miércoles, 23 de abril de 2014

Homilías Domingo de Ramos

Homilía: “¿Qué pasión le ponemos nosotros a lo que Jesús está viviendo? - Evangelio Procesión de Ramos
Acabamos de escuchar en este texto la entrada de Jesús en Jerusalén. Se ve que la gente había ido escuchando de Jesús, muchos lo habían conocido o habían escuchado lo que Él había hecho y por eso se acercaron a alabar a Dios con esos ramos. Con ese signo mostraban la alegría que tenían en el corazón.
En esta semana nosotros vamos a pasar por un montón de acontecimientos. Empezamos celebrando que Jesús entra en Jerusalén, el jueves vamos a celebrar la Última Cena, después vendrá el Viernes Santo con su Pasión y su muerte, luego la resurrección. Es decir, vamos a pasar por un montón de estados de ánimo diferentes: del gozo y la alegría de haberlo visto entrar, a la alegría de los que compartieron esa cena, al dolor de que Jesús es crucificado y muere, a la alegría de la resurrección; un montón de sentimientos. Estos sentimientos que para algunos de nosotros son difíciles de encontrar, a muchos de nosotros la fe nos pasa por la cabeza –entiendo o no entiendo, rezo más mentalmente o no- pero, sentir verdaderamente en el corazón a Jesús, a veces nos cuesta mucho. Sentir la alegría, sentir el gozo, sentir la tristeza; poner verdaderamente el corazón en Dios. Esa es la invitación que tenemos en esta semana, a ver qué es lo que pasa. La misma palabra “pasión”, nos marca esto. ¿Qué pasión le ponemos nosotros –qué sentimientos le ponemos nosotros- a lo que Jesús está viviendo? Esa es la invitación, a dejar que nuestro corazón sea tocado por Jesús, a dejar que nuestro corazón se despierte. Cada uno desde el lugar que está y con los sentimientos que tiene; pero dejar aflorar los sentimientos. Para eso tengo que profundizar; no me puedo quedar en el nivel superficial de mi cabeza, sino que tengo que bajar a un nivel más profundo que es el del corazón. Y animarme a mostrar eso. Pero para eso tengo que dar un paso. Es como los ramos que tenemos hoy. Tal vez algunos tienen, otros no, algunos dicen “no, ¿para qué esta pavada?”, otros “bueno, lo tengo pero lo escondo un poquito, no lo quiero mostrar mucho” porque nos da un poco de vergüenza. Bueno, con Jesús a veces nos pasa lo mismo en la vida. A veces pensamos: “en este lugar hablo de Jesús porque estoy en este grupo, estoy en la Iglesia”; pero después voy a este otro ámbito, a la facultad, al colegio y: “no, acá no voy a hablar de Jesús, a ver si quedo mal.” Es decir, lo que nos pasa con los ramos, es lo que nos pasa con la vida; muchas veces nos da miedo ser cristianos, a veces nos da vergüenza, a veces nos cuesta.
Creo que en esta Semana Santa le podemos pedir a Jesús que este camino que vamos a hacer nos ayude a nosotros a vivir esa Pascua y a animarnos a ser más cristianos; a vivir en el corazón lo que pasa, y a animarnos a ser testigos de Él.
Vamos a entrar ahora en procesión, alabando a esta cruz, que es símbolo de Jesús. Pidámosle con nuestros ramos, con nuestro canto, que esta alegría que los discípulos y que la gente tenía en Jerusalén, sea la misma alegría que nosotros tenemos en el corazón porque Jesús no sólo entra a Jerusalén, sino que hoy también entra en nuestra Iglesia, en nuestra Catedral, en nuestra comunidad, y en nuestros corazones.

*Mt 21,1-11

Homilía: ¿Qué tiene que morir en mí hoy, para que pueda resucitar? – Domingo de Ramos - Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Hemos escuchado con lujo de detalles todos los acontecimientos desde que Jesús entra en Jerusalén: la Última Cena, Getsemaní, Jesús juzgado en el Sanedrín y frente a Poncio Pilatos, después Jesús condenado a muerte, crucificado, y Jesús muerto. Frente a eso, numerosos personajes van apareciendo alrededor de Jesús con distintas actitudes. Podríamos pensar, ¿cuál es la actitud que yo tengo en mi vida con Jesús?, ¿de qué manera Jesús está presente en mi corazón y en mi vida? Podríamos hasta preguntarnos e imaginarnos, ¿de qué personaje estoy un poquito más cerca? ¿Soy como los que fueron a aclamarlo cuando entraba a Jerusalén con los ramos, contento; y cuando vienen los momentos difíciles me borro, me voy, no estoy? Es decir, bueno, mientras me va bien en mi vida yo vivo mi fe, pero cuando viene un poco más difícil la cosa no estoy, desaparezco, no quiero vivirlo; en este momento me queda cómodo, pero en este momento no. Entonces, acomodo mi fe según los vaivenes o lo que me cae un poquito mejor. Puedo pensar como con los discípulos, que paso momentos muy lindos, como la Última Cena, donde estoy con Jesús, pero cuando las cosas se complican en serio, todos de diferentes formas y maneras, se van saliendo.
Podríamos pensar en nuestros procesos de fe, tal vez cuál es ese momento difícil en el que nos cuesta estar con Jesús. Tal vez cuando tengo poco tiempo; como tengo poco tiempo y tengo que acotar mi vida, que Jesús quede afuera por un rato. O, cosas que me cuestan. Tal vez frente al sufrimiento, frente al dolor, cuando las cosas no salen como yo quiero, en esto también Jesús queda afuera, y me separo de Él. Puedo ser también como otros personajes, que aparecen en los demás evangelios: Simón de Sirene que ayudó a cargar la cruz, y yo, que en mi vida ayudo a otros, los acompaño en momentos difíciles, en los momentos de Pasión, en los momentos de sufrimientos y de muerte, que estoy ahí, con ellos, acompañándolos. O como las mujeres que nos decía el texto, que estaban con Jesús, las únicas que estuvieron ahí; estando presentes, aún en los momentos más difíciles.
Podemos pensar cómo es mi vida de fe, a qué se asemeja; puede ser como la de Judas, o como la de Pedro, que eran muy entusiastas pero cuando llegó el momento lo negaron, lo traicionaron. Hasta acá llega mi fe. Cuando me tengo que exponer mucho, hasta acá llegó. Tal vez a nosotros, como les decía al principio de la misa, también nos pasa, hay lugares en los que “Jesús llegó hasta acá”, no entra a mi espacio de trabajo, o no entra a mi facultad, o no entra en mis vacaciones, no sé. Hay un momento en el que Jesús no puede estar porque me complica la vida; lo mismo debe haber pensado Pedro, “acá me complica la vida”. Es más, seguramente a Pedro lo hubieran crucificado también si decía que estaba con Jesús. Pero a veces también nosotros tenemos esta actitud.
La invitación de Jesús, más allá de todo eso, es a que desde el lugar en el que estamos, nos animemos a que haya Pascua en nosotros; y para que haya Pascua, como hablábamos el domingo pasado, algo tiene que pasar. Es decir, la Pascua es: alguien muere, para resucitar. Pero primero tiene que morir para que haya esa resurrección. Podemos mirar en nuestra vida, ¿a qué tenemos que morir?, ¿qué es lo que me cuesta en mi vida de fe? Tal vez tomando uno de estos personajes, ¿qué es lo que yo tendría que dejar atrás para pedirle a Jesús que me ayude a resucitar? Ese límite, eso en lo que no me animo a ser testimonio de Jesús, esa actitud que me es difícil, ese pecado que tengo, esto en lo que no me la juego; animarme a ponerlo delante de Jesús.
Porque si no, en el fondo estamos como frente a una obra de teatro, la veo muy linda durante toda la Semana Santa pero Jesús no toca mi corazón. Nosotros celebramos la Semana Santa porque queremos que Jesús hoy toque nuestra vida y nuestros corazones. Pero para eso tengo que mirar mi corazón y pensar qué Pascua quiero vivir hoy yo. No sólo una Pascua que sucedió hace más o menos dos mil años, o que sucederá el día que me toque morir y pasar al cielo. Bueno, ¿qué Pascua quiero vivir hoy yo?, ¿qué paso quiero dar? No importa la situación.
Para terminar voy a poner dos ejemplos. Por un lado tenemos a Judas y por otro tenemos a Pedro. Los dos se equivocaron y se equivocaron feo. No hay mucha diferencia, uno lo entregó y el otro lo negó. Los dos lo traicionaron a Jesús; pero lo vivieron de manera diferente. Judas, como no se puso en las manos de Jesús, no se animó a vivir su Pascua, no pudo comprender lo que era el amor y la misericordia de Dios. Entonces se puso mal, quiso volver atrás y como no podía, dejó las monedas y se ahorcó, se mató; “hasta acá llegué”, dijo. Judas no comprendió cuál era el paso que siempre se puede dar en Jesús. ¿Cuál es la diferencia con Pedro? Que a pesar del dolor, de lo difícil que debe haber sido para él, de haber pensado muchas veces: “yo dije que iba a dar la vida y lo negué”, “metí la pata hasta al fondo, ¿cómo Jesús me va a amar?”; todos sabemos cómo termina esto, Pedro se acerca a Jesús, frente al lago, y éste le dice: “¿me amas?” Sólo tiene que responder a esa pregunta, nada más. En Pedro sí hubo Pascua, se animó a dejar morir ese Pedro que traicionaba a Jesús, para que naciera el Pedro que amaba a Jesús. Esa es la invitación a nosotros, ¿qué tiene que morir, para ver qué tiene que resucitar?
Animémonos a tomarnos en estos días un minuto de oración con Jesús; pongámonos en las manos de María que siempre nos lleva con mucho cariño y con mucho amor a esas manos de Jesús. Animémonos a dejar atrás aquello que nos aleja de Él, aquello que nos aleja de la vida, de la fe, aquello que tiene que morir, para que Jesús también nos ayude hoy a resucitar con Él.

Lecturas:
*Isa 50,4-7
*Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
*Fil 2,6-11
*Mt 26,14–27,66




No hay comentarios:

Publicar un comentario