Homilía: “¿Qué
pasión le ponemos nosotros a lo que Jesús está viviendo? - Evangelio Procesión
de Ramos
Acabamos de
escuchar en este texto la entrada de Jesús en Jerusalén. Se ve que la gente
había ido escuchando de Jesús, muchos lo habían conocido o habían escuchado lo
que Él había hecho y por eso se acercaron a alabar a Dios con esos ramos. Con
ese signo mostraban la alegría que tenían en el corazón.
En esta
semana nosotros vamos a pasar por un montón de acontecimientos. Empezamos
celebrando que Jesús entra en Jerusalén, el jueves vamos a celebrar la Última Cena,
después vendrá el Viernes Santo con su Pasión y su muerte, luego la
resurrección. Es decir, vamos a pasar por un montón de estados de ánimo
diferentes: del gozo y la alegría de haberlo visto entrar, a la alegría de los
que compartieron esa cena, al dolor de que Jesús es crucificado y muere, a la
alegría de la resurrección; un montón de sentimientos. Estos sentimientos que
para algunos de nosotros son difíciles de encontrar, a muchos de nosotros la fe
nos pasa por la cabeza –entiendo o no entiendo, rezo más mentalmente o no-
pero, sentir verdaderamente en el corazón a Jesús, a veces nos cuesta mucho.
Sentir la alegría, sentir el gozo, sentir la tristeza; poner verdaderamente el
corazón en Dios. Esa es la invitación que tenemos en esta semana, a ver qué es
lo que pasa. La misma palabra “pasión”, nos marca esto. ¿Qué pasión le ponemos
nosotros –qué sentimientos le ponemos nosotros- a lo que Jesús está viviendo?
Esa es la invitación, a dejar que nuestro corazón sea tocado por Jesús, a dejar
que nuestro corazón se despierte. Cada uno desde el lugar que está y con los
sentimientos que tiene; pero dejar aflorar los sentimientos. Para eso tengo que
profundizar; no me puedo quedar en el nivel superficial de mi cabeza, sino que
tengo que bajar a un nivel más profundo que es el del corazón. Y animarme a
mostrar eso. Pero para eso tengo que dar un paso. Es como los ramos que tenemos
hoy. Tal vez algunos tienen, otros no, algunos dicen “no, ¿para qué esta
pavada?”, otros “bueno, lo tengo pero lo escondo un poquito, no lo quiero
mostrar mucho” porque nos da un poco de vergüenza. Bueno, con Jesús a veces nos
pasa lo mismo en la vida. A veces pensamos: “en este lugar hablo de Jesús
porque estoy en este grupo, estoy en la Iglesia”; pero después voy a este otro
ámbito, a la facultad, al colegio y: “no, acá no voy a hablar de Jesús, a ver
si quedo mal.” Es decir, lo que nos pasa con los ramos, es lo que nos pasa con
la vida; muchas veces nos da miedo ser cristianos, a veces nos da vergüenza, a
veces nos cuesta.
Creo que en
esta Semana Santa le podemos pedir a Jesús que este camino que vamos a hacer
nos ayude a nosotros a vivir esa Pascua y a animarnos a ser más cristianos; a
vivir en el corazón lo que pasa, y a animarnos a ser testigos de Él.
Vamos a
entrar ahora en procesión, alabando a esta cruz, que es símbolo de Jesús.
Pidámosle con nuestros ramos, con nuestro canto, que esta alegría que los discípulos
y que la gente tenía en Jerusalén, sea la misma alegría que nosotros tenemos en
el corazón porque Jesús no sólo entra a Jerusalén, sino que hoy también entra
en nuestra Iglesia, en nuestra Catedral, en nuestra comunidad, y en nuestros
corazones.
*Mt 21,1-11
Homilía: ¿Qué tiene que morir en mí hoy,
para que pueda resucitar? – Domingo de Ramos - Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo
Hemos
escuchado con lujo de detalles todos los acontecimientos desde que Jesús entra
en Jerusalén: la Última Cena, Getsemaní, Jesús juzgado en el Sanedrín y frente
a Poncio Pilatos, después Jesús condenado a muerte, crucificado, y Jesús
muerto. Frente a eso, numerosos personajes van apareciendo alrededor de Jesús
con distintas actitudes. Podríamos pensar, ¿cuál es la actitud que yo tengo en
mi vida con Jesús?, ¿de qué manera Jesús está presente en mi corazón y en mi
vida? Podríamos hasta preguntarnos e imaginarnos, ¿de qué personaje estoy un
poquito más cerca? ¿Soy como los que fueron a aclamarlo cuando entraba a
Jerusalén con los ramos, contento; y cuando vienen los momentos difíciles me
borro, me voy, no estoy? Es decir, bueno, mientras me va bien en mi vida yo
vivo mi fe, pero cuando viene un poco más difícil la cosa no estoy,
desaparezco, no quiero vivirlo; en este momento me queda cómodo, pero en este
momento no. Entonces, acomodo mi fe según los vaivenes o lo que me cae un
poquito mejor. Puedo pensar como con los discípulos, que paso momentos muy
lindos, como la Última Cena, donde estoy con Jesús, pero cuando las cosas se
complican en serio, todos de diferentes formas y maneras, se van saliendo.
Podríamos
pensar en nuestros procesos de fe, tal vez cuál es ese momento difícil en el
que nos cuesta estar con Jesús. Tal vez cuando tengo poco tiempo; como tengo
poco tiempo y tengo que acotar mi vida, que Jesús quede afuera por un rato. O,
cosas que me cuestan. Tal vez frente al sufrimiento, frente al dolor, cuando
las cosas no salen como yo quiero, en esto también Jesús queda afuera, y me
separo de Él. Puedo ser también como otros personajes, que aparecen en los
demás evangelios: Simón de Sirene que ayudó a cargar la cruz, y yo, que en mi vida
ayudo a otros, los acompaño en momentos difíciles, en los momentos de Pasión,
en los momentos de sufrimientos y de muerte, que estoy ahí, con ellos,
acompañándolos. O como las mujeres que nos decía el texto, que estaban con
Jesús, las únicas que estuvieron ahí; estando presentes, aún en los momentos
más difíciles.
Podemos
pensar cómo es mi vida de fe, a qué se asemeja; puede ser como la de Judas, o
como la de Pedro, que eran muy entusiastas pero cuando llegó el momento lo
negaron, lo traicionaron. Hasta acá llega mi fe. Cuando me tengo que exponer
mucho, hasta acá llegó. Tal vez a nosotros, como les decía al principio de la
misa, también nos pasa, hay lugares en los que “Jesús llegó hasta acá”, no
entra a mi espacio de trabajo, o no entra a mi facultad, o no entra en mis
vacaciones, no sé. Hay un momento en el que Jesús no puede estar porque me
complica la vida; lo mismo debe haber pensado Pedro, “acá me complica la vida”.
Es más, seguramente a Pedro lo hubieran crucificado también si decía que estaba
con Jesús. Pero a veces también nosotros tenemos esta actitud.
La invitación
de Jesús, más allá de todo eso, es a que desde el lugar en el que estamos, nos
animemos a que haya Pascua en nosotros; y para que haya Pascua, como hablábamos
el domingo pasado, algo tiene que pasar. Es decir, la Pascua es: alguien muere,
para resucitar. Pero primero tiene que morir para que haya esa resurrección.
Podemos mirar en nuestra vida, ¿a qué tenemos que morir?, ¿qué es lo que me
cuesta en mi vida de fe? Tal vez tomando uno de estos personajes, ¿qué es lo
que yo tendría que dejar atrás para pedirle a Jesús que me ayude a resucitar?
Ese límite, eso en lo que no me animo a ser testimonio de Jesús, esa actitud
que me es difícil, ese pecado que tengo, esto en lo que no me la juego; animarme
a ponerlo delante de Jesús.
Porque si no,
en el fondo estamos como frente a una obra de teatro, la veo muy linda durante
toda la Semana Santa pero Jesús no toca mi corazón. Nosotros celebramos la
Semana Santa porque queremos que Jesús hoy toque nuestra vida y nuestros
corazones. Pero para eso tengo que mirar mi corazón y pensar qué Pascua quiero
vivir hoy yo. No sólo una Pascua que sucedió hace más o menos dos mil años, o
que sucederá el día que me toque morir y pasar al cielo. Bueno, ¿qué Pascua
quiero vivir hoy yo?, ¿qué paso quiero dar? No importa la situación.
Para terminar
voy a poner dos ejemplos. Por un lado tenemos a Judas y por otro tenemos a
Pedro. Los dos se equivocaron y se equivocaron feo. No hay mucha diferencia,
uno lo entregó y el otro lo negó. Los dos lo traicionaron a Jesús; pero lo
vivieron de manera diferente. Judas, como no se puso en las manos de Jesús, no
se animó a vivir su Pascua, no pudo comprender lo que era el amor y la
misericordia de Dios. Entonces se puso mal, quiso volver atrás y como no podía,
dejó las monedas y se ahorcó, se mató; “hasta acá llegué”, dijo. Judas no
comprendió cuál era el paso que siempre se puede dar en Jesús. ¿Cuál es la
diferencia con Pedro? Que a pesar del dolor, de lo difícil que debe haber sido
para él, de haber pensado muchas veces: “yo dije que iba a dar la vida y lo
negué”, “metí la pata hasta al fondo, ¿cómo Jesús me va a amar?”; todos sabemos
cómo termina esto, Pedro se acerca a Jesús, frente al lago, y éste le dice: “¿me
amas?” Sólo tiene que responder a esa pregunta, nada más. En Pedro sí hubo
Pascua, se animó a dejar morir ese Pedro que traicionaba a Jesús, para que
naciera el Pedro que amaba a Jesús. Esa es la invitación a nosotros, ¿qué tiene
que morir, para ver qué tiene que resucitar?
Animémonos a
tomarnos en estos días un minuto de oración con Jesús; pongámonos en las manos
de María que siempre nos lleva con mucho cariño y con mucho amor a esas manos
de Jesús. Animémonos a dejar atrás aquello que nos aleja de Él, aquello que nos
aleja de la vida, de la fe, aquello que tiene que morir, para que Jesús también
nos ayude hoy a resucitar con Él.
Lecturas:
*Isa 50,4-7
*Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
*Fil 2,6-11
*Mt 26,14–27,66
No hay comentarios:
Publicar un comentario