viernes, 1 de noviembre de 2013

Homilía  – Aniversario Sacerdotal – 10 años
Lo primero que me viene a la mente es una imagen. ¿Vieron cuando vamos por la calle y nos encontramos con un cartel que dice: “Disculpe las molestias. Estamos trabajando para usted.”? Uno mira el cartel y piensa algunas cosas… Pero después, si sale todo bien, gozamos de esas obras que se hacen. Gozamos de esa autopista, de esa ruta, de eso que se pudo arreglar, de ese subte… de lo que sea que se estaba haciendo en esa obra. Cuando pienso en el lema que elegí hace diez años, cuando me dieron este regalo de la ordenación sacerdotal, pensaba en esa imagen. El lema era: “Llevamos un tesoro en vasijas de barro.” Y esto siempre provoca la misma pregunta: ¿por qué llevar un tesoro en vasijas de barro? Creo que es porque esa vasija continuamente hay que moldearla y continuamente Dios la va trabajando y va haciendo algo más grande para que ese tesoro se vea mejor. Creo que durante todos estos diez años, y en continuado con mi vida anterior, puedo ver la obra de Dios a través de mi historia, y cómo va intentando moldear esa vasija para que ese tesoro se vea cada vez más.
Me acuerdo cuando estudiaba, nos decían que la vasija esa, no era una vasija como la que estamos acostumbrados nosotros, que es como un cuenco, donde el tesoro está adentro. Era una vasija mucho más plana, porque lo importante era que el tesoro se viera. Entonces cuando se llevaba ese tesoro al templo, la vasija tenía que pasar casi desapercibida, para que lo que reluciera fuera el tesoro. Y cuando elegí este lema, yo quería que ese tesoro que es Jesús, se pudiera ver, se pudiera transmitir a través de mi vida; como lo he recibido a través de la vida de todos ustedes a lo largo de estos años. Creo que eso es lo que Dios ha ido moldeando, intentando que esa vasija no tape tanto ese tesoro que es Dios, y que cada vez lo pueda traslucir más, que cada vez lo pueda llevar más. Si algo he descubierto a lo largo de estos años, es que si hay algo que es claro en esa vasija y que Dios nos pide, es que seamos vulnerables. Uno cuando quiere cubrir un tesoro, lo quiere hacer con algo que sea como muy fuerte, “¿Dónde lo puedo poner?”, diría alguno hoy. En una caja fuerte, en ochenta cajas fuertes, en un sistema de seguridad. Pero Dios nos dice que este tesoro se tiene que ver. Entonces la vasija tiene que ser algo vulnerable, algo frágil. Porque cuando somos vulnerables nos animamos a compartir la vida, abrimos el corazón. Para aprender a querernos y a amarnos, nos tenemos que mostrar vulnerables al otro, nos tenemos que dejar amar por el otro y tenemos que aprender a mostrarle nuestros sentimientos y nuestro corazón al otro. En esa vulnerabilidad es que está nuestra fuerza, en esa vulnerabilidad es que día a día se llena nuestro corazón.
Ese tesoro que nos da Jesús es lo que día a día he aprendido a vivir y a compartir. El lema decía: “llevamos”. Lo central es que lo llevamos entre todos, no es que lo lleva uno sólo. Se comparte, se vive en comunidad, se vive con otros; esto es lo central. Esto es lo que he aprendido a vivir a lo largo de nuestra vida. Esta es la fe que a mí se me transmitió desde chiquito, en mi familia, y que muchos a lo largo de la historia me han transmitido. Yo no entiendo mi fe si no es en comunidad.
El evangelio, que también es el de mi primera misa, dice: “en la casa de mi padre hay muchas habitaciones”. No sé si había muchas habitaciones en mi casa, pero bueno, varias había, soy de una familia bastante grande. Me acuerdo que en mi primera misa, Gerardo decía que era difícil encontrar un Caracciolo solo, que siempre estábamos en comunidad, de a varios. Esa es una de las mayores alegrías que tengo en mi vida y en mi corazón, siempre sentirme querido, amado, y rodeado de mucha gente. Siempre sentir que esa casa grande a la que Dios nos invita, porque hay muchas habitaciones, y donde nos espera un día a todos, es la casa donde hoy ya estoy viviendo desde acá; con muchas habitaciones y con lugar para todos. No sólo un edificio físico sino la casa es el corazón. La casa que desde la propia vida se nos invita a aprender a descubrir.
En ese descubrir esa casa, fui descubriendo también esta frase que Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” Ese camino que vamos haciendo juntos, ese camino que nos enseña a abrir el corazón y a mostrarnos cada vez más, ese camino que nos ayuda a poner compartir la fe compartir a Jesús, compartir lo valioso que tenemos. Esa verdad que nos ayuda a caminar con mayor libertad, en la medida en que nos conocemos mejor, en la medida en que sabemos más del otro y que el otro sabe más de mí, que puedo ser transparente, y que no tengo que estar casi como diciendo: ¿acá cómo me muevo?, ¿acá que digo?, ¿acá que van a pensar? Esa verdad que es Jesús y que nos invita también a nosotros a que mostremos la verdad de nuestro corazón. Esa vida que se da en Jesús cada vez que nos animamos a compartirlo. Esa vida que se da cuando nos animamos a compartir la vida unos a otros. Creo que eso es una gran alegría que he podido vivir durante todos estos años.
Esto que les decía al principio de que esa vasija de alguna manera es vulnerable porque es frágil, no nos tiene que dar miedo. Porque Dios no nos eligió porque somos perfectos; nos eligió porque nos ama, porque nos quiere, y porque nos invita a vivir esa historia de amor. Ese es el amor que yo he vivido, he mamado, a lo largo de toda mi vida. La verdad que a veces (no sé bien cómo decirlo), me siento un poco mal por la cantidad de mimos que siento que Dios me da a lo largo de mi vida. Si yo miro mi vida, sólo tengo cosas para agradecerle a Dios. La verdad que nos es que no hayan pasado cosas, no es que sea ciego, sino que los dones y los tesoros que me ha dado son muchísimo más grandes que las pequeñas dificultades que uno puede encontrar a lo largo del camino. Ese gran don y ese gran tesoro es la vida de todos ustedes y de muchos más que me aman, que me han querido, y con los que puedo compartir esta historia de amor.
Agradezco mucho en primer lugar a mi familia; a mis papás que han sido muy generosos con la vida, dando vida, y vida en abundancia. Lo primero que a uno le preguntan cuando tiene una familia tan grande, es ¿qué pasó?, ¿tus papás no tenían televisor?, tal cosa, tal otra… Lo central es que han sido generosos con la vida, y han pensado en eso antes que en otras cosas. Así que les agradezco mucho eso. Agradezco mucho la familia; los hermanos; la familia que va creciendo, tengo muchos sobrinos, cuñados, cuñadas; mucha familia grande, tíos y tías que hoy me acompañan. Agradezco mucho el poder compartir el día a día, el poder vivir en familia, el poder juntarnos, reírnos, charlar, estar cerca unos de otros cuando lo necesitamos. Agradezco a los amigos que Dios me ha regalado a lo largo de la vida, y que hemos podido compartir muchas cosas, que hemos podido vivir muchas cosas a lo largo del tiempo, y que eso ha ido acrecentando el vínculo que tenemos, que también alegra mi corazón y mi vida. Agradezco mucho las comunidades por donde pasé, también los amigos y amigas en Jesús que pude ir haciendo a lo largo de estas dos comunidades que Dios me regaló.
Dios me ha regalado también algo muy lindo que es la estabilidad. Yo estuve cinco años en Jesús en el Huerto de los Olivos, y estuve ahora seis años acá, el obispo me dijo que voy a seguir si Dios quiere el año que viene acá, así que será mi séptimo año; y la verdad que eso es un regalo de Dios. Una de las cosas que eligió es ser obediente en lo que a uno le piden y me regaló la estabilidad. Y eso me regaló el poder hacer vínculos más profundos, y creo que más fuertes con muchos de ustedes; el poder gozar con ustedes. Y eso es un regalo que agradezco a Dios, y que también les agradezco mucho a ustedes todos estos años que hemos podido compartir en la fe. Si hay algo que alimenta mi fe es la fe de ustedes. Ustedes siempre me agradecen, y yo no tengo palabras para agradecer todo lo que día a día me dan y me transmiten. Si yo tengo ganas de seguir este camino es por las ganas y la fuerza que veo que ustedes tienen, que día a día siguen transmitiendo y que a veces cuando uno está un poco cansado y no tiene tanta fuerza, y los jóvenes (con los que más trabajo), dicen “¡Vamos, vamos, vamos!”, y uno es llevado por la marea, por la avalancha de toda esa fuerza, esa energía, ese amor, esa fe, que Dios día a día nos regala. Pero lo central creo que es ese tesoro que es Jesús.

Para terminar, como nosotros nos ordenamos de a varios, tuvimos que elegir un lema entre todos, y elegimos una frase de la multiplicación de los panes, que era: “Denles de comer ustedes mismos.” La frase esa es porque los discípulos tienen que llevar el pescado y el pan que Jesús hizo. Es decir, Jesús hizo un milagro y los discípulos tienen que ir a repartir a la gente el pan y los peces; y yo me imagino siempre a la gente diciéndole a los discípulos: “gracias”, “muchas gracias”… y en realidad el que hizo el milagro es Jesús. Los discípulos están llevando la comida, están siendo instrumentos. Siempre me viene esa imagen. La verdad que ustedes me agradecen mucho, y yo digo, en realidad el que hizo las cosas es Jesús, el que irradia ese gran tesoro es Él. Yo me llevo las gracias de lo que Dios ha hecho, y vivo la alegría de lo que ha hecho en ustedes, y de lo que ha hecho en mí. Bueno, les agradezco mucho todo lo que me dan, les agradezco mucho todo su amor, su cariño, su amistad. Le agradezco mucho a Dios todo lo que me ha dado a lo largo de estos diez años de ministerio, de este camino y le pido poder ser siempre esa vasija que pueda transmitir ese tesoro.

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