En la
película El Discurso del Rey, Alberto
es el conde de York y el segundo hijo de Jorge V, rey de Inglaterra. Jorge lo
quiere ir preparando para que sea su sucesor porque no está de acuerdo con
algunas conductas de su hijo menor. Sin embargo, Alberto, que va a ser después
Jorge VI, tiene un problema, es tartamudo. En la Navidad de 1934, Jorge V le
pide que lea un discurso que él acaba de pronunciar a la nación y no puede,
empieza a tartamudear. Y tiene miedo de tener que asumir un lugar en una nueva
situación para ser rey. Los sucesos se van dando, su padre muere, el hijo mayor
no puede asumir y le piden a él que sea rey, y que se comunique a toda la
nación cuando comienza toda la invasión nazi. Él no se anima por su tartamudez,
y tiene que empezar todo un tratamiento para ver si puede vencer ese miedo. Y
cuando comienza esto, hablando con la persona que lo va a ayudar, él dice: “antes
era muy simple ser rey, bastaba simplemente con llevar un uniforme, con no caerse
del caballo mientras uno andaba, y listo. Sin embargo ahora, sucede que hay que
hablarle a toda la población, que hay que casi consagrarse a ellos.” Según sus
palabras, hoy los reyes parecieran más actores que reyes. Y se frustra por eso.
Ese pequeño cambio
que en este caso es la globalización que empieza en ese momento por la radio, a
él le trae toda una crisis, cómo voy a llevar adelante este reinado que tengo
que hacer desde este nuevo sitio y lugar. Crisis pequeña comparada con la que
desde fines del siglo pasado y tal vez los principios de esta década el mundo
está viviendo, lo que los autores llaman un cambio epocal, un cambio tan profundo que es un cambio de época. Alentado
tal vez por la globalización, por las nuevas tecnologías, y tal vez muchas
cosas que han confluido y han llevado a un montón de cambios, que también han
acompañado lo que son los cambios y las crisis políticas, económicas, sociales,
familiares. Cosas que van cambiando tan rápido que a veces nos cuesta mucho. A
veces, cuando yo me tengo que juntar con los jóvenes que son un poquito más
grandes en esta parroquia, y les pregunto por los jóvenes que son un poquito
más chicos, ellos, ayudándome, me dicen: no los entiendo. Imaginensé yo que soy
un poquito más grande. Lo cambios se suceden tan rápido, que una generación
tres años muchísimo más grande entra
en crisis frente a la nueva que nació un poquito después que ellos.
Todos estos
cambios y estas crisis, también han repercutido en lo que son todas las
instituciones, y también en nuestra institución que es la Iglesia. La Iglesia
no está exenta de esto, y es por eso que muchas de estas cosas han confluido en
una crisis en la Iglesia. Crisis que tal vez nosotros hemos tardado en percibir
o en ver, pero que uno ve muy claro cuando va a Europa y ve comunidades,
iglesias vacías, cómo la gente se ha alejado de la fe. Y esto también pasa acá,
antes tal vez nos gloriábamos de decir que el noventa por ciento de la
población era católica, sin embargo hoy los últimos sondeos dicen que el ochenta
y pico por ciento de la población se ha bautizado; no podemos decir que sí
vivan ese catolicismo, que lo practiquen, más allá de haber recibido el
bautismo. También nosotros vivimos una crisis. Y eso lo vemos no sólo afuera,
con la gente que no participa, o se va alejando, sino también desde adentro. Y
una de las cosas que tal vez uno más escucha es todo lo que es la inadecuación
de las nuevas comunidades, o la incapacidad de entender lo que la gente hoy
está viviendo. Entra las cosas que a uno más le toca escuchar, una es el modo
cómo la Iglesia ejerce esa autoridad, que muchas veces hoy está alejado con el
modo que el mundo hoy quiere que se ejerza una autoridad. A veces porque está
alejado de eso, a veces porque la misma institución ha ejercido un
autoritarismo, o los mismos pastores o laicos que han tenido que asumir algún
rol importante; un autoritarismo que se aleja de lo que Dios y lo que Jesús
quieren, y nos invita a reflexionar cómo podemos servir de la manera que Jesús
nos invita.
También uno
escucha que muchas veces la gente se
aleja porque dice que no encuentra lo que busca. Su vida no entra en
contacto con la fe que ellos tienen en nuestras comunidades, en nuestras
celebraciones. Pareciera que el atractivo que antes la fe tenía ahora no lo
tiene. “Voy y no me pasa nada, no siento nada, me aburro, y por eso me alejo.” No entra en contacto mi vida y mi fe. Las
mismas celebraciones no hacen posible este contacto y este encuentro con Dios.
En tercer
lugar, muchas veces la desvalorización que se da a distintas realidades. Por
ejemplo, lo que ha sido siempre en la Iglesia el rol y el lugar de la mujer,
que recién a cuenta gotas la Iglesia empieza a intentar darle un espacio y un
lugar. Esa desvalorización ha hecho que ese discurso que tiene la Iglesia de la
dignidad humana no concuerde con aquello que vive y practica y que hace,
nosotros hemos ido viendo también que la gente dice, “no es que no tenga fe
sino que no la puedo encontrar en esa comunidad”. Van apareciendo un montón de
nuevos movimientos donde la gente sí siente que puede vivir su fe, entonces se
van alejando de las comunidades y viviéndola en distintos movimientos. Tal vez
el primero de los que fue naciendo es el movimiento carismático, pero después
la gente va encontrando otros movimientos donde ahí sí siente que puede vivir y
practicar su fe. A veces el modo de vivirla y de celebrarla no hace posible
esto. Tal vez por poner un ejemplo, la última Pascua teníamos en el colegio
Marin prácticamente tres mil jóvenes participando de miércoles a domingo de lo
que es Pascua Joven, sin embargo podríamos preguntarnos, ¿cuántos jóvenes había
en todas las comunidades de nuestra Iglesia, en todas las parroquias que
nosotros tenemos? Entonces ¿es una crisis de fe? ¿O tal vez una incapacidad
para poder encontrarnos con el otro? Porque a veces la gente dice, yo sigo
rezando, yo sigo participando pero de un modo distinto.
Podemos decir que hay una forma, un modelo
que ha entrado en crisis, y que nos invita también a esa audacia de
encontrarnos, para poder dar ese salto que la fe, la vida, la religión hoy
requiere. Ahora, frente a la crisis, creo que uno tiene dos opciones en
general: La primera de ellas es enojarse. Frente a cualquier crisis, uno se
enoja y siempre la culpa la tiene el otro, el que se aleja, el que me dice
algo, el que no piensa como yo. Sin embargo, creo que se puede buscar el otro
lado de la moneda que es, la crisis
también puede ser una oportunidad, y si uno mira en claro el evangelio que
acabamos de escuchar, creo que nos invita a eso. En primer lugar casi pasando
desapercibido, el evangelio dice que la multitud fue alrededor de Jesús para
escucharlo. Para nosotros esto es normal, pero dice que se acercó a escucharlo
a Jesús al borde de un lago. A ver, para dejarlo en claro, la gente cuando
quería escuchar la Palabra de Dios, se acercaba al Templo o a las sinagogas,
donde se reunían en general los sábados. Sin embargo acá tenemos algo distinto,
donde la religiosidad de la gente no empieza a pasar por ese sitio, por ese
lugar donde la institución se reunía. Dice que hay una multitud en otro sitio y
en otro espacio. Es más, el domingo pasado escuchamos cómo a Jesús lo echan de
la sinagoga, la Palabra de Dios no puede ser anunciada donde se esperaba, donde
se quería. Donde la institución está
entrando en crisis en el pueblo judío, aparece un nuevo sitio, un nuevo
espacio, donde la palabra de Dios empieza a hacerse presente, un espacio
donde quiere habitar, y quiere llegar al otro.
Ahora, esta crisis no sucede sólo a nivel
institucional, sino también a nivel personal. Porque también Pedro, cuando
continúa el evangelio está en crisis. Acaba de hacer lo que hace siempre que es
ir a pescar, y sin embargo cuando termina de pescar vuelve desilusionado,
fracasado, porque no pescó nada. En ese momento de desilusión, de
vulnerabilidad de Pedro, Jesús se acerca y le dice, “Navega mar adentro y hecha
las redes”. Por suerte se ve que Pedro le hace caso, es una persona educada,
pero le dice “Maestro, no hemos pescado nada”. Se pesca a la noche, no de día,
y no hemos sacado nada. “Pero si tú lo dices iré”. Y uno se da cuenta del
límite de Pedro porque una vez que las redes, frente al milagro de Jesús se
llenan, casi se rompen y tienen que llamar a otra barca, la primera reacción de
Pedro es decir, “Aléjate de mí que soy
un pecador”. Pedro frente a Jesús encuentra su límite. Y la primera tentación
que tiene frente a esa crisis es alejarse de Él. Sin embargo, en ambos lugares,
en la crisis institucional y en la
crisis personal, Jesús encuentra un espacio, un lugar, para hacerse presente. Jesús encuentra una oportunidad para poder
habitar y para poder transformar la vida del otro. Si hay un espacio, un lugar
en que Dios se quiere hacer presente, es cuando nos damos cuenta de que somos
limitados, vulnerables, finitos.
En general el
problema con Jesús es cuando nuestra rigidez, nuestro orgullo, nuestra
soberbia, no nos deja descubrir que necesariamente tenemos que encontrarnos con
él. Y cuando las cosas se van cayendo, cuando nuestras ilusiones, nuestras
fuerzas, hasta nuestra esperanza, él ahí encuentra una posibilidad para hacerse
presente. Ahora, eso va más allá de lo que son formas más antiguas que pueden
ir o no, de lo que son formas más nuevas que podemos encontrar o no. Eso se da
cuando nos podemos encontrar con Jesús cara a cara. Cuando tenemos ese
encuentro que transforma y que cambia. Ahí es donde Dios hace posibles este
cambio en la persona de cada uno de nosotros.
Las tres
lecturas van a esto. En la primera lectura, Isaías frente a la presencia de
Dios dice, soy un hombre de labios impuros, es un pueblo impuro, no tiene nada
que hacer con este Dios. Y Dios le dice, vos vas a ser mi profeta. Cuando
Isaías dice, yo no puedo anunciarte, Dios le dice, vos me vas a anunciar. E
Isaías acepta, aquí estoy. En la segunda lectura acabamos de escuchar a Pablo
que dice, les transmito lo que les anuncié. Yo que soy fruto de un aborto, yo que perseguí a la Iglesia, que no
aceptaba el cristianismo, en el encuentro con Dios me transformé. Si algo va a dejar claro Pablo en todas sus
cartas es su límite y su debilidad. Pero siempre va a descubrir que le basta la
gracia de Dios para ser transformado y para anunciar algo. Y cuando Pablo
descubra quién es verdaderamente ahí se va a poder encontrar con Jesús.
Por último,
como les decía recién, le pasa lo mismo a Pedro, él se da cuenta, y es
transformado, cuando se muestra vulnerable y limitado, y ahí descubre que
necesita a Jesús y que hay alguien que le puede salvar la vida. Esto mismo nos
pasa a nosotros cuando le presentamos nuestro límite. Cuando nos animamos a decirle a Jesús que somos vulnerables, que no
podemos, que muchas veces se nos caen las esperanzas, que no encontramos los
caminos, que no sabemos qué hacer. Ahí cuando nos ponemos cara a cara con
Jesús, él es el que puede transformar nuestras vidas. Ahí le estamos dando un
lugar para que él cambie las cosas. Y es lo que nos pide que hagamos con los
demás, que creemos ese espacio para que pueda transformarlos.
Para terminar
es tal vez lo que intentamos hacer en cada misa, porque en primer lugar,
escuchamos a Dios, y es el mismo Jesús el que nos quiere enseñar por medio de
su Palabra, y para eso tenemos que abrirle nuestro corazón y dejar que su
palabra nos transforme, como esa multitud, dejar que su Palabra cambie nuestras
vidas. Y en segundo lugar, después de eso vamos a traer ahora a esta mesa lo
que son un signo de nuestro límite y nuestra pequeñez, que es el pan y el vino
que vamos a traer acá a la mesa, es el pequeño pan y vino que pareciera que no puede hacer nada y que también, por ese
milagro de Jesús se va a transformar en su cuerpo y en su sangre. Y eso va a
querer transformar nuestras vidas, de tal manera que lo decimos antes de ir a
comulgar, “Señor no soy digno de que
entres en mi casa.” Señor no soy digno, Señor soy finito, soy limitado, soy
pecador, decimos lo mismo que Pedro, pero como ya aprendimos, o debiéramos
haberlo hecho, decimos la segunda parte que la dice Jesús en este
evangelio. En vez de decirnos, “yo te
haré pescador de hombres”, nosotros que ya lo hemos escuchado decimos, “una palabra tuya bastará para sanarme”. Si
te haces presente en mi vida, si me enseñas y si me alimento, yo puedo ser un
nuevo hombre, una nueva mujer, una nueva persona.
Hoy, Isaías,
Pablo, Pedro, nos dicen que esto es posible. Que si nos animamos a poner
nuestros corazones en frente de Jesús, Él los va a cambiar y Él los va a
transformar. Presentemos entonces hoy nuestra vida en esta mesa, para que Él la
transforme a imagen suya.
Lecturas:
*Is 6, 1-2a. 3-8
*Sal 137, 1-5. 7c-8
*1 Co 15, 1-11
*Lc 5, 1-11
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