miércoles, 8 de julio de 2015

Homilía: “Puedo hacer experiencia en vida de ese Dios si me abro a él, si entro en esta dinámica” – Santísima Trinidad


Hay una canción de Fito Páez que se llama Dar es Dar y la letra de la canción empieza algo así: “Dar es dar y no fijarme en ella y su manera de actuar, dar es dar y no decirle a nadie si quedarse o escapar. Cuando el mundo te pregunta del por qué, por qué, por qué, por qué, por qué das vueltas la rueda. Por qué no te detenés, yo te digo que dar es dar”. Creo que, en pocas palabras, refresca un poquito el sentido de lo que es DAR. Cuando yo doy algo en mi vida, cuando yo me doy al otro, ¿me estoy fijando en el otro? ¿Qué hace? ¿Qué no hace? Empiezo a medir, como a veces hacemos, hasta dónde me doy, hasta dónde no; depende qué respuesta tenga, voy calculando hasta dónde. Lo mismo cuando descubro algo, si le tengo que decir al otro, se lo tengo que preguntar o tengo que responderle un por qué. Creo que todos tenemos experiencia de habernos preguntado “¿Por qué esta persona me ayuda así? ¿Por qué esta persona me hace este regalo, se me da así?”. Es más, cuando uno tiene una experiencia de un amor muy desproporcionado, parece como que me agobia, es como si se nos viniese un tsunami encima. 

Todos queremos un amor entregado, alguien que nos ame y se nos entregue totalmente, sin embargo, a veces , se nos viene como una avalancha, nos cuesta una entrega muy desinteresada, también porque me involucra a mí. Por ejemplo, si el otro me da a mí un regalo muy bueno uno dice “Uy, la próxima le voy a tener que dar algo bueno”, en esa cosa muy simple, porque nos cuesta vivir lo gratuito. Nos cuesta hasta cuando el otro me ayudó, se me entregó, porque entramos como en una dinámica: Si el otro me dio, yo quiero dar. Esta es la experiencia profunda que vivimos en nuestra fe, esta es la experiencia de Dios. 

Hoy vivimos y celebramos el misterio de la Santísima Trinidad, misterios si los hay dentro de nuestra fe: la explicación cuasi-imposible de que hay un Dios y tres personas pero que nos revela un Dios que en su interior es familia y ¿Por qué lo conocemos así? Porque se dio, porque se entregó, porque se dio a conocer; sino no sabríamos cómo es Dios o no conoceríamos este Dios en el que creemos. Eso es porque Dios no decidió quedarse blindado, allá en la eternidad diciendo “estamos cómodos acá, nos quedamos acá”, sino que decidió venir.

Cuenta una historia que, en un momento, el Padre dice “para que nos conozcan, alguno tiene que ir a la tierra y me parece que yo estoy un poco viejo así que decidan entre ustedes” y el Espíritu Santo lo miró a al hijo y le dijo “te toca primero” y ahí vino Jesús, pero después tuvo que venir el Espíritu. Más allá de esta historia tan simple, nos muestra ese Dios que quiere venir ¿para qué? Para que lo conozcamos ¿Cómo conozco yo a alguien? Lo conozco si se me muestra, si se me abre y sino, puedo pensar algo o prejuzgar como muchas veces nos pasa. Tal vez conozco alguna cosita del otro porque vi algo o lo vi pasar o me dijeron algo, pero llego a conocerlo verdaderamente solo si el otro se me quiere revelar, si el otro se me quiere mostrar, si el otro sale de sí mismo y sale a mi encuentro y lo mismo yo. Si quiero que los demás me conozcan tengo que darme a conocer (***), tengo que abrirme, tengo que salirme de mí. Y esto que se dice tan fácil, todos tenemos la experiencia de lo difícil que es mostrarnos porque a veces tenemos miedo de lo que el otro va a decir, o de lo que el otro va a pensar o nos da vergüenza lo que puede pasar. Son esta vergüenza y este miedo que no tuvo Dios en Jesús primero, y en el Espíritu después, en venir a nosotros y revelarnos quién es Dios y qué quiere de nosotros. Más allá de poder explicarlo, como dice la canción “por qué, por qué, por qué”, no sé por qué Dios es tres en uno y no lo puedo explicar pero lo puedo conocer y lo puedo recibir y lo puedo acoger en mi corazón y puedo hacer experiencia en vida de ese Dios si me abro a él, si entro en esta dinámica (***). Eso es lo que va buscando Jesús. Jesús cuando viene a nosotros, se empieza a revelar, empieza a mostrar quién es, empieza a enseñar quién es el Padre, hacia quién caminamos y nos invita a vivirlo de corazón. 

Esa experiencia es la más profunda, la de descubrir un Dios que es padre y de hacer este camino de amor al que Jesús nos invitó y que Jesús nos mostró. La vida de Jesús se resume en eso, “¿cómo me puedo dar un poquito más?”. La celebración que vivimos hace poco, que es el centro, que es la Pascua, es la plenitud de ese darse. Creo que si hoy uno le preguntara a ese Jesús si se volvería a entregar diría que sí, porque eso es lo que lo hace feliz, porque eso es lo que desea su corazón. No es que no le cueste, le cuesta pero, sin embargo, el darse es para lo que vino y la Pascua es como una continuidad, “yo ya vine a ustedes, yo ya me di, yo ya salí de mi comodidad para involucrarme hasta el fin”. Es un Dios que continuamente nos va buscando, que continuamente busca mil caminos, que continuamente busca abrirnos el corazón, la cabeza, para que podamos entender un poco mejor, para que podamos amar un poquito más entregadamente y continuamente va haciendo esto y para eso nos invita a que nos animemos a entrar en esta dinámica.

Creo que la experiencia más profunda siempre es la experiencia más difícil de vivir, aprender a amar, aprender a entregarse, aprender a descubrir al otro, a conocerlo. Es todo un camino y muchas veces un camino que implica voluntad del corazón, implica tener que hacer un esfuerzo y por eso muchas veces nos cuesta. Sin embargo, Jesús sigue viniendo a nosotros. Es lo que vamos a celebrar hoy, que viene a nosotros, se hace presente en la eucaristía, lo escuchamos, el Espíritu enviado por el padre va a hacer que estas ofrendas se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesús, continuamente vive esta dinámica y nos invita a nosotros a lo mismo. Creo que si miramos para atrás retrospectivamente en nuestra vida y miramos cuales son los momentos más profundos que hemos tenido, son los momentos en los que nos hemos podido entregar, son los momentos en los que verdaderamente pudimos ser nosotros, casi que como que nos pudimos desnudar, pudimos mostrarnos como somos. Eso que es un momento de plenitud, de gracia, de don, de poder ser uno mismo, que es a lo que continuamente nos invita: “animate, arriesgate” y uno podría decir “me puedo lastimar”, pero si no me abro al otro, si no me muestro, seguramente no pueda vivir esa alegría. Jesús mismo se lastimó por arriesgarse, por darse, dio la vida, hasta eso llegó. Seguramente dijo: “Esto fue lo que más feliz me hizo, darme por ustedes”. Todos, desde lo más chicos hasta los más grandes, tuvimos la experiencia de darnos y ver que eso sea cansador, doloroso. Pero después, cuando uno mira para atrás, uno dice “que bueno que me animé a hacerlo, que bueno que di este paso, que lindo”. Lo que pasa es que en el momento uno dice “bueno, ¿me animaré? ¿Podré? ¿Valdrá la pena? ¿Lo hago?” pero, en general, en todo momento de entrega cuando uno mira para atrás ve los frutos, cuando uno mira para atrás ve el gozo y la alegría de aquello que vivió.

Por eso creo que si podemos pedirle a Jesús que nos regale algún don de esta Santísima Trinidad es ese continuo entregarse, darse, y eso es fruto del alma. Hay un Dios que se ama en sí mismo, en esas personas, hay otro que nos dio su amor y que lo vemos totalmente revelado en Jesús y otro que nos invita a vivir esa cadena, a vivir esa dinámica: “Ahora amen ustedes, ahora ustedes vayan y vivan esto”. Cuando logramos vivir esto, eso da frutos. Formar una familia, tener una propia familia es una experiencia de querer dar, a la mujer o al esposo, a los hijos, crear una nueva familia, es una entrega. A eso mismo nos invita Jesús, a vivir en nuestras comunidades. Si yo me doy al otro, a mí esa experiencia hace que quede bien en comunidad, en familia. La experiencia más simple es cuando misionamos: uno va a misionar y viene un montón de gente, ¿Por qué? Porque uno se dio, fue a la casa, lo visitó, hizo tal cosa… a eso mismo se nos invita a vivir como comunidad, que nos animemos a darnos un poquito más, a dar un paso, a formar una comunidad que sea familia. En la familia uno tiene que aprender eso, recíprocamente irse dando el uno al otro. Creo que esa es la comunidad que quiso formar Jesús y esa es la comunidad a la que nos invita también, con ayuda del Espíritu, a formar nosotros. 

Abramos entonces en esta noche nuestro corazón a este Jesús que se nos da y pidámosle también, cada uno de nosotros, poder hacer experiencia de esto y animarnos a vivir en esta dinámica que es la de entregarnos, darnos los unos a los otros.

Lecturas: 
* Dt 4,32-34.39-40
* Salmo 32
* Rm 8,14-17
* Mt 28,16-20

No hay comentarios:

Publicar un comentario