martes, 26 de marzo de 2013

Domingo de Ramos



Homilía – Evangelio – Procesión de Ramos
Escuchamos este relato que nos narra esta entrada de Jesús en Jerusalén, y cómo la gente vive la alegría de que aquél que esperaban está entrando en su ciudad, cómo esto empieza a pasar de boca en boca, y cómo toda la gente se acerca a recibirlo a las puertas, a la entrada de Jerusalén. Esto que se daba en ese tiempo, donde las ciudades eran amuralladas entonces se entraba por un solo lugar, y toda la gente estaba ahí esperando, agolpándose, viviendo la alegría de aquél que les había devuelto la esperanza, de aquél que con gestos muy sencillos había tocado el corazón de la gente, y por eso vivían esa alegría, esa felicidad.
Tal vez para hacer alguna comparación, yo pensaba en estos días en la alegría que nosotros tenemos porque Francisco, el Cardenal Bergoglio, fue ordenado Papa. Y cómo con gestos que en realidad son muy simples, uno se alegra. Sale a la noche y dice “Bona cera”, y todos se alegran porque dijo buenas noches, como si esto fuera algo raro. Tiene un gesto de ir a saludar a alguien y uno se alegra. Saca todos los blindes que tenía el papa-móvil y también uno se alegra. Es decir, gestos muy sencillos, pero que muestran una cercanía, que sin juzgar a otros, hoy la Iglesia necesitaba. Esos gestos cotidianos que hace que uno lo sienta más cercano, no sólo por ser argentino sino por los gestos.
Creo que salvando las distancias, la comparación es lo mismo. Jesús, en una religión que se había alejado de la gente, les mostró con gestos cotidianos que Dios estaba ahí, que Dios se acercaba a ellos, que Dios los quería, los amaba, los entendía, los acompañaba. Y por eso la gente se agolpó feliz a recibirlo. Esa misma alegría que se nos invita a tener a nosotros en este día.
Así es que vamos a caminar acá en procesión hacia el altar, pidiendo esa alegría de corazón de este Jesús que también viene a nosotros, que también viene a nuestras vidas en esta semana santa.
Evangelio: Lc 19, 28-40

Homilía – Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Voy a tratar de hacer una breve reflexión; creo que la celebración de hoy nos muestra un cuadro de lo que es la Semana Santa. Por un lado, recibir la alegría de esta gente que está feliz porque Jesús entra a Jerusalén, porque lo ve; por otro lado la pasión, que muestra todo este desenlace de tristeza, de sufrimiento, de dolor, de muerte. Esto mismo que vemos condensado hoy, es lo mismo que vamos a vivir en estos días, durante el triduo pascual. En primer lugar la alegría de ese Jesús, que comparte la primera misa, lo que nosotros llamamos la última cena con sus discípulos, el Jueves Santo. Por otro lado la tristeza del Viernes Santo y del Sábado, de ese Jesús que muere y que tiene que dar la vida, que es entregado, que es crucificado. Esto desemboca en un final de vivir la alegría de la resurrección.
Creo que esto nos hace ver un Jesús cercano y que vive los mismos sentimientos que tenemos nosotros. Porque en nuestra vida tenemos momentos de jueves santos, es decir, momentos donde vivimos la alegría de compartir con los demás, de ver la felicidad de la vida, de lo que nos pasa con los demás que alegra nuestro corazón; y también momentos de viernes santos, momentos de cosas que no entendemos, momentos de dolores que nos pasan, momentos de sufrimiento, momentos de dudas, momentos de preguntas.
Así que, esto que vamos a vivir tan condensadamente en estos pocos días, refleja nuestro caminar en la vida; y muestra también cómo Jesús también comparte y vive esos sentimientos. Pero ese compartir y ese sentimiento tiene siempre el mismo final. Que más allá de cómo se intercalen esa felicidad y ese dolor, siempre desembocan en la resurrección. Si hay algo que nos quiere renovar esta Semana Santa es en ese sentimiento de esperanza que tenemos que tener los cristianos. En un mundo donde se le quiere decir a la gente que ya no hay nada que valga la pena, que los caminos se cierran, que nada puede cambiar, Jesús dice: las cosas pueden cambiar, y nos muestra con su vida lo que está dispuesto a hacer con cada uno de los acontecimientos de nuestra vida que es llevarlos a la resurrección, mostrándonos en aquello donde parece que todo se acaba, que es en la muerte, donde parece que nada puede cambiar, que todo termina, que la muerte no tiene la última palabra, que Dios los va a resucitar, que Dios los va a traer a una nueva vida. Y nos invita a nosotros a tener esa esperanza; que en los signos de muerte de nuestra cultura, de nuestra sociedad, de nuestra familia, de nuestra vida, tenemos que tener esperanza, porque hay alguien que lo quiere resucitar, porque hay alguien que quiere traer esa nueva vida.
Hoy, como Domingo de Ramos, queremos abrir la puerta de nuestros corazones, como se abrieron las puertas de la ciudad, para recibir a Jesús. Queremos recibir a Jesús que quiere transformar nuestras vidas. Tal vez, ya que empezamos la Semana Santa, recémosle a Jesús diciendo, ¿qué necesito que transformes en mi vida?, ¿en qué necesito que me renueves en la esperanza?, ¿en qué estoy pesimista?, ¿en qué creo que las cosas no pueden cambiar? Y ya soltarlas nosotros, dejar de controlarlas, para confiar en Jesús. Creo que la clave de este día, la dan las últimas palabras de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Frente a la muerte, Jesús sigue confiando. Pone su vida en manos de su padre, donde pareció que todo se acababa, Él todavía tiene un gesto de confianza. Eso quiere traer hoy a nosotros, donde parece que todo termina, animémonos a confiar en Jesús. Digámosle también nosotros en estos días: Padre, en tus manos encomiendo mi vida, en tus manos encomiendo mis intenciones, la vida de mis seres queridos, la vida de mi familia, la vida de mi país.
Pidámosle a Jesús que nos transmita esa confianza, que nos enseñe en esta Semana Santa, a confiar cada día más en su Padre Dios.

Lecturas:
*Is 50, 4-7
*Sal 21
*Fil 2, 6-11
*Lc 22, 14-23, 56

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