En la película “Dear John”,
John es un soldado norteamericano que está en el frente. Lo mandan a su casa, en
Carolina del Sur, para estar con su familia, y al llegar y encontrarse con sus
padres, sale y conoce a una chica, Savannah; una mujer universitaria que
también está visitando a sus padres. Como ustedes saben, los chicos en Estados
Unidos, cuando comienzan la universidad se van de sus casas. Y en ese tiempito
que están juntos, comienzan a entablar una relación, comienzan a profundizar, a
enamorarse el uno del otro, y al cumplirse dos semanas le avisan a John que
tiene que volver a ir a Oriente, al frente. Más allá del dolor de la
separación, Savannah le pide a él, “cuéntamelo todo, escríbemelo todo. No sé, garabatea
en un cuaderno, escríbeme un mail, pero quiero saber todo lo que hay. Así
estaremos juntos aunque estemos separados, y cuando menos lo esperemos nos
volveremos a ver”.
Esta frase que dice Savannah podría ser de cualquier chica enamorada que
por alguna razón se tiene que separar de un novio, de alguien que quiere mucho.
Para decir otro ejemplo, no está lejos de cuando viajan, y tu mamá o tu papá te
dicen: avísame cuando llegues; ¿no? Uno quiere saber, quiere estar al tanto,
quiere tener noticias de lo que está pasando, y sobre todo de la gente que
quiere y que ama. Y no es porque no escuche voces. Vivimos rodeados de voces,
es más, creo que en general hoy nos cuesta mucho más el silencio que la voz. A mí
me pasa cuando me voy de retiro, que la primera pregunta que me hacen es “¿es
de silencio el retiro?”; “¿y cuántos días?” 7 días. “Uy, yo me muero”, me
contesta más de uno. Te juro que no te morís, pero bueno, eso es otro tema, en
otro momento lo charlamos. Pero, vivimos rodeados de voces, pareciera que le
tenemos miedo al silencio. Estoy solo y pongo música, prendo la radio, el ipod,
el ipad, me pongo a ver televisión, aunque sea que quede de fondo, no le presto
atención, pero necesito no sentirme solo, necesito escuchar voces, necesito
sentir que hay algo que pasa a mi alrededor.
Ahora, no todas esas voces nos llenan el corazón. Mejor dicho, casi
ninguna de esas voces termina de llenarnos el corazón. A veces hemos escuchado
un montón de cosas, en el colegio, en el trabajo, en la facultad, en donde
estuvimos, y llegamos y sentimos que estamos como vacíos. Sentimos que hay algo
que falta, porque esas voces que en realidad necesitamos son voces muy
concretas en general ¿no? Las voces que realmente nos dan vida, casi las
podríamos contar. Cada uno de nosotros podría decir, esta es la voz que yo
necesito. ¿Cuáles son las voces que a mí me cambian el día? ¿Que cuando las
escucho cambio la voz? ¿Vieron que uno cuando está con alguien se da cuenta si
le interesa o no el que lo llamo por el tono de voz? Sin saber quién está del
otro lado, casi podemos adivinar, más si es una chica, si es un chico; es muy fácil
de darse cuenta. Pero ¿por qué? Porque es normal, porque uno descubre que esa
voz le cambia el estado de ánimo, y no lo puede ocultar.
Entonces, podríamos preguntarnos, ¿cuáles son esas voces que estamos
esperando todo el día, que me cambian mi humor? Y no sólo cuáles son las voces
que esperamos y que nos dan vida, sino qué es lo que necesitamos. Porque a
veces, cuando el otro no termina de decir lo que yo quiero o espero, eso
también me cansa o me pone de mal humor. “Decime que me querés”. “Bueno, pero
si me lo decís no te voy a decir”, muchas veces le dice un varón a una mujer. O
uno está esperando que su hijo, que su padre, que su amigo, le cuente, “contame,
no me contás nada ahora, no me decís qué es lo que pasa”. ¿Por qué? Porque hay
voces que necesitamos, y palabras que dan vida y que necesitamos, que
continuamente estamos esperando en la vida. Y es necesario. Podríamos decir que
lo que necesitamos son palabras que no sean vacías, sino que subjetivamente
repercuten en mi corazón. Porque no es que sea una voz más importante que otra,
porque hay palabras que hoy podríamos decir que son muy importantes; de un
presidente, por ejemplo, y a veces no tenemos ni ganas de escucharlas; sino por
la repercusión que tienen en mí, por quién la dice es que a mí me cambia. Esto
es lo que va descubriendo Jesús que pasa en el corazón de aquellos a los que le
habla.
Jesús dice, “mis ovejas escuchan
mi voz”. Mis ovejas, dice. Tenemos
un problemita porque es uno de los evangelios más cortos que se leen en todo el
año, porque es el final del discurso del Buen Pastor, en Juan, pero Jesús viene
diciendo, hay algunas que son mis ovejas y hay otras que no, y ¿qué es lo que
distingue esto? Que escuchen. Que escuchen en el corazón y que respondan a esa
voz. Se da cuenta de que aún las palabras de Jesús, que si queremos son
palabras que tienen una profundidad y una vida muy grande, no repercuten en
todos igual, hay gente que la escucha, hay gente que no la escucha; hay gente
que le presta atención, hay gente que no le presta atención. Lo que está
buscando Jesús es que esa Palabra
penetre en el corazón, y que a partir de penetrar en el corazón, se pueda dar
una respuesta libre.
Si uno escucha con atención, Jesús dice, “mis ovejas escuchan mi voz”. Ahora,
les toca a ellas seguirlo a Jesús, les toca a ellas tomar esa decisión en la
libertad de caminar con Él o no. Y en esto se basa toda la vida de un
cristiano, en la decisión de si quiero o no escuchar y seguir a Jesús. Si
quiero un ejemplo claro de esto es la primera lectura. ¿Qué es lo que pasa?
Pablo y Bernabé se dan cuenta de que los judíos no lo quieren escuchar más a
Jesús, entonces no tiene sentido seguir predicándole a ellos, y así empieza la
predicación a los paganos, a casi todo el resto del mundo. El que unos no
escuchen, es oportunidad para que toque predicarle a otros, habrá otros que
quieran escuchar. Creo que esto también es otro llamado; siempre, aun cuando
uno cierra el corazón, hay una oportunidad. ¿Por qué? Primero porque podemos
seguir intentándolo. Segundo, porque será momento de llevar esa Palabra a otros
lugares. Tal vez nosotros como cristianos, a aquellos espacios, a aquellos
lugares donde Jesús no está presente, donde se puede llevar esperanza, donde
esa Palabra puede cambiar y llevar algo distinto. Creo que todos los que hemos
tenido la experiencia de en algún momento ir a llevar el Evangelio, hemos visto
cómo repercute de una manera distinta, aun cuando uno va a lugares muy lejanos,
con gente que no conoce, con gente que si no fuera por la fe, no se hubiera
encontrado.
Ahora, Jesús nos dice que esa Palabra da vida, pero para eso yo tengo que
responder, para eso me tengo que animar, para eso tengo que dar un paso. Y esto
es lo que pasa con todo en la vida. Como cristiano tendría que preguntarme, ¿yo
quiero comprometerme con Jesús?, ¿quiero escucharlo? O ¿Más o menos me quedo
por acá? No te digo que no, pero tampoco me termino de comprometer… Bueno,
Jesús dice: Yo quiero que ustedes me escuchen, pero quiero que me sigan; no
quiero que se queden como a mitad de camino. Y esto lo podríamos decir también
para cada cosa de nuestra vida, ¿de qué manera nos animamos a escuchar en el
corazón lo que nuestra vida clama, lo que en nuestra vida puede dar fruto? Que
en el fondo es también fruto de una decisión. Es más, creo que el problema más
grande, para los que son más jóvenes, no es cuando decido algo, el problema es
decidirlo, el problema es dar el paso, es decir: esto es lo que me gusta. Por
ejemplo con una carrera, “es que no sé qué me gusta”. Bueno, el mayor problema
es decir, voy por acá, este es el camino que yo elijo. Y lo mismo con cada
decisión importante que toca en la vida. Creo que vivimos un momento de crisis
en el que cuesta un montón de veces tomar decisiones, elegir, animarse a dar un
paso. El problema es que si no lo doy, seguramente no voy a descubrir esa vida,
si no me animo a jugármela, nunca voy a poder dar ese paso. En el fondo
queremos decir, ya casi estoy fracasando. Y eso en cualquier estamento de la
vida.
Yo tengo un problema al estar trabajando tanto con los jóvenes, que es
que la mayoría de la gente se me acerca a que les dé respuestas y les aseguro
que muchas respuestas a muchas cosas no tengo. Y no lo digo por humildad, lo
digo con realismo. Entonces, por ejemplo, me pasa que viene el obispo, mi jefe,
y me pregunta, “Mariano, ¿por qué hay pocas vocaciones sacerdotales?” Como si
yo tuviera la respuesta ¿no? Y le digo, “no sé, preguntále a los chicos.” Pero
no sólo con eso. Vienen los papás y me dicen, “Mariano, ¿por qué los jóvenes no
se casan?”. Tampoco sé. O las mujeres a veces, vienen y me preguntan, “¿por qué
los varones no terminan de “eso” sobre la mesa?” No terminan de dar ese paso y
de comprometerse. Bueno, cada uno tiene que dar esa respuesta, cada uno tiene que
contestar en el corazón.
Yo creo que hoy tal vez lo que nos falta es en algún momento y en el
tiempo que sea propicio, responder al llamado, responder a lo que Dios me
invita. ¿Van a aparecer miedos? Siempre aparecen miedos. Supongo que todos los
que están casados acá han tenido muchos miedos. Yo les puedo asegurar que he
tenido muchos, Maxi les puede contar también los suyos. Cada vocación que
elijo, la elijo porque ahí encuentro una promesa de Dios. No porque me cueste o
no me cueste, me dé algún miedo, alguna duda; elijo que ahí hay un camino al
que Dios me invitó. Y la única manera de que ese camino dé fruto, de que yo
llegue a descubrir esa vida, y tenga esa alegría en el corazón, es que me anime
y que me la juegue. Esa es la invitación de Jesús. Jesús está diciendo, mis
ovejas son las que me escuchan y se la juegan, me siguen; se quedan conmigo, no
se quedan a mitad de camino. Algunas se quedan afuera y otras entran; algunas
quedan afuera del corral y otras entran al corral; es decir, se animan a tomar
esa decisión en el corazón. Ahora, Jesús nos hizo libres, y esa decisión es
responsabilidad de cada uno de nosotros en cada momento de la vida.
Pidámosle hoy a Jesús, aquél Buen Pastor que siempre habla, que siempre
nos busca, que siempre tiene esa Palabra que llega a nuestro corazón, que
podamos escucharla con un corazón abierto; y que como cristianos, nos animemos
siempre a responder a su llamado.
Lecturas:
*Hch 13,14.43-52
*Sal 99,2.3.5
*Ap 7,9.14b-17
*Jn 10,27-30
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