lunes, 23 de diciembre de 2013

Homilía: “¿Cuánto confío?” – IV domingo de Adviento


El año pasado salió una película francesa muy linda que se llama “Amigos Intocables”. En ella, Philip es un hombre muy rico que tuvo un accidente en parapente y queda tetrapléjico. A partir de eso, cambia su manera de vivir, cambia su vida; Philip se encierra en sí mismo, a partir de esto tan duro que le pasa. Y llega un momento en que tiene que contratar una persona que lo ayude para su vida, y entre los que entrevista se le presenta un hombre, Driss, totalmente distinto a él. Un hombre de los suburbios, que tiene antecedentes penales, que es muy frontal, muy directo, y lo termina contratando. Y él dice que lo contrata porque no le mostró ninguna condescendencia o compasión frente a lo que le pasaba. Él estaba cansado de que la gente se mostrara constantemente compasiva y condescendiente por lo que a él le había ocurrido. Y esta amistad que se termina generando, les va a cambiar la vida a los dos, les va a abrir un nuevo horizonte. Pero me voy a centrar en la figura de Philip, porque el encontrarse con Driss, este hombre más sencillo, más frontal, que le dice las cosas, lo va a invitar a salir de su  proyecto, de su estilo de vida, y a pensar si se quiere animar a algo distinto y nuevo. A pensar si la vida llegó hasta ahí en sus planes, o si puede intentar lanzarse a buscar aquello que verdaderamente lo haga feliz.
Pensaba esto en consonancia con lo que hablábamos la semana pasada -¿se acuerdan?- de que nosotros tenemos distintas expectativas en la vida; y que en general esas expectativas no se cumplen de la manera que uno espera o piensa. En este caso esto se produjo por un accidente, donde todo cambia. Pero que lo importante no era que las expectativas se cumplieran o no, sino la capacidad de adaptarnos a la nueva realidad, la capacidad de descubrir que esto es lo que hoy me toca. Porque en ese caso Philip se puede quedar con la nostalgia de cómo era su vida antes del accidente o descubrir que más allá del duelo y lo difícil de lo que pasó, hay una vida y una promesa todavía delante.
Creo que podemos encontrar una analogía entre lo que le pasa a Philip y lo que le pasa a José en este evangelio. José tiene pensada toda una vida con María, seguramente se ilusionó con la familia que iba a formar; hasta que María le dice que está embarazada y José no entiende nada de lo que está pasando, obviamente. Y el evangelio nos dice que como era un hombre justo (traducido sería: “como era un hombre bueno”), decide abandonarla en secreto para que María no tenga problemas. Es ahí donde se le aparece en sueños este ángel y le explica cuál es la promesa que Dios tiene delante. Es decir, José es un ejemplo claro de aquél que tiene que cambiar su proyecto de vida, las expectativas que tenía, aquello que él deseaba. Y la pregunta es si va a confiar en este proyecto de vida al que Dios lo invita; si se va animar a adaptarse a esto nuevo, y a creer en aquello a lo cual Dios ahora lo lanza.
Ahora, si uno mira con atención, esto sucede en las tres lecturas que acabamos de escuchar. En la primera lectura, Ajaz tiene un problema, que es que el Imperio Asirio ha crecido de una manera desbordante, entonces quiere cambiar lo que venía haciendo hasta ese momento. ¿Qué es lo que pasa? Frente a ese imperio que ha crecido, dice: bueno, tenemos que aliarnos con nuestros enemigos y hacer lo que ellos nos piden. Pero Isaías se le presenta y le dice: No, pará, tu confianza está puesta en Dios, vos tenés que confiar en Dios. Como Ajaz no cree, Isaías le dice, pide un signo y Dios te lo va a dar, para que confíes, para que creas. Y Ajaz le contesta con una frase muy piadosa, que puede parecer muy linda, que es “Yo no tentaré a mi Dios”, pero en el fondo le está diciendo, yo no voy a confiar en Él, yo ya elegí el camino. No se anima a confiar, más allá de la dificultad del problema, en aquél camino que Dios lo invita a transitar. Esto es interesante porque a veces en las frases más piadosas como esta, nosotros podemos esconder un no animarnos a ciertas cosas, no lanzarnos, no querer dar ciertos pasos. Me quedo en esta frase que parece muy linda, y en eso me escudo.
Por el contrario, en la segunda lectura, de la carta de los Romanos, Pablo comienza diciendo: “Yo, apóstol de Cristo, servidor de Dios”, y si uno mira la vida de Pablo, dice: en realidad no había nadie más lejano de ser eso. Era una persona que no creía en el cristianismo, que mató cristianos, que hizo tal cosa y tal otra. Pero en un momento Dios lo invita a que crea y que confíe en Él, cambiando totalmente su vida. Pablo va a creer, va a confiar, va a aceptar ese amor, esa misericordia y ese perdón de Dios en su vida, hasta constituirse apóstol. Va a descubrir que en Dios, adelante, si él cree en Él, hay una promesa mucho más grande. No se va a quedar atado al pasado, ni siquiera lo que fue su vida; ni siquiera lo que hizo mal. Pablo se va a lanzar hacia delante, descubre que la promesa de Dios siempre está adelante.
En José, como les dije recién, sucede lo mismo. Hay un cambio en su vida, y la pregunta es si va a confiar en ese cambio o no, si va a confiar en ese Dios que le muestra algo distinto.
Ahora, podríamos mirar que en casi todos los casos aparecen dudas y preguntas. En el caso de José, lo que a él le surge es: me voy a ir, abandono esto, voy para otro lado; en el caso de María, escuchamos hace un par de semanas, es: ¿cómo es posible esto?, ¿cómo puedo quedar yo embarazada? No tengas miedo, le dice el ángel. No es un problema que nos aparezcan dudas o preguntas, eso es intrínseco a nosotros. Frente a la nueva realidad, nos vamos a preguntar cosas, vamos a dudar, vamos a mirar hacia dónde queremos ir, pero la respuesta va a ser, más allá del camino que tomemos, si creemos y si confiamos en lo que Dios nos invita, si nos animamos a dar ese paso. Esa es la gran pregunta de esta Navidad.
Cuando uno mira la vida de San José o la vida de María, dos mil trece años después, parece muy fácil la respuesta. Pero seguramente fue muy difícil, fue agarrarse a algo pequeño y confiar. Hoy uno mira y dice: bueno, qué fácil, a María y a José se les apareció el ángel. No creo que haya sido fácil. Seguramente les aparecieron un montón de preguntas en el corazón, pero se animaron a poner su esperanza y su confianza en Dios; casi como lo que va a pasar en esta Navidad. Creer y confiar en un niño muy pequeño, vulnerable. A nosotros en general nos es fácil confiar en Dios cuando pensamos en un Dios todopoderoso, omnipotente, pero ¿somos capaces de pensar en un Dios pequeño, niño, humano, que se va gestando, que va creciendo? ¿Somos capaces de confiar en una promesa pequeña, que hoy no la vemos tan clara, en la que tenemos que dar un salto grande, en la que nos tenemos que jugar? Porque eso es la fe, eso es la confianza.
A ver, a veces nosotros medimos la fe por la cantidad de cosas que hacemos. Me voy a poner a mí como ejemplo. A ver, ¿cuánta fe tengo? Celebro misa todos los días, rezo todos los días, hago o intento hacer bastantes obras de caridad, ayudar al otro. Si sumo todo esto, digo: yo tengo bastante fe, porque hago todo esto. Ahora, no está mal eso, ojalá siempre lo podamos hacer; pero eso es una parte de la fe, es el primer inicio. Yo creo que la fe, o el mejor termómetro para la fe es ¿cuánto confío? La capacidad que yo tenga de confiar y de soltar las cosas es cuánto estoy creyendo. Mientras yo tenga todas las cosas agarraditas, todavía no me animé a dar este paso que se le pide a San José, que se le pide a María, que se le pide a Ajaz. Está bien, muy lindo Dios, es mi Dios, pero el camino lo decido yo. No me suelto a Dios, no me animo.
Creo que a las puertas de la Navidad, podríamos pensar en qué yo quiero tener las cosas controladas, y me cuesta confiar, en qué no me abandono en Dios. Ahí vamos a descubrirnos en el mismo lugar que María, en el mismo lugar que José, y en esa disyuntiva de ver si me arriesgo, si me juego, si elijo ese camino de la fe que es soltarlo todo y ponerlo en manos de Dios.
Si quieren, el último ejemplo de lo que es la fe es Jesús en Getsemaní, se abandona en Dios. Padre, yo esto no lo quiero, pero si vos me lo pedís, lo hago. Creo y confío en Dios. Va a tener que dar la vida.
Bueno, a nosotros también hoy, en distintas cosas de nuestra vida, se nos pedirá que creamos, que confiemos, arriesgando la vida, jugándola, dando un paso.
Pidámosle a José, hombre justo que se animó a poner su fe y su confianza en Dios, que él también nos muestre el camino.
Lecturas:
*Is 7,10-14
*Sal 23,1-2.3-4ab.5-6
*Rom 1,1-7

*Mt 1,18-24

No hay comentarios:

Publicar un comentario