viernes, 8 de marzo de 2013

Homilía: “El que se cree muy seguro, cuídese de no caer” – domingo III de Cuaresma



En el comienzo de la película El Gladiador, Marco Aurelio, el emperador, viaja al norte para hablar de su sucesión como emperador. Entonces llama a su hijo Cómodo, y en una charla íntima le avisa que no lo va a nombrar emperador, que va a ser Máximo a quien va a nombrar. El padre le pregunta a Cómodo si esto le sorprende, y él contesta: “Hace unos años me pasaste una lista con las cuatro virtudes que un emperador tiene que tener: sabiduría, fortaleza, templanza y justicia; y me di cuenta de que no tenía ninguna de ellas. Sin embargo, yo tengo otras virtudes: la ambición, el ingenio, la devoción, el valor…”, y le va explicando cada una de ellas. “Pero ninguna de ellas a vos te complace. No encontrado, como hijo, la manera de complacerte.” Ahí se da un diálogo entre ellos, y Marco Aurelio termina diciendo que sus errores como hijo, son sus fracasos como padre. Es decir, él intentó a lo largo del tiempo educarlo, mostrarle cuál era el camino, y su hijo no lo pudo seguir, por lo menos de la forma que él esperaba. Y entonces no va a ser emperador porque le pertenece o le corresponda, sino que, como no dio los frutos de la manera que él esperaba, Marco Aurelio va a nombrar a otra persona.
Tal vez tomando esta imagen, las cosas en la vida no se dan solamente por una pertenencia. Uno, a lo largo del tiempo, en las diversas facetas o en los diversos ámbitos de nuestra vida tiene que ir dando frutos, tiene que buscar la manera de ir creciendo. No basta solamente con una pertenencia, uno espera algo del otro. Es más, podríamos decir que nosotros mismos esperamos algo de cada uno de nosotros. Queremos ir creciendo, queremos ir madurando. Sin embargo no es tan simple, es más complejo. Por eso a veces nos vamos haciendo imágenes como distorsionadas de lo que tiene que ser una amistad, de lo que tiene que ser una familia, de lo que tiene que ser un lugar de trabajo, de lo que tiene que ser un país, y no terminan siendo un ámbito donde se vivan esos valores que uno querría.
Si esto es difícil en cosas que se ven más a primera vista, mucho más complejo es en la fe. ¿Quién puede decir que entiende o que comprende cuáles son los planes de Dios en la vida de uno? El por qué nos suceden ciertas cosas, por qué no suceden otras, cómo terminar de entender y comprender a ese Dios que es como un misterio para nosotros. Sin embargo, así también a primera vista vemos como en el evangelio Jesús les termina diciendo, esto no se da solamente por pertenencia, hay algo que yo espero de ustedes.
Nos vamos haciendo ciertas imágenes con las que intentamos poder explicar algo que no podemos explicar, para entender de qué forma se maneja Dios. Les voy a poner un ejemplo, como nos cuesta entender a qué nos llama Dios, a lo largo de la historia, una de las formas con las que se caracterizaba a Dios era con la imagen de premio o castigo. Entonces, si hacemos las cosas bien Dios nos premia, si hacemos las cosas mal, Dios nos castiga. Esto es desde el principio, en el Antiguo Testamento esto aparece continuamente, y eso se da en esta tierra en este momento. Y ojo porque eso no pasó sólo en la antigüedad, pasa hoy también. A veces decimos, ¿esto habrá pasado porque yo hice tal cosa?, o ¿esto Dios me lo mando porque me quiere probar? Pareciera que Dios está casi jugando con nosotros como si fuéramos títeres, y según si nos portamos bien o mal, dice: yo los premio, o yo los castigo.
Como esto no llevó a ninguna solución en la tierra, como nos dimos cuenta de que no es tan así, de que hay gente que es premiada y no hace las cosas bien, y hay gente que es castigada y hace las cosas bien, entonces lo trasladamos al cielo. Dios dilata esto hasta la muerte. Si hacemos las cosas bien, vamos al cielo; si hacemos las cosas mal, nos castiga. Ahora, la pregunta es, ¿esto es lo que busca Dios? ¿Esta es la forma en que quiere relacionarse con nosotros? ¿Esto es lo que nosotros creemos de este Dios? Porque si uno piensa más detenidamente dice no, nosotros creemos en un Dios que es amor, en un Dios que viene a nosotros. Es más, podríamos preguntarnos por qué se tomó tantas preocupaciones enviando a su hijo para que dé la vida por nosotros, si solamente quiere premiar o castigar. Pero es un molde que a veces nos queda más fácil y más cómodo porque nos es fácil de explicar y de entender.
Otras veces ha aparecido otro modelo que es justamente el modelo de pertenencia. Como yo pertenezco acá, no va a pasar nada, ya va a estar bien. Yo pertenezco a la Iglesia, me salvo. Si yo pertenezco al pueblo de Israel me salvo, y si no, no. Esto es lo que me da seguridad, y de este modelo de pertenencia, también me surgen otras formas de vivir. Por ejemplo, el cumplir o no cumplir, me manejo con eso y si cumplo estoy garantizado. No importa si estoy tan convencido o no, pero eso me da una seguridad. Me da una manera de poder controlar a Dios. Así como lo entiendo si es cumplir o no cumplir, lo entiendo si es castigar o premiar. Son formas simples de poder comprender la realidad. Ahora, ¿con Dios basta solamente con cumplir o no cumplir? Porque esto lo vemos también claro en el evangelio, los fariseos eran los top 1 en cumplir o no cumplir, es lo que hacían siempre. Sin embargo son los más reprochados por el evangelio. También habla el evangelio del modelo de pertenencia, no basta con pertenecer.Para el israelita es muy clave esta imagen del evangelio, porque ellos se referían a su pueblo como la viña del Señor. Hay una viña que tiene que ser cortada, ya no da frutos no sirve para nada, no tiene que ver con si pertenecen o no a la viña. Y pone ejemplos que también tienen que ver con el pueblo y el castigo. ¿Ustedes se creen que aquellos que murieron, que mató Poncio Pilatos en medio de los sacrificios, era porque eran más pecadores? Como hacían sacrificios paganos que no eran puros, Dios los mandó matar por medio de Poncio Pilatos. O la torre de Silohé, que se desplomó porque eran pecadores. “A nosotros eso no nos va a pasar”, dicen los judíos. Y Jesús les contesta, a ustedes les va a pasar lo mismo, porque esta no es la forma en que Dios se quiere relacionar con ustedes. Este no es el camino.
Entonces, la pregunta es ¿cuál es la forma en que Dios se quiere relacionar con nosotros? ¿A qué nos invita y nos llama? Y yo creo que nos llama a una historia en conjunto, a un encuentro personal con Él, a vivir en la intimidad de aquellos que se aman y que quieren estar juntos, y a poder crecer en esa intimidad. Sin embargo esto es mucho más complejo. A nadie le es fácil crecer en una intimidad con el otro, a nadie le es fácil encontrarse verdaderamente en un vínculo con los demás. Esto nos cuesta mucho más. No somos gran hermano, como vemos en la tele, que todo lo queremos decir, todo lo queremos contar, todo lo queremos mostrar. Por eso, es todo un proceso y un camino animarnos a entregar nuestra vida, a abrirle nuestro corazón a los demás. Y esto cuesta en todo orden. Cuesta entonces en un noviazgo, cuesta en un matrimonio a lo largo de la historia, cuesta en un vínculo de padres e hijos, cuesta entre hermanos, cuesta con los amigos. Tenemos distintos momentos, distintas etapas.
Cuesta también con Jesús. Aprender a crecer en esa intimidad con Jesús cuesta, porque tengo que ir desnudando mi corazón, tengo que dejar de poner barreras para poder encontrarme verdaderamente con Él, y para que ese encuentro me transforme. Porque si no me voy desviando del camino. Esto es lo que pasó en la primera lectura, si miramos con atención. Moisés quería liberar al pueblo, pero equivocó el camino. Y tal equivocó el camino que se fue alejando de Dios. Moisés estaba en un pueblo pagano, y se fue. Se acuerdan que Moisés mata uno de los egipcios y se tiene que ir, y pierde ese encuentro con Dios. Se termina alejando porque no puede terminar de vivir aquello que Dios le pide. Y es Dios mismo el que lo tiene que ir a buscar. Va, lo busca, lo llama, y se encuentra con él. Si miramos todas las imágenes, son imágenes de intimidad. Primero descalzate, acá entrá descalzo, con tus pies desnudos. Segundo, ese calor del encuentro, una llama, algo que arde. Ese corazón que arde por encontrarse con otro. Tercero, el ir creciendo en ese diálogo. Si vos me llamás a esto, ¿quién sos? ¿Cómo te presento ante los demás? ¿Cómo cada día te voy conociendo más? Y si esto fuera poco, si uno mira los cuarenta años en el desierto, es una larga historia donde Dios y el pueblo se tienen que ir encontrando, y hay cosas que al pueblo le van a gustar de esa intimidad con Dios, hay cosas que el pueblo no va a entender, hay cosas que el pueblo va a rechazar de lo que Dios le está pidiendo, porque no es fácil. Abrirle el corazón al otro, conocerle el corazón al otro, y aceptarlo, a todos nos cuesta. Y nos cuesta en este vínculo también con Dios y con Jesús; también nos cuesta a nosotros.
La invitación de Jesús en esta Cuaresma es a volver a encontrarnos con Él, a mirar en nuestra vida, qué parte de esta vida, de esta viña, no está dando fruto, qué parte no dejé transformar por Jesús. Cuáles son tal vez esas cosas que hoy me está pidiendo y me cuesta vivir. ¿Sigo encontrándome con Jesús? ¿Me animo a abrirle el corazón? ¿Me animo a ir poniendo toda mi vida y todo lo que me pasa en Él, a crecer en esa intimidad? A ver, tanto el camino acá, como el camino en el cielo, es lo mismo, es vivir ese encuentro con Jesús, querer crecer en Él, y poder vivir según su corazón. Esa es la invitación. Y vamos a vivir en el cielo lo que quisimos vivir acá. Y si nos quisimos encontrar acá, es que nos vamos a encontrar allá. Ese es el llamado. Podríamos decir que en eso hay una continuidad. Pero a nosotros nos cuesta porque en realidad a lo que tendemos es a las seguridades, nosotros queremos seguridades, formas de explicar que sean más fáciles. Pero eso no se da en los vínculos. Es justamente, soltar las seguridades. Creo que es esta frase que pusimos hoy, que es bastante dura: “El que se cree muy seguro, cuídese de no caer”. La intimidad es lo contrario a la seguridad, es aprender a confiar en el otro. Yo ya no controlo las cosas, doy un salto. Me animo a confiar y a creer en el que Dios puso a mi lado, me animo a caminar con el otro sin saber qué es lo que el otro va a hacer, me animo a estar con Jesús a pesar de lo que me pida. Confío en Él, me abandono en Él y voy caminando hacia Él. Esa es la invitación que en esta Cuaresma nos hace. ¿Cuáles son esas seguridades que no quiero soltar? ¿Cuáles son esas barreras que pongo frente al encuentro con los demás, y al encuentro con Dios?
Hoy Jesús nos invita a mirar en nuestro corazón cómo podemos crecer en ese vínculo y esa intimidad con Él y con los demás.
Pidámosle a Él, aquél que soltó todas sus inseguridades para dar la vida por nosotros que también día a día podamos soltar nuestras seguridades para encontrarnos con Él.
Lecturas:
*Ex 3,1-8a.13-15
*Sal 102,1-2.3-4.6-7.8.11
*Cor 10,1-6.10-12
*Lc 13,1-9

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