lunes, 25 de febrero de 2013

Homilía: “El encuentro con Dios tiene que llevarte al encuentro con el otro” – domingo II de Cuaresma



En la primera película del Señor de los Anillos, la comunidad del anillo, que tiene como objetivo la libertad de la Tierra Media con la destrucción del anillo, sufre un revés, un golpe muy duro, cuando Gandalf, el mago que los guiaba muere, desaparece. En ese camino ellos llegan a una tierra como de ensueño, Lothoriel, donde un grupo de los Elfos que vivían ahí los reciben, y ahí es como que de alguna manera son sanados de esa crisis, de ese revés que han tenido. ¿Cómo hace eso Galadriel? Primero, recordándoles cuál es el horizonte, cuál es la misión, cuál es la meta, hacia dónde ellos iban. Más allá de ese momento de dolor, difícil, que están viviendo, les dice, recuerden por qué están unidos, por qué están juntos, y qué es lo que tienen que hacer. En segundo lugar, les dice las dificultades que van a tener en el camino, las tentaciones de querer separarse. En tercer lugar, les da algunos regalos a cada uno, que le pueden servir a lo largo del camino. Y para cada uno de ellos es diferente porque cada uno de nosotros necesita a lo largo de la vida cosas diferentes. Y así, ya repuestos y con el ánimo renovado, vuelven a ponerse en camino.
Esto que así sucede, dicho muy brevemente en la película, es lo que nos sucede a nosotros en muchas de las cosas que elegimos y que hacemos a lo largo de la vida. En general cuando elegimos algo lo hacemos con mucho entusiasmo, tenemos muchas ganas. Por ejemplo, cuando elegimos alguna carrera, cuando tenemos ganas de entrenar algún deporte, lo que fuese. Decimos: yo quiero dedicarme a esto, empezamos con muchas ganas. Después, esas ganas se complican un poco. A veces cuando tengo que entrenar, cuando tengo que dejar cosas por el deporte, o en el estudio se me hace difícil, hay cosas o materias que no me gustan tanto, los profesores siempre son malos, y a veces no me va bien en algún examen, y ahí uno empieza a cuestionarse, a preguntarse, qué es lo que pasa acá. Y muchas veces eso lleva a crisis en el corazón, ¿será esto lo que quiero? Ahora, lo primero que tengo que hacer es volver a mirar el horizonte, hacia donde yo quería ir, porque si solamente me quedo en esa dificultad que tengo en ese momento, lo más seguro es que abandone, porque me quedo con una mirada reducida, me quedo mirando las cosas difíciles que pasan en ese momento, y no cuál era mi ilusión, cuál es la meta, cuál es el horizonte. En el fondo, y resumiendo, cuál es la promesa por la que yo camino. Y esto es clave en cada una de las cosas de la vida.
No sólo en las metas que nos ponemos, sino también en los vínculos que tenemos. En cualquier vínculo, empecemos desde lo más básico, los familiares, siempre van a depender de que yo tenga ese horizonte de querer caminar junto con mi familia. Si me quedo en los problemas, en las dificultades que voy teniendo, en eso que de alguna manera me encierra, muchas veces va a traer tensiones, y hasta a veces separaciones. En una amistad también. Los que somos un poco más grandes tenemos la experiencia de empezar alguna amistad, y quizás no tenemos ahora las mismas amistades que teníamos cuando éramos chicos. Por distintas razones, puede ser por alguna dificultad, puede ser por distancia, eso se va dejando en el camino. Así podemos ver cada cosa, un noviazgo, un matrimonio, cada vínculo dependerá de la manera en que pueda llevar adelante esos momentos difíciles y esas crisis, para que puedan crecer y mantenerse unidos.
Esto que he dicho así simplemente, nos sucede en muchas facetas de nuestra vida, y sucede también en nuestro camino de fe, y eso es lo que les está marcando Jesús hoy en el Evangelio. ¿Por qué? Porque este texto viene justo después de la primera gran crisis que la comunidad cristiana de los discípulos tiene, y ¿cuándo se da esto?, cuando Jesús les dice por primera vez que tiene que dar su vida. Jesús les anuncia su pasión, su muerte, cómo va a terminar su vida, los discípulos todavía no pueden comprender la resurrección que Jesús va a tener y se empiezan a preguntar: ¿esto es lo que yo quiero? ¿Esto es lo que yo espero, esto es lo que yo deseo de Jesús? Frente a esa crisis que la comunidad tiene, Jesús se lleva a aquellos que de alguna manera eran como los líderes de los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y se los lleva a una montaña para estar a solas. De alguna manera, les vuelve a recordar en esta transfiguración, cuál es la promesa que Dios tiene para cada uno de ellos, a qué los invitó. Esto que es necesario, esto mismo que escuchamos en la primera lectura. A Abraham en el libro del Génesis se le promete una tierra, una descendencia. Sin embargo, todos sabemos que a Abraham a lo largo del camino se le complica esto, y Dios continuamente le va a tener que ir recordando esto. Esto lo hace Jesús siempre con cada uno de nosotros, nos invita a mirar en el corazón, cuál es la promesa que nos tiene para que nos podamos volver a poner en camino. Y para estas circunstancias nos da algunos regalos, o algunas herramientas, para poder caminar. Lo primero que hace con los discípulos, cuando están en ese momento difícil es llevárselos a rezar, llevárselos a un lugar a solas, para poder estar con ellos y para que recen con Él, y es ahí donde ellos van a tener de alguna manera esta visión de Jesús, donde van a ser renovados en esa crisis.
En este tiempo de Cuaresma, también podríamos mirar nosotros, cómo está nuestra oración, replantearnos eso. Tal vez empezar por lo más básico, ¿estamos rezando? ¿Rezamos? Podríamos dar algún paso más, ¿en qué momentos rezamos? ¿Rezamos cuando tenemos alguna dificultad? ¿Ponemos nuestra vida en ese momento en las manos de Dios? Y si lo hago en ese momento, ¿lo sé hacer en cada circunstancia de mi vida? ¿Voy aprendiendo a poner toda mi vida en oración con Jesús? ¿Voy creciendo en esa oración que me ayuda cada día a encontrarme más con Él? Este es el primer gran regalo que Jesús le da a su comunidad, y continuamente va a ir renovando esto. Que puedan ir creciendo día a día en esa oración que los ayuda a encontrarse con Él, que es la que le trae paz al corazón. No es que se renuevan en esa misión de cualquier forma o manera, se renuevan encontrándose con Jesús, en aquél diálogo más íntimo, qué es el de la oración. Tal vez dicho como Santa Teresa de Ávila, en esa historia de amistad. Teresa decía que la oración era una amistad, y uno con un amigo, siempre querría compartir todos los momentos de la vida. Jesús quiere hacer lo mismo. Que en la oración aprendamos a compartir, a contarle, a descansar en Él cada una de las preocupaciones que tenemos.
En segundo lugar, en ese momento difícil y de crisis, hay una voz que les dice, “este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Les vuelve a recordar quién es Jesús, y les pide que lo vuelvan a escuchar. En ese momento duro, difícil, donde los discípulos están empezando a desconfiar de Jesús, a no creer, a poner en duda su Palabra, lo que el Padre les dice es, tienen que escucharlo. Y esta es la segunda invitación que a lo largo de la vida, y en especial en esta Cuaresma, también se nos hace a nosotros. De qué manera ponemos nuestro oído en Jesús. ¿Nos animamos a escucharlo? ¿Escuchamos su palabra? No sólo esto, ¿dejamos que su palabra penetre en nosotros? Ustedes recordarán ya, que les dije que antes de esto Jesús les dice que tiene que dar la vida, y Pedro que lo escuchó, le dice a Jesús que no, que Él no va a dar la vida, no está dispuesto a dejarse transformar por esa palabra, no es lo que yo quiero, piensa. La invitación para nosotros, creo que es que esa palabra vaya cada día penetrando, y mirando qué es lo que nos cuesta vivir de la Palabra de Dios. Y esa respuesta la podemos vivir cada uno de nosotros. Bueno, ¿qué es lo que más me cuesta? Ser más generoso, estar más atento, escuchar más a los demás. ¿De qué manera puedo vivir más los sentimientos de Jesús? ¿Cuál es el sentimiento de Jesús que a mí más me cuesta? ¿La entrega, la compasión, la solidaridad? Para poner un ejemplo, la máxima más grande que tiene el evangelio, ayer el evangelio decía: amen a los enemigos. Creo que esta máxima que es la más difícil, no sé quién la vive pero de ahí para abajo tenemos un montón de cosas para replantearnos. Tal vez desde lo más simple, ¿a quién no estoy amando? ¿Quién me está costando en esta Cuaresma? ¿En mi familia, en el trabajo, en el estudio, en el colegio, en el orden político, en el orden social? Ahí tenemos un camino todavía para renovarnos y para crecer escuchando a Jesús que nos invita siempre a dar un paso más.
Por último, y tal vez en la tentación más grande que uno puede tener, nos puede pasar lo mismo que le pasó a Pedro. Porque Pedro está en un momento como soñado con Jesús, tal es así que usa una frase que tal vez alguno de ustedes alguna vez repitió: hagamos tres carpas y quedémonos acá. Con ese deseo de que: esto está buenísimo, yo me quiero quedar acá, yo quiero permanecer acá. Sin embargo, algo muy bueno, como es ese encuentro con Jesús, en la oración, en la soledad, en ese caso es una tentación, y tal tentación, que Jesús le dice a Pedro, no, tenemos que bajar, no nos podemos quedar acá. Tu compromiso es con los demás, y es abajo, y por eso tenés que volver a lo del día a día. También nosotros en diversos momentos de la vida tenemos esta tentación a escaparnos, a no comprometernos.
Voy a poner un ejemplo que es sutil y difícil pero lo voy a poner igual. A veces cuando alguien nos viene con un problema, uno le dice, voy a rezar por vos. Lo cual como primer paso está muy bueno. Ahora, ¿sólo me quedo en eso en el compromiso con el otro, en ponerlo en oración y que Dios se haga cargo? Esto tiene algo de muy bueno, pero yo a lo que voy es a la otra parte, ¿me desentiendo del otro por eso? A veces habrá cosas que no puedo hacer pero lo mínimo que puedo hacer es estar atento, preguntarle, llamarlo, ver cómo siguen las cosas. Es decir, el compromiso tiene que ir a algo más, no queda solamente en ese encuentro íntimo con Dios o en abandonarlo en Él. Dios nos pide algo más, Jesús nos pide algo más, y esto es lo que hace con Pedro. Lo que hace con Pedro en cada uno de esos momentos es decirle, vos tenés que comprometerte. El encuentro con Dios te tiene que llevar al encuentro con el otro. Eso es en lo que tenemos que crecer día a día. Es el paso que tenemos que ir dando en la fe. Esa es la invitación que Jesús nos hace a cada uno en la Cuaresma.
Hoy Jesús pone delante de nosotros lo que es la Pascua, claramente. La transfiguración es ver a ese Jesús glorioso que viene a nosotros, y para eso nos invita a volver a pararnos, a volver a mirarnos, y a ponernos en camino. Para eso nos da estas herramientas, la oración, el aprender a estar atentos, a escucharlo, a descubrir que tenemos que comprometernos con Él, y con los demás.
Animémonos entonces en esta Cuaresma a poner nuestra vida en Él y a seguirlo.

Lecturas:
*Gen 15, 5-12. 17-18
*Sal 26, 1. 7-8a. 8b-9. 13-14.
*Fil 3, 17. 4,1.
*Lc 9, 28b-36

No hay comentarios:

Publicar un comentario