En el comienzo de la última película
de Robin Hood, está el Rey Ricardo junto con su ejército, intentando asaltar un
castillo. Como Ricardo era un poco osado, durante la batalla se acerca
demasiado al castillo y es herido. En ese momento, los que lo acompañaban
empiezan a gritar: “¡Protejan al rey! ¡Salven al rey!”, y todos se empiezan a
poner alrededor para intentar salvarlo. Esa imagen, se repite también en muchas
otras películas; porque lo central era proteger la vida de ese rey, de aquél
que era la persona más importante, había que salvaguardar su persona. Para eso
no importaba cuántos morían, cuántos tenían que dar la vida, porque la vida
central era la de este hombre.
Eso que sucedía cuando se
protegía la vida de los reyes, de los emperadores, de las personas importantes;
tal vez fue perdiendo su centro a lo largo del tiempo. Hoy creo que muy poca
gente haría eso. Sin embargo, se fue mutando a: ¿cómo me puedo salvar yo? Y eso
se escucha en nuestras calles, en muchas oportunidades. ¿Cómo me salvo yo?, ¿cómo
me salvo a mí mismo? Eso es lo central, y todo lo demás queda como en un
segundo plano. Entonces, busco la manera de que me vaya bien en las distintas
cosas, y quizás no me importan los medios. Yo me quiero salvar, entonces no
importa cuál es el medio. Vamos a poner un ejemplo: “yo quiero tener plata”. Y
si quiero tener plata, esto es lo importante, que yo me salve en eso. Y no
importa cuál es el medio, si hago las cosas bien, si piso a los demás, si soy
corrupto. Lo central es tener, y poder obtener eso. Otro ejemplo: “yo quiero
aprobar una prueba.” Y bueno, no importa cuáles son los medios, si me tengo que
copiar, si alguien me tiene que decir lo que tengo que hacer. Yo me tengo que
salvar. Y esto que vamos viendo en las pequeñas cosas, después va pasando en
cosas más grandes; cuando lo importante es que a mí me vaya bien, y no importa
cuáles son los medios, no importa qué es lo que está pasando a mi alrededor.
Después eso va tomando una mayor magnitud, donde vamos siempre buscando la
forma de quedar bien parados. Podríamos poner otro ejemplo, cotidiano, que nos
pasa a muchos, que tiene que ver con la mentira. Uno diría: “bueno, pasa que me
es difícil enfrentarme a la verdad. Entonces como me es difícil, busco
salvarme, no importa el medio” No soy transparente, no digo la verdad… hasta
que eventualmente ella se impone, y voy buscando distintas formas de seguir
protegiéndome y salvándome.
El problema que tiene esto es que
es casi contrario a los que es la vida de Jesús. Porque en este evangelio escuchamos
que a Jesús le dicen varias veces: “Sálvate a Ti mismo.” Y cuántos de nosotros hemos
tenido a veces esa tentación, esa pregunta en el corazón. ¿Por qué Jesús no se
salvó? ¿Por qué Jesús que tenía esa posibilidad, estando en la cruz, no se
salvó a sí mismo? Y la respuesta es difícil pero lo central es que se hizo
cargo de aquello que Él había elegido. A lo largo del evangelio escuchamos
muchas veces que Jesús salva a los demás. Cada vez que alguien le dice: “Jesús,
sálvame”, aún en las situaciones más insólitas, aun cuando alguien tiene que
discutir con Él, Jesús lo salva; lo cura, lo sana, lo sana también con sus
palabras, le da otra oportunidad. Y esto lo hace continuamente, tal es así que
el hombre que está en la cruz lo sabe: “Ha salvado a otros, que se salve a Él.”
Sin embargo, acá podemos notar un quiebre en la vida de Jesús, algo distinto a
lo que todos los demás están esperando, y es que Él está dispuesto a salvar la
vida de los demás. Pero para eso sabe que tiene que darlo todo, tiene que dar
su vida. No puede hacer las dos cosas.
Uno a veces quiere como quedar
bien con todo. “A ver, ¿cómo puedo quedar bien parado?, ¿cómo zafo en esta?”
Entonces bueno, acá tengo que elegir, llegó un momento en el que tengo que
optar. Y Jesús opta por la vida de los demás, aun dando su vida, opta por
entregarse, y por darse. Creo que en primer lugar lo hace porque es un
testimonio para todos nosotros. Es un testimonio en su época, es un testimonio
hoy. En todas las épocas, la tentación siempre es salvarse uno. Y si no, es
salvarme con los que tengo en mi entorno, los que están a mi lado, pero nos
olvidamos de los que están un poco más lejos. La vida de Jesús siempre es,
¿cómo me descentralizo?, ¿cómo me doy hacia los demás? No decimos esto siendo
inocentes, o sin decir que nos tenemos que amar a nosotros, o descubrir qué
cosas buenas tenemos, sino también teniendo en cuenta cómo me preocupo por el
otro, cómo tiendo puentes, cómo busco aquello que el otro más necesita, para poder
ser un signo de Dios, un signo de que Él se hace presente.
Esta invitación de Jesús implica
un querer vivir como él vive. Esto lo tiene muy claro Pablo en la segunda
lectura, porque él, profundizando en el misterio de la persona de Jesús, dice:
él es el principio de toda la creación. ¿Por qué esto es clave? Porque uno
podría decir: Jesús empezó a vivir en un momento (que es verdad), pero en
realidad no es así. Todo lo que se creó fue por medio de Él, todo se hizo para
Él. Y esto le da una centralidad en nuestra existencia, en la cual yo tengo que
ir configurando mi vida de acuerdo a la de Él. Eso es todo un largo camino, en
el cual tengo que ver cómo pongo a Jesús en el centro de mi corazón, y para eso
tengo que preguntarme cómo voy viviendo como Él vive. Porque la tentación es
que Jesús sea como tangencial a mí, que toque solamente parte de mi vida: que
en esto tenga que ver… que le dedique un ratito en esto… pero no que vaya
tomando todo mi corazón. Y la invitación de Él es a que yo le pueda dar todo a
Jesús.
Tal vez un ejemplo de esto es lo
que sucede en el evangelio. Todos conocen este texto porque esta persona se
hizo bastante famosa en la cruz, tal es así que se lo llamó “el buen ladrón”.
Uno diría: qué palabras contradictorias; uno no pensaría que un buen ladrón es
alguien que es una buena persona, sino que es alguien que robaba bien. Sin embargo,
en este caso se refiere a una persona buena. Entonces, “buen ladrón” ¿por qué?
Porque descubrió la centralidad de Jesús en su vida, en la cruz. Nosotros
tenemos un problema con esto, porque como lo leímos ya pasado el tiempo, decimos:
“Claro. Qué vivo que es este hombre. No le quedaba otra, estaba en la cruz, se
estaba por morir. Así cualquiera.” Ahora, todos los demás le están diciendo
todo lo contrario. En ese momento, nadie se está dando cuenta de quién es
Jesús. Lo abandonaron sus discípulos, lo abandonaron sus apóstoles, se ríen de
Él, se burlan de Él, el otro que está en la cruz le dice: aunque sea salvanos a
nosotros, dejate de jorobar. Sin embargo, esta persona se da cuenta de quién es
Jesús y le pide que la salve.
Podríamos incluso dar un paso
más. Fíjense, a lo largo de su vida, muchas veces quisieron hacerlo rey a
Jesús; cuando multiplicó los panes, cuando hacía milagros, y Jesús siempre se
escapó de eso. Nunca quiso ser rey cuando todo venía bárbaro. Jesús aceptó ser
rey en dos oportunidades nada más: frente a Poncio Pilatos, cuando le pregunta,
¿Tú eres rey?, y Jesús contesta “Tú lo has dicho, Yo lo soy.”, y en la cruz,
cuando ponen el cartel que dice “Este es el Rey de los Judíos”. En el
sufrimiento aceptó ser rey, para que se viera que era diferente, para que se
viera que era distinto. Este hombre hace lo mismo, descubre a Jesús como rey
cuando él está sufriendo, que es en general cuando nuestra fe entra más en
crisis. Cuando algo grave nos está pasando; a nosotros, a nuestra familia,
comenzamos a preguntarnos, ¿por qué a nosotros?, ¿´por qué Dios?, ¿´por qué
permitís esto? En ese momento es cuando más nos cuesta descubrir a Jesús como
el centro de nuestra vida. Este hombre, en la cruz se da cuenta de que Jesús es
su centro. Y no le pide que lo salve, le dice: teneme con vos en tu Reino. Eso es
poner a Jesús en el centro del corazón, y es todo un camino descubrirlo en cada
momento de nuestras vidas.
Tal vez la pregunta central en
esta fiesta que hoy celebramos de Cristo Rey es ¿qué es lo que yo espero de
Jesús?, ¿por qué camino con Él?, ¿por qué lo sigo?, ¿qué es lo que estoy
buscando en Jesús? ¿Lo sé buscar, lo sé seguir en todos los momentos de la
vida? Tal vez como dicen los matrimonios el día que se casan: en la salud, en
la enfermedad… es difícil porque uno no sabe hasta que llega el momento bien de
lo que está hablando. Recién los chicos del coro cuando ensayaban, cantaban
esta canción de: Padre, en tus manos pongo mi vida, lo acepto todo… Y yo les
decía a los chicos: ¿están seguros de lo que están diciendo?, ¿lo acepto todo
de Jesús? ¿Estamos dispuestos a eso? Eso es aceptar la vida de Jesús en nuestro
corazón. Y es difícil para todos, como les dije antes, no es ser inocente. A
veces tendré que pasar por momentos muy distintos en mi vida, para darme cuenta
de quién es verdaderamente Jesús. Y lo tendré que elegir en momentos muy
difíciles y muy distintos de mi vida, y ahí se va a jugar mi seguimiento. Si no
queda como para distintos momentos. Bueno, en este momento sí, en este momento
no… y nunca termino de crecer y de profundizar. Esa es la invitación que Jesús
nos hace, eso es lo que rezamos casi diariamente cuando decimos: “Venga a
nosotros tu Reino.” El Reino de Jesús es muy distinto de lo que hoy el mundo
nos presenta.
Miremos en nuestro corazón, cuál
es el reino que Jesús nos presenta y animémonos a decirle que sí, a aceptarlo.
Lecturas:
*Sam 5,1-3
*Sal 121,1-2.4-5
*Col 1,12-20
*Lc 23,35-43
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