lunes, 2 de diciembre de 2013

Homilía: “La Navidad es poner la mirada en un niño para poner la mirada en mi hermano” – I domingo de Adviento


En la excelente película, “El Lado Luminoso de la Vida”, Patricio tiene un trastorno bipolar. Después de ocho meses sale de un instituto de rehabilitación mental y vuelve a casa con sus padres, que deciden hacerse cargo de él. Patricio quiere retomar su vida y arreglarse con su mujer, Nicky, pero ella obviamente no quiere saber nada. Mientras transcurre la película, va a la casa de uno de sus amigos, y conoce allí a la cuñada de este amigo suyo, Tiffany, que también tiene algunos trastornos mentales; es más, se cargan contando los colores de las pastillas que toman, y algunas cosas más. Así es que llegan a un acuerdo, en el cual ella lo iba a ayudar a acercarse a su mujer, acercándole unas cartas, y él la iba a ayudar a participar en un concurso de baile al que quería ir. Entonces empiezan a trabajar juntos, y él va conociéndola mucho más a ella, y ella también le empieza a contar sus cosas. Hasta que en un momento, están tomando algo en un bar, y él, sin darse cuenta de que ella está enfrente, empieza a hablar mal de ella. A decirle todas las cosas que ve en ella. Ella se enoja, y también le dice: “El problema es que vos tenés miedo a estar vivo; tenés miedo a vivir. Eres un conformista, eres un hipócrita. Me abrí frente a vos, y me juzgaste.” Finalmente le dice, “Eres un imbécil.”, y enojada, se va. Tiffany le fue contando su vida, contándole lo que le pasaba, y él en vez de ser empático con ella, empieza a echarle en cara los defectos, los problemas, lo que ella va padeciendo día a día.
Esta mirada que observamos en la película, crítica, a veces prejuiciosa, exigente, a veces nosotros también la tenemos frente a los demás, frente a nosotros, muchas veces también frente a Dios. Y así estamos siempre muy exigidos, siempre esperando a ver en qué se equivoca el otro, como para poder como mínimo cargarlo, y también juzgarlo, decirle las cosas. Pero no somos tan presurosos para ver la verdad que hay en el  otro, para descubrir lo bueno que el otro tiene. Es por eso que, para poder vivir esto, tenemos que cambiar la forma de mirar, tenemos que empezar a mirar de una manera totalmente distinta a la que estamos acostumbrados. Y esto es lo que Jesús viene a traer en este tiempo de Adviento. ¿Qué es? Un cambio de mirada. Eso es lo único; eso es todo lo que nos pide. ¿Por qué un cambio de mirada? Porque nosotros le damos importancia a la Navidad porque tenemos una ventaja bastante grande: tenemos la Pascua. Si nosotros no tuviéramos la Pascua, no tendríamos ni idea de quién es Jesús, no nos hubiera importado quién es Jesús, no nos hubiéramos dado cuenta de que ese niño que nació en un pesebre era Dios. Porque no es la manera en que miramos.
Estamos acostumbrados a buscar en cosas grandes, extraordinarias, a mirar personas increíbles que resaltan por todos lados. No nos gusta mirar la fragilidad, no nos gusta mirar lo vulnerable, lo pequeño, la propia humanidad que nosotros tenemos. Cuesta mucho. Sin embargo, ese fue el camino que Dios eligió para acercarse a nosotros. Tal es así que Jesús, el hijo de Dios, va a nacer en un pesebre perdido en Belén, en el que a casi nadie le va a importar que nazca salvo a unos pobres pastores que se van a acercar, unos reyes magos que van a venir de Oriente, y a todos los demás les va a pasar totalmente desapercibido. No sólo en ese momento, sino también durante años; les va a pasar desapercibido, que Dios está ahí, que Dios se hizo presente en un hombre como nosotros, frágil, pequeño, vulnerable.
Uno podría decir: “bueno, después se dieron cuenta.” Sí, cuando empezó a hacer milagros se dieron cuenta. Mientras tanto, ¿dónde estaba Dios? Y cuando dejó de hacer milagros, por ejemplo cuando está en la cruz y no se quiere bajar, la pregunta es ¿dónde está Dios? Porque nos cuesta descubrir esa bondad de Dios en algo tan pequeño, en algo tan frágil. Sin embargo, es el camino que Él eligió para que nosotros lo reconociéramos, es el camino que hoy también, en este tiempo de Adviento, nos pide que hagamos para descubrir su presencia en el otro.
El problema es que para eso tengo que cambiar, como decía antes, la manera de mirar a los demás y la manera de mirarme a mí; ¿me quiero?, ¿me amo?, ¿me valoro?, ¿veo lo bueno que tengo, lo bueno que Dios me dio? O ¿soy muy crítico, muy exigente conmigo, nunca estoy conforme? Con los demás, ¿los juzgo?, ¿veo las cosas malas?, ¿sé valorar lo bueno?, ¿sé agradecerle a Dios lo bueno que puso en el otro?, ¿me sé encontrar con el otro? Porque es la única manera de crecer, creo que por algo Jesús eligió ese camino. Dios podría haber elegido mil caminos. Eligió el camino del hombre, podría haber elegido el de la mujer, es exactamente lo mismo. ¿Por qué? Porque dijo: aprendan a descubrir la bondad que hay en el hombre, en la mujer. Sin embargo, a muchos de nosotros eso nos cuesta mucho. Y el mundo de hoy, tiende a que cada vez nos cueste más. Porque para eso tenemos que mirar de una manera distinta y nueva.
En las lecturas de hoy también se nos pide esto. En la primera lectura, Isaías dice: miren a Jerusalen, va a iluminar tanto que todos van a querer ir hacia ahí, todos los pueblos se van a querer dirigir hacia esa ciudad. El problema es que no es que va a iluminar porque van a poner una torre de Neón gigante para que todos la vean. El problema es que hay que descubrir la luz ahí presente. Lo dice Pablo en la segunda lectura: despierten. No es: “despiértense, vagos, salgan de la cama”; es: despiértense, ¿no se dan cuenta de lo que está pasando?, ¿no se dan cuenta de que Dios está acá, que Jesús se hizo presente, que tenemos que vivir de una manera distinta? Pero para eso también tenemos que mirar de una manera nueva. La palabra es muy clara; “despertar”, es abrir los ojos, mirar de una manera diferente; pareciera que somos ciegos, diría Pablo. Lo mismo dice Jesús en el evangelio: “estén vigilantes, estén prevenidos, no saben a qué hora va a llegar”. El que está vigilante está atento, está mirando, quiere saber lo que pasa. Si no le va a pasar desapercibido, como pasó frente a Noé. Nadie se daba cuenta, y eso nos invita entonces a mirar de una manera distinta, a mirar de la manera que mira Dios.
A ver, si uno mira la vida de Jesús, y saca (con todo respeto), esos fuegos artificiales que fueron los milagros, para que todos lo vieran, Jesús hace eso: mira la bondad de los corazones. Por eso busca la oveja perdida, por eso perdona a la prostituta, por eso va y busca al publicano, por eso le da “chance” a todos los hombres y mujeres. Y cuando todos le dicen, “ese está perdido, no sirve para nada”, Jesús contesta: ¿cómo que no sirve? Obvio, tiene una ventaja, Él nos creó ¿no? En él fuimos creados nosotros, y como nos creó sabe lo bueno que hay. Por eso el Adviento nos grita, ¡miren lo bueno que hay en ustedes!, ¡miren lo bueno que hay en sus hermanos, y aprendan a vivir de una manera diferente! No nos exige nada, o tal vez nos exige mucho, que es que cambiemos la manera de mirarnos, una manera que es casi contracultural.
Para poner un ejemplo, esta semana tuvimos la gracia de tener un encuentro Judeo-cristiano, en el que veinte jóvenes, casi todos de nuestra comunidad, fuimos a encontrarnos con veinte jóvenes de la comunidad judía. Fuimos a la sede Macabi, los chicos estuvieron jugando, después comimos comida kosher, y más tarde estuvieron contándose los ritos que hacían; entonces pasaban y hacían la primera comunión, hacían el bar mitzvah, el pesaj, y las explicaban para que todos entendiésemos. Y ayer a la tarde fuimos a una escuelita en el bajo Boulogne, y preparamos las paredes para pintar. Lo hicimos en conjunto, y ellos se la pasaban charlando, contándose cosas, y decían que les faltaban horas para poder terminar de comprender, entender, lo que el otro vivía. Y cuando les preguntaba a los chicos qué les había parecido el encuentro, una frase que me dijeron fue: “son jóvenes como nosotros.” Y uno diría: “chocolate por la noticia”, ¿no? Pero, hay mucho detrás se esa frase que parece muy simple. Es descubrir en el otro todo lo bueno que tiene, igual que lo tenemos nosotros. Es descubrir que son jóvenes, que son adultos, como nosotros; que son personas como nosotros.
Y esto lo podemos aplicar a cualquier persona que Dios pone a nuestro lado. Pero nos cuesta un montón ver esto; esto que parece tan simple dicho en una frase, es dificilísimo en el día a día. El descubrir que el otro es una mamá, un padre, un sacerdote, un amigo, un joven; como lo somos nosotros, nos cuesta un montón. Somos muy críticos con los demás. Vivimos en un mundo que nos invita a eso, que nos lleva a ser cada día más críticos, más irónicos, más quejosos, más pesimistas. Un mundo que nos llama a crear cada día más divisiones, poniendo más paredes, alejándonos más de los demás, desconfiando más de los demás, y que lo fue haciendo durante toda la historia. Yo creo que Jesús quiere que celebremos la Navidad para que eso lo sacudamos y digamos, “quiero un camino diferente”, “quiero algo que tienda puentes”, “quiero algo que me ayude a encontrarme con el otro”. La Navidad es poner la mirada en un niño para poner la mirada en mi hermano, para descubrir que hay un Jesús que viene. Esa es la esperanza que Jesús trae en la Navidad; el descubrir que hay algo nuevo que está naciendo. Pero no sólo algo nuevo que nació hace 2013 años, o algo nuevo que va a nacer en la Parusía cuando Jesús venga. Algo nuevo que puede nacer hoy, y cómo puede nacer hoy si aprendo a mirarme y a mirar a los demás con una mirada mucho más bondadosa, con una mirada mucho más de paz, alegre, distinta. Este es el regalo de Jesús para nosotros.
Pidámosle a Jesús, en este tiempo de Adviento, que de alguna manera nos regale sus ojos, para poder mirarnos a nosotros, para poder mirar a los demás, para caminar con nuevos motivos de esperanza.

Lecturas:
*Is 2,1-5
*Sal 121
*Rom 13,11-14

*Mt 24,37-44

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