martes, 16 de abril de 2013

Homilía: “¿Me amas?” – III domingo de Pascua


En la segunda parte de “El Señor de los Anillos”, que se llama “Las dos torres”, las cosas se empiezan a complicar para los hombres de la Tierra Media, hasta que llega un momento donde parece que en la próxima batalla van a ser destruidos. Es ahí donde Gandalf, el mago, le dice a Aragorn, quien de alguna manera guiaba a los hombres, que se retire con los hombres que quedaban para aguantar en una fortaleza, llamada El Abismo de Helm; y le dice, “al quinto día, mira hacia el este, y a la primera luz, al amanecer, yo llegaré por ahí.”
Tanto la película como el libro se van desarrollando, hasta llegar al momento climax; cuando están todos los hombres por perder la batalla y ser destruidos, justo aparece una luz, un rayo, y amanece el quinto día. Y uno mira hacia ese lugar, y en medio de esa penumbra, de esa oscuridad, esa luz ilumina, y no sólo ilumina sino que trae algo nuevo. Aparece Gandalf, con un ejército que ayuda a dar vuelta la batalla. Y muestra con esa imagen, con ese amanecer que de alguna manera vence a la oscuridad, con esa luz que vence a las tinieblas, algo nuevo que se hace presente, una claridad que viene a iluminar aquello que estaba a oscuras y en penumbra.
Me acuerdo que con mis amigos, a veces, cuando nos gustaba compartir cosas, una cosa que nos preguntábamos era qué nos gustaba más, si el amanecer o el atardecer. Obviamente que es una discusión interminable porque es una cuestión de gustos, pero yo siempre decía que a mí lo que más me gustaba era el amanecer, porque justamente el amanecer llama a algo nuevo. No porque sea más lindo, o más bello, sino porque justamente es algo que empieza a iluminarse. Después de esa penumbra, hay una luz que trae un día distinto, algo nuevo que amanece. Me gusta esa imagen porque creo que es en el fondo la imagen de la vida, la vida es siempre un continuo abrirse a algo nuevo. Podríamos decir que en general la vida es continuamente un amanecer.
Uno podría preguntarse, ¿siempre tengo que estar creciendo? ¿Siempre tengo que estar haciendo algo nuevo? Bueno, a Jesús no es muy bueno hacerle esa pregunta porque a Nicodemo no le fue muy bien cuando le preguntó “¿cómo nazco de nuevo?” Pero sí, podríamos decir que continuamente nosotros somos invitados a nacer a algo nuevo. El problema es que vivimos en un mundo donde se nos invita a algo distinto, es como que siempre tendría que haber claridad, siempre tiene que haber seguridad. Ahora, la claridad y la seguridad total, casi como que van contrarias a la vida porque la seguridad es: yo me acomodo en esto, y en la medida en que yo me voy acomodando, me voy encerrando. Y creyendo que así le doy más sentido a la vida, me voy cerrando a lo nuevo que la vida puede traer, a lo nuevo que me puede sorprender. Por eso es que tal vez, lo más extraordinario de la vida es la impredecibilidad; siempre viene algo nuevo, siempre está por comenzar algo nuevo, y la invitación es a no detenerse, a no acomodarse, sino a abrirse a aquello que viene a nosotros.
Esto que nos sucede en las distintas cosas de la vida, nos sucede también en la fe. La invitación es siempre a descubrir algo nuevo que se hace presente, a abrirse a algo nuevo que sucede. Creo que de alguna manera por eso se da esta coincidencia de que justo en este evangelio, esa aparición de Jesús sea al amanecer. Como escuchamos, los discípulos habían pescado toda la noche, no habían sacado nada, y en el amanecer sucede algo distinto. En ese amanecer es donde Jesús se les vuelve a hacer presente e ilumina sus vidas de una manera nueva. Les dice, acá hay algo que los va a sorprender, acá hay algo nuevo que va a pasar. Como sabemos, el evangelio sigue, se dan cuenta de que es Jesús, Pedro se tira a buscarlo, comen con Él, pero Jesús los invita a que en su vida algo amanezca. Uno podría decir, bueno, pero los discípulos ya vienen caminando con Jesús; sí, pero hay algo que en sus vidas también está en oscuridad. Jesús murió, ya saben que resucitó, se les fue apareciendo, pero hay algo distinto que todavía no ocurre. Hay algo que tiene que volver a amanecer en el corazón de ellos, que tiene que volver a surgir y florecer, y eso es lo que Jesús está trayendo.
Ahora, esta invitación que Jesús hace a sus discípulos, es la invitación que nosotros como Iglesia tendríamos que recibir siempre. Es decir, entender que hay un Jesús que viene a traer algo nuevo, que hay un Jesús que quiere iluminarnos como Iglesia, como comunidad, como cristianos. El problema es que como Iglesia también tendemos a lo mismo que el mundo. Buscamos la seguridad, lo que nos hace más firmes, y tendemos a rigidizarnos, a quedarnos quietos. Creo que tal vez la mejor imagen de esto es creer que como Iglesia o como comunidad tenemos todas las respuestas, o nosotros somos la claridad. Y ahí nos vamos olvidando de que nosotros somos discípulos, que nosotros tenemos que, como Iglesia y como comunidad, seguir a Jesús, y que el que siempre trae algo nuevo, que el que siempre hace que algo amanezca en nosotros, es justamente Jesús. Es aquél que viene a iluminarnos, y nos dice, hacia acá tenemos que caminar.
Tal vez en el evangelio hay dos imágenes que hablan de esto, no sólo la que ya les dije, que Jesús se hace presente en el amanecer; sino la pesca, los peces son de Jesús, los discípulos no pescaron nada, y Jesús es el que les dice, tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Pero por si esto no les era claro, cuando le dice a Pedro si lo ama, le dice tres veces, “apacienta mis ovejas”; las ovejas son mías, Yo soy el Maestro. Y aún Pedro que va a tener esa función tan importante dentro de la Iglesia, va a tener que aprender a llevar a la comunidad de Jesús; primero como discípulo de Jesús, después teniendo que guiar a otros. Y esta es la invitación para todos nosotros, descubrir cómo podemos, en primer lugar, ir creciendo. Si Jesús viniera a nosotros como comunidad, ¿dónde necesitamos hoy luz? ¿En qué necesitamos que Jesús ilumine, que amanezca, que nos abra a algo nuevo? Este es uno de los signos más importantes de la Pascua, empezamos en la oscuridad, y Jesús nos trae la luz, por eso tenemos el cirio acá. Él es el que trae la claridad, Él es esa luz que quiere iluminarnos. Si mirásemos a Jesús, ¿en qué necesitamos ser iluminados? ¿Qué tiene que nacer de nuevo en nuestra comunidad para ser más esa comunidad de Jesús que Él quiere? ¿Cómo podemos soltar esas seguridades o acomodamientos que tenemos en los distintos lugares, distintos grupos, para abrirnos a algo nuevo? ¿De qué manera podemos escuchar a ese Jesús que viene?
En segundo lugar, es también un amanecer importante para Pedro, porque acá se da este diálogo tan lindo y que tanto conocemos entre Jesús y Pedro, donde Jesús le pregunta a Pedro si lo ama. Y se lo pregunta tres veces, de alguna manera repitiendo aquello que Pedro necesitaba al corazón. No sabemos si fue así o no, pero la primera referencia que nos viene a todos a la mente, es que Pedro lo negó tres veces, y acá también tres veces se le pregunta sobre el amor. Ahora, si uno mira más allá de la cantidad de preguntas, hay algo que Pedro tiene que escuchar. Hace poco hablábamos en la Pascua de que la cruz es esa gran frase que Jesús nos dice a cada uno al corazón: “Yo te amo”. La cruz es el gran gesto de amor para que todos lo escuchemos. Ahora el que tiene que responder a eso es Pedro. Pedro descubrió que Jesús lo ama y que está dispuesto a dar la vida por él, y que lo hizo; ahora Pedro tiene que escuchar cuán firme sigue en ese amor para caminar con Jesús, y cómo ese amor puede sanar la herida que Él tiene. Porque esto nos pasa a todos, cuántas veces nos pasa que cuando nos equivocamos, cuando hacemos las cosas mal, cuando cometemos errores, los primeros que creemos que las cosas no pueden cambiar somos nosotros, y nos cerramos a lo nuevo que puede pasar. No nos animamos a pedir perdón, no nos animamos a volver a intentarlo, no nos animamos a cambiar; y en primer lugar, somos cada uno de nosotros los que tenemos que descubrir que hay una posibilidad nueva. Tenemos que volver a repetirlo y escucharlo en el corazón. En segundo lugar, abrirnos a esa posibilidad, y eso es lo que hace Jesús. Creo que acá la gran clave es que Jesús no se pone rígido. Jesús descubre que la única oportunidad de que Pedro pueda seguir caminando detrás de Él es renovarlo en el amor, tratarlo con ese cariño y esa dulzura que en ese momento Pedro necesita. A veces a uno le sale más fácil ponerse rígido, criticar, no dar posibilidades, pero ahí se acabó, ahí se va cerrando ese vínculo. Creo que el gran problema no es lo que pasa, la pregunta que tenemos que hacernos es, ¿yo estoy dispuesto a seguir apostando por este vínculo? ¿Yo quiero que esto siga hacia delante? Cualquier vínculo que tengamos. Y en base a eso es que tenemos que actuar. Ahora, si me pongo rígido, la postura que estoy tomando es, yo hasta acá voy con este vínculo. Me pongo rígido, me pongo firme, y no doy una posibilidad de que eso pueda cambiar. O pidiendo perdón, o perdonando, o dando otra posibilidad. La única posibilidad es, tratar aún ese dolor que Pedro tendrá, que Jesús tendrá, con amor y con cariño. Por eso, Jesús le pregunta si lo ama, y lo único que tiene que escuchar es que justamente, Pedro lo ama. Pedro sabe lo que hizo, es consciente de lo que pasó, lo que necesita es un empujón para ir para adelante. En palabras que ya repetí varias veces, lo que necesita es que algo nuevo surja, que algo amanezca en su corazón para a partir de ahí, sí seguirlo, pero ahora de otra manera. El camino del cristiano es el que tiene que dejar las seguridades. El que quiera salvar su vida la perderá, dice Jesús. En cambio el que quiera perder su vida, la encontrará.
Acá a Pedro se le dice: antes cuando eras joven vos hacías lo que querías, cuando seas grande, ya no vas a hacer lo que quieras, otros te llevarán, otros te atarán, se acabaron las certezas y las seguridades. Lo que queda es el amor. Y eso es lo que te va a hacer mucho más fuerte y más sólido. Eso es lo que te va a ayudar a caminar de una manera nueva. A eso nos invita a nosotros, a animarnos a soltar las riendas de aquellas cosas que mantenemos muy firmes, y animarnos a ir a algo que es mucho más fuerte, aunque parezca endeble, que es el amor. Aquello que puede curar, aquello que puede sanar, aquello que puede traer algo nuevo.
Hoy a nosotros, como comunidad, como cristianos, también Jesús nos pregunta, renacidos de la Pascua, ¿me amas? Hoy también nos mira y nos habla al corazón, y nos pregunta si lo queremos, para que, como Pedro, con un corazón renovado, podamos caminar con Él. Recién después de que Pedro le contesta, Jesús, a ese Pedro nacido de la Pascua, le dice, “sígueme”. Escuchemos esa pregunta en el corazón, animémonos en la oración a responderla, para también nosotros escuchar en el corazón a ese Jesús que nos dice: sígueme.

Lecturas:
*Hch 5,27b-32.40b-41
*Sal 29,2.4.5.6.11.12a.13b
*Ap 5,11-14
*Jn 21,1-19

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