viernes, 1 de noviembre de 2013

Homilía: “Oren incesantemente” – XIX domingo durante el año


En la película La Casa del Lago, Kate alquila una casa muy linda al borde de un lago, y después de una serie de cosas conoce a Alex. Él vive enfrente de donde ella está, y se van vinculando por medio de unas cartas. Lo central es que a ella le cuesta encontrar hacia dónde quiere caminar en la vida, un horizonte, y cómo comprometerse con eso que le pasa, con lo que va viviendo en el día a día. En una de las cartas que le escribe a Alex, le dice: “esa es la historia de mi vida. Tomo distancia de todas las cosas. Distancia del hombre que quiere salir conmigo, del que se quiere casar conmigo; huyo, esperando que de alguna manera se comprometa mi vida con el hombre que realmente tome mi corazón.”
Cuando vemos esto que se refleja en esta carta, en esta película; cuando vemos que no nos podemos comprometer con lo que nos toca en la vida, llega un momento en que nos da un poquito de lástima porque no podemos poner el corazón en las cosas. Porque ¿cuál es el problema acá?, ¿el problema es que no haya encontrado al hombre de su vida? No. El tema es si pongo mi vida en lo que me toca hoy, si pongo mi corazón en lo que me toca hoy, cómo me comprometo. Porque la pregunta es ¿cómo voy a aprender a comprometerme si nunca lo he hecho? A veces es como que siempre estamos esperando, como que siempre vamos hipotecando: “cuando todos los planetas, galaxias y universos se encuadren y se alineen, ahí yo me voy a comprometer.”
Ahora, todo en la vida se aprende ejerciéndolo. Yo aprendo a entregarme cuando me entrego, yo aprendo a darme cuando me doy, yo aprendo a comprometerme cuando me comprometo. En lo que me toca, en las cosas más importantes, en las cosas más triviales de cada día. Obviamente que no se me puede ir la vida en algo pequeño, en algo que no tiene tanto sentido, pero yo tengo que aprender a poner el corazón en esto que hoy me toca. Primero porque ahí es donde voy a estar convencido de si esto es lo mío o no. ¿Por qué? Porque yo me la jugué en esto. Me jugué a elegir esta carrera, este trabajo, comprometiéndome con esta persona para ir caminando juntos.
En segundo lugar porque es como un ejercicio. En la medida en que yo lo hago, me sale mucho más naturalmente. En el fondo es un estilo de vida. Con la madurez y con lo que me toca vivir en cada momento. No es lo mismo un niño que un adolescente, un joven o un adulto. Cada uno lo vive con diferente responsabilidad. Pero lo bueno es poner el corazón en aquello que a uno le toca.
Esto es lo que le pide Pablo a Timoteo, a ese hijo amado a quien le transmitió la fe. Le dice: permanece fiel. Vos has aprendido cosas, estás viviendo el camino de la fe, entonces poné el corazón en eso y permanecé en esa fidelidad. Podríamos decir que son casi como sinónimos. El permanecer nos habla de una fidelidad. Yo me quedé en algo; y la fidelidad me está hablando de que permanezco en un lugar. Ahora, Pablo no le está diciendo que permanezca en un status quo, que se quede estancado, sino que le está pidiendo un permanecer activo, que camine, que crezca en esto. ¿Por qué Pablo le pide esto a Timoteo? Porque permanecer es lo que más nos cuesta en la vida. Creo que hoy en día el paradigma está más orientado a cómo cambiamos, todo hay que cambiarlo, ¿no? Ni hablemos de la tecnología, tipo celular y ipod, que un año ya está obsoleto. En todas las cosas. En los vínculos, en lo que fuera.  Sin embargo, yo voy a poder recoger los frutos de aquello en lo que permanezco, de aquello en lo que me mantengo fiel.
Tal vez para empezar por nosotros, tenemos que por lo menos permanecer en nuestros valores, en aquello en lo que creemos, en aquello que descubrimos que nos ayuda a caminar de una manera nueva. Éste es el pedido de Pablo a Timoteo. Podríamos decir que de alguna manera es lo que se nos pide a nosotros en la vida. La fe es lo básico para crecer en la vida. “Tú has recibido una fe”, se le dice a Timoteo, vivíla. Nosotros también creemos; y no hablo solamente de la fe en Dios, hablo de algo más básico. El creer en lo que nos ayuda a caminar, el creer en nosotros, el confiar en nosotros, el creer y confiar en los demás. En la medida en que esto no se da, yo me voy cerrando. Si yo no creo en mí, si yo no confío en mí, no me animo a caminar, no me animo a hacer las cosas, no me lanzo al mundo. Después podré ver qué pasa, nadie tiene la respuesta a eso.
Lo mismo en los vínculos, yo tengo que creer en el otro, tengo que confiar en el otro, y ver en cada momento en dónde voy poniendo mi corazón, en dónde lo puedo abrir, en dónde puedo confiar plenamente en el otro. Ese el camino que en cada momento nosotros tenemos que hacer. Ahora, en lo que tiene que ver con nuestra fe cristiana, tenemos un problema creo, porque nos han transmitido que la fe es una adhesión a un conjunto de normas de doctrina, “yo tengo que creer en esto”. La fe no es eso, la fe es una adhesión a una persona; es cuánto yo creo y confío en Jesús. La fe es el vínculo que yo voy haciendo con Jesús, y ese vínculo comienza cuando comienza mi historia, no cuando yo creo más o menos (o pienso que es así), porque creo en esto sí, y en esto no; en esto que me dice la Iglesia sí y en esto no.
La fe es más amplia que la religión cristiana ¿acaso un judío no tiene fe?, ¿acaso un islamita, un budista, no tiene fe? Hasta podríamos preguntarnos en qué cree un ateo. Entonces, ¿qué es la fe? Es el vínculo que yo voy haciendo con Jesús, es esa historia que me llama a vivir en un momento de mi vida, hoy, con mi nombre, a cada uno de los que estamos acá, desde acá. No desde adonde tengo que llegar. Después esa fe adopta sus formas en nuestra religión, la doctrina, los ritos que se nos invita a vivir. Pero eso es parte del camino. ¿Quién puede decir quién tiene más fe?, ¿o quién tiene menos fe? Y por eso es un camino continuo, y por eso la frase no es si tengo o no tengo fe, la pregunta es, si estoy viviendo esa historia con Jesús, si me estoy vinculando con Él. Y en ese camino tengo distintos momentos.
Creo que tal vez las imágenes más cercanas para esto se ven en la primera lectura, que habla de Moisés. Israel está en guerra con los amaresitas, entonces manda a Josué a luchar, y Moisés se va a rezar por eso. Pero se empiezan a dar cuenta de que cuando Moisés levanta los brazos ganan la guerra, cuando Moisés baja los brazos, pierden la guerra. Así que esto depende de Dios y no tanto de ellos. Pero parte depende de Moisés. Tiene que tener los brazos en alto y a veces se le empiezan a cansar; pero ve que cuando baja los brazos se pierde la guerra, entonces empieza a poner esfuerzo. Ese vínculo con Dios que él está haciendo en la oración, hay momentos en que les sale más fácil, y hay momentos en que cuesta. A Moisés le cuesta mantener los brazos, mantener su vínculo con Dios, le cuesta y necesita esforzarse. Hay otro momento, cuando ya no puede más, en que vienen otros, y le tienen los brazos, buscan la manera, le ponen piedras para sostenerlo: esa es la comunidad. Son los otros que en los momentos difíciles de mi fe, me acompañan, están conmigo.  Por eso la fe tiene una veta personal, de esa historia que voy haciendo con Jesús, momentos más fáciles, momentos que requieren más esfuerzo, momentos con más voluntad, y también todos los demás que alimentan mi fe, que me ayudan o que yo tengo que ayudar. Por eso la fe se vive en comunidad, vamos caminando. Eso es parte del camino.
Ahora, la pregunta es si yo quiero vivir esa historia con Jesús y con los demás. Esa historia que de alguna manera toma un momento concreto en la oración, cuando yo me vinculo con el otro, cuando hablo con el otro. Yo no puedo decir por ejemplo “tengo un amigo”, si hace dos años que no hablo con él. Tendré que poner en tela de juicio esa amistad; tengo que vincularme, tengo que charlar, tengo que encontrarme con el otro. Esa charla, como cualquier otro, tendrá momentos más profundos, momentos más triviales, pero es necesaria. Esa es la invitación en la oración. Por eso Jesús les dice: recen con insistencia, oren, encuéntrense con Dios.
Cuando leía este evangelio, ese “oren incesantemente” y esta parábola de la viuda que va a insistirle a este juez injusto que le termina dando lo que tiene con tal de sacársela de encima, pensaba en las distintas edades, y en qué es lo que más insistimos y quizás ganamos por cansancio. Un chico pidiendo “¡Comprame esto, comprame esto!” y uno piensa, “buen, con tal de que no me pida más se lo compro”. Los adolescentes, los jóvenes, en qué es lo que más insisten. “Dejame salir”. O los más grandes, aunque sea qué es lo que quiero que vaya calando en el corazón del otro, aunque sea por insistencia. Todos insistimos en algo, todos tenemos cosas que son más importantes. Jesús nos dice: en este camino de la fe, anímense a insistir en la oración. Como hizo esta viuda. Aun cuando las cosas no venían como ella quería, insistía, insistía, insistía. Esa es la invitación para nosotros, que nos animemos a insistir en esta historia con Dios. Y tenemos una ventaja, siempre podemos empezar de nuevo; y en el fondo nunca se empieza de cero, siempre voy alimentando aquello que he vivido, siempre está como esperando, para que eso se alimente, para que eso crezca, para que yo me encuentre con él.
Pidámosle a Jesús el animarnos a vivir esta historia, esta aventura de la fe. Pidámosle a Jesús que podamos celebrarla, vivirla comunitariamente; que podamos crecer en ese vínculo de la fe que es la oración.

Lecturas:
*Ex 17,8-13
*Sal 120,1-2.3-4.5-6.7-8
*2Tim 3,14–4,2

*Lc 18,1-8

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