lunes, 29 de junio de 2015

Homilía: “El Espíritu es el que te envía” – Domingo de Pentecostés



En la segunda entrega de la serie de películas Piratas del Caribe, El Cofre de la Muerte, aparece un nuevo personaje que es el capitán Davy Jones. Este personaje tiene la particularidad de que físicamente no tiene corazón, se quitó el corazón. Esto es porque, desilusionado con el amor de su vida, Calipso, quien lo había traicionado, decide no sentir más. Frente a eso que le estaba pasando, frente a no poder estar con la persona que quería, que amaba, prefiere dejar de sentir. Por este motivo se arranca el corazón, lo mete en un cofre y lo tira al mar. Algo similar pasa en una canción de MANA, Amar es Compartir, que dice “Si tú te vas, arráncame el corazón”. Ese sentimiento de no querer estar solo, no querer estar sin aquello que me da vida, sin aquello que me enciende el corazón, sin aquello que para mí es un motor en el día a día, sin aquello que apaga y que me hacer perder el gusto a las cosas, me hacer perder la esperanza, me hacer perder el sentido de lo que yo quiero y busco.

Creo que este es el sentimiento que los discípulos tienen cuando Jesús se va. ¿Ahora qué? Yo dejé todo, me jugué la vida, dejé a mi familia, caminé contigo y vos le diste un sentido a mi vida. Con vos mi vida cobró un gusto, un sabor diferente, se iluminó de una forma insospechada y esto que descubrí y que me movilizaba hoy ya no lo tengo más. Jesús no está. Y eso me trae tristeza y casi, como dice la canción o como hizo este hombre en la película, este deseo de no sentir más. Hasta acá llegué. Sin Jesús, ¿Qué es lo que puedo hacer? Sin Jesús, ¿Hacia dónde voy? Sin Jesús, ¿Qué es lo que me moviliza? Y es ahí cuando ellos están apesadumbrados, casi distanciados, aunque estén cerca unos de otros, reunidos sin saber qué hacer, en ese cenáculo esperando, que las paredes empiezan a moverse, que los vidrios empiezan a vibrar, que escuchan un viento que sopla sobre esa casa. Cuando ellos dejaron de sentir, como muchas veces nos pasa, cuando ellos tienen una aridez muy grande en el corazón y se preguntan “¿Cómo lo vuelvo a encontrar a Jesús? ¿Dónde está?”, hay un Espíritu. Un Espíritu que, no solo mueve los cimientos de esa casa y casi que les hace pensar en qué es lo que está pasando, un terremoto, un temblor; sino que, mucho más profundo, mueve sus corazones, quema sus corazones y les vuelve a dar un sentido a sus vidas. 

Ese Espíritu Santo, que cuando se hace presente en ese primer pentecostés de Iglesia, les dice “Levántense, vuélvanse a mirar a los ojos. Mira a tu hermano y anímate a salir”. Ese Espíritu que es el que nos envía hacia afuera, ese Espíritu que nos saca de nosotros mismos y nos dice “Yo te hago testigo”. Y eso es lo que sintieron los Apóstoles. Nosotros tenemos como al gran olvidado en nuestra vida al Espíritu Santo, muy pocos de nosotros le rezamos. En general le rezamos a Jesús o le rezamos al Padre, muchas veces le rezamos a María, pero el Espíritu es el gran ausente en nosotros. Sin embargo, el Espíritu es el que nos trajo hasta acá, vivimos en el tiempo del Espíritu, en un Espíritu que les enseño al apóstoles a anunciar a Jesús. Este espíritu es tan importante que, como dijimos la semana pasada, Jesús le dice “Les conviene que yo me vaya para que venga ese Espíritu”. Es ese Espíritu que les enseña a los Apóstoles qué es lo que tienen que decir.

Tantas veces nos preguntamos ¿Cómo anuncio el Evangelio? No tenemos que ir muy lejos, por que ir lejos es lo más fácil. Si quieren les doy un ejemplo, por eso todos misionamos lejos, nos vamos a 500 kilómetros a misionar. Porque misionar acá, en nuestra casa, en nuestros barrios, en el conurbano bonaerense es difícil, cuesta. Y el Espíritu es el que te envía, te dice “Animate a los lugares más difíciles, a ir”. ¿Por qué? Porque Espíritu es el que te enseña a hablar. “¿Cómo oímos todos en nuestra lengua a estos hombres que son galileos?” El espíritu les dice qué es lo que tienen que decir, ¿Cuándo? Cuando confían, cuando dejaron de mirar hacia adentro, a sus miedos, a sus angustias, a lo que los diferenciaba, a lo que los distanciaba; cuando dejaron de preguntarse “¿Dónde está Jesús?” Y dejaron que el Espíritu actúe, y dejaron que el Espíritu obre. 

Todos tenemos la experiencia en algún momento de nuestra vida, tal vez hoy, de una aridez en el corazón, nos preguntamos dónde está Jesús. “Antes lo sentía tanto, antes lo descubría tanto, antes me era tan fácil”. La primera pregunta que nos podemos hacer es ¿Invocamos al Espíritu? Le pedimos a este gran artífice de la misión de la Iglesia que nos ayude a volver a sentir, que nos ayude a salir de nosotros, que nos ayude a descubrir a Jesús, que nos guíe: Con qué palabra, con qué gesto, con qué idioma podemos llegar al otro. Creo que en este momento de la Iglesia el Espíritu también quiere movernos a nosotros y nos quiere enseñar de qué manera tenemos que hablar, de qué manera tienen que ser nuestros signos. Creo que el Espíritu quiere venir hoy a romper nuestras corazas, a romper nuestros temores, a movilizarnos, a decirnos “vos también sos testigo”, a recordarnos quién nos envía y hacia quiénes nos envía, a decirnos que también nosotros hemos recibido el Espíritu Santo.

Hoy vuelve a haber Pentecostés, acá en medio de nosotros, eso es lo que estamos celebrando. Pablo nos dice que el Espíritu se manifiesta para el bien común, el Espíritu no es PARA MI, es para NOSOTROS. Es el que nos hace Iglesia, nos hace comunidad, es el que une los lazos, es el que reconcilia, nos dice “Vayan y perdonen” . El Espíritu Santo es capaz de unir aquello que nosotros no podemos, es capaz de llevarnos a aquellos lugares que están lejos o no nos animamos. Abramos entonces el corazón en esta noche con confianza en el Espíritu, pidámosle que este pentecostés haga vibrar los cimientos de nuestro corazón y que también a nosotros, a cada uno, nos envíe hacia donde Jesús nos lleve.

Lecturas:
*Hechos de los Apóstoles 2,1-11
*Salmo 103
*Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,3b-7.12-13
*Juan 20,19-23

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