todo un camino que en la vida tenemos que hacer para aprender a mirar de una manera nueva. En el fondo, para aprender a mirar como Dios mira, como Jesús mira.
En el evangelio, la gran pregunta que se hacen las personas más religiosas es ¿por qué Jesús se acercaba y estaba con cierta clase de personas que el resto de la sociedad no estaba? En este caso, pecadores, publicanos, prostitutas, personas de mala fama. Creo que la razón es porque en primer lugar, Jesús miraba lo bueno de esas personas. Jesús aprendía a trascender lo que nosotros muchas veces no podemos, nos quedamos con la primera impresión. Creo que incluso podríamos dar un paso más; no miraba lo bueno que esas personas tenían, sino lo bueno que esas personas eran, porque cada una de esas personas eran su propia creación, eran creación de Dios.
Si nosotros creemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, lo primero que tenemos que descubrir es que todos tenemos esa bondad que Dios puso en nuestro corazón, esa bondad que es mucho más profunda de que algo bueno o malo podamos hacer en la vida. Como Dios mira eso, como Jesús se encuentra con eso, hace un camino totalmente distinto al nuestro. No sólo eso sino que nos invita a nosotros a hacer ese camino, a aprender a mirar de una manera diferente. Esto es lo que sucede en este evangelio que acabamos de escuchar, que seguramente todos ustedes tanto conocen. Jesús está comiendo con los publicanos y con los pecadores, y la queja de los fariseos y de los escribas es, ¿por qué comes con ellos? La respuesta más corta de Jesús hubiera sido, ¿por qué no se sientan ustedes a comer acá? Pero para que reflexionen, lo que hace es contar una parábola que creo que va al corazón de lo que es el evangelio.
Ustedes saben que, como muchas veces hemos hablado, los evangelios fueron escritos por las comunidades cristianas, por la segunda generación de cristianos. Y en un momento, hace pocos siglos en la historia de la Iglesia, los teólogos se pusieron a discutir qué cosas serían exactamente lo que Jesús dijo, porque había pasado un tiempo. Creo que uno de los textos que es totalmente fiel a Jesús es este. ¿Por qué? Porque creo que a ninguno de nosotros se nos hubiese ocurrido escribir algo así porque no es la forma con la que reaccionamos frente a los demás, no es la manera en la que nos vinculamos. En general tendemos más a premio, castigo. Si hago las cosas bien me tienen que beneficiar, si hago las cosas mal, me tienen que castigar. También lo aplicamos a los demás, vamos como pasando factura a los demás.
Sin embargo, en esta parábola Jesús nos muestra una manera distinta de hablar que es la de este padre. Ustedes saben que a partir de … esta parábola ha sido releída, y empezó a llamarse la parábola del Padre Misericordioso, porque el que está en el centro de la parábola, y el único que se relaciona con los dos hijos es el padre, que tiene que buscar a cada uno de ellos, que a pesar de parecer que uno está más cerca y otro está más lejos, descubre la lejanía que tiene con cada uno de estos hijos.
En el primer caso se acerca este hijo menor que le pide la parte de la herencia que le corresponde, en esa época no se separaban las herencias para mantener toda la riqueza junta y tener más poder, pero este padre se la da igual, deja que en su libertad el elija y viva, y haga el camino que tiene que hacer. Sin embargo, ese camino no termina bien, el hijo hace las cosas mal, se equivoca, y en un momento pierde todo. Pierde lo que tiene, pierde su dignidad, porque termina lejos de su casa, trabajando en un país extranjero, donde a los judíos no les gustaba estar, y no teniendo ni siquiera para comer. Es ahí cuando vuelve a la casa de este padre, donde sabe que algo va a pasar, no sabe qué pero algo va a pasar. El hijo piensa en presentarse, pedirle perdón, y pedirle que lo trate como a uno de sus jornaleros, y listo. Sin embargo acá sucede lo primero que a todos nos llama la atención; porque cuando este hijo vuelve a la casa se da casi la situación contraria. Si uno la piensa bien, seguramente este hijo está como con miedo, ¿vuelvo?; ¿no vuelvo?; ¿qué hago?, y este padre que estaba mirando sale corriendo. Lo primero que a uno se le ocurriría pensar es en un padre enojado, viendo si abre o no la puerta. Pero este padre hace lo contrario, sale corriendo, lo abraza, lo besa. Cuando uno espera una reprimenda, una cachetada, algo totalmente diferente, este padre lo trata con amor y con cariño. Y yo me pregunto cuánto tiempo tardo ese hijo en entender el gesto que el padre tuvo con él. Creo que tal vez hubiera preferido que se hubiera enojado un poco, porque a veces cuando hay una demostración de amor tan grande, nos cuesta, nos da vergüenza. Sin embargo este padre hace eso, y cuando el hijo quiere empezar a hablar, ni siquiera lo deja. No quiere que su hijo se humille, quiere que descubra el amor que él tiene. Es ahí cuando su padre le devuelve toda su dignidad, el anillo, las sandalias, “vístanlo y hagamos fiesta, mi hijo está conmigo”.
La alegría del padre la muestra esa frase que dice, “mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”, no me importa nada más, no importa si hizo las cosas bien o mal, lo importante es que hoy está conmigo, y eso cambia todo. Podríamos decir que para el padre lo que hizo es como un daño secundario, un daño colateral. Lo importante es que lo que yo creía que era lo más valioso para mí, y que lo había perdido, ahora me alegro porque lo tengo, ahora me alegro porque puedo volver a compartir la vida, y si yo vuelvo a compartir la vida con él, él puede volver a descubrir el camino que yo lo invito a seguir. Creo que al padre no le importa lo que el hijo hizo, esto no significa que haga las cosas bien o mal, al padre lo que le importa es que el hijo está con él, y si el hijo está con él puedo volver a descubrir el camino de amor que el padre le tiene. Ahora, el hijo para cambiar necesita encontrarse con algo porque si se encuentra con una pared cuando vuelve, se las va a tener que arreglar. Pero el padre le muestra algo distinto, un amor totalmente incondicional. Cuando uno se encuentra con un amor así, sabe que hay algo que puede volver a empezar, que puede volver a cambiar. Y me encuentro con una sorpresa, me quiere por lo que soy, no por lo que hago, porque soy hijo, y como soy hijo soy amado. Puedo volver a empezar y puedo volver a tener otra oportunidad y puedo volver a elegir el camino. Ese es el amor que nos invita a confiar, uno se anima a abrirse totalmente cuando se siente amado, cuando no se siente amado, no tiene esa misma confianza, no se anima a abrir el corazón de la misma manera. Pero si yo tengo un amor incondicional, que no importa qué es lo que hice, ahí me animo a abrir mi corazón. Esto es lo que Dios le dice, no te humilles, no tengas vergüenza, sos mi hijo y eso es lo importante, vos estás acá.
Tal vez, distinto a esto, pero con una lejanía igual aunque no sea física, es lo que pasa con el hijo mayor, porque el hijo mayor se enoja, y casi nosotros justificamos más al hijo mayor que al padre, no entendemos por qué lo trata así. El hijo no lo entiende: yo estuve siempre contigo, no me diste nada, y a este hijo le das todo. Lo que pasa es que en esa cercanía física nunca descubrió tampoco lo que es ese amor incondicional, lo que es: todo lo mío es tuyo, podes hacer lo que quieras acá. Mi hijo menor fue libre, y pudo hacer lo que quería. Vos también sos libre. No nos relacionamos así, cumpliendo o no cumpliendo, nos relacionamos porque esta casa es tuya y lo invita a dar el paso que el dio. Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, ¿por qué vos no sentís el mismo sentimiento?, ¿por qué vos no descubrís esto? El padre lo que quiere es decirle a los dos hijos, esta casa es de ustedes, y yo hago fiesta cuando ustedes están y lo viven, y lo viven en la libertad. Ese es el amor que el padre nos quiere mostrar, ese el amor de Jesús que Dios quiere mostrar. Lo que pasa que cuando uno ama así, de esa forma, nos es muy difícil a nosotros. Es más, cuando nosotros vemos un amor muy entregado, nos parece ingenuo. Cuando vemos una persona que perdona mucho, pensamos, qué ingenuo, qué tonto, ese que sigue perdonando, que sigue amando, que no cambia, y como un amor así es demasiado para nosotros, decimos, no tendría que amar de otra manera, tendría que ver hasta dónde ama, tendría que mirar hasta donde se entrega.
Bueno, Dios no ama así, pero eso nos supera; entonces tratamos de ver cómo encuadrarlo a Dios. Ahora, Dios tiene que amar así, pero todos sabemos que Dios es un poquito más grande que nosotros, y si Dios es un poquito más grande que nosotros, o bastante más grande que nosotros, ¿cómo podemos encuadrar su amor?, ¿cómo podemos explicar nosotros cómo Dios ama?, ¿cómo podemos decir, en realidad Dios se quiere relacionar así?. Jesús nos dice, para que ustedes sepan, Dios se relaciona “así”, quiere y ama de una manera que ustedes no lo van a poder entender, no lo van a poder comprender. El problema es que después se va a ir Jesús y nosotros vamos a buscar encuadrarlo de nuevo, meterlo en una caja.
Hace poco, en uno de los retiros que tuve con jóvenes, antes de que yo llegue leyeron esta parábola, que siempre la leen en ese retiro. Cuando llegué al retiro les pregunté si me querían hacer alguna pregunta, y uno de los chicos levantó la mano y me dijo, “Padre, disculpe pero yo no estoy de acuerdo con la parábola”. “Yo tampoco,” le dije, “quedate tranquilo.” ¿Por qué? Porque no lo entiendo. No se puede ser así. Eso es lo que nos cuesta, porque Dios siempre nos pide que abramos el corazón.
En palabras de Pablo, y que hemos puesto acá es, “déjense reconciliar con Dios”, Dios quiere reconciliarlos, Dios quiere traerles algo nuevo. “Se le cae la baba” por que se acerquen, por abrazarlos, por besarlos, por que estén con Él. Ese es el Dios que tenemos, ese es el Dios que nos invita a abrir el corazón.
Para terminar, los invito a cerrar los ojos un momento, e intentar mirar a este Jesús que también como esos hombres y mujeres hoy nos habla a nosotros, y nos dice que hay un padre que también a nosotros nos espera. Hoy cada uno de nosotros somos ese hijo menor que vuelve a la casa, que va a la casa del padre            y se encuentra con ese padre y lo mira, y ve un Padre que corre hacia él, un padre que lo besa, un padre que lo abraza, un padre que lo ama y que lo comprende.
Quedémonos meditando, contemplando a este padre.

Lecturas:
*Jos 5,9a.10-12
*Sal 33,2-3.4-5.6-7
*Cor 5,17-21
*Lc 15, 1-3.11-32              

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