martes, 16 de julio de 2013

Homilía: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos” – XIV domingo durante el año


Una de las experiencias más lindas que he tenido, es la de poder tomarme unos días para misionar; en general con jóvenes, a veces con algunos adultos. Obviamente que eso es la invitación que tenemos que tratar de vivir día a día. La misión es lo que hacemos en cada uno de los lugares. Pero a veces como experiencia fundante de lo que significa ir a llevar el evangelio para muchos jóvenes, es una experiencia muy gratificante y muy linda. Y me acuerdo, hace más o menos quince años, cuando era seminarista; estábamos llegando a un lugar a misionar, y uno de los chicos, Hernán, dice: “Comienza la mejor semana del año”. A él le encantaba misionar, hacía varios años que lo hacía, y estaba muy contento de que comience esa semana donde iba a compartir a Jesús.
A la noche, cuando hacíamos la oración para terminar el día, el que quería pasaba y daba algún testimonio de algo de lo que iba viviendo en la misión. La cuestión es que pasa una de las chicas, y dice: “Bueno, yo la verdad que venía con muchas expectativas; lo escuché además a Hernán cuando llegamos que dijo: “comienza la mejor semana del año”, pero después de estos días me pregunto ¿cómo será su año?” Porque parece que no le estaba gustando mucho la misión. Esa fue en los primeros días; luego fue cambiando un poco la imagen que tenía, y siguió misionando muchos años, pero ¿qué es lo que se encontró al principio de la misión? Se encontró con las dificultades. Uno va a misionar, duerme en el piso, come según como cocine cada uno de los chicos que le toca cada día, hace calor, a algunos la convivencia a algunos les cuesta un poco más. Entonces, en un primer lugar se encontró con aquello que le costaba de su propia vida. Sin embargo, al continuar profundizando, se encontró con lo central de esa experiencia, que es animarse a compartir algo profundo que uno tiene, que es el don de la Fe. Ese regalo que Dios nos ha dado. Poder compartir a ese Dios que tenemos en el corazón.
Si uno mira con detenimiento esta invitación que Jesús hace en el evangelio, también hay un montón de cosas que hasta son complejas, uno no las entiende de entrada. Dice: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos.” Y ¿quién quiere ser una oveja en medio de lobos? Esto es una gran dificultad. Los envía y les dice: no lleven nada, nada. Ni bastón, ni calzado, nada. Que les den lo que les den en el camino. La primera imagen es idílica, qué lindo todo lo que les van a dar. Pero, ¿y si no te dan nada por el camino? ¿Si no te alojan en una casa? ¿Si no te dan de comer? Hay un montón de dificultades.
Sin embargo, gracias a Dios, en este evangelio lo que es más profundo es la alegría de poder anunciar a Jesús. Tal vez ese primer enamoramiento de sentir: yo necesito, no sólo quiero, sino que descubro esa necesidad en el corazón de compartir con los otros esta buena noticia que he experimentado; de llevarle a los demás, aquello que a mí me ha transformado y cambiado la vida. Porque si uno mira con atención la vida de cada uno de nosotros, las cosas buenas que nos pasan, cuando tenemos una noticia importante, la queremos comunicar a los demás, se la queremos decir. A veces nos cuesta guardárnosla. Me pasa que viene alguna pareja que ha decidido casarse, y me dice, “Mirá, Mariano, queremos contarte que nos vamos a casar, todavía no se lo contamos a nadie así que te pedimos que no lo cuentes”. Yo les digo, “quédense tranquilos que yo trabajo de eso”; y me dicen, “queremos esperar un tiempo”. Y en general lo que pasa es que duran dos días y ya después la buena noticia la terminan contando, no aguantan. Las buenas noticias casi nos salen por los poros, queremos decírselas a los demás, queremos contagiar, porque eso nos alegra; es como expansiva la buena noticia que tenemos.
En este caso, debería suceder en la vida de cada uno de nosotros lo mismo con la Fe. Esa fe que tenemos, esa buena noticia de lo que se nos ha anunciado debería como salírsenos por los poros, porque queremos contarla a los demás. Ahora, esto tiene la misma dificultad que tenía en su época. A veces es difícil transmitir la buena noticia. A veces es complejo, a veces no nos escuchan, a veces no nos prestan atención, pueden pensar “tal cosa” de nosotros. Podemos ponerle nombre a las dificultades que también nosotros tenemos en anunciar. Somos enviados, como dice el evangelio, “como ovejas en medio de lobos”; pero somos enviados. La invitación siempre de Jesús es a compartirla. Por eso en primer lugar nos invita a no tener miedo, a animarnos a vencer esos miedos. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia no es nuestra. No es a nosotros a quien nos juzgan. La Buena Noticia es de Jesús, es a Jesús al que llevamos, en todo caso están juzgando a Jesús. Por eso Jesús les dice, no se preocupen, sacudan el polvo de sus pies, ellos se harán cargo de no recibirme. Pero no es que no los recibieron a ustedes, no me recibieron a Mí, no me abrieron el corazón a Mí.
En segundo lugar, y todavía mucho más alentador en ese sentido, es que somos cosechadores, no somos sembradores, a veces creemos que tenemos que hacer que el otro crea. No somos nosotros los que tenemos que hacer que el otro crea. Jesús nos dice: ustedes van a cosechar lo que yo puse en el corazón del otro. Y lo que falta es gente que se anime a cosechar eso, que se anime a acercarle la buena noticia al otro. Obviamente que nos vamos a encontrar con la libertad del otro, que puede creer en Jesús o no, pero lo que nos toca a nosotros no es hacer surgir la fe del otro, sino que pueda escuchar su propio corazón, y por eso somos instrumentos, por eso se nos envía a que nos animemos a, de alguna manera, hacerle escuchar a ese Jesús que ya le ha hablado a su propia vida.
En tercer lugar nos dice que no tengamos vergüenza. Si para nosotros la Fe es algo importante, si para nosotros es una Buena Noticia, no tenemos que tener vergüenza de aquello en lo que creemos. Por eso tenemos que tener ese convencimiento del que tiene un tesoro, tener ese convencimiento de que lo que yo tengo es importante para el otro. Creo que una de las consecuencias de esta vergüenza, muchas veces ha sido la privatización de la Fe, en el sentido individualista. “Es mi vínculo y mi relación con Jesús”.  Pero para que maduremos en nuestro camino de Fe, necesariamente tenemos que vivirla en comunidad. La Fe siempre se vive en comunidad, la Fe se tiene que compartir, y la Fe se tiene que anunciar. Si no me quedo en el primer estamento: recibí una fe, pero me quedo en mi infancia espiritual, nunca crezco. Yo crezco en edad, pero mi fe queda pequeña. ¿Por qué? Porque no la comparto en comunidad, porque no me convierto en misionero. Por eso Jesús los envía.
El compartir la Fe, el llevarla a otros, los va a hacer madurar y crecer. Les va a hacer dar un paso, dar un salto. Por eso también los envió de dos en dos. “Yo los envío de dos en dos.” Uno podría decir, sí, históricamente, para que un testimonio fuera válido, tenía que haber dos. No sé desde cuando a Jesús le importaron mucho las reglas de la época, anunciándoles a mujeres, haciendo un montón de cosas, resucitando y la primera que lo ve es una mujer. Rompe reglas y tradiciones bastante a menudo. Yo creo que lo que quiere es que vayan de dos en dos para que primero vivan el evangelio con el que tienen al lado, que aprendan a compartir y a vivir a Jesús con aquél que tienen más cerca. Y eso cuesta muchas veces. A veces nos es más fácil con el de más lejos que con el más cercano. Porque el roce de todos los días, la cotidianeidad, el conocernos más, a veces nos hace más difícil ese compartir a Jesús, ese volver a tener esos signos evangélicos que Jesús nos invita. Ahí hay que volver a dar pasos. Jesús les dice “Yo los envío de dos en dos”, y esto a veces va a ser difícil. Le va a costar hasta a Pablo, eh.  A Pablo le tuvieron que cambiar el compañero de camino varias veces a lo largo de su vida. Parece que dentro de los muchísimos dones que tenía era un poco cabeza dura, y algunas cosas en el vínculo le costaban. Pero se animó a seguir profundizando y anunciando, y llegó a descubrir qué era lo importante en cada momento. Pablo dice, la circuncisión ya no sir   ve para nada, no se peleen por eso. Esto es una tradición antigua; ¿qué es lo que hoy es central en Jesús? Esa es la invitación en cada momento. Eso nos toca a todos nosotros. ¿Qué es central en Jesús hoy?
Si escuchamos a Francisco, una de las cosas que dice es esto: salgamos, quiero una Iglesia que salga, quiero una Iglesia que anuncie, quiero una Iglesia que si es necesario se accidente, y no se enferme privatizándose. Quiero una Iglesia que se anime a ir al encuentro del otro. Esta es la invitación de Jesús. ¿Por qué? Porque eso es lo que cambia las vidas. Esta es la primera lectura. Si Dios entra a ese pueblo, a Jerusalén, eso les trae una paz distinta. Si nosotros nos animamos a dejar entrar a Jesús en nuestras vidas, en nuestra familia, si lo llevamos a los demás, eso trae una paz, una alegría, que se vive de una manera mucho más profunda y diferente. Cuando uno deja entrar a Jesús en su vida, tiene que tener la certeza de que algo va a transformarse, de que algo va a cambiar. Pero para eso nos invita a cosechar, para eso nos hace discípulos y nos envía a los demás.
Pidámosle hoy en este día a Jesús, que escuchemos ese llamado al corazón que nos hace, que le pidamos que día a día haga crecer nuestra fe, y nos invite a compartirla.

Lecturas:
*Is 66,10-14c
*Sal 65
*Gál 6,14-18

*Lc 10, 1-12.17-20

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