martes, 16 de julio de 2013

Homilía: “Ve y procede tú de la misma manera” – XV domingo durante el año


En la película “7 almas”, Tim Thomas es un empresario que por algunas circunstancias de la vida decide ayudar, con algo que a él le cueste mucho, a 7 personas que lo necesiten. Y empieza a caminar, en el transcurso de la película, buscando esas siete personas que de alguna manera “se merezcan”, podríamos decir, esa ayuda que él les quiere dar. Hay un momento donde él hace como un monólogo, donde dice que en este momento hay 6.470.818.671 habitantes en el mundo. “Algunos huyen a sus hogares, otros vuelven a sus casas; algunos son hombres malos en guerra contra el bien, otros son hombres buenos luchando contra el mal; 6 mil millones de personas en el mundo, 6 mil millones de almas, y hay veces que sólo necesitas una.”
Creo que esa experiencia de él, que está buscando esa persona, que la necesita para algo, es la experiencia cotidiana, que en diferentes maneras y con otra profundidad, también nosotros percibimos en la vida. Esa persona que en algunos momentos nos comprenda cuando nos sentimos incomprendidos; esa persona que nos escuche cuando sentimos que nadie nos escucha; esa persona que camine con nosotros cuando nos sentimos solos; ese abrazo que nos traiga paz y consuelo al corazón cuando necesitamos alguien que nos dé afecto, que esté a nuestro lado; esa palabra de consuelo que me cambia el día, que cambia mi humor, que me hace sentirme de una manera diferente. Esto y muchas cosas descubrimos que necesitamos, a lo largo del día, de las semanas, del año.
Creo que ninguna persona madura, o que no sea altamente narcisista, va a decir que no necesita de los demás. Toda persona cuerda se da cuenta de que necesita del otro. Continuamente necesito del otro. El problema no es que yo necesito del otro. El problema es que el otro se dé cuenta de esa necesidad que yo tengo en el corazón, explícita o no explícita; que el otro descubra esa necesidad. Porque - por lo menos me pasa a mí -, vamos como midiendo: “yo me doy hasta acá”; “yo me entrego hasta acá”; “yo ayudo hasta acá”; “yo busco al que necesita hasta este punto”. Esto creo que es la pregunta que hace el doctor de la Ley en este evangelio tan conocido: “¿Quién es mi prójimo?” La pregunta está escatimando. Si está preguntando quién es mi prójimo, entonces no son todos. De alguna manera está pidiendo, “decime hasta dónde”.
Y es acá donde Jesús va a hacer un cambio, donde le va a terminar preguntando ¿quién se comportó como el prójimo del otro? Es tan radical el cambio que hace Jesús, que lo que dice es que yo tengo necesidad del otro. Pero no solamente que tengo necesidad para que me escuche, para que me acompañe, yo tengo necesidad de servir al otro, yo tengo necesidad de que el otro transforme mi vida.
En general nos pasa que nos sentimos que somos personas buenas, que hacemos las cosas bien, y que a veces damos como un plus: “bueno, doy algo más”; “ayudo en esto”; “soy generoso en esto”. Y ahí me siento mucho mejor; como que esos son momentos extraordinarios donde doy un plus más de mí. Y Jesús dice: “no, a ver, esperá. En realidad vos sos el que tenés necesidad del otro. Cuando das ese plus, cuando te preocupas de aquél que está, en este caso, al borde del camino, es porque vos lo necesitas. Vos necesitas del que está enfermo, vos necesitas del que tiene hambre, vos necesitas de aquél que está solo.” Por eso termina diciendo: obra así y vas a alcanzar lo que querés, aquello que te va a llenar el corazón, aquello que te va a llevar a la Vida Eterna. Ese es el camino.
El problema es que nosotros creemos que damos algo al otro cuando en realidad debiéramos descubrir que estamos recibiendo mucho más. Porque eso me agranda el corazón, porque eso me hace una persona nueva, porque eso me hace un corazón mucho más cercano al de Jesús. El problema es que esto cuesta, y nos cuesta a todos. Por eso Jesús tiene que poner este ejemplo, que empieza casi curiosamente, porque ¿qué necesidad tiene un doctor de la Ley de acercarse a Jesús y decirle, “¿qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna, para ir al cielo, para salvarme?”? Y Jesús le contesta: “¿qué está escrito en la Ley?” El hombre ya sabe lo que tiene que hacer. No es ese el problema. “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Esto se aplica también para nosotros. En general sabemos lo que tenemos que hacer; o lo que quisiéramos hacer; o aquello que nos hace mejores personas, que nos hace personas más nobles, más buenas; eso lo sabemos. Nuestro corazón casi lo grita. El problema es que a veces, nuestra cabeza, nuestra humanidad, pone límites, pone como cerrazones: “Bueno, pero… ¿tan así es?”; “¿quién es este prójimo?”; “¿cuántas veces tengo que perdonar?”; “¿hasta cuándo lo tengo que ayudar?”. Es acá donde Jesús pone esta parábola maravillosa, en la que hay un hombre que fue asaltado, que estaba medio muerto, y que pasó un sacerdote, pasó un levita (sería como un sacerdote de segunda orden), y siguieron de largo; y pasó un samaritano y lo ayudó.
Ahora, en general nosotros nos quedamos con la ayuda nada más. Pero si Jesús hubiera querido decir eso en esta parábola hubiera empezado por el final. Hubiera dicho: “había un hombre que lo asaltaron, pasó un samaritano y lo ayudo”. ¿Por qué dice los dos primeros? Es más, creo que no tendría ni que haber dicho que era un samaritano, porque también decir esto tiene un significado. Podría haber dicho, “un hombre bueno que se preocupó”. Pero no dice eso, y ¿por qué no dice eso? Porque en realidad, esta parábola no sólo muestra cómo me tengo que comportar con mi prójimo. Es una parábola que critica la religiosidad de la época. Va al corazón de lo que la religión está viviendo; y les está mostrando que una religión que no se preocupa por el hermano no tiene sentido, es una religión vacía. No se encuentra con nadie, les está diciendo.
La voy a traducir como si Jesús estuviese hoy, para que la entendamos un poquito mejor. Hoy seguramente Jesús hubiera dicho que a un hombre lo asaltaron, lo dejaron tirado en el camino, y por el costado pasó un obispo. Pasó un obispo, lo miró, y siguió de largo. Después, pasó un sacerdote, lo vio, y siguió de largo. Y la pregunta es ¿quién es el buen samaritano? Bueno, en ese entonces, el problema con los samaritanos no es solamente que estaban peleados con los judíos. Están peleados por un tema religioso. Para los judíos, los samaritanos son aquellos que viven mal su fe, son aquellos que los judíos desprecian de la fe, como diciendo: éstos nos pueden participar. Y es difícil, tendríamos que pensar nosotros, quiénes despreciamos en la fe. Y ese ejemplo usaría Jesús. Pasó un homosexual, alguien que se separó y se volvió a casar; piensen ustedes quienes piensan que están afuera de la religión, y Jesús va a elegir ese. Y fue y se preocupó. Lo llevó a su montura, lo curó, lo puso en un albergue, y pagó de más.
La crítica de Jesús no es sólo al que no se preocupa por el hermano, es al judío que no encuentra a Dios. En el fondo, al judío sacerdote, levita; al obispo, al sacerdote cristiano; cualquiera que se encuentra con un Dios que crea él, que tiene una piedad vacía. ¿De qué me sirven un montón de cosas si no me llevan a transformar mis vínculos con los demás? Eso es lo que está diciendo Jesús: podés rezar, podés adorar, rezar el rosario, ir todos los días a misa, pero si eso no te transforma, ¿con quién te estás encontrando? Esa es la pregunta. Recién vamos a descubrir si te encontraste con Dios, cuando te preocupes por tu hermano, y eso a veces va a hacer ruido.
Ustedes saben que el Papa hace poco hizo su primer viaje. Éste fue muy significativo porque fue a Lampedusa, que es una isla en el sur de Italia donde están los que llegan de África. La mayoría de los que quieren salir de África se mueren antes de salir, muchos se mueren en el barco o las lanchas, o lo que consiguen, y algunos llegan hasta esa isla, y quedan ahí. Tal vez eran los que estaban al borde del camino hoy ¿no? Fue muy significativo, es claro el ejemplo que puso él. Por eso le está saltando a la yugular toda la derecha italiana ahora. Berlusconi y compañía. “¿Cómo vas donde están los inmigrantes? Ellos no pueden entrar acá.”
Yo creo que eso lo hubiera hecho Jesús, hubiera ido ahí, a los que nosotros dejamos en el camino, los que nos parece que como sociedad no entran. Bueno, como cristianos tienen que entrar, no sé cómo, dice Jesús, pero si no entran no nos estamos preocupando por ellos, no estamos escuchando a Jesús. En el fondo, decía él, vivimos en la época de la globalización, la globalización de la indiferencia, somos indiferentes ante el hermano. Jesús dice: el que no se preocupa por el hermano, todavía no escuchó a Dios. Está escuchando algo; pero a Dios no lo escuchó verdaderamente en el corazón. Porque eso es lo que transforma, y eso es lo que nos invita a nosotros, a que nuestra piedad no sea una piedad vacía.
Tal vez podríamos pensar, hoy estamos participando, estamos escuchando la Palabra de Dios, nos estamos alimentando, nos vamos a alimentar de Jesús en esta mesa; del pan, del vino, en su Cuerpo y en su Sangre. Bueno, ¿cómo va a transformar esto en esta semana mi corazón? ¿Quién está a ese borde del camino y yo me voy a preocupar? Porque si no es lo mismo que les está diciendo acá: ¿con quién se encuentran? Esto tiene que de alguna manera cotejarnos, tiene que calar hondo en nuestro corazón. Para que nosotros digamos, bueno, yo escuché esta parábola y quiero que me transforme. A ver, Jesús los está provocando acá. Les está dando un cachetazo y diciendo: “reaccionen, fíjense lo que pasa”. A nosotros nos dice lo mismo: andá, fíjate en tu familia, en tu trabajo, quién queda de lado. En la calle, en donde fuera, ¿por quién te podés preocupar hoy? Esa es la pregunta de Jesús.
Creo que hoy podemos ponerle nombre a esta parábola y pensar nosotros por quién nos tenemos que preocupar. ¿Quién es nuestro prójimo?; ¿de quién nos estamos comportando como prójimos?; ¿de qué manera estamos amando y entregándonos por los demás?

Hoy creo que Jesús también nos dice a nosotros: “Ve y procede tú de la misma manera.”       

Lecturas:
*Deut 30,10-14
* Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37
*Col 1,15-20
*Lc 10,25-37 

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