Hace poco vi la película musical de Los Miserables, y volví a maravillarme con ese encuentro de Jean
Valjean y el obispo Myriel. Para los que no la vieron, al principio de la
historia, Jean Valjean queda en libertad condicional después de muchos años,
pero no puede reencausar su vida. En un momento en que está con frío, el obispo
lo lleva a su casa; y esa noche, Jean Valjean roba todas las cosas de plata que
este obispo tenía y se va. Lo atrapa la policía y lo lleva a la casa del obispo,
y cuando están ahí diciéndole lo atrapamos porque se llevó todo esto, el obispo
les dice: No, no lo robó; yo se lo regalé. Para la sorpresa de todos, las
mujeres que trabajaban ahí, los policías, el mismo Jean Valjean, no pueden
comprender ese gesto. Es ahí donde el obispo lo invita a ser un hombre nuevo,
que a partir de ahí viva de una manera diferente. Esto va a ser un momento
crucial, una encrucijada en el camino de su vida, un regalo que Jean Valjean no
esperaba de ninguna manera. Ese encuentro lo va a catapultar a una vida nueva,
a algo distinto, a algo que lo va a transformar y lo va a cambiar.
Creo que cada uno de nosotros podría mirar el recorrido de la vida, y
mirarlo por esos momentos trascendentales que nos abrieron a algo nuevo, que
nos transformaron, que nos cambiaron. En general en los momentos más
importantes hubo algo que empezó a ser de una manera diferente. Quizás algo no
tan shockeante como sucede en esta película, pero sí algo que nace del corazón
y me invita a vivir una nueva historia.
Vamos a poner un ejemplo tal vez de lo más cotidiano; cuando un hombre
y una mujer se casan, deciden empezar una nueva historia. Uno podría decir, me
quedo en la seguridad de mi casa, me quedo acá, en lo que conozco, en lo que
tengo, y sigo acá. Pero en un momento uno dice, bueno, tengo que partir a algo
nuevo, tengo que abrirme a una nueva historia. Y a partir de ahí, de esa
elección, de ese querer empezar con otro, con otra, un camino nuevo, nace esa
nueva historia que Dios nos regala.
Esto sucede a diario en la vida, porque la vida es un continuo crecer.
Y el crecer implica un devenir, algo tiene que transformarse, algo que tiene
que cambiar. Si no cambio me estoy quedando, me estoy retrasando. Si nunca
cambio, ¿en qué edad me quedé?, ¿en qué momento de la historia me frené? Es por
eso que esta invitación que en esta película se hace, esa invitación que Dios y
otros nos hacen en la vida, es lo que nos ayuda a crecer y a madurar.
Esto que sucede en la vida, también sucede en nuestra historia, nuestro
camino, nuestra vida de fe. En la primera lectura escuchamos, en este libro del
profeta Isaías, que el profeta transmite aquello que Dios le dice, que es que está
por hacer de ellos algo nuevo, que está por transformar a ese pueblo de nuevo.
El profeta le habla al pueblo en un momento crucial de su historia. Este Dios
había tomado a su pueblo, lo había sacado de Egipto, lo había llevado a una
tierra, y en ese momento pierden la tierra. No están más, han sido deportados.
Cuando el pueblo está perdiendo la esperanza, le dice al profeta que se la
vuelva a anunciar. Soy Yo el que va a hacer de ustedes algo nuevo. Soy Yo el
que los va a transformar. Voy a olvidar todo lo que pasó y los voy a volver a
lanzar hacia delante. Y es por eso que el profeta les dice, ¿no se dan cuenta de lo que está pasando?
Algo se está transformando, algo está cambiando. Cuando el pueblo tiende a
bajar los brazos y a perder la esperanza, Dios actúa y se la renueva.
Si siguiésemos en orden cronológico las lecturas, en el evangelio
Jesús se encuentra ante este dilema. Se encuentra con estos hombres que le
acercan a esta mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Y le dicen, esto es
lo que ordena la ley, ¿qué es lo que tú dices? Ahí es cuando Jesús tiene la
oportunidad de enseñarles a ellos a cambiar. Cuando esta mujer ha perdido la
esperanza de que la vida se acabó, hasta acá llegué, Jesús puede hacer también
algo nuevo. Podríamos decir que Jesús tiene un dilema. ¿Frente a quién pone a
esta mujer? Frente a la misericordia de Dios o frente a lo estricto de la ley,
que es lo que están haciendo estos hombres. Entonces los pone y los enfrenta a
ellos con su propio pecado. “El que no tenga pecado que tire la primera piedra”.
Y no hay nadie. Ellos se van dando cuenta de lo que Jesús está haciendo, porque
uno podría decir bueno, no importa, no me quedo con esto, pero cuestiona el
corazón de estos hombres, porque Jesús les está mostrando lo que Dios está
haciendo con ellos. Cuando ellos quieren ser severos con alguien, Él les está
diciendo, imagínense si Dios fuera así con ustedes. ¿Frente a quién se están
poniendo? ¿Quién es libre frente a la ley? ¿Quién no es culpable frente a ella?
Por eso ahí nace esa nueva oportunidad para esta mujer, que queda tan inmóvil
que después de que se van todos, dice el evangelio que ni se atreve a moverse.
Jesús tiene que tomar la iniciativa, y le pregunta, ¿alguien te condenó? No. “Yo tampoco te condeno, vete en paz”.
La invita a algo nuevo. Ahora, si uno piensa con atención, lo único que puede hacer que esta persona cambie es esa invitación a algo
nuevo. Si Jesús no hace esto, no hay chance
de que esto se transforme, de que esto cambie. Obviamente, como pasó el domingo
pasado, no sabemos cómo continúa esto. Pero sabemos que la única oportunidad de
que esto se transforme es ponerlo frente a esa misericordia de Dios,
perdonarla, e invitarla a algo nuevo.
Es lo que pasa siempre en nuestra vida, si yo me cierro al otro, no puede
volver a nacer algo nuevo. Si yo me enojo con un amigo, y digo bueno hasta acá
llegó; Si me enojo, con un hijo, marido, mujer, o lo que fuera, y pienso, esto
se terminó; y se terminó. No puede renacer esa historia, y sólo la capacidad de
perdonar, y de perdonar en serio, cuando algo sucedió, como en este caso, es lo
que le puede dar chances al otro a
que se transforme su vida. Sino yo ya lo condené. Ya le dije qué es lo que va a
pasar.
Como hemos escuchado el domingo pasado, como hemos escuchado hoy, Dios
actúa de otra manera. Dios perdona
siempre. Dios da una nueva oportunidad siempre. Porque es la única manera de
que el otro se transforme. Y como Jesús siempre espera, siempre confía en
nosotros, siempre cree en la verdad que puso en nuestros corazones, está
siempre dispuesto a darnos una nueva oportunidad, algo que nos transforme y que
nos cambie.
Esto mismo dice Pablo, en la segunda lectura. Llegó un momento en mi
vida en que me encontré con Jesús. Y cuando me encontré con Él, me di cuenta
que todo lo demás no servía para nada, era despreciable, lo podía dejar de
lado; su vida me transformó, este encuentro transformó mi vida y me abrió a
algo nuevo. Eso es continuamente lo que hace Jesús con nosotros cuando nos
animamos a ponernos cara a cara. Y si aún no lo hemos experimentado es porque
todavía nos falta dar ese paso de esa verdadera conversión en la que Jesús me
invita a dar un salto en el cual tengo que directamente confiar en Él, en eso
que me transforma y que me cambia, en eso nuevo que siempre todos queremos y
esperamos. Porque si no, me voy quedando, me voy cerrando, no me abro a la
novedad del espíritu, no me abro y no me dejo sorprender por los demás.
Hablando tal vez de sorpresas, creo que todos nosotros hemos tenido
una gran sorpresa esta semana cuando nos hemos enterado de que el Cardenal
Bergoglio fue elegido Papa y también nos hemos sorprendido. Y nos hemos
maravillado todos estos días con los gestos que él ha tenido, de querer mostrar
a su manera, y de una manera nueva, ese cariño que Jesús nos tiene; ese Dios
que de distintas formas siempre sigue actuando, y siempre nos sigue abriendo a
algo nuevo.
Y mucho más nos sorprendió el nombre que se puso, porque ponerse
Francisco es todo un llamado de atención para la Iglesia. Francisco si no fue
el santo más grande que vio la historia de la Iglesia, si es que podemos
catalogar (es muy difícil decir esto), seguro que está en el top five. Y fue el que puso a la Iglesia
frente a un espejo, el que le dijo, Jesús quiere este camino. Cuando la Iglesia
se iba desviando de ese camino, apareció Francisco y le dijo: este no es el
camino, y los invito a algo nuevo.
En realidad es a lo que siempre nos invita Jesús. No por una cosa o
por otra. Por eso celebramos siempre la Pascua. Pascua es paso, algo pasa, algo se transforma, algo cambia, por eso nos
preparamos con la Cuaresma. Si no nos estamos simplemente haciendo un “maquillaje”,
así nomás y seguimos. Jesús no quiere que pase eso. Algo muere, y algo nace. Cuando algo muere, algo tiene que cambiar,
algo tiene que pasar. Esa es la invitación que Jesús siempre nos hace. Como
hemos puesto en este cartel, “Yo estoy
por hacer algo nuevo”. Eso es lo que quiere que siempre hagamos, esa es la
invitación que nos hace a nosotros. Desde el que tiene responsabilidad más
grande hoy, como es el Papa Francisco, a cada uno de nosotros, a dejarnos
transformar por Él y a caminar renovados siempre hacia ese Dios que nos espera,
a ese Dios que nos invita a algo nuevo.
Pidámosle a Jesús en este día, que en esta Cuaresma, transformados y tocados
por Él, nos encaminemos con un corazón renovado hacia esta Pascua.
Lecturas:
*Is 43,16-21
*Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6
*Fil 3,8-14
*Jn 8,1-11
No hay comentarios:
Publicar un comentario