En la película Invictus,
Mandela gana las elecciones para la presidencia en Sudáfrica. Cuando empieza su
ministerio, se encuentra con una nación muy dividida, una nación enemistada,
que tiene muchos bandos. Entonces comienza a pensar qué signos puede usar como
estandartes para unificar a la nación, que ayuden a crear lazos entre ellos. Descubre
así que lo mejor es a través del deporte; en este caso, el rugby. Por eso es
que como venía el mundial, que iba a ser en Sudáfrica, y al equipo de los
Springboks le venía yendo muy mal en toda la preparación, se contacta con el
capitán, Pienaar. Empieza a hablar con Pienaar, a visitarlo, a estar atento,
para que el equipo crezca y mejore. Y en una de estas visitas le hace una
pregunta clave, muy concreta: “¿Cómo hacés para que tus compañeros sean
mejores? ¿Cómo los inspirás?”
Creo que esta es una pregunta clave que todos podríamos hacernos, con
respecto a aquellos que nos rodean en la vida. ¿Cómo hacemos para que los que
están alrededor crezcan cada días más? Para que se sientan más importantes,
para que se quieran y se valoren más, para que puedan tomar responsabilidades y
madurar por sus propias manos. Para poner un ejemplo, en nuestra familia,
confiando en el otro, ayudándolo a crecer; o también en un grupo de estudio, en
un trabajo, en un club, creo que en todas las dimensiones de la vida esto es
esencial. Obviamente que esto se hace a través de la confianza, a través de
aprender a creer en el otro, y muchas veces es también necesario aprender a
delegar. Pero lo central es, ¿cómo ayudo a que el otro crezca y madure? A que
el otro se haga responsable, en palabras de Mandela, a que sea mejor; ¿cómo lo
inspiro?
Si uno mira la vida de Jesús, Él fue haciendo constantemente eso con los discípulos;
les fue dando confianza; no los dejó solos, sino que de a poco fue haciendo un
camino. Al principio estuvieron con Él, los enviaba a predicar, les preguntaba
cómo les había ido, les iba enseñando y cada vez los iba soltando más. Hasta
que Jesús da la vida; y después de que resucita, vuelve a aparecer; pero ya no
como antes, a veces está, a veces no está, de pronto lo tienen con ellos, de
pronto no lo tienen más, y se tienen que acostumbrar a un nuevo tipo de
presencia. Y cuando ya se están acostumbrando a ese nuevo tipo de presencia de
Jesús en sus vidas, Jesús les dice: bueno, ahora me voy, ahora asciendo a los
cielos. Y para ellos esto también es un nuevo salto, tienen que acostumbrarse a
que Jesús no va a estar ya ni siquiera así. Y Jesús les dice que confíen, que
crean, que les va a enviar a alguien que les va a recordar todo, que les va a
enviar su Espíritu.
Creo que esta experiencia que los discípulos tuvieron, es la experiencia
cotidiana de nuestra Fe. No siempre lo descubrimos presente a Jesús de la misma
manera, hay días donde lo descubrimos muy presente, hay días donde nos cuesta
más; hay momentos de la vida donde lo vivimos con mucha intensidad, hay
momentos en los que nos preguntamos dónde está. La presencia de Jesús, el sentirlo
en el corazón, va variando; y esto es normal porque es lo propio de cada
vínculo. Si nosotros decimos que lo propio de la Fe es que nos vinculamos con
Jesús, tenemos que entender que pasa lo mismo que en cualquier vínculo. Con un
hijo, con una hija, con un padre, a veces nos sentimos más cercanos, a veces
no; un marido con su mujer, o viceversa, novios, novias, amigos, en el trabajo;
en cada vínculo tenemos momentos donde lo vivimos con más intensidad, más
profundo, y momentos donde nos cuesta más. En el vínculo con Jesús sucede lo
mismo, y tenemos que aprender a vivir todas las dimensiones o momentos de ese
vínculo, y aprender a descubrir que eso es parte del camino, que lo central es
cómo yo voy haciendo un proceso. Esto es lo que aprendieron los discípulos, y
lo central es que permanecieron a pesar de los distintos momentos. Esa es la
enseñanza que nos hace a nosotros; aprender a caminar y a permanecer en los
distintos momentos de la Fe, en esos distintos momentos donde vamos sintiendo a
Jesús en el corazón.
Pero también este tipo de presencia es porque Jesús cree y confía en
nosotros. Tal vez si le hubiera preguntado Mandela a Jesús, ¿cómo haces para
hacer mejores a tus apóstoles, a los cristianos? ¿Cómo los inspiras?, Jesús
hubiera dicho, creyendo y confiando en ellos. “Ustedes son mis testigos”, les dice Jesús. Y uno podría
preguntarse, ¿cómo hago para dar testimonio de Jesús? Si uno se compara dice,
estoy en el horno, acá no tengo posibilidad. Y Jesús dice, van a recibir el
Espíritu, quédense tranquilos, confíen, Yo creo en ustedes, ahora vayan y den
testimonio. Esto es lo que nos ayuda a crecer, que nos animemos, día a día, a
dar de lo que tenemos, a dar de aquello que Jesús puso en nuestro corazón, a
compartir la Fe con los demás.
Podríamos decir que en la Fe no existe el llanero solitario, aquél que se
va solo y no le importa nada. La Fe se vive, se comparte, se transmite en
comunidad. Alguien fue testigo de Jesús para nosotros y por eso creemos. También
nosotros podemos ser testigos de Jesús para otros, para que otros crean. Por
eso la ascensión es como el gozne del otro lado de la puerta que es
Pentecostés. Una nos abre a la otra, Jesús se va con la promesa de que el
Espíritu viene, Jesús se va con la promesa de que “les conviene que Yo me vaya,
porque hay alguien más grande que Yo que va a venir, que es el Espíritu”; con esa
confianza en esa persona de la trinidad, esa confianza que tiene en nosotros.
Pidámosle en este tiempo poder abrir el corazón, para renovar la
presencia del Espíritu en nosotros, para renovar ese don del Espíritu en
nuestra comunidad, para que con mucha confianza podamos ser sus testigos.
Lecturas:
*Hch 1,1-11
*Sal 46,2-3.6-7.8-9
*Ef 1,17-23
*Lc 24,46-53
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