martes, 15 de abril de 2014

Homilía: “Cristo vive en ustedes” – V domingo de Cuaresma


Hace poco salió una película que se llama Philomena. Es una historia verídica, y trata de una mujer que siendo adolescente queda embarazada, y sus papás –en una Irlanda muy católica- la meten en un lugar de chicas que de alguna manera habían desprestigiado a la familia –como se creía en ese entonces. La película comienza con ella, cincuenta años después, acordándose de ese hijo que había tenido y había sido dado en adopción; con el deseo de descubrir qué es lo que había pasado con este hijo después de tanto tiempo. Para eso, se junta con un periodista, Martin, que la empieza a acompañar, para poder empezar a recrear la historia, para poder encontrarlo.

Me voy a quedar con dos frases. La primera es una pregunta simple que Philomena le hace a Martin: si cree en Dios. Martin le contesta: “es una pregunta complicada para poder responder tan simplemente. ¿Tú crees?” Y ella le dice: “Sí, claramente.” Está claro que a Martin le costaba mucho creer porque no quería responder a esa pregunta. Mientras van caminando juntos, empieza a crecer el vínculo, y a Martin le cuesta entender la fe que tiene Philomena a pesar de todo lo que ha pasado y todo lo que ha vivido. Y vuelven a hablar del tema en un momento, porque ella le pide –pasando por una Iglesia- que se detenga, “quiero confesarme”. “¿Y qué vas a confesar?” “Mis pecados, por supuesto”, contesta Philomena. Martin, enojado con todo lo que la Iglesia había hecho con ella, dice, “¿Vos te vas a confesar? La Iglesia se tiene que confesar de todo lo que te ha hecho”, y empieza a despotricar contra todo lo que la Iglesia había hecho en su vida. Philomena le dice: “Espero que Dios no te escuche lo que estás diciendo”, y él la carga diciendo, “Mirá, no me cayó ningún rayo todavía; no hay ningún problema.” Ella le dice entonces, “¿qué quieres demostrar con esto?, ¿qué es lo que buscas? Y Martin responde: “Que no necesitás la fe, la religión, para ser feliz.” Entonces Phinomena le pregunta, “¿pero entonces vos querés que sea como vos?” A lo que él se pone nuevamente a despotricar contra la fe y la religión, provocando que Philomena le diga, “bueno, entonces tengo que creer en ser como vos: arrogante, prepotente, que trata mal a la gente.”, y la conversación se va perdiendo cada vez más.

¿Qué es lo que choca acá? Chocan dos modos de vivir la vida. Por un lado una persona que tiene fe y que ha madurado en su fe, que ha podido integrar en su vida cosas muy difíciles, muy duras; y por otro lado una persona que es agnóstica, que no cree, y que no puede entender cómo esta persona cree, menos aún con todo lo que le ha pasado en la vida. Ojalá uno pudiera recorrer la vida como Philomena, creciendo en su fe. Es el camino al que estamos llamados todos nosotros, a que nuestra fe vaya madurando y creciendo. Sin embargo, sabemos que eso no es fácil, sobre todo los que somos más grandes. Como alguna vez hemos hablado con los más jóvenes en los retiros, a nosotros nos cuesta ver esos pasos y esos saltos que tenemos que hacer en la fe. La fe está en continuo crecimiento, en un crecimiento necesario, en la medida en que vamos evolucionando en la vida. Podríamos decir, como a veces me dicen los más jóvenes: “yo no creo tanto”, y yo les pregunto: “¿por qué?”. “Y, porque cuando era chico creía más.”, como si se pudiera medir. “Y, ¿por qué creías más?”. “Porque ahora me hago preguntas, dudo, no tengo las cosas claras…” La pregunta, la duda, es necesaria. No es que eso atacó mi fe; es que lo que me está pidiendo mi fe es que integre más cosas. Cuando yo soy chico es más simple, creo lo que me dicen con más facilidad, no entiendo toda la realidad; pero cuando la voy entendiendo, empiezo a ver un montón de cosas que tengo que integrar en mi vida de fe. Los mismos saltos que hago en mi vida ordinaria. A partir de ahí, si logro integrar esas cosas y logro hacer viva mi fe, mi fe va a ir creciendo. Pero no basta con eso en la adolescencia, vuelve a suceder en la juventud, en la adultez, en la vejez; en todo momento de la vida, mi fe va a estar llamada a dar saltos. Es más, podríamos preguntarnos cada uno de los que estamos acá: ¿en qué de Dios me cuesta creer en este momento?, ¿qué me cuesta integrar en mi fe? Porque en general, el creer implica tener que ir soltando cosas, dejar de aferrarme, dejar de controlar y dar ese salto hacia Dios; decir: voy rompiendo en lo que yo creo para poner mi corazón en Jesús, en esa persona.

Para no hacerlo tan complicado lo voy a ejemplificar con un caso del evangelio. Vamos a tomar la figura de Pedro. Como ustedes saben, cuando Jesús lo llama él dice: yo voy a dejar todo y te voy a seguir. Y uno podría pensar: “qué entregado que fue Pedro que dejó todo y lo siguió”. Sin embargo, podemos tomar tres momentos de su vida muy claros donde su fe es puesta totalmente a prueba, y Pedro va a tener que dar un salto que no entiende. Primero, con la pesca milagrosa. ¿Se acuerdan? Salen con la barca, Pedro dice “no pescamos en toda la noche”, y tiran la red a la derecha de la barca, se llena de peces, y Pedro le termina diciendo a Jesús: “Aléjate de mí que soy un pecador.” ¿Qué es lo que le está costando a Pedro? Integrar lo que le cuesta de su vida, su pecado, en su fe. ¿Jesús qué le va a decir? Ven, yo te voy a hacer pescador de hombres. Es decir, Pedro tiene que dar un salto, tiene que darse cuenta de que tiene que integrar en su humanidad lo que le gusta y lo que no le gusta; que eso tiene que ser parte de su fe. Este es un salto que muchas veces tenemos que hacer nosotros también. Nos cuesta integrar nuestro pecado, lo que no nos gusta, lo difícil nuestro, en la vida de fe.

El segundo paso que tiene que hacer Pedro lo vemos cuando Jesús pregunta, “¿quién soy Yo?”, y Pedro contesta muy bien: “Tú eres el Mesías.” Sin embargo, como sabemos, cuando Jesús explique que es el Mesías (el Mesías vino al mundo, tiene que vivir su pasión, sufrir, morir, dar la vida), Pedro dice: no, pará. Lo llama a un costado y le dice a Jesús: esto no lo vas a hacer, y le empieza a enseñar a Jesús, como si Él necesitara consejos. Y Pedro se come el peor reto del Nuevo Testamento: “Ve detrás de Mí, Satanás”. Lo que le está pidiendo Pedro a Jesús es que se aleje de su misión. Uno puede preguntarse todas las dudas que le surgieron a Pedro a partir de eso, porque tiene que romper con la imagen que él tiene de Dios. Él cree que Dios tiene que ser de una forma; por eso Jesús que es el Mesías tiene que ser de esa manera, y tiene que aceptar que Jesús le está diciendo: Yo soy como soy, no como vos querés. Rompé con esta forma que vos creés que Dios tiene que ser.

El tercer caso es cuando Jesús da la vida y Pedro dice, “yo voy a dar la vida por vos”, y lo traiciona. “Yo no conozco a este hombre”, dice. En ese momento es tan grande el salto que tiene que dar Pedro que el que lo va a reconfirmar es Jesús, viene hasta Él, se va a presentar, le va a preguntar si lo ama; el salto es tan fuerte que necesita que el mismo Jesús lo ayude a darlo. Y nos muestran un período muy corto de la vida de Pedro, tres años, y cómo tiene que ir dando saltos en su fe, tiene que ir rompiendo con ciertas estructuras que él tiene. Esta es la misma invitación que durante este tiempito de Cuaresma se nos ha pedido a nosotros.

Si tomásemos los últimos dos evangelios y el de hoy, lo podemos ver claro. En el primer caso estaba la samaritana, con el agua, al lado del pozo, y va a ser invitada por Jesús a creer que Él es el Mesías, el que tiene que dar la vida. Esta mujer, semi-pagana, que creía otra cosa, tiene que abrirse a esa revelación de Jesús. En el caso del domingo pasado, este es un paso más grande: se acuerdan que Jesús casi no habla, hace un milagro, cura al ciego de nacimiento, y empiezan las grandes discusiones: ¿cómo puede ser?, ¿nos habrá mentido este ciego desde que nació?, porque no puede ser así, ¿cómo va a curar si es sábado? Entonces, ¿qué se les está pidiendo a los judíos? Que rompan con la imagen de Dios que ellos crearon. Dios es más grande que ellos; entonces tienen que dejarse transformar por Jesús. Es decir, éste es Jesús, no el que yo creo; no la imagen que yo me hice. Y éste es un paso muy difícil, tan difícil que es el que los grupos más rigoristas y extremistas no pueden dar: se quedan en una fe infantil y dicen, “yo digo cómo es Dios, no ustedes. No es Jesús el que manda, soy yo. Yo hago mi propia imagen, yo soy la verdad, y me pierdo la misma verdad que es Jesús, que es el que me tiene que abrir el corazón.”

El tercer paso es el que se nos pide hoy, tal vez uno de los más difíciles en la fe, creer verdaderamente que Jesús es la resurrección y la vida. Esta frase que Jesús dice acá, uno podría decir: “bueno, yo creo que Jesús es la resurrección y la vida.” Pero ojo, porque Pedro creía también que Jesús era el Mesías, pero después no fue tan simple. Para explicarlo podemos ver el evangelio que acabamos de leer. Jesús dice que es la resurrección y la vida; y sin embargo, esto empieza a hacer un montón de ruido. Primero, como hemos escuchado estos domingos -vieron que Jesús tiene un plan para todo esto, se toma tiempo- le dicen que Lázaro está enfermo, y Él dice, “no se hagan problema, vamos dentro de un tiempito para allá”, espera, quiere enseñarle algo a su comunidad, quiere ayudarla a crecer en su fe, por eso espera. Como va a decir después: esto yo no lo necesito, lo necesitan ellos. Por eso se toma su tiempo.

El primer problema lo tienen los discípulos. Tomás –que en general no queda muy bien parado- dice: “vayamos a morir con Él.” Bueno, por lo menos quiere ser mártir. Después llegan y Marta no entiende: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.” “Yo lo puedo resucitar”. “Sé que resucitará en la resurrección del último día.”, le dice Marta. Y Jesús le vuelve a decir, “yo lo puedo resucitar”. Y ella contesta, “yo creo que eres el Mesías”. Es decir, Marta no puede dar ese salto en la fe todavía. Necesita más tiempo, necesita algo más. Lo mismo le va a pasar a María, que no entiende, no comprende; Jesús termina llorando por la incomprensión, por todo lo que está pasando, por la situación, por su amigo, y hace este milagro. Este milagro invita a un salto en la fe, a creer verdaderamente que Jesús es la resurrección y la vida. Ahora, ¿por qué digo que esto es difícil? Porque nosotros esto lo vamos aprendiendo de chiquitos, no tenemos el problema que tuvieron acá; a uno de chico le dicen: Jesús murió, resucitó; eso es fácil de entender ahora. El problema es entenderlo en ese momento, porque la resurrección no se da si algo no muere, algo tiene que pasar antes. En este caso tienen que morir a esa imagen de Dios, para creer que Jesús puede resucitar. En el caso nuestro es, ¿qué tenemos que dejar atrás?, ¿qué tiene que morir en nosotros para que algo resucite? No solamente hablamos de la resurrección final sino de creer que Jesús resucita hoy en mí. La Pascua es eso. La Pascua es “paso”. Algo tiene que pasar en mi vida. Entonces ¿qué es lo que yo quiero que pase en mi vida, para creer verdaderamente que Jesús resucita y que resucita en mí? Podríamos pensar distintas cosas, ¿qué es lo que a mí hoy me cuesta?, ¿qué es lo que yo no entiendo hoy?, ¿qué es lo yo no comprendo?, ¿dónde no tengo esperanza?, ¿dónde creo que las cosas no pueden ser de otra manera?, ¿dónde creo que no pueden cambiar las cosas?, y ponerlas en manos de Jesús y decirle: “quiero que eso muera en mí, quiero dar ese salto en la fe, quiero que algo nuevo resucite en mi corazón” Si no la Pascua pasa como de lado, si no la puedo entender, no la puedo vivir; no pasa por mi corazón, y ese es el deseo que tiene Jesús: que en mi corazón haya Pascua hoy, que algo pase, que algo se transforme. Pero para eso tengo que frenar un poquito, y tengo que mirar mi vida.

Tal vez algunos de nosotros tengamos que preguntarnos, ¿qué es lo que hoy estoy viviendo mal? Es como lo que hablábamos la semana pasada, ¿dónde no soy testigo de Jesús? Es importante que quiera dar un paso, y me anime a darlo; que le pida fuerza a Jesús y me tenga paciencia, y busque que algo resucite en mí. ¿En qué no tengo esperanza? ¿En qué soy muy pesimista? ¿En qué creo que nada puede cambiar?, y creer que Jesús puede cambiar las cosas. Pedirle a Él el poder transmitir esa esperanza, esa fe. ¿Qué no estoy integrando a mi vida de fe? Hay muchas cosas que son difíciles de integrar; cuando algo no lo entiendo, cuando algo no lo comprendo, cuando las cosas no salen como yo quería, cuando alguien sufre, cuando alguien muere. Cada uno de nosotros podría pensar, ¿cuál es el salto en la fe que hoy me toca dar? Y Jesús me diría en el corazón: Yo soy la resurrección y la vida, ¿creés en esto? La respuesta es personal, pero para eso tengo que dar un salto. Ahora, los saltos en la fe no son como los saltos al vacío, que uno da sin saber cómo terminan, sino que se dan de la mano de Jesús, donde Jesús me espera, donde Jesús me tiene paciencia, donde Jesús me acompaña, donde Jesús me invita a volver a hacerlo. Por eso me envía su Espíritu. Las dos lecturas dicen eso. “El Espíritu que da vida”, dice Ezequiel; “el Espíritu que les trae una vida nueva”, dice Pablo. Jesús nos envía su Espíritu para poder dar un salto en la fe, para poder creer y abandonarnos en aquel que nos dio vida. En el fondo, y para terminar, es animarse a poner el corazón en Jesús.

Una cosa que siempre me pregunté es ¿cómo los apóstoles y los primeros cristianos creyeron? Porque, uno podría decir: bueno, lo tuvieron a Jesús ahí. Pero a los primeros cristianos los persiguieron, los azotaron, los metieron presos, los echaron de sus casas; y lo que me surge es: ya con la décima parte de eso, a mí me costaría un montón creer. Pero, ¿por qué creyeron? Porque miraron lo que los sostenía, miraron lo bueno, miraron que en su vida había muchas cosas que Dios les había regalado. En ese caso, sobre todo dimensionaron la fe. La invitación para nosotros es la misma, a poner el corazón en Jesús para que eso nos invite a vivir de una manera nueva.

Pidámosle entonces a ese Espíritu que transforme nuestros corazones, que nos ayude a superar nuestros miedos, nuestras tibiezas, nuestros temores. Que esta Pascua nos ayude a dar un paso que haga crecer nuestra fe.

Lecturas:
*Ez 37,12-14
*Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8
*Rom 8,8-11
*Jn 11,3-7.17.20-27.33b-45

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