viernes, 15 de febrero de 2013

Homilía: “La crisis también puede ser una oportunidad” – V domingo durante el año


En la película El Discurso del Rey, Alberto es el conde de York y el segundo hijo de Jorge V, rey de Inglaterra. Jorge lo quiere ir preparando para que sea su sucesor porque no está de acuerdo con algunas conductas de su hijo menor. Sin embargo, Alberto, que va a ser después Jorge VI, tiene un problema, es tartamudo. En la Navidad de 1934, Jorge V le pide que lea un discurso que él acaba de pronunciar a la nación y no puede, empieza a tartamudear. Y tiene miedo de tener que asumir un lugar en una nueva situación para ser rey. Los sucesos se van dando, su padre muere, el hijo mayor no puede asumir y le piden a él que sea rey, y que se comunique a toda la nación cuando comienza toda la invasión nazi. Él no se anima por su tartamudez, y tiene que empezar todo un tratamiento para ver si puede vencer ese miedo. Y cuando comienza esto, hablando con la persona que lo va a ayudar, él dice: “antes era muy simple ser rey, bastaba simplemente con llevar un uniforme, con no caerse del caballo mientras uno andaba, y listo. Sin embargo ahora, sucede que hay que hablarle a toda la población, que hay que casi consagrarse a ellos.” Según sus palabras, hoy los reyes parecieran más actores que reyes. Y se frustra por eso.
Ese pequeño cambio que en este caso es la globalización que empieza en ese momento por la radio, a él le trae toda una crisis, cómo voy a llevar adelante este reinado que tengo que hacer desde este nuevo sitio y lugar. Crisis pequeña comparada con la que desde fines del siglo pasado y tal vez los principios de esta década el mundo está viviendo, lo que los autores llaman un cambio epocal, un cambio tan profundo que es un cambio de época. Alentado tal vez por la globalización, por las nuevas tecnologías, y tal vez muchas cosas que han confluido y han llevado a un montón de cambios, que también han acompañado lo que son los cambios y las crisis políticas, económicas, sociales, familiares. Cosas que van cambiando tan rápido que a veces nos cuesta mucho. A veces, cuando yo me tengo que juntar con los jóvenes que son un poquito más grandes en esta parroquia, y les pregunto por los jóvenes que son un poquito más chicos, ellos, ayudándome, me dicen: no los entiendo. Imaginensé yo que soy un poquito más grande. Lo cambios se suceden tan rápido, que una generación tres años muchísimo más grande entra en crisis frente a la nueva que nació un poquito después que ellos.
Todos estos cambios y estas crisis, también han repercutido en lo que son todas las instituciones, y también en nuestra institución que es la Iglesia. La Iglesia no está exenta de esto, y es por eso que muchas de estas cosas han confluido en una crisis en la Iglesia. Crisis que tal vez nosotros hemos tardado en percibir o en ver, pero que uno ve muy claro cuando va a Europa y ve comunidades, iglesias vacías, cómo la gente se ha alejado de la fe. Y esto también pasa acá, antes tal vez nos gloriábamos de decir que el noventa por ciento de la población era católica, sin embargo hoy los últimos sondeos dicen que el ochenta y pico por ciento de la población se ha bautizado; no podemos decir que sí vivan ese catolicismo, que lo practiquen, más allá de haber recibido el bautismo. También nosotros vivimos una crisis. Y eso lo vemos no sólo afuera, con la gente que no participa, o se va alejando, sino también desde adentro. Y una de las cosas que tal vez uno más escucha es todo lo que es la inadecuación de las nuevas comunidades, o la incapacidad de entender lo que la gente hoy está viviendo. Entra las cosas que a uno más le toca escuchar, una es el modo cómo la Iglesia ejerce esa autoridad, que muchas veces hoy está alejado con el modo que el mundo hoy quiere que se ejerza una autoridad. A veces porque está alejado de eso, a veces porque la misma institución ha ejercido un autoritarismo, o los mismos pastores o laicos que han tenido que asumir algún rol importante; un autoritarismo que se aleja de lo que Dios y lo que Jesús quieren, y nos invita a reflexionar cómo podemos servir de la manera que Jesús nos invita.
También uno escucha que muchas veces la gente se aleja porque dice que no encuentra lo que busca. Su vida no entra en contacto con la fe que ellos tienen en nuestras comunidades, en nuestras celebraciones. Pareciera que el atractivo que antes la fe tenía ahora no lo tiene. “Voy y no me pasa nada, no siento nada, me aburro, y por eso me alejo.” No entra en contacto mi vida y mi fe. Las mismas celebraciones no hacen posible este contacto y este encuentro con Dios.
En tercer lugar, muchas veces la desvalorización que se da a distintas realidades. Por ejemplo, lo que ha sido siempre en la Iglesia el rol y el lugar de la mujer, que recién a cuenta gotas la Iglesia empieza a intentar darle un espacio y un lugar. Esa desvalorización ha hecho que ese discurso que tiene la Iglesia de la dignidad humana no concuerde con aquello que vive y practica y que hace, nosotros hemos ido viendo también que la gente dice, “no es que no tenga fe sino que no la puedo encontrar en esa comunidad”. Van apareciendo un montón de nuevos movimientos donde la gente sí siente que puede vivir su fe, entonces se van alejando de las comunidades y viviéndola en distintos movimientos. Tal vez el primero de los que fue naciendo es el movimiento carismático, pero después la gente va encontrando otros movimientos donde ahí sí siente que puede vivir y practicar su fe. A veces el modo de vivirla y de celebrarla no hace posible esto. Tal vez por poner un ejemplo, la última Pascua teníamos en el colegio Marin prácticamente tres mil jóvenes participando de miércoles a domingo de lo que es Pascua Joven, sin embargo podríamos preguntarnos, ¿cuántos jóvenes había en todas las comunidades de nuestra Iglesia, en todas las parroquias que nosotros tenemos? Entonces ¿es una crisis de fe? ¿O tal vez una incapacidad para poder encontrarnos con el otro? Porque a veces la gente dice, yo sigo rezando, yo sigo participando pero de un modo distinto.
Podemos decir que hay una forma, un modelo que ha entrado en crisis, y que nos invita también a esa audacia de encontrarnos, para poder dar ese salto que la fe, la vida, la religión hoy requiere. Ahora, frente a la crisis, creo que uno tiene dos opciones en general: La primera de ellas es enojarse. Frente a cualquier crisis, uno se enoja y siempre la culpa la tiene el otro, el que se aleja, el que me dice algo, el que no piensa como yo. Sin embargo, creo que se puede buscar el otro lado de la moneda que es, la crisis también puede ser una oportunidad, y si uno mira en claro el evangelio que acabamos de escuchar, creo que nos invita a eso. En primer lugar casi pasando desapercibido, el evangelio dice que la multitud fue alrededor de Jesús para escucharlo. Para nosotros esto es normal, pero dice que se acercó a escucharlo a Jesús al borde de un lago. A ver, para dejarlo en claro, la gente cuando quería escuchar la Palabra de Dios, se acercaba al Templo o a las sinagogas, donde se reunían en general los sábados. Sin embargo acá tenemos algo distinto, donde la religiosidad de la gente no empieza a pasar por ese sitio, por ese lugar donde la institución se reunía. Dice que hay una multitud en otro sitio y en otro espacio. Es más, el domingo pasado escuchamos cómo a Jesús lo echan de la sinagoga, la Palabra de Dios no puede ser anunciada donde se esperaba, donde se quería. Donde la institución está entrando en crisis en el pueblo judío, aparece un nuevo sitio, un nuevo espacio, donde la palabra de Dios empieza a hacerse presente, un espacio donde quiere habitar, y quiere llegar al otro.
Ahora, esta crisis no sucede sólo a nivel institucional, sino también a nivel personal. Porque también Pedro, cuando continúa el evangelio está en crisis. Acaba de hacer lo que hace siempre que es ir a pescar, y sin embargo cuando termina de pescar vuelve desilusionado, fracasado, porque no pescó nada. En ese momento de desilusión, de vulnerabilidad de Pedro, Jesús se acerca y le dice, “Navega mar adentro y hecha las redes”. Por suerte se ve que Pedro le hace caso, es una persona educada, pero le dice “Maestro, no hemos pescado nada”. Se pesca a la noche, no de día, y no hemos sacado nada. “Pero si tú lo dices iré”. Y uno se da cuenta del límite de Pedro porque una vez que las redes, frente al milagro de Jesús se llenan, casi se rompen y tienen que llamar a otra barca, la primera reacción de Pedro es decir,  “Aléjate de mí que soy un pecador”. Pedro frente a Jesús encuentra su límite. Y la primera tentación que tiene frente a esa crisis es alejarse de Él. Sin embargo, en ambos lugares, en la crisis institucional y en la crisis personal, Jesús encuentra un espacio, un lugar,  para hacerse presente. Jesús encuentra una oportunidad para poder habitar y para poder transformar la vida del otro. Si hay un espacio, un lugar en que Dios se quiere hacer presente, es cuando nos damos cuenta de que somos limitados, vulnerables, finitos.
En general el problema con Jesús es cuando nuestra rigidez, nuestro orgullo, nuestra soberbia, no nos deja descubrir que necesariamente tenemos que encontrarnos con él. Y cuando las cosas se van cayendo, cuando nuestras ilusiones, nuestras fuerzas, hasta nuestra esperanza, él ahí encuentra una posibilidad para hacerse presente. Ahora, eso va más allá de lo que son formas más antiguas que pueden ir o no, de lo que son formas más nuevas que podemos encontrar o no. Eso se da cuando nos podemos encontrar con Jesús cara a cara. Cuando tenemos ese encuentro que transforma y que cambia. Ahí es donde Dios hace posibles este cambio en la persona de cada uno de nosotros.
Las tres lecturas van a esto. En la primera lectura, Isaías frente a la presencia de Dios dice, soy un hombre de labios impuros, es un pueblo impuro, no tiene nada que hacer con este Dios. Y Dios le dice, vos vas a ser mi profeta. Cuando Isaías dice, yo no puedo anunciarte, Dios le dice, vos me vas a anunciar. E Isaías acepta, aquí estoy. En la segunda lectura acabamos de escuchar a Pablo que dice, les transmito lo que les anuncié. Yo que soy fruto de un aborto, yo que perseguí a la Iglesia, que no aceptaba el cristianismo, en el encuentro con Dios me transformé. Si algo va a dejar claro Pablo en todas sus cartas es su límite y su debilidad. Pero siempre va a descubrir que le basta la gracia de Dios para ser transformado y para anunciar algo. Y cuando Pablo descubra quién es verdaderamente ahí se va a poder encontrar con Jesús.
Por último, como les decía recién, le pasa lo mismo a Pedro, él se da cuenta, y es transformado, cuando se muestra vulnerable y limitado, y ahí descubre que necesita a Jesús y que hay alguien que le puede salvar la vida. Esto mismo nos pasa a nosotros cuando le presentamos nuestro límite. Cuando nos animamos a decirle a Jesús que somos vulnerables, que no podemos, que muchas veces se nos caen las esperanzas, que no encontramos los caminos, que no sabemos qué hacer. Ahí cuando nos ponemos cara a cara con Jesús, él es el que puede transformar nuestras vidas. Ahí le estamos dando un lugar para que él cambie las cosas. Y es lo que nos pide que hagamos con los demás, que creemos ese espacio para que pueda transformarlos.
Para terminar es tal vez lo que intentamos hacer en cada misa, porque en primer lugar, escuchamos a Dios, y es el mismo Jesús el que nos quiere enseñar por medio de su Palabra, y para eso tenemos que abrirle nuestro corazón y dejar que su palabra nos transforme, como esa multitud, dejar que su Palabra cambie nuestras vidas. Y en segundo lugar, después de eso vamos a traer ahora a esta mesa lo que son un signo de nuestro límite y nuestra pequeñez, que es el pan y el vino que vamos a traer acá a la mesa, es el pequeño pan y vino que pareciera que  no puede hacer nada y que también, por ese milagro de Jesús se va a transformar en su cuerpo y en su sangre. Y eso va a querer transformar nuestras vidas, de tal manera que lo decimos antes de ir a comulgar, “Señor no soy digno de que entres en mi casa.” Señor no soy digno, Señor soy finito, soy limitado, soy pecador, decimos lo mismo que Pedro, pero como ya aprendimos, o debiéramos haberlo hecho, decimos la segunda parte que la dice Jesús en este evangelio.  En vez de decirnos, “yo te haré pescador de hombres”, nosotros que ya lo hemos escuchado decimos, “una palabra tuya bastará para sanarme”. Si te haces presente en mi vida, si me enseñas y si me alimento, yo puedo ser un nuevo hombre, una nueva mujer, una nueva persona.
Hoy, Isaías, Pablo, Pedro, nos dicen que esto es posible. Que si nos animamos a poner nuestros corazones en frente de Jesús, Él los va a cambiar y Él los va a transformar. Presentemos entonces hoy nuestra vida en esta mesa, para que Él la transforme a imagen suya.
Lecturas:
*Is 6, 1-2a. 3-8
*Sal 137, 1-5. 7c-8
*1 Co 15, 1-11
*Lc 5, 1-11

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