lunes, 9 de diciembre de 2013

Homilía: “El amor siempre se abre a una promesa más grande” – Inmaculada Concepción de María


En la película “Diario de una Pasión”, Noah y Allie se conocen en el verano de 1940, en Seabrook. Ella, que es de una familia muy bien acomodada económicamente, va a pasar el verano ahí; y él es un obrero bastante sencillo y pobre. Pero nace entre ellos una fuerte atracción, una relación amorosa, podríamos decir, y comienzan a frecuentarse. Esto trae muchos problemas. En primer lugar por la diferencia social tan fuerte que había entre ambos, y los inconvenientes que esto traía, sobre todo por la familia de ella que se oponía; segundo por el carácter que ambos tenían, que era un poco complicado. Más allá de eso, van creciendo, de a etapas, en ese amor. En uno de esos momentos en que están juntos, ella lo mira a él a los ojos y le pregunta si cree que el amor de ellos puede obrar milagros. Noah le responde: “Oh, sí, lo creo. Por eso siempre vuelves a mi lado.” Allie vuelve a preguntar, “¿Crees que nuestro amor nos sacará de aquí juntos?”, y él responde, “creo que nuestro amor puede hacer aquello que nos propongamos.”
Creo que esta última frase que él utiliza, es justamente a lo que va esencialmente el amor, a derribar las barreras. En general cuando uno ama o se siente amado es cuando se siente más libre; el amor es fruto de la libertad. El amor verdadero nace de un corazón que es libre, que puede elegir. El esclavo es aquel a quien le coartan la libertad, es el que no puede amar, el que no puede elegir qué es lo que quiere, pero el amor es el que cada vez nos hace más libres, por eso es el que nos da alas, nos deja ir hacia donde queremos. Por eso hacemos un montón de cosas, a veces aunque algunos no lo comprendan, o no les guste la persona con la que uno sale, porque ese amor es mucho más fuerte que aquellos inconvenientes que uno va teniendo. El amor es ese que nos permite crecer en la confianza.
Podríamos tomar tal vez dos imágenes básicas de ese amor, que muchas veces entra por la mirada. Tal vez el ejemplo de una madre con su niño recién nacido, se miran, y basta con encontrarse en esa mirada. En esa mirada el niño se siente amado, protegido, y esa desnudez del niño es esa desnudez del corazón, de estar con aquella persona amada. O una pareja, que se quiere, que se ama; basta con mirarse y que su mirada se encuentre. Tantas veces le pedimos al otro: “Mirame cuando me hablás. Mirame a los ojos.” Uno quiere encontrarse. El encuentro verdadero no es sólo a través de la palabra sino cuando yo pongo todo en función del otro; en especial esos ojos, que me miran, que me conocen, que me aman.
Ahora, esto que a veces parece tan simple sobre todo cuando uno es niño, los vaivenes de la vida nos lo complican. Cuando uno es chiquito se siente querido y amado y es capaz de abrir totalmente el corazón. Pero después a lo largo de la vida nos cuesta mucho más. Abrirnos al otro nos cuesta; a veces porque no nos sentimos del todo amados, a veces porque el otro no nos ama verdaderamente, a veces por nuestros miedos. Y vamos viendo qué parte nuestra mostramos al otro. Esto es muy propio de los jóvenes, pero no sólo de esa edad. Nos preguntamos, ¿qué es lo que yo tengo que decir acá? Porque si estuviera en otro lado digo otra cosa. Acá me muestro de una manera, y digo ciertas cosas porque hasta acá puedo llegar; o dejo de decir ciertas cosas, de mostrar cierta parte de mi vida, por miedo a lo que el otro pueda pensar. En el fondo, no me siento totalmente amado, porque no puedo abrirme. Lo mismo con lo que hago; acá hago ciertas cosas, en otro lugar hago otras, y me muestro de maneras diferentes. ¿Por qué? Porque no me siento verdaderamente amado. Y es ahí donde yo creo que tendríamos que entender, como hace un tiempito decíamos, qué es lo que significan las palabras. Porque se supone que una amistad debería ser un lugar donde yo puedo ser como soy, yo puedo hablar como soy. Eso en la teoría es muy lindo, pero muchas veces no tenemos esa libertad para mostrarnos como somos; en un noviazgo, en un matrimonio, en una relación padre-hijo. Más allá de las etapas psicológicas, en las que uno necesita ciertas distancias; cuando hay cosas que no podemos decir, la pregunta es ¿qué es lo que está pasando acá? Sin juzgar ninguno de los dos polos, preguntarse cuál es el amor que no me deja ser libre.
Yo creo que si hay alguien que a lo largo de su vida y de su historia se sintió amado por una mirada fue María. Se sintió tan llena de esa mirada amorosa de Dios es su corazón, que a lo largo de su vida quiso transmitirla a los demás. Recibió tanto amor en su corazón que dijo: este amor tengo que llevarlo a los demás. Y fíjense de qué manera lo ha llevado que nuestros pueblos latinoamericanos son tan marianos, que a veces casi que ponen a María por encima de Jesús. La imagen de María es muy fuerte, porque irradia, porque transmite, porque casi como un espejo, devuelve el amor de Dios hacia nosotros. Pero ese amor que María recibe parte en primer lugar de ese amor especial que Dios le tuvo.
Hoy estamos celebrando la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ese fue un regalo que Dios quiso hacerle a aquella que iba a ser la madre de su hijo. Hay un autor que dice que el único que pudo elegir a su mamá fue Jesús, y que entre ellas eligió a la mejor de todas. Pero creo que esa elección que Dios hizo de María, ese regalo de la inmaculada concepción, es lo que ella después fue reafirmando durante todos los momentos de su vida.
A veces a nosotros las cosas nos entran como por vía negativa. Eso tiene un problema, porque se hace más difícil. Por ejemplo, a veces decimos: “no mintamos”. Eso es mucho más difícil de aprender que decir: “digamos la verdad”. Porque el que da la fuerza es el valor; eso es lo que nos ayuda a crecer. Cuando queremos educar desde lo negativo, es un camino mucho más largo, porque no tenemos en cuenta cuál es el valor que hay detrás, porque no es tan explícito, porque no se muestra. Bueno, en esto, salvando las distancias, pasa lo mismo. A veces ponemos la fuerza en que María fue preservada del pecado original; hay una frase tradicional que dice: “Ave María Purísima, sin pecado concebida.” Ese es un muy lindo regalo que Dios le hizo a María, no a nosotros. Cuando nosotros ponemos la fuerza en vivir eso, es imposible, porque ya nacimos con el pecado original. Rompanse la cabeza pero no hay forma de vivir eso. Lo que sí hay forma de vivir, es lo que María hizo después, porque nosotros en el Bautismo somos sanados de ese pecado original. María es la llena de gracia, en ella se hizo esa preservación, pero ella lo tiene que elegir también, y a nosotros se nos invita a lo mismo. Tenemos que acoger en el corazón, aceptar, esa gracia de Dios; decirle que sí continuamente y en todo momento; animarnos a ir haciendo ese camino.
Esa herida es la que se muestra en la primera lectura, y por eso Adán y Eva se esconden porque tienen miedo, por eso se sienten desnudos; esa desnudez del cuerpo es mucho menos profunda que la desnudez del corazón, de empezar a dudar de ese amor de Dios. Esa duda que nosotros también tenemos a lo largo del camino. Pero lo lindo sería que lo vayamos reeligiendo y animándonos a aceptarlo en cada momento.
Vamos a poner un ejemplo de cómo uno tiene que ir haciendo camino. En el evangelio de hoy, a María, que se la preservó de este pecado, se le pide que dé un paso más, que sea la madre de Jesús. Ahora, esto no es fácil para María; primero se asusta frente a esa novedad, frente a ese Ángel que se le hace presente. En segundo lugar le dice: ¿cómo puede ser posible esto? Yo no tuve relaciones. Pero va a tener que acoger eso en su corazón y decir: yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí esto. Y no pasa solamente acá que María va a tener que dar un paso en este amor. Va a pasar a lo largo de la vida de Jesús, cuando su hijo está muriendo en la cruz, y tiene que aceptar que Dios está entregando a su hijo, que Dios deja que su hijo muera; tiene que repreguntarse, integrar en el amor el sufrimiento, lo que no entiende, lo que está pasando ahí.
El amor no se acaba en un momento, el amor siempre se abre a una promesa más grande; por eso tenemos que volver a reencontrarnos en esa mirada, y volver a profundizar en el amor, porque a veces las palabras se las lleva el viento. A veces nosotros no nos damos cuenta de lo que prometemos y decimos; es imposible que en ese momento nos demos cuenta. Lo que hacemos en general es abrir puertas a una promesa que es mucho más difícil. Por ejemplo, cuando uno dice: vamos a ser amigos para toda la vida, voy a ser tu amigo pase lo que pase. Tiene una carga muy fuerte, ¿alguien sabe lo que está diciendo con eso? Después a la primera de cambio dice: chau, no sos más mi amigo, se acabó. ¿Por qué? Porque uno tiene que integrar un montón de cosas en el amor. Para que esa amistad perdure, yo tengo que lograr que aun aquello que me cuesta, yo lo pueda perdonar, lo pueda soportar. Otro ejemplo podrían ser las parejas cuando se casan, y dicen: prometo serte fiel, en la salud, en el sufrimiento, en la enfermedad. Es lindísimo, pero uno piensa adentro: no tienen ni idea de lo que están diciendo. Tal vez algún matrimonio lo puede explicar, ¿tenían idea de lo que estaban diciendo ese día? ¿Tenían idea de lo que eso significaba? Alguna vez una pareja me contó que el sacerdote les preguntaba: “Bueno, y si él se queda cuadripléjico, ¿te vas a quedar con él? No es eso lo que uno tiene que hacer, sino que hay que reafirmarlo en cada momento de la vida.
Como dice Pablo, aprender que el amor no es solamente el servicio, las ganas, lo lindo; sino el perdonar, el soportar, el integrarnos, el reencontrarnos cuando estamos lejos. Uno tiene que volver a hacer carne esas palabras. A ver, lo mismo digo para nosotros, los sacerdotes; cuando nos ordenamos decimos al obispo, “prometo respeto y obediencia a ti y a tus sucesores”, y después nos peleamos a los dos minutos acá enfrente; y cuando nos pide algo nos cuesta, y a veces no queremos. ¿Por qué? Porque una cosa es decirlo, otra cosa es encarnarlo. El problema no es lo que estamos diciendo, el problema es que recién empieza ahí; a partir de ahí hay que hacer un camino en el que la entrega va a ser mucho más grande. La entrega empezó el día en que uno se casó, el día que uno se hizo amigo, el día que uno se hizo sacerdote; ahí recién uno abre el camino. Después cada vez la entrega va a tener que ser más grande; si no estoy dispuesto a eso, esa historia en algún momento se va a acabar. No sé cuándo, pero en algún momento se va a acabar, porque el amor siempre se abre a algo mucho más grande. Como les decía, la vida de María es continuamente entregar algo más. Yo creo que para María fue mucho más fácil aceptar que Jesús naciera en ella, que aceptar que Jesús muriera en la cruz. Pero lo tuvo que aceptar por amor a lo que Dios le pedía.
A lo largo de la vida nosotros también vamos a tener que ir entregándonos cada vez más, aprender a integrar en un amor todo aquello que Dios nos va suscitando. Ese es el ejemplo de María, que en el amor siempre se nace de nuevo, que en el amor siempre nace algo nuevo.
Pidámosle entonces en este tiempo de Adviento a María, aquella que llevó en su seno a Jesús, que nos ayude a crecer en el camino del amor y de la entrega.

Lecturas:
*Gén 3,9-15.20
*Sal 97,1.2-3ab.3c-4
*Ef 1,3-6.11-12

*Lc 1,26-38

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