martes, 28 de mayo de 2013

Homilía: “Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo” – Santísima Trinidad



Hay un cuento oriental que narra una parte de la vida de un príncipe, que quiere enseñarle a su pueblo quién es Dios. Entonces, reúne a todo el pueblo y hace una especie de dinámica. Hace que entren a un recinto algunas personas que eran disminuidos visualmente, no podían ver, e ingresa en el recinto un elefante muy grande. Entonces, le pide a cada una de estas personas ciegas, que toque algo del animal. El primero toca la pierna del elefante, y cuando le preguntan qué es lo que hay ahí, él dice, “he tocado el tronco de un árbol”. Le dice al segundo que lo lleven hasta otra parte del animar y toca la trompa. Le pregunta, “¿qué tocaste vos?”. “Yo toqué una rama, un poco gruesa, de un árbol.” El tercero toca la cola, y dice, “toqué una serpiente un poco rara, que no conozco”. Va el cuarto y toca el costado, y dice, “yo toqué un gran muro”. Por último, lo hacen subirse al elefante al quinto, y éste toca el lomo y dice “toqué una pequeña lomada, una montaña.” Después les pide que se pongan de acuerdo entre ellos para ver qué es lo que tocaron y obviamente fue imposible, hasta que este príncipe detiene la discusión y les dice qué es lo que han tocado. El príncipe explicar que esto es lo mismo que nos pasa a nosotros cuando queremos conocer a Dios. Sólo podemos conocer algo de Él, no podemos acceder totalmente a su misterio. De alguna manera Dios permanece inaccesible a nosotros, por eso la manera y la forma en la que lo vemos, es aquello que llegamos a vislumbrar.
Es verdad que hay una diferencia grande entre este cuento y nuestro Dios, porque nosotros conocemos al Dios de los cristianos por medio de Jesús, y es Él el que nos ha revelado. Pero sí nos dice una gran verdad, nosotros podemos vislumbrar algo de ese Dios. Y en general es aquello que Jesús nos ha revelado. Pero de las cosas de Dios, algunas son más fáciles y otras más difíciles de acceder.
Tal vez la fiesta más difícil de entender y acceder es aquella que estamos celebrando hoy, la fiesta de la Santísima Trinidad. Este Dios que es un Dios pero que son tres personas. A lo largo de la historia muchos han tratado de explicarlo, pero no hay una manera de hacerlo. Lo sabemos porque Jesús nos lo dijo y nos lo reveló. Lo sabemos porque Jesús quiso venir a abrirnos el corazón de Dios, y decirnos cómo era, transmitirnos aquello que Él sabía.
Ahora, yo me hago una pregunta. ¿Qué es más profundo en la vida? ¿Cuando uno conoce algo y lo puede explicar mentalmente o cuando uno puede empezar a sentir y tener una experiencia profunda en el corazón? ¿Cuando yo puedo saber y decir cosas del que tengo al lado, o cuando formo un vínculo profundo que me va uniendo a Él en el amor, en la caridad, en la generosidad, día a día? Obviamente que no nos podemos disociar, no podemos ir por un lado con nuestra cabeza, y por otro lado con nuestro corazón. Pero creo que lo que hace Jesús es justamente transmitirnos una experiencia profunda de Dios, para decirnos quién es. Obviamente que nuestra sed de conocimiento muchas veces quiere ir a algo más, quiere profundizar, pero lo central es poder tocar esa experiencia de amor que Jesús nos dice.
Muchas veces cuando me junto con distintas personas me hacen preguntas. Y a veces éstas tienen que ver con este tema. “¿Cómo puede ser Dios uno en tres?”; “¿Qué es la Trinidad?”. Y, si bien todavía no tengo muchos años de ministerio, cuando recién comenzaba, o era seminarista, empezaba con el discurso: “Dios es uno y tres personas. Es un Dios todopoderoso, el Padre que hizo… bla, bla…” A los dos minutos los había aburrido. Y después descubrí que quizás era más profundo, y tenía más sentido, narrar la experiencia que uno tiene. Porque si uno mira, lo que termina transformando al otro es la experiencia.
Lo que podemos hacer es preguntarnos, ¿qué experiencia tengo de Dios? ¿Qué experiencia tengo del Padre? ¿Qué experiencia tengo del Hijo? ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? Y hoy cuando me preguntan quién es Dios, digo que es un Dios que es tres personas; y que en mi vida hay un padre con el que puedo charlar, al que le puedo rezar, con el que puedo contar en el día a día. Hay un Hijo que he descubierto que dio la vida por amor, que se entregó por mí, que quiso dar esa vida para que yo viva de una manera distinta. Y hay un Espíritu que me da fuerza, que me hace testigo, que me invita a transformarme, que me ayuda a navegar en esta fe cristiana. Uno podría discutir, ¿qué es más o qué es menos teológico? Y la pregunta creo que no va por ahí. Sino que lo importante es ¿qué experiencia de Dios yo puedo transmitirle al otro?
Si uno mira la vida de los apóstoles, la vida de Juan que nos narra en este evangelio de este Dios que en el Hijo nos envía su Espíritu; lo que ellos transmitieron fue una experiencia. Ellos son los que nos contaron que Dios es Padre, que Dios es Hijo, y que Dios es Espíritu. Pero no querían explicarlo todo, querían transmitir aquello que  habían vivido en el corazón. ¿Y qué es lo que habían vivido en el corazón? Que Dios les había cambiado la vida, que el amor de Dios los había transformado. Por eso quisieron ir y anunciarlo. Ir a decir a todos: esto a mí me cambió totalmente, y quiero que vos también lo puedas vivir, quiero que vos hagas experiencia de esto. Y tal vez muchas veces se quedaron sin palabras. Algunas cosas quizás no podían explicarlas, pero eso muestra también esa reverencia que tenemos que tener frente a ese misterio. Hay un Dios que es más grande que nosotros. Hay un Dios que no lo podemos abarcar, que no podemos decir: es esto. Obviamente que todos queremos formarnos, profundizar, conocer cada día más de Dios, y  esto es muy lindo. Pero ese conocimiento y esa información, tiene que ir a la par de esa experiencia que yo voy haciendo de Dios. Y uno lo que descubre es que cuando uno se encuentra con ese Dios, cuando uno lo vive de corazón, eso va transformando la vida, y uno va conociendo cada día más a ese Dios. ¿Con cuántas personas nos encontramos en el día a día que tal vez no pueden explicarme mucho con palabras quién es Dios, pero que lo viven y lo transmiten de una manera profunda? Y tal vez tienen una experiencia profunda de ese Dios que es  Padre, que es Hijo y que es Espíritu, y que les llenó el corazón.
Es el encuentro con este Dios el que va transformando nuestras vidas. Y es este Jesús el que nos dice en Juan, el evangelio de hoy, que les va a dar ese Espíritu que hemos celebrado en Pentecostés; de lo suyo, para que venga a nosotros. Y lo primero que se me ocurre al escuchar este “de lo suyo”, es cómo Dios es uno y es trino. Es decir, cómo la diversidad se puede vivir en la unidad. Y acá siempre tenemos un problema porque nos vamos a los extremos. O queremos que todo sea homogéneo, igual, casi como si fuéramos robotitos hechos en máquina y clonados, o somos totalmente relativistas: “bueno está todo bien, no hay que discutir nada…”. Creo que no es ni una ni otra.
El misterio de la Trinidad nos dice justamente cómo se puede ser uno y tres. Cómo en el amor se puede vivir en familia. Y la diversidad la puedo aprender a vivir en la unidad cuando aprendo a amar al otro, cuando lo escucho, lo comprendo, cuando no intento cambiarlo, cuando lo acepto. Muchas veces nos pasa que lo primero que hacemos con alguien cuando hay algo que no nos cierra pensamos, “¿cómo lo puedo cambiar?”. Y lo que nos dice Jesús es cómo lo puedo amar, no cómo lo puedo cambiar; cómo lo puedo aceptar. Yo no me imagino al Padre, más allá de toda la perfección filosófica, y todo lo que hablamos de la Trinidad, queriendo cambiar al Hijo, sino queriendo amarlo, queriendo entregarse por Él. Y creo que esa es la experiencia que nos transmite a nosotros. Cómo podemos crecer en comunión en una diversidad. Cómo podemos amarnos y aceptarnos los unos a los otros, e ir caminando juntos porque de alguna manera eso es lo que hace la diferencia.
En segundo lugar podemos ver esa entrega. Si hay algo que nos muestra el Padre es cómo nos envía al Hijo y cómo nos envía al Espíritu; quiere que lo profundo de la Trinidad se dé, se entregue. Y a eso nos invita también a nosotros, a hacer esa experiencia de ese Dios que se entrega, y como se entrega a mí, me invita a entregarme también, a darme a los demás. Creo que si hay algo que es un signo palpable de cuando vamos haciendo experiencia profunda de Dios, es cuánto eso me invita a cambiar, cuánto eso me invita a transformarme.
Yo muchas veces descubro en mi vida, en mi ministerio, como cuando uno tiene en la televisión dos angelitos en la cabeza, y uno le dice: hacé tal cosa, y el otro: hacé tal otra, y uno no sabe a cuál escuchar. Y uno me dice: “descansá, cuídate”, y el otro: “no, entregate, escuchá, andá a darte”. Obviamente que es un arte el aprender, pero lo que descubro en Dios es que generalmente Él me invita a algo más, a dar un poco más de mi vida. Cuando yo tiendo a cerrarme, cuando tiendo a cuidarme, a acomodarme, Dios me dice: no te acomodes tanto, entregate, date, abrite. Y me llama a una vida más plena.  Y después cuando miro digo, “uh, qué bueno estuvo esto. Qué bueno que me animé a dar este paso. Qué bueno que no me quedé tirado en la cama viendo chicle mental, y que me anime a decir, “Voy”, por más de que esté cansado, porque eso me transformó la vida.” Y cuando miro digo, “bueno, que bueno que no seguí lo que yo primero pensaba, sino que abrí mi corazón a este Espíritu.”
Creo que la experiencia de Dios es la que nos llama a algo más, y la que nos ayuda a vivir en los valores. La gran crítica que hoy hacemos es que vivimos en un mundo que ya no tiene valores. Jesús me invita a algo más. Cuando estoy en Jesús me pregunto, ¿cuáles son los valores que Él vivió? Y cuando quiero aprender de Jesús, creo que lo primero que tengo que saber es cuáles son los valores que Él transmitió. Si quiero conocer más a Dios, tengo que mirarlo a Jesús. Si quiero conocer cómo es la Trinidad, tengo que mirar su vida, descubrir cómo fue generoso, cómo escuchaba al otro, cómo ponía la otra mejilla. Entonces me pregunto cómo puedo hacer experiencia de Dios para formarme más. ¿Hacer y vivir los valores de Jesús es formarme más? Sí, porque es vivirlos en mí. Y de esa manera doy testimonio. Creo que la mejor manera de transmitir a Jesús es cuando puedo hacerlo carne en mí, eso es lo que hizo Jesús. Agarró de lo suyo y se lo dio al Espíritu para que se lo diera a otros. El Espíritu en Pentecostés hizo lo mismo. Nos dio de ese seno de la Trinidad su corazón, ese amor, para que lo vivamos en el corazón, y para que lo podamos llevar a los demás.
Pidámosle entonces a este Espíritu que nos transforma, que nos hace testigos, que nos envíe, que podamos descubrir todo este amor de Dios en nuestro corazón, y que podamos vivirlo.
Lecturas:
*Pr 8, 22-31
*Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9
*Rom 5, 1-5
*Jn 16, 12-15

No hay comentarios:

Publicar un comentario