En la película musical Moulin Rouge,
Christian se enamora de Satine y empieza a buscar la manera de conquistarla. De
alguna manera ella también se enamora de él pero las cosas no son tan fáciles,
porque descubre que por más de este amor apasionado que siente, allí no tiene
seguridades. Entonces duda entre ese amor y el amor de un hombre adinerado, como
es siempre en este tipo de comedias. Comienza a desarrollarse así toda la
película, a ver qué es lo que va a triunfar. Y hay un momento donde él le canta
una canción que dice así: “Mi regalo es mi canción y ésta es para ti. Puedes
decirles a todos que es tuya. Puede que sea muy sencilla, pero ahora que está
terminada, espero que no te moleste, expresa en palabras, qué maravillosa es la
vida ahora que estás tú.” Él expresa en su corazón y con esa canción, más allá
de las dificultades y los problemas que está teniendo, cómo su vida se
transforma a partir de la presencia de ella, cómo su vida cambia y los
problemas no importan, si él puede sentir ese ardor profundo en el corazón, con
la presencia del otro.
Y nosotros vamos deambulando por la vida siempre buscando esto; algo que
arda en nuestro corazón, algo que nos movilice, y nos llame a tanto, por lo
cual sentimos que nuestra vida cambia y se transforma. Creo que esta es la experiencia
profunda que los discípulos tienen con Jesús; hay alguien que viene y
transforma su vida, hay alguien que prende una llama que tienen en el corazón,
por lo cual les cambia todo. Pero a veces es como que no alcanza. Así como en
la película parece que ese amor no alcanza, acá pareciera que aún la presencia
de Jesús no termina de alcanzar en ellos, y necesitan algo más. Uno podría
preguntarse, ¿qué más que Jesús se podría necesitar? Sin embargo, el mismo
Jesús dice: hay algo más que tengo que hacer, hay alguien más que a ustedes les
conviene que venga. Con palabras que seguramente les costaron a los discípulos;
como hablamos el domingo pasado, ellos preferían que Jesús se quedase.
Y es ese Espíritu, que un día como hoy, en Pentecostés, mueve todo. No
sólo los cimientos de esa casa, que como dice la lectura, se movieron, se zarandearon,
sino también los cimientos del corazón de esos discípulos, que a partir de que
ese Espíritu se hace presente en ellos, también pueden cantar una canción
nueva. Ellos se dan cuenta qué maravillosa que es la vida cuando dejan que ese
Espíritu entre en sus corazones. Y por eso todo les cambia, por eso los que no
se animaban a vivir, a partir de ese Espíritu se animan, van y salen, van y
anuncian, son enviados. Ya no tienen miedo, o no les preocupa ese miedo, se
animan a vencer ese miedo porque hay algo que quemó su corazón. Porque más allá
de las dificultades que sigue habiendo hay algo distinto que hace que la vida
cobre un valor más importante.
Este mismo Espírtu Santo que transforma sus corazones y sus vidas, si
miramos, actuó durante toda la creación. En el libro del Génesis dice que el
Espíritu aleteaba mientras Dios creaba. Y si miramos los personajes que fueron
pasando a lo largo de la Biblia, había un Espíritu que actuaba, porque ¿por qué
Noé se animó a hacer lo que hizo? Cuando todos le decían: este tipo está loco, mirá
lo que hace, hasta hacen películas tipo sátiras con él. Y él dice: me animo
porque hay un Espíritu que me mueve. Miremos a Abraham. Él estaba bien con su
familia, tenía una tierra, se había acomodado. No solamente el Espíritu dice
cosas nuevas. A veces el Espíritu dice: no te acomodes, la vida no es un
acomodarse, es un caminar. Y por eso le dice a Abraham, Yo tengo algo mucho más
grande para vos, pero para eso te tenés que animar, sal de tu tierra. También
podemos ver a Moisés, que cuando quiso en un primer momento no pudo, tuvo que
huir a Madián, se casó con la hija de Jetró, formó una familia; y vino un
Espíritu que lo zarandeó, y le dijo, Yo tengo para vos algo más grande. Y
Moisés puso mil excusas: no puedo, soy joven, no se hablar, no tengo ganas, no
sé… Y Dios le dijo por medio de su Espíritu, “Ve y anuncia.” Y así fue a
liberar al pueblo de Dios, animándose a transformar por ese Espíritu.
Podríamos mirar así toda la historia de la salvación, hasta ese día de
Pentecostés, donde los discípulos también, a pesar de esa presencia de Jesús,
no sabían qué hacer. Y vino un Espíritu que movió tanto los cimientos de su
corazón que se animaron, salieron, hablaron, anunciaron. Su vida pasaba a ser
maravillosa, porque se animaron a vivir aquello que querían, se animaron a
llevar adelante sus deseos; no abortaron sus deseos, sino que dijeron, esto es
lo que me puede hacer feliz.
Eso es lo que hace el Espíritu con cada uno de nosotros. Todos hemos
recibido ese Espíritu, en primer lugar en el Bautismo, en segundo lugar, la
mayoría de nosotros, en la Confirmación. Y nos dice, Yo te envío para que seas
feliz, Yo te pongo en movimiento; eso es lo que es la vida, la vida es un
movimiento, no me puedo detener. Muchos quieren detenerse, se hacen cirugías,
pero no sirve para nada, la vida sigue andando, sigue caminando, y a veces, por
distintas razones, por miedo, o porque no podemos, porque nos sentimos menos;
no nos animamos a vivir los deseos que tenemos, y los vamos como callando,
tapando, y eso no nos deja ser felices.
A veces nos preguntamos, ¿qué es lo que me pasa? ¿Por qué estoy así? ¿Por
qué nunca estoy feliz, siempre estoy de mal humor, pongo mala cara? Y podría
animarme a buscar un poco más en mi corazón, porque lo que estoy buscando no es
una respuesta en la superficie sino que sólo la voy encontrar en lo profundo.
Por eso el Espíritu viene y mueve. Hay que sacudir, hay que desempolvar,
podríamos decir, para llegar a lo profundo, pero no sólo para que veamos eso
que tapamos, sino porque muchas veces, como decía antes, nos acomodamos. Pensamos:
“Bueno hasta acá está bien. Llevo una buena calidad de vida, las cosas van más
o menos bien.” ¿Y la vida es eso? ¿Es acomodarse en un status quo donde la cosa
anda bien, zafa? ¿O la vida es animarse siempre a algo más, animarse a seguir
caminando? Porque ahí donde me detengo también es donde empiezo a sentir que
algo me falta, que algo termina haciéndome ruido en el corazón.
El Espíritu es ese que me vuelve a lanzar. Jesús cuando les da su Espíritu
les dice: reciban el Espíritu Santo, yo los envío, vayan, tienen que moverse.
No basta solamente con que me conozcan, no basta con que sepan quién Soy, ahora
les toca a ustedes ser mis testigos. Y la vida se trata de eso, de ser
testigos. Es la misma invitación que nos hace a nosotros. Ahora, para eso no
nos deja solos, sino que nos da ese Espíritu que nos llena de dones, nos llena
de carismas.
Es curioso porque esto es lo más difícil de vivir siempre en la Iglesia.
El Espíritu es como un malabarista, porque tiene que hacer algo que a todos nos
cuesta, porque para nosotros es fácil cuando nos dicen cómo son las cosas,
cuando nos dicen que algo es blanco o negro es facilísimo, cuando nos dicen que
es gris, es un problema. El Espíritu es el gran gris, porque, por un lado dice
que hay diversidad, pero por otro lado que tenemos que ser uno, y nosotros nos
preguntamos cómo es esto, porque ¿qué preferimos? ¿Preferimos relativizar todo
y decir vale todo, todo está bien? Eso es más fácil, o ¿todo es igual, no puede
haber diferencias, todo es homogéneo?
El Espíritu dice, no, hay diversidad de carismas, hay diversidad de
dones, el mundo es pluriforme, pero somos uno en ese Espíritu, y uno se rompe
la cabeza en esta paradoja. ¿Cómo es esto? ¿Cómo es posible esto? Y Jesús
diría, en ustedes, imposible, pero en Dios todo es posible, si ponemos nuestro
corazón en Dios es Él el que hace de lo plural, es Él el que hace de lo
diverso, una Iglesia una, mucho más
rica.
Ahora, para eso, como alguna vez les he dicho, tenemos que descubrir qué
dones tenemos; porque tenemos que poner algo al servicio. Esto es lo que más
nos cuesta, descubrir cuáles son los dones que tenemos. Como les decía antes -por
lo menos me pasa con los más jóvenes, supongo que con los adultos es igual-
cuando yo les pregunto qué dones tienen, me contestan: “no, no sé…” parece que
no tuvieran. Y yo siempre les digo lo mismo: “Qué mal te hizo Dios, quejate,
decile de todo, grítale, te hizo un desastre; la verdad que no te quería nada
Dios, porque si no te da dones, ¿qué es lo que pasa? Te dio defectos nomás.”
Porque cuando nos preguntan por nuestros defectos tenemos una lista. Tal vez
podríamos preguntarnos qué es lo que transmitimos para que una persona piense
que tiene más defectos que dones, que una comunidad tiene más defectos que
dones, que una familia tiene más defectos que dones, que un país o que un mundo
tiene más defectos que dones. ¿Qué es lo que estamos transmitiendo, o qué es lo
que estamos mirando?
Lo central es mirar que Dios nos dio dones a todos. El problema no es que
no los tenemos, el problema es que no los miramos, el problema es que no los
descubrimos. Y hasta que no los descubro, no para creerme más que los demás,
sino por ser un agradecido con Dios, me puedo dar al servicio de los demás.
Pablo le dice a una comunidad que seguramente le está pasando lo mismo: todos
ustedes tienen dones y carismas. Si Pablo estuviera acá, y él era bastante más
firme que yo, nos diría bastante fuerte: todos tienen dones y carismas, descúbranlos
y pónganlos al servicio de la comunidad, pónganlos al servicio de todos. De esa
manera caminamos, y eso es lo que nos hace valiosos a los ojos de Dios. ¿Por
qué la Iglesia muchas veces dijo que nosotros no nos merecíamos las cosas de
Dios? Porque miró lo negativo, porque miró lo que no valía, porque miró el
pecado. En vez de mirar los dones, en vez de mirar que somos hijos, en vez de
mirar el amor que Dios nos dio. Eso no lo puede romper nadie. Eso es lo que el Espíritu
continuamente quiere movilizar, zarandear, para que descubramos en el corazón
cuánto tenemos para darles a los demás, eso es lo que quiere que nos animemos a
vivir cada uno de nosotros.
Hoy también nosotros estamos celebrando Pentecostés. Hoy tal vez no
escuchemos como ese día que las paredes se mueven, pero sí quiere mover
nuestros corazones. Algo mucho más profundo, porque quiere que nosotros nos
animemos a ser testigos, porque quiere que pongamos nuestros dones al servicio;
en donde estamos, en nuestras familias, con nuestros amigos, en nuestra
sociedad, en nuestro país, en nuestra comunidad, porque quiere que seamos
testigos. Hoy viene ese Espíritu que Jesús nos envía, y nos dice a nosotros, Yo
te envío, ve.
Pidámosle a Jesús, aquél que nos da su Espíritu, aquél que transforma nuestras vidas y nuestros corazones, que
nos dejemos ungir por Él, que nos dejemos transformar por Él, que nos dejemos
llenar por Él para ser sus testigos.
Lecturas:
*Hch 2, 1-11.
*Sal 103
*1Cor 12, 3b- 7. 12-13
*Jn 20, 19-23
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