lunes, 26 de mayo de 2014

Homilía: “Quedate con nosotros” – III domingo de Pascua


Hay una excelente película que salió hace poco que se llama “Ladrona de Libros”. La película transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, y comienza con un viaje en tren, donde una niña y un niño están yendo con su madre a ser dados en adopción. El padre los abandonó y no tienen cómo mantenerlos, entonces los van a dar a otra familia. Durante el viaje, el hermano muere de hambre, y la única que llega a esta casa es la hija, Liesel. Y en un momento de la película, en una voz en off, ella dice: “Había una vez un fantasma, de un niño… Al que le gustaba vivir en las sombras, para no asustar a la gente. Su trabajo era esperar a su hermana, que aún estaba viva. Ella no tenía miedo a la oscuridad… Porque sabía, que era dónde estaba su hermano. Adelante. Por la noche, cuando la oscuridad llegó a su habitación… Le contaría a su hermano sobre el día. Ella le recordaría, cómo el sol se sentía en su piel… Y cómo se sentía el aire para respirar… o cómo se sentiría la nieve en su lengua. Y eso le recordó… Que ella aún estaba viva”. Con esto ella nos muestra un momento muy duro en el que ella se quedó sin familia, murió su hermano; un momento en el que se siente sola y no encuentra nada que la mantenga y la haga caminar hacia delante, y más allá de eso hay algo que le trae esperanza al corazón, su hermano. Ella lo recuerda en muchos gestos, en muchas cosas de todos los días. Pero en vez de mirarlo hacia atrás, como muchas veces hacemos, quedándonos anclados en algo que nos pasó, ella mira hacia delante. Es más, lo dice en la frase: “adelante”. Ella sabe que se va a reencontrar con su hermano, y por eso habla de un montón de esos gestos y esos signos que a ella le traen vida.
En nuestra vida, en nuestro camino de Fe, a nosotros nos va sucediendo lo mismo. Tenemos que descubrir cuáles son justamente esos momentos, esas cosas, esos signos, esas personas, esas palabras, que traen vida a nuestro corazón. Es más, en la Pascua sucede lo mismo porque la resurrección no es algo que se impone, sino que es como un proceso, un camino que se va revelando. Como escuchamos estos últimos domingos, se va revelando en la vida de los discípulos, pero también se va revelando en nuestra propia vida. Es un camino, un proceso; algo se va revelando, y hay algo que queda velado. Hay momentos donde las cosas son más claras, y hay momentos donde uno no ve en claro qué es lo que pasa. Hay momentos donde siento presente a Dios en mi vida, y hay momentos donde me pregunto dónde está Dios. Eso es lo propio de todo camino de Fe, de ver que hay momentos fuertes en encuentro con el otro; y hay momentos donde no lo descubrimos a ese otro, donde la pregunta es ¿dónde está Jesús? Es más, cada uno de nosotros podría mirar en su pasado y darse cuenta que hay momentos de la vida donde hemos tenido una experiencia fuerte de Jesús, y hay momentos donde no, o por lo menos no nos dimos cuenta de esa experiencia con Jesús. Momentos, tal vez días, semanas, meses, años, donde nos hemos alejado porque no le hemos encontrado sentido a estar con Jesús, a caminar con Él, donde esa experiencia de que hay un Dios que está vivo y que trae vida no nos es patente, no la descubrimos.
Por eso, creo que este texto de los discípulos de Emaús, tan conocido por todos, representa la experiencia de toda persona: me ilusioné con Jesús, dejé todo y lo seguí. Pero después Jesús murió de alguna manera en mi vida, y yo me voy, vuelvo a lo anterior, dejo ese camino de Fe que tal vez durante mucho tiempo estuve transitando. Hasta que algo vuelve a tocar mi corazón en algún momento. Y en estas pocas frases, los discípulos revelan lo que nosotros tenemos en el corazón: “nosotros esperábamos”. Le cuentan su experiencia con Jesús. Todos tenemos una experiencia de Jesús, nos la narraron aunque sea cuando éramos chiquitos, para la primera comunión; o momentos fuertes después en confirmación, o cuando coordinamos algo, o cuando nos fuimos a misionar, o en Pascua Joven; y después, como que eso se apagó. Y yo esperaba que Jesús hiciera “tal cosa”, pasara por tal lugar en mi vida; yo había puesto ciertas expectativas en Él. Sin embargo, por diferentes razones esas expectativas se truncaron. Ese “nosotros esperábamos”, es poner en palabras lo que experimentamos. Porque cuando nos alejamos de Jesús es porque algo que esperábamos no se dio así. En la vida de estos discípulos es muy claro, Jesús murió. “Nosotros esperábamos que Él nos liberara de toda esclavitud.” Esa era su expectativa, lo que ellos esperaban de Jesús.
Entonces nosotros podríamos preguntarnos, ¿qué es lo que esperamos de Jesús?, ¿qué es lo que buscamos en Él? Supongo que si estamos acá, aunque a veces venimos con un poco de piloto automático, es porque tenemos expectativas o las hemos tenido a lo largo de la vida. “Yo esperaba que mis hijos vivieran la fe…” y de pronto no pasó. Y uno se pregunta, ¿qué pasó acá? O, “yo esperaba que Jesús transformara mi vida de esta forma, de esta manera…”, o “yo esperaba que los chicos que están en confirmación, o en post, o que fueron a un retiro, o este amigo, vivieran la fe de esta manera, de esta forma”, y no pasó. O quizás esperaba que Jesús estuviera en mi vida de tal o cual manera pero ahora siento que no me aporta nada, siento que eso que yo espero no se da. Es ahí donde entran las dudas. Es decir, me armé un esquema, me armé una forma de vivir la fe, y eso entra en crisis. Esta manera, como yo creía que era el camino con Jesús, no lo es más. La pregunta es, ¿qué hago ahí?, ¿qué hacemos ahí?
Hoy vamos a hacer algo un poco distinto. Les voy a pedir, a los que se animen, que compartan alguna desilusión que han tenido con el que tienen al lado. Anímense a compartir un ratito. Los discípulos iban charlando de su fe, pero a nosotros a veces nos cuesta, sobre todo cuando no nos conocemos tanto. Así que les voy a dar uno o dos minutos para que hablen un poco entre ustedes, para que compartan alguna desilusión que han tenido en su vida, o en su fe.
Me alegro de que se hayan animado a compartir. Supongo que cuando les dije esto habrán pasado muchas cosas por su cabeza. Y más allá de los sentimientos, fíjense qué es lo primero que hace Jesús; Él les pregunta: ¿qué paso? Cuenten, narren, hablen. Sobre todo nosotros, los varones, lo primero que nos pasa cuando tenemos un problema es que nos encerramos, no queremos contar mucho, tenemos miedo de lo que el otro va a pensar, de lo que el otro va a decir, de cargarle un problema al otro. Empezamos a poner un montón de razones para no compartirle al otro las cosas. Pero lo primero que hace Jesús es decirles: compártanme lo que les está pasando en el corazón. A ver, ¿qué pasa? ¿No sabía Jesús lo que les pasaba en el corazón? Claramente lo sabía. Pero los que necesitan hablar de sus problemas, de sus desilusiones, son los discípulos. A nosotros como comunidad, como familia, como amigos, en el vínculo que cada uno tiene, nos dice lo mismo: compartan la vida, anímense a abrir el corazón, anímense a charlar. Y a partir de charlar, empiezan a aparecer horizontes diferentes. ¿Cómo y cuáles? No lo sé. Habrá que esperar, habrá que tener paciencia. Pero lo primero para poder fundar un vínculo es compartir. ¿Cómo recreamos el vínculo con Jesús cuando empieza a tambalear? Charlemos, dialoguemos, compartamos las cosas, lo que me gusta y lo que no me gusta, lo que me alegró el corazón y lo que me desilusionó, las expectativas que tenía.
Nosotros podemos desilusionarnos de muchas cosas en la vida; a veces de amigos, a veces del país, a veces del equipo de fútbol... De cosas más triviales a cosas más profundas. Pero lo que tenemos que buscar es cómo podemos trabajar por algo distinto. Jesús va trabajando en ellos una expectativa diferente.
Pero acá lo importante es que para que el plan de Jesús, el plan del Padre, se pueda vivir, los discípulos tienen que desilusionarse. Para nosotros es como un embole cuando nos desilusionamos. Pero tal vez podríamos pensar, “está buenísimo que me hayan desilusionado”. ¿Por qué? Porque a veces el desilusionarme tiene que ver con romper mis esquemas mentales, con cómo yo creo que son las cosas. Los discípulos tienen que romper con eso. Ahí es cuando Jesús les empieza a explicar: “Hombres duros de entendimiento”, les dice. Les está diciendo: ustedes no entienden nada, ¿no se dan cuenta de por qué tenía que pasar esto? Se los explicó un montón de veces Jesús, pero primero se iban a tener que desilusionar con el camino de Fe que ellos creían que tenía que ser. Y a nosotros nos va a pasar lo mismo. Desde el Papa Francisco para abajo, a todos los que tenemos fe, en algún momento nos va a pasar que nuestra fe no va a cuadrar. O nos vamos a poner así rígidos, y que no pase nada, y en algún momento va a saltar por el aire, o los esquemas Jesús los va a ir rompiendo. Porque siempre hace lo mismo. Y para eso en general se rompe con nuevas perspectivas, con nuestras ilusiones. Ahí es donde Jesús se hace presente.
Lo primero que tenemos que descubrir es que el camino está plagado de cosas que no entendemos, que no comprendemos, que nos desilusionan, pero que a veces también es difícil de transmitirle al otro. Vieron cuando uno quiere transmitir la fe y dice: ¿por qué no puedo? Con este amigo, con esta persona de mi familia… No pudo Jesús. La pregunta de los discípulos va a ser, ¿cómo no ardió nuestro corazón mientras Jesús nos hablaba por el camino? Y supongo, no sólo que era Jesús, sino que explicaba las cosas mucho mejor que nosotros, y tenía un montón de argumentos. Pero la cosa no pasa por la cabeza, pasa por el corazón. Y nosotros quizás nos preguntamos, ¿por qué el otro no entiende? No tiene que entender, Jesús tiene que tocar su corazón, y eso no lo podemos manejar nosotros. Tenemos que tener la paciencia de que en ese proceso estamos nosotros y están también los demás. Y a veces los demás estarán en la primera parte, donde caminan con Jesús, muy contentos; a veces estarán en la segunda parte, donde se alejan, donde no entienden, donde hay que tenerles paciencia, donde hay que explicarles las cosas; y a veces están en la tercera parte, cuando Jesús se nos hace patente, cuando hay algo que hace que toque nuestro corazón. En este caso es al partir el pan.
Ahora, para esto, primero Jesús tuvo que caminar con ellos. Fíjense, no es que Jesús se quedó, sino que ellos le dijeron: “Quedate con nosotros”. Es decir, si bien la pregunta va a ser ¿por qué no ardió nuestro corazón?, ¿por qué no nos dimos cuenta antes de que estaba Jesús con nosotros?, algo los tocó, algo empezó a dar fruto. Porque ellos le dijeron “quedate”, “compartí con nosotros”. Y en ese animarse a compartir un rato más con aquél que les había roto los esquemas, aquél que les había explicado diferente las cosas, ahí Jesús se hace presente; parte el pan, y en ese gesto ellos lo descubren.
Esto nos pasa a nosotros también en muchos momentos de la vida; hay gestos, hay signos, hay momentos dónde Jesús se hace patente, dónde Jesús toca nuestro corazón, dónde nos preguntamos, “¿cómo no lo vi antes?”; “¿Por qué no ardía mi corazón cuando pasó esto?” Y este es el proceso que el resucitado siempre va haciendo en nosotros. Cuando nos animamos a compartir, cuando nos animamos a mirar hacia un nuevo lugar. Fíjense lo que hicieron los discípulos; primero se iban, se volvían a Emaús que estaba a diez kilómetros; después, cuando se encontraron con Jesús, volvieron y lo compartieron. Es decir, el reencontrarse con Jesús les cambió las expectativas; Jesús está vivo y eso me cambia la vida. No cambió lo exterior, cambiaron ellos al encontrarse con el resucitado. Y esa es la invitación para nosotros, que la Pascua toque nuestros corazones, que no sea solamente qué explico, qué digo, qué hago; sino que me traiga una esperanza y una expectativa diferentes. Como hablábamos hace poco, ¡vivamos como resucitados! Tengamos algo para decirle al mundo. Los discípulos fueron y les anunciaron a los doce. Y en la primera lectura escuchamos ese gran discurso de Pedro, diciendo: ¡ya está vivo! ¡Vivamos de una manera nueva! Eso es lo que quiere Pedro que resuene en nuestros corazones hoy: ¡está vivo!; que eso toque nuestro corazón, hagamos experiencia del que está vivo, que nos alegre, que nos traiga esperanza, que borre nuestras oscuridades, que cambie nuestras expectativas, nuestros horizontes, que levantemos la cabeza, que miremos hacia delante. Esa es la Fe.
Esa es la Fe de la que habla Pablo también en la segunda lectura. “Ustedes han creído que Jesús resucitó”, el tema es si sacamos las consecuencias de que Jesús resucitó, si todavía no nos animamos a descubrirlo realmente, o si esa resurrección toca nuestras vidas. Y cuando toca nuestras vidas, es algo que queremos gritar, anunciar; es algo que queremos compartir con los demás.
Pidámosle como hicieron los discípulos a Jesús, que esta noche se quede con nosotros, que parta el pan en esta mesa como lo hace diariamente; y que al partir el pan, al verlo a Él ahí, al descubrirlo, nos animemos también nosotros a vivir como resucitados.

Lecturas:
*Hch 2,14.22-33
*Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11
*1Pedro 1,17-21
*Lc 24,13-35


No hay comentarios:

Publicar un comentario