miércoles, 15 de julio de 2015

Homilía: “No puedo ni atrasar el proceso de la semilla ni adelantarlo” - XI Domingo del Tiempo Ordinario


Hay una película, una comedia, que se llama Todopoderoso 2 en la que Evan Baxter es un congresista muy reconocido que tiene un lema que es “Cambiemos el mundo”. Un día recibe un regalo, una madera, y por este acontecimiento se da cuenta de que tiene que formar la nueva arca de Noé. Al principio no quiere saber nada pero, después, a partir de distintas cosas, se da cuenta que no puede esquivar su destino. Los animales empiezan a perseguirlo, le empieza a crecer la barba y así distintas cosas, y entonces se empieza a dedicar a eso. Pero la gente se empieza a reír de él por lo que está haciendo y lo echan de su trabajo, no puede ser más congresista y empieza a dejar de ver a su familia. Un día, su mujer está en un restaurante y se pone a hablar con el mesero, que en realidad es Dios, ella le cuenta lo que le está pasando y él le dice: “Lo que pasa es que la gente no comprende cómo Dios hace las cosas. En realidad, si uno le pide a Dios que su familia esté más unida, lo que va a hacer es darle oportunidades para que ellos trabajen por esa unión. Si uno le pide a Dios tener más paciencia, lo que va a hacer es darle oportunidades para crecer en su espíritu de paciencia. Si uno le pide a Dios amar más, le va a dar oportunidades para amar más, para que pueda dar el corazón”. A partir de ese momento, ella empieza a recapacitar.

Podríamos decir que la parábola de este evangelio tiene un poco de esto, Dios los invita a descubrir esa semilla que va a ir creciendo y es un crecimiento en el que nosotros tenemos que ir colaborando, tenemos que dar una oportunidad, crear un ambiente para que pueda crecer, pero no es que tenemos productos hechos. En general ese es el problema que se da en la sociedad, todo ya viene hecho, cuando uno tiene un hijo casi que como que ya es adulto y sabe todo, que cuando yo comienzo algo ya tengo que saber todo y no puede ser que tenga que aprender y así se da en un montón de situaciones de nuestra vida. En vez de darnos cuenta que hay tanto en nuestra vida como en la vida de los demás, es un proceso, en el que, a través de oportunidades, de ocasiones que Dios nos va poniendo vamos a ir creciendo, vamos a ir creciendo como persona, vamos a ir madurando, vamos a ir también creciendo en los valores. Lo que pasa es que, como les digo, esto va en contra de nuestra concepción, no sé cómo fue antes porque me toca vivir en este tiempo y en este mundo pero, lo que ocurre siempre en general es que hay muy poca tolerancia, muy poca paciencia a los procesos y a los caminos.

Ayer le preguntaba a los más chiquitos si tenían paciencia y me decían “no”, directamente, que en realidad está bien, los chicos tienen que ir creciendo en esta paciencia pero casi que era como que estaban diciendo “paciencia no puedo tener”. Les preguntaba también a los papás si tenían paciencia y me miraban con cara de “¿Qué me estás diciendo?”. Cuando uno tiene un hijo, ustedes tendrán mucha más experiencia que yo en el camino y en el proceso que todo tiene que tener y, a veces, nosotros lo vemos como un problema, un desafío. Lo que yo tengo que hacer crecer en la vida del otro, lo miro como un problema, por eso me pongo más intolerante, nos sentimos más exigidos muchas veces, tenemos poca paciencia y me golpeo la cabeza contra la pared. Me quejo porque no descubro que es un camino y un proceso del otro en el que yo tengo que estar, en el que las cosas no vienen dadas. Las cosas no están porque yo ya las haya dicho, es mucho más fácil entender algo, descubrir una verdad que vivirla, eso es claro en nuestra vida. Si a mí me dicen que tengo que aprender a perdonar, yo digo “obvio, eso es claro, tengo que aprender a perdonar” pero otra cosa es vivir el perdón, otra cosa es que yo tenga esa convicción en el corazón, que pase de la cabeza, de saber algo, a poder vivirlo, a poder interiorizarlo. Lo mismo pasa con todo, si a mí me dicen que tengo que ser más generoso, “si, si mama”, pero después lo tengo que vivir, tengo que aprender a compartir, tengo que aprender a ser austero.

En general, vemos que en el mundo de hoy nos quedamos con que “eso yo ya lo dije”, con el mundo de las ideas, “eso ya lo entendí”, pero ese es el primer paso, mucho más fácil que el otro. Tengo que tener una convicción profunda en el corazón, pero para lograr eso tengo que tener paciencia y para eso tengo que estar al lado del otro día a día formando el corazón. Dedicamos mucho tiempo a distintas cosas, más que nada a lo intelectual y nos olvidamos que lo central de las personas, a lo que más tenemos que dedicarnos es a formar el corazón y eso lleva todo un camino muy largo y un proceso. Es lo central para que podamos tener hombres y mujeres maduros, íntegros, que pueden vivir aquello que quieren porque hemos tenido la paciencia de lo que eso tarda en el corazón. Esa es la paciencia que tiene Dios, que dice que las cosas crecen, de día y de noche, mas allá de lo que yo hago, mas allá de lo que yo pueda dar, pero para eso hay que tener paciencia. No puedo ni atrasar el proceso de esa semilla ni adelantarlo. Nosotros muchas veces queremos eso, queremos que las cosas se den más rápido, y después nos quejamos de cuando se queman las etapas. En algunas cosas queremos productos hechos, en otras queremos que se retrasen y en otras nos quejamos porque estamos quemando etapas, que no esperamos. En realidad, tenemos que animarnos a darnos cuenta que eso es un camino, que es un proceso y que hay veces que tenemos que tener paciencia, entender que las cosas van a ir teniendo su proceso, van a ir teniendo su tiempo. Esta es la invitación de Dios, por más que nos preocupemos mucho, por más que a veces nos desinteresemos, eso va a ir siguiendo su camino. Nos pide a nosotros que colaboremos en esa formación del corazón, en eso que hace bien, sabiendo que lo central, lo esencial en la vida, es lo que más queremos. A veces nosotros nos obnubilamos por las cosas extraordinarias, por las cosas grandes, las cosas que brillan, pero lo central del evangelio es aquello que es pequeño, que lleva tiempo y a lo que se tiene que tener mucha paciencia. Por eso la segunda parábola habla de la semilla del grano de mostaza. Supongo que alguna vez la habrán visto, es pequeñísima, casi que ni se ve, como la cabeza de un alfiler pero, sin embargo, dice Jesús, va a llegar a ser un gran árbol donde ellos se van a cobijar. Pero eso es todo un camino y todo un proceso, con el tiempo va a ir dando fruto y va a ser grande y esa es también la invitación para nosotros.

En general, las cosas esenciales en nuestra vida son las cosas que no se ven, aquellas que uno dice “¿cómo pierdo el tiempo en esto?”, sin embargo, es lo central. Cuando me toco estar hace dos años en la Jornada Mundial de Jóvenes con el Papa, una misa que hizo a los sacerdotes y yo tuve la gracia de estar, y entre las tres cosas que nos dijo una fue “pierdan el tiempo con los jóvenes, eso es lo que yo les pido”. Creo que era clara la imagen, no es perder el tiempo sino dedicarlo, pero uno, como cura, muchas veces siente que es como “otra vez, otra vez, estoy perdiendo el tiempo en esto”. Muchas veces ustedes, los que son papás, dirán lo mismo, y no, estoy haciendo crecer la semilla, eso es lo esencial, ese es el lugar donde Dios me quiere, no donde yo creo que brillo más o damos fruto o se ve más o es mucho más fácil. En el fondo es lo que él hizo con los discípulos, si Jesús se hubiera quedado nada más en lo que le tenía que decir a los discípulos, eran un par de cosas nada más, no era mucho lo que tenía que decir. Sin embargo, caminó con ellos, los eligió, les dijo que los siga, ¿Por qué? Porque formar el corazón lleva tiempo. Vino a estar con ellos, ver en qué se equivocaron, qué hacían mal, en qué los tenía que felicitar, en qué agradecer, pero para eso tuvo que estar con el otro, en lo cotidiano de cada día. No basta con decir algo sino con lo vivirlo, ese es el camino que hizo Jesús y esa es también la invitación para cada uno de nosotros. Es un proceso, es un camino, la vida y fe de cada uno de nosotros y tenemos que apostar por eso y, en la medida en que nos animemos a vivir esos procesos, podemos crecer como personas adultas, tanto en la vida como en la fe, esa es la invitación.

A veces uno escucha “La iglesia está en crisis” pero creo que son procesos, son momentos y también son momentos de purificación en el corazón, de poder pasar y dar este paso. Seremos muchos o pocos pero somos cristianos que queremos vivir en la fe. Si uno mira la vida de Jesús pasó lo mismo, tenía un montón de gente que lo seguía pero cuando llega el momento duro de dar la vida quedaron muy poquitos y después se empezó a formar la Iglesia con lo poco que había quedado. En realidad, podría haber agarrado en el domingo de ramos y decir “en este momento que es cuando tengo más éxito les pido a todos estos que vayan a predicar”, pero no hizo eso, no se quedó con eso. En algún momento se van, eran muchos pero, ¿Cuánto tiene que vivir la gente su fe? Lo que vivió, que fue la Pascua, ese es el proceso de formar el corazón de sus discípulos, y empezó con ellos diciendo “estos que lo viven, que se animen a transmitirlo”. Estamos en un momento pascual, en un momento de ser cristianos en serio, de querer vivir en condiciones y no solo decir “somos cristianos, seguimos a Jesús” sino encarnar los valores en el corazón y, a partir de ahí, anunciarlo de una manera nueva.

Uno cuando escucha o le gustan ciertas cosas pareciera que, en vez de seguir nosotros al espíritu que es el que nos guía, queremos darle órdenes y tal vez el proceso de la Iglesia hoy es este y hay que dejar que Dios siga haciendo las cosas. Como dice la parábola, la mayor parte la hace Dios y si nosotros nos quejamos de que nuestros planes pastorales no funcionan es porque creemos que la mayor parte está en nosotros y no en Dios. Lo que tenemos que hacer es tener esa confianza, esa convicción de dejarlo todo en manos de Dios y de crecer nosotros y poder transmitir esa fe como Dios nos pide, no como nosotros queremos. Esta invitación para la Iglesia creo que es la invitación para cada uno de nosotros, lo que nos pide Pablo es que caminemos en nuestra fe, lo que nos pide Jesús es que nos animemos a tener esa paciencia, que las cosas van a ir creciendo. Viviendo con esa fe y esa esperanza que él nos pide. Pidámosle entonces a Jesús en este tiempo, animarnos a ser testigos de la fe, animarnos a descubrir que hay caminos, hay procesos. Animarnos también a formar el corazón del otro sabiendo que, si nos animamos a apostar por el corazón de nosotros, por el corazón de los demás, eso es lo que va a dar fruto, y fruto en abundancia.



Lecturas:

*Profeta Ezequiel 17,22-24

*Salmo 91

*Carta de san Pablo a los Corintios 5,6-10

*Marcos 4,26-34

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