viernes, 17 de mayo de 2013

Homilía: “Ustedes son mis testigos”- Ascensión del Señor


En la película Invictus, Mandela gana las elecciones para la presidencia en Sudáfrica. Cuando empieza su ministerio, se encuentra con una nación muy dividida, una nación enemistada, que tiene muchos bandos. Entonces comienza a pensar qué signos puede usar como estandartes para unificar a la nación, que ayuden a crear lazos entre ellos. Descubre así que lo mejor es a través del deporte; en este caso, el rugby. Por eso es que como venía el mundial, que iba a ser en Sudáfrica, y al equipo de los Springboks le venía yendo muy mal en toda la preparación, se contacta con el capitán, Pienaar. Empieza a hablar con Pienaar, a visitarlo, a estar atento, para que el equipo crezca y mejore. Y en una de estas visitas le hace una pregunta clave, muy concreta: “¿Cómo hacés para que tus compañeros sean mejores? ¿Cómo los inspirás?”
Creo que esta es una pregunta clave que todos podríamos hacernos, con respecto a aquellos que nos rodean en la vida. ¿Cómo hacemos para que los que están alrededor crezcan cada días más? Para que se sientan más importantes, para que se quieran y se valoren más, para que puedan tomar responsabilidades y madurar por sus propias manos. Para poner un ejemplo, en nuestra familia, confiando en el otro, ayudándolo a crecer; o también en un grupo de estudio, en un trabajo, en un club, creo que en todas las dimensiones de la vida esto es esencial. Obviamente que esto se hace a través de la confianza, a través de aprender a creer en el otro, y muchas veces es también necesario aprender a delegar. Pero lo central es, ¿cómo ayudo a que el otro crezca y madure? A que el otro se haga responsable, en palabras de Mandela, a que sea mejor; ¿cómo lo inspiro?
Si uno mira la vida de Jesús, Él fue haciendo constantemente eso con los discípulos; les fue dando confianza; no los dejó solos, sino que de a poco fue haciendo un camino. Al principio estuvieron con Él, los enviaba a predicar, les preguntaba cómo les había ido, les iba enseñando y cada vez los iba soltando más. Hasta que Jesús da la vida; y después de que resucita, vuelve a aparecer; pero ya no como antes, a veces está, a veces no está, de pronto lo tienen con ellos, de pronto no lo tienen más, y se tienen que acostumbrar a un nuevo tipo de presencia. Y cuando ya se están acostumbrando a ese nuevo tipo de presencia de Jesús en sus vidas, Jesús les dice: bueno, ahora me voy, ahora asciendo a los cielos. Y para ellos esto también es un nuevo salto, tienen que acostumbrarse a que Jesús no va a estar ya ni siquiera así. Y Jesús les dice que confíen, que crean, que les va a enviar a alguien que les va a recordar todo, que les va a enviar su Espíritu.
Creo que esta experiencia que los discípulos tuvieron, es la experiencia cotidiana de nuestra Fe. No siempre lo descubrimos presente a Jesús de la misma manera, hay días donde lo descubrimos muy presente, hay días donde nos cuesta más; hay momentos de la vida donde lo vivimos con mucha intensidad, hay momentos en los que nos preguntamos dónde está. La presencia de Jesús, el sentirlo en el corazón, va variando; y esto es normal porque es lo propio de cada vínculo. Si nosotros decimos que lo propio de la Fe es que nos vinculamos con Jesús, tenemos que entender que pasa lo mismo que en cualquier vínculo. Con un hijo, con una hija, con un padre, a veces nos sentimos más cercanos, a veces no; un marido con su mujer, o viceversa, novios, novias, amigos, en el trabajo; en cada vínculo tenemos momentos donde lo vivimos con más intensidad, más profundo, y momentos donde nos cuesta más. En el vínculo con Jesús sucede lo mismo, y tenemos que aprender a vivir todas las dimensiones o momentos de ese vínculo, y aprender a descubrir que eso es parte del camino, que lo central es cómo yo voy haciendo un proceso. Esto es lo que aprendieron los discípulos, y lo central es que permanecieron a pesar de los distintos momentos. Esa es la enseñanza que nos hace a nosotros; aprender a caminar y a permanecer en los distintos momentos de la Fe, en esos distintos momentos donde vamos sintiendo a Jesús en el corazón.
Pero también este tipo de presencia es porque Jesús cree y confía en nosotros. Tal vez si le hubiera preguntado Mandela a Jesús, ¿cómo haces para hacer mejores a tus apóstoles, a los cristianos? ¿Cómo los inspiras?, Jesús hubiera dicho, creyendo y confiando en ellos. “Ustedes son mis testigos”, les dice Jesús. Y uno podría preguntarse, ¿cómo hago para dar testimonio de Jesús? Si uno se compara dice, estoy en el horno, acá no tengo posibilidad. Y Jesús dice, van a recibir el Espíritu, quédense tranquilos, confíen, Yo creo en ustedes, ahora vayan y den testimonio. Esto es lo que nos ayuda a crecer, que nos animemos, día a día, a dar de lo que tenemos, a dar de aquello que Jesús puso en nuestro corazón, a compartir la Fe con los demás.
Podríamos decir que en la Fe no existe el llanero solitario, aquél que se va solo y no le importa nada. La Fe se vive, se comparte, se transmite en comunidad. Alguien fue testigo de Jesús para nosotros y por eso creemos. También nosotros podemos ser testigos de Jesús para otros, para que otros crean. Por eso la ascensión es como el gozne del otro lado de la puerta que es Pentecostés. Una nos abre a la otra, Jesús se va con la promesa de que el Espíritu viene, Jesús se va con la promesa de que “les conviene que Yo me vaya, porque hay alguien más grande que Yo que va a venir, que es el Espíritu”; con esa confianza en esa persona de la trinidad, esa confianza que tiene en nosotros.
Pidámosle en este tiempo poder abrir el corazón, para renovar la presencia del Espíritu en nosotros, para renovar ese don del Espíritu en nuestra comunidad, para que con mucha confianza podamos ser sus testigos.
Lecturas:
*Hch 1,1-11
*Sal 46,2-3.6-7.8-9
*Ef 1,17-23
*Lc 24,46-53


No hay comentarios:

Publicar un comentario