Hace poco
salió una película que se llama Philomena. Es una historia verídica, y trata de
una mujer que siendo adolescente queda embarazada, y sus papás –en una Irlanda
muy católica- la meten en un lugar de chicas que de alguna manera habían
desprestigiado a la familia –como se creía en ese entonces. La película
comienza con ella, cincuenta años después, acordándose de ese hijo que había
tenido y había sido dado en adopción; con el deseo de descubrir qué es lo que
había pasado con este hijo después de tanto tiempo. Para eso, se junta con un
periodista, Martin, que la empieza a acompañar, para poder empezar a recrear la
historia, para poder encontrarlo.
Me voy a
quedar con dos frases. La primera es una pregunta simple que Philomena le hace
a Martin: si cree en Dios. Martin le contesta: “es una pregunta complicada para
poder responder tan simplemente. ¿Tú crees?” Y ella le dice: “Sí, claramente.”
Está claro que a Martin le costaba mucho creer porque no quería responder a esa
pregunta. Mientras van caminando juntos, empieza a crecer el vínculo, y a
Martin le cuesta entender la fe que tiene Philomena a pesar de todo lo que ha
pasado y todo lo que ha vivido. Y vuelven a hablar del tema en un momento,
porque ella le pide –pasando por una Iglesia- que se detenga, “quiero
confesarme”. “¿Y qué vas a confesar?” “Mis pecados, por supuesto”, contesta
Philomena. Martin, enojado con todo lo que la Iglesia había hecho con ella,
dice, “¿Vos te vas a confesar? La Iglesia se tiene que confesar de todo lo que
te ha hecho”, y empieza a despotricar contra todo lo que la Iglesia había hecho
en su vida. Philomena le dice: “Espero que Dios no te escuche lo que estás
diciendo”, y él la carga diciendo, “Mirá, no me cayó ningún rayo todavía; no
hay ningún problema.” Ella le dice entonces, “¿qué quieres demostrar con esto?,
¿qué es lo que buscas? Y Martin responde: “Que no necesitás la fe, la religión,
para ser feliz.” Entonces Phinomena le pregunta, “¿pero entonces vos querés que
sea como vos?” A lo que él se pone nuevamente a despotricar contra la fe y la
religión, provocando que Philomena le diga, “bueno, entonces tengo que creer en
ser como vos: arrogante, prepotente, que trata mal a la gente.”, y la
conversación se va perdiendo cada vez más.
¿Qué es lo
que choca acá? Chocan dos modos de vivir la vida. Por un lado una persona que
tiene fe y que ha madurado en su fe, que ha podido integrar en su vida cosas
muy difíciles, muy duras; y por otro lado una persona que es agnóstica, que no
cree, y que no puede entender cómo esta persona cree, menos aún con todo lo que
le ha pasado en la vida. Ojalá uno pudiera recorrer la vida como Philomena,
creciendo en su fe. Es el camino al que estamos llamados todos nosotros, a que
nuestra fe vaya madurando y creciendo. Sin embargo, sabemos que eso no es
fácil, sobre todo los que somos más grandes. Como alguna vez hemos hablado con
los más jóvenes en los retiros, a nosotros nos cuesta ver esos pasos y esos
saltos que tenemos que hacer en la fe. La fe está en continuo crecimiento, en
un crecimiento necesario, en la medida en que vamos evolucionando en la vida.
Podríamos decir, como a veces me dicen los más jóvenes: “yo no creo tanto”, y
yo les pregunto: “¿por qué?”. “Y, porque cuando era chico creía más.”, como si
se pudiera medir. “Y, ¿por qué creías más?”. “Porque ahora me hago preguntas,
dudo, no tengo las cosas claras…” La pregunta, la duda, es necesaria. No es que
eso atacó mi fe; es que lo que me está pidiendo mi fe es que integre más cosas.
Cuando yo soy chico es más simple, creo lo que me dicen con más facilidad, no
entiendo toda la realidad; pero cuando la voy entendiendo, empiezo a ver un
montón de cosas que tengo que integrar en mi vida de fe. Los mismos saltos que
hago en mi vida ordinaria. A partir de ahí, si logro integrar esas cosas y
logro hacer viva mi fe, mi fe va a ir creciendo. Pero no basta con eso en la
adolescencia, vuelve a suceder en la juventud, en la adultez, en la vejez; en
todo momento de la vida, mi fe va a estar llamada a dar saltos. Es más,
podríamos preguntarnos cada uno de los que estamos acá: ¿en qué de Dios me
cuesta creer en este momento?, ¿qué me cuesta integrar en mi fe? Porque en
general, el creer implica tener que ir soltando cosas, dejar de aferrarme,
dejar de controlar y dar ese salto hacia Dios; decir: voy rompiendo en lo que
yo creo para poner mi corazón en Jesús, en esa persona.
Para no
hacerlo tan complicado lo voy a ejemplificar con un caso del evangelio. Vamos a
tomar la figura de Pedro. Como ustedes saben, cuando Jesús lo llama él dice: yo
voy a dejar todo y te voy a seguir. Y uno podría pensar: “qué entregado que fue
Pedro que dejó todo y lo siguió”. Sin embargo, podemos tomar tres momentos de
su vida muy claros donde su fe es puesta totalmente a prueba, y Pedro va a
tener que dar un salto que no entiende. Primero, con la pesca milagrosa. ¿Se
acuerdan? Salen con la barca, Pedro dice “no pescamos en toda la noche”, y
tiran la red a la derecha de la barca, se llena de peces, y Pedro le termina
diciendo a Jesús: “Aléjate de mí que soy un pecador.” ¿Qué es lo que le está
costando a Pedro? Integrar lo que le cuesta de su vida, su pecado, en su fe.
¿Jesús qué le va a decir? Ven, yo te voy a hacer pescador de hombres. Es decir,
Pedro tiene que dar un salto, tiene que darse cuenta de que tiene que integrar
en su humanidad lo que le gusta y lo que no le gusta; que eso tiene que ser
parte de su fe. Este es un salto que muchas veces tenemos que hacer nosotros
también. Nos cuesta integrar nuestro pecado, lo que no nos gusta, lo difícil
nuestro, en la vida de fe.
El segundo
paso que tiene que hacer Pedro lo vemos cuando Jesús pregunta, “¿quién soy
Yo?”, y Pedro contesta muy bien: “Tú eres el Mesías.” Sin embargo, como
sabemos, cuando Jesús explique que es el Mesías (el Mesías vino al mundo, tiene
que vivir su pasión, sufrir, morir, dar la vida), Pedro dice: no, pará. Lo
llama a un costado y le dice a Jesús: esto no lo vas a hacer, y le empieza a
enseñar a Jesús, como si Él necesitara consejos. Y Pedro se come el peor reto
del Nuevo Testamento: “Ve detrás de Mí, Satanás”. Lo que le está pidiendo Pedro
a Jesús es que se aleje de su misión. Uno puede preguntarse todas las dudas que
le surgieron a Pedro a partir de eso, porque tiene que romper con la imagen que
él tiene de Dios. Él cree que Dios tiene que ser de una forma; por eso Jesús
que es el Mesías tiene que ser de esa manera, y tiene que aceptar que Jesús le
está diciendo: Yo soy como soy, no como vos querés. Rompé con esta forma que
vos creés que Dios tiene que ser.
El tercer
caso es cuando Jesús da la vida y Pedro dice, “yo voy a dar la vida por vos”, y
lo traiciona. “Yo no conozco a este hombre”, dice. En ese momento es tan grande
el salto que tiene que dar Pedro que el que lo va a reconfirmar es Jesús, viene
hasta Él, se va a presentar, le va a preguntar si lo ama; el salto es tan
fuerte que necesita que el mismo Jesús lo ayude a darlo. Y nos muestran un
período muy corto de la vida de Pedro, tres años, y cómo tiene que ir dando
saltos en su fe, tiene que ir rompiendo con ciertas estructuras que él tiene.
Esta es la misma invitación que durante este tiempito de Cuaresma se nos ha
pedido a nosotros.
Si tomásemos
los últimos dos evangelios y el de hoy, lo podemos ver claro. En el primer caso
estaba la samaritana, con el agua, al lado del pozo, y va a ser invitada por
Jesús a creer que Él es el Mesías, el que tiene que dar la vida. Esta mujer,
semi-pagana, que creía otra cosa, tiene que abrirse a esa revelación de Jesús.
En el caso del domingo pasado, este es un paso más grande: se acuerdan que
Jesús casi no habla, hace un milagro, cura al ciego de nacimiento, y empiezan
las grandes discusiones: ¿cómo puede ser?, ¿nos habrá mentido este ciego desde
que nació?, porque no puede ser así, ¿cómo va a curar si es sábado? Entonces,
¿qué se les está pidiendo a los judíos? Que rompan con la imagen de Dios que
ellos crearon. Dios es más grande que ellos; entonces tienen que dejarse
transformar por Jesús. Es decir, éste es Jesús, no el que yo creo; no la imagen
que yo me hice. Y éste es un paso muy difícil, tan difícil que es el que los
grupos más rigoristas y extremistas no pueden dar: se quedan en una fe infantil
y dicen, “yo digo cómo es Dios, no ustedes. No es Jesús el que manda, soy yo.
Yo hago mi propia imagen, yo soy la verdad, y me pierdo la misma verdad que es
Jesús, que es el que me tiene que abrir el corazón.”
El tercer
paso es el que se nos pide hoy, tal vez uno de los más difíciles en la fe,
creer verdaderamente que Jesús es la resurrección y la vida. Esta frase que
Jesús dice acá, uno podría decir: “bueno, yo creo que Jesús es la resurrección
y la vida.” Pero ojo, porque Pedro creía también que Jesús era el Mesías, pero
después no fue tan simple. Para explicarlo podemos ver el evangelio que
acabamos de leer. Jesús dice que es la resurrección y la vida; y sin embargo,
esto empieza a hacer un montón de ruido. Primero, como hemos escuchado estos
domingos -vieron que Jesús tiene un plan para todo esto, se toma tiempo- le
dicen que Lázaro está enfermo, y Él dice, “no se hagan problema, vamos dentro
de un tiempito para allá”, espera, quiere enseñarle algo a su comunidad, quiere
ayudarla a crecer en su fe, por eso espera. Como va a decir después: esto yo no
lo necesito, lo necesitan ellos. Por eso se toma su tiempo.
El primer
problema lo tienen los discípulos. Tomás –que en general no queda muy bien
parado- dice: “vayamos a morir con Él.” Bueno, por lo menos quiere ser mártir.
Después llegan y Marta no entiende: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano
no habría muerto.” “Yo lo puedo resucitar”. “Sé que resucitará en la
resurrección del último día.”, le dice Marta. Y Jesús le vuelve a decir, “yo lo
puedo resucitar”. Y ella contesta, “yo creo que eres el Mesías”. Es decir,
Marta no puede dar ese salto en la fe todavía. Necesita más tiempo, necesita
algo más. Lo mismo le va a pasar a María, que no entiende, no comprende; Jesús
termina llorando por la incomprensión, por todo lo que está pasando, por la
situación, por su amigo, y hace este milagro. Este milagro invita a un salto en
la fe, a creer verdaderamente que Jesús es la resurrección y la vida. Ahora,
¿por qué digo que esto es difícil? Porque nosotros esto lo vamos aprendiendo de
chiquitos, no tenemos el problema que tuvieron acá; a uno de chico le dicen:
Jesús murió, resucitó; eso es fácil de entender ahora. El problema es
entenderlo en ese momento, porque la resurrección no se da si algo no muere,
algo tiene que pasar antes. En este caso tienen que morir a esa imagen de Dios,
para creer que Jesús puede resucitar. En el caso nuestro es, ¿qué tenemos que
dejar atrás?, ¿qué tiene que morir en nosotros para que algo resucite? No
solamente hablamos de la resurrección final sino de creer que Jesús resucita
hoy en mí. La Pascua es eso. La Pascua es “paso”. Algo tiene que pasar en mi
vida. Entonces ¿qué es lo que yo quiero que pase en mi vida, para creer
verdaderamente que Jesús resucita y que resucita en mí? Podríamos pensar
distintas cosas, ¿qué es lo que a mí hoy me cuesta?, ¿qué es lo que yo no
entiendo hoy?, ¿qué es lo yo no comprendo?, ¿dónde no tengo esperanza?, ¿dónde
creo que las cosas no pueden ser de otra manera?, ¿dónde creo que no pueden
cambiar las cosas?, y ponerlas en manos de Jesús y decirle: “quiero que eso
muera en mí, quiero dar ese salto en la fe, quiero que algo nuevo resucite en
mi corazón” Si no la Pascua pasa como de lado, si no la puedo entender, no la
puedo vivir; no pasa por mi corazón, y ese es el deseo que tiene Jesús: que en
mi corazón haya Pascua hoy, que algo pase, que algo se transforme. Pero para
eso tengo que frenar un poquito, y tengo que mirar mi vida.
Tal vez
algunos de nosotros tengamos que preguntarnos, ¿qué es lo que hoy estoy
viviendo mal? Es como lo que hablábamos la semana pasada, ¿dónde no soy testigo
de Jesús? Es importante que quiera dar un paso, y me anime a darlo; que le pida
fuerza a Jesús y me tenga paciencia, y busque que algo resucite en mí. ¿En qué no
tengo esperanza? ¿En qué soy muy pesimista? ¿En qué creo que nada puede
cambiar?, y creer que Jesús puede cambiar las cosas. Pedirle a Él el poder transmitir
esa esperanza, esa fe. ¿Qué no estoy integrando a mi vida de fe? Hay muchas
cosas que son difíciles de integrar; cuando algo no lo entiendo, cuando algo no
lo comprendo, cuando las cosas no salen como yo quería, cuando alguien sufre,
cuando alguien muere. Cada uno de nosotros podría pensar, ¿cuál es el salto en
la fe que hoy me toca dar? Y Jesús me diría en el corazón: Yo soy la
resurrección y la vida, ¿creés en esto? La respuesta es personal, pero para eso
tengo que dar un salto. Ahora, los saltos en la fe no son como los saltos al
vacío, que uno da sin saber cómo terminan, sino que se dan de la mano de Jesús,
donde Jesús me espera, donde Jesús me tiene paciencia, donde Jesús me acompaña,
donde Jesús me invita a volver a hacerlo. Por eso me envía su Espíritu. Las dos
lecturas dicen eso. “El Espíritu que da vida”, dice Ezequiel; “el Espíritu que
les trae una vida nueva”, dice Pablo. Jesús nos envía su Espíritu para poder
dar un salto en la fe, para poder creer y abandonarnos en aquel que nos dio vida.
En el fondo, y para terminar, es animarse a poner el corazón en Jesús.
Una cosa que
siempre me pregunté es ¿cómo los apóstoles y los primeros cristianos creyeron?
Porque, uno podría decir: bueno, lo tuvieron a Jesús ahí. Pero a los primeros
cristianos los persiguieron, los azotaron, los metieron presos, los echaron de
sus casas; y lo que me surge es: ya con la décima parte de eso, a mí me
costaría un montón creer. Pero, ¿por qué creyeron? Porque miraron lo que los
sostenía, miraron lo bueno, miraron que en su vida había muchas cosas que Dios
les había regalado. En ese caso, sobre todo dimensionaron la fe. La invitación
para nosotros es la misma, a poner el corazón en Jesús para que eso nos invite
a vivir de una manera nueva.
Pidámosle
entonces a ese Espíritu que transforme nuestros corazones, que nos ayude a
superar nuestros miedos, nuestras tibiezas, nuestros temores. Que esta Pascua
nos ayude a dar un paso que haga crecer nuestra fe.
Lecturas:
*Ez 37,12-14
*Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8
*Rom 8,8-11
*Jn 11,3-7.17.20-27.33b-45
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