La película “Una buena mentira”
trata sobre Sudán en la década del ’80, cuando fue todo el genocidio. Muchas
aldeas fueron destruidas. Cuenta la vida de una familia. Cuando arrasan con su
aldea, los niños, que son los únicos sobrevivientes, empiezan a caminar buscando
un refugio. Esa caminata les lleva mucho tiempo, alguno muere en el camino, y
después de caminar más de mil kilómetros, llegan finalmente a un refugio muy
grande. Están muy alegres de encontrar un lugar para vivir, algo para comer,
poder encontrarse con otros, y estar a salvo. Sin embargo, la alegría del
primer momento se va perdiendo porque empiezan a pasar los días, los meses, los
años, y ellos siguen ahí en el refugio. Siguen en ese campo para refugiados
donde había cientos de miles de personas y no pasa nada. Finalmente, EEUU
empieza a llevarse algunas personas que eran elegidas por una especie de
lotería. Ellos no son elegidos, y van perdiendo la esperanza. Nada puede
cambiar, todo es así, ya no confían en que su situación pueda ser otra. Un día
están comiendo, y se enteran de que llegó una nueva lista. Los hermanos van a
verla, pero dos de ellos, Jeremiah y Abital no se animan. ¿Por qué? Porque ya
fueron desilusionados tantas veces, que ya no creen que pueda haber algo
distinto, que ya no creen que las cosas puedan cambiar. El único que se anima
es Mamere, el único que conserva todavía la esperanza. ¿Qué pasó? Tendrán que
ver la película, como siempre.
Muchas veces somos desilusionados, nos sentimos tan lastimados que vamos
perdiendo la esperanza. No sólo eso sino que vamos perdiendo la confianza. La
esperanza se da cuando yo creo en algo, cuando yo tengo un horizonte, cuando yo
sé hacia dónde me dirijo, hacia dónde quiero ir. Muchas veces perdemos este
sentimiento en el corazón. Tal vez, si podemos hablar de algo que ha sido muy
minado hoy en día, es justamente la confianza. Cuando yo era chico, en las
películas siempre les gustaba decir “nadie es culpable hasta que se demuestra
lo contrario”. Hoy pareciera que es al revés, “nadie es inocente hasta que se
demuestra lo contrario”. Tenemos miedo del que está al lado nuestro, tenemos
miedo de que el otro nos pase por encima, no nos animamos, no confiamos.
Algunos de nosotros pareciera que en vez de crecer en esto, involucionamos.
¿Por qué digo esto? Porque en realidad uno nace con una confianza básica. Los
más chiquitos confían en sus papás. Es más, a veces cuando levantan la cabeza y
no ven a sus papás, empiezan “¡Papá!”, “¡Mamá!”, “¿Dónde estás?”. Se
tranquilizan recién cuando están en los brazos de sus padres. Uno cree, uno
confía, cuando es chico. Sin embargo, en vez de crecer, evolucionar, madurar,
siendo jóvenes, adultos, confiar más, cada vez nos cuesta más. Hacemos el
camino inverso. Vamos perdiendo esa confianza. A veces, la confianza en los
demás, a veces la confianza en la sociedad, en las instituciones, en nosotros
mismos. Cuando perdemos la confianza, vamos perdiendo las ganas. No nos
animamos a hacer nada, no creemos que las cosas puedan ser de otra manera.
Muchas veces vivimos en un pesimismo muy grande, todo es así y nunca va
a cambiar. A veces en el mundo, a veces en nuestro país, a veces en nuestras
familias, a veces en nuestra propia realidad. Pero Jesús siempre viene a despertarnos,
Dios nos invita siempre a que nos animemos a dar un salto en la confianza. Esto es lo que
sucede en la primera lectura. A Abraham se le pide tal vez la confianza más
grande que se le pide a alguien en la Biblia, que sacrifique a su hijo. Se le
pide que entregue al fruto del don de Dios, el hijo de la promesa de Dios, que
lo dé. Uno podría ponerse en el lugar de Abraham y decir “pará Señor, hasta acá
llegué.” Pero Abraham ya aprendió la lección. No sé si recuerdan pero cuando a
Abraham se le promete una descendencia, como él y su mujer, Sara, eran grandes,
en un momento dejó de confiar. Tuvo un hijo con su esclava, Agar, que se llamó
Ismael. ¿Por qué? Porque no creía que Dios pudiera dar fruto donde él ya no
controlaba las cosas, dónde él ya no sentía que algo pudiera pasar. Después
Dios le dice: -No, ese no es el hijo de la promesa. Yo te voy a dar un hijo.
Quedate tranquilo. Confiá, creé.- Y nació Isaac, el hijo de la promesa. En este
momento donde Abraham no ve claro, donde dice: ¿qué es lo que está pasando
aquí?, ¿por qué este signo de muerte cuando es el Dios de la vida?, Abraham ya
confía en Dios, Dios proveerá, Dios va a hacer algo distinto. Desde ese lugar
de oscuridad, de tinieblas, donde Abraham no ve claro y se abandona en Dios,
surge esta alianza: “Yo haré de ti una gran nación.” Esa es la invitación para
nosotros.
Nosotros pasamos por momentos duros, a veces difíciles, donde no vemos
claro, donde no sabemos para dónde van a ir las cosas, y la invitación de Dios
es que nos animemos a confiar, que dejemos de querer controlar las cosas, y que
las soltemos. Justamente el control es lo contrario a la confianza. “Sí, sí, yo
confío en él, pero quiero saber todo”, bueno, entonces confío hasta ahí, ¿no?
“No, no, yo sí confío, pero no le delego nada, hago todo yo sólo porque siempre
lo hago mejor que los demás”, me falta aprender a confiar, me falta confiar en
los demás, me falta confiar en Dios. También en mi vida, cuando a veces no sé
hacia dónde ir, hay una crisis, hay un momento difícil, a veces de oscuridad.
Bueno, Dios proveerá. Tener esta confianza en Dios. Poner el corazón en Él. Él
es el Señor de la historia. Cuando los hombres no vemos la salida, cuando
creemos que las cosas nunca pueden ser diferentes, en vez de tener ese
pesimismo que muchas veces nos invade, poner la mirada en Dios. Podríamos decir
que la profundidad de nuestra fe, se da en la capacidad que tengo de confiar y
esperar. Porque si yo no confío mucho en Dios, o creo que nada puede cambiar,
¿cuánto estoy esperando de Dios?, en el fondo estoy esperando de mí, o del que
está al lado mío. La invitación es a que soltemos nuestras cosas, y Dios va a
hacer algo nuevo. ¿De qué forma? ¿De qué manera? No lo sé. Eso le corresponde a
Él.
Esto mismo sucede en el evangelio, en este texto tan conocido. ¿Por qué
Jesús se lleva a Pedro, a Santiago y a Juan caminando a un monte? Porque los
discípulos entraron en crisis. Vino Jesús, les dijo: bueno a ver, ustedes que
me siguieron, el Hijo del Hombre va a padecer, va a pasar la Pasión, va a tener
que morir… recordarán que Pedro se enloquece y le dice: -No, vos no vas a hacer
eso.- Es decir, la fe de los discípulos entra en crisis cuando Jesús les dice
que tiene que pasar por la Pascua. Seguramente, no lo sabemos, empiezan las
preguntas: “¿Será esto posible?”, “¿Vuelvo a casa?”, “¿Lo sigo?”. Los
discípulos habían dejado todo pero, ¿estoy dispuesto a dar este salto? Y Jesús
se da cuenta de que necesita mostrarles algo más. Por eso va al monte, se
transfigura, aparecen Elías y Moisés, pero delante Jesús. Ya no alcanza con esa
fe en Moisés y en Elías, ahora crean en Mí. Lo que escuchan es justamente lo
que necesitan (escuchen: éste es mi hijo amado), que es lo que más nos falta
cuando perdemos la confianza. Cuando uno no confía en alguien no lo quiere
escuchar más. No le cree más al otro. Se acaba el escuchar. Me cierro. ¿Para
qué? No vale la pena. Cuando los discípulos tienen esa tentación, la invitación
de Dios es que abran el corazón y que escuchen. Escuchen y síganlo. Confíen en
Él.
Creo que en esta Cuaresma Dios nos hace también la invitación a nosotros
de que revisemos nuestro estado de ánimo, nuestros sentimientos. Tal vez, por
distintas circunstancias estamos muy bajoneados, enojados, muy negativos,
pesimistas, y necesitamos volver a poner los ojos en Jesús, creer en Él,
confiar, soltar un poco las cosas, de la mano nuestra, de la mano de los
hombres, de aquellos en quienes no creemos. Animarnos a decir: doy este salto
en la fe y en la confianza.
No sólo tan lejos, tal vez podríamos mirar cerca nuestro. Tal vez hay un
amigo que me cuesta, mi marido, mi mujer, mi pareja, un hijo, un padre. Pedirle
a Jesús que nos renueve en esa confianza, que nos ayude a dar el salto. Ese es
el ejemplo que nos da Jesús. Jesús nos dice en la Pascua: yo creo en ustedes,
yo confío en ustedes, anímense.
Si Jesús confía en nosotros, creo que ese salto es mucho más grande que
el que tenemos que nosotros tenemos que hacer con cualquiera. Si a pesar de
nuestras limitaciones, a veces de nuestras limitaciones, de nuestros pecados,
de nuestras tibiezas, Jesús me dice: ‘yo confío, te creo, anímate, sé libre,
caminá’; animémonos a vivir esa dinámica, animémonos a no bajar los brazos, a
no descartar al otro, a no decir ‘no hay más posibilidades, se acabó’, y abrir
esa ventana que trae la fe y la esperanza. Esa es la invitación de Jesús.
Animémonos entonces en este camino de la Cuaresma a poner los ojos fijos
en Jesús. Escuchemos con un corazón abierto a este Jesús que nos habla, a este
Jesús que nos consuela , a este Jesús
que tiene palabras de vida. Que esas palabras nos animen y nos devuelvan la
confianza y la esperanza.
Lecturas:
*Génesis 22,1-2.9-13.15-18
*Salmo 115
*Romanos 8,31b-34
*Marcos 9,2-10
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