viernes, 10 de julio de 2015

Homilía: “Lo que deseamos es compartir la vida y el estar con el otro” - Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo


En la película Atrápame Si Puedes, Frank Abagnale Jr., que es Leonardo DiCaprio el actor, vive una infancia feliz con sus papás hasta el momento en el que estos se van a separar. En ese momento él llega a la casa y le dicen que tiene que decidir con quién quiere vivir y que se quede tranquilo que todos lo van a entender. Sin embargo, para él que tiene 15 años es algo muy difícil, muy fuerte y sale corriendo y se escapa. Se va, empieza a vivir como puede pero se da cuenta que no le da la economía para vivir y descubre que es muy fácil falsificar cheques, falsificar cosas y empieza a vivir distintas cosas; es piloto, médico, abogado. Se da cuenta que es muy fácil derrotar el sistema, podríamos decir de alguna manera, pero al comenzar esta vida delictiva él empieza a ser perseguido y tiene que ir como mutando. Lo empieza a seguir sobre todo Carl Hanratty que es un detective, está basada en un hecho real. Una noche, después de que él se viene escapando, el 24 de diciembre, la noche buena, Frank llama a Carl al FBI y él le contesta. Es la noche, se ponen a hablar, le pregunta por su familia, le pide perdón por la última vez que se escapó y él no lo pudo agarrar. A Carl, imagínense, mucha gracia no le causa estar hablando con él. Le dice que se entregue, que esto va a terminar mal. Siguen hablando, siguen charlando hasta que se da cuenta y le dice: “¿por qué me estas llamando un 24 a la noche? tendrías que estar celebrando, pero lo que pasa es que estas solo. Tendrás mucha plata pero no tenés con quien vivir, con quien estar” y Frank se enoja y cuelga el teléfono. Se da cuenta que le muestra su realidad, estar en el mejor hotel, lo que fuera, pero que no lo puede compartir con nadie, que se ha quedado solo.

Tal vez este es el miedo más grande que muchos tenemos: estar solos, no tener con quien compartir y vivir la vida. Por eso todos buscamos vivir en comunión, poder hacer vínculos, encontrarnos con los demás. Sin embargo, también sabemos que no es fácil esto, que tal vez es uno de los deseos más profundos que tenemos pero que nos cuesta. Esto se nota desde chiquitos, jugar juntos, a los primos, a los hermanos, no siempre les es fácil, se viven peleando, casi que podemos contar las veces en el día que se pelean. Decirle a mi hermano que juegue conmigo, que comparta, pero a veces cuesta, no es tan simple. O también en el colegio, los chicos se pelean con los amigos y uno se da cuenta que el enojo más profundo en realidad es por no poder compartir, por no poder estar con el otro. Por eso uno lo tranquiliza, no le dice “no te juntes más”, le dice “bueno, ya va a pasar, tienen que juntarse, ustedes son amigos” o cuando uno siente que los otros no le hacen grupo o no lo dejan participar y a uno le duele en el corazón, ¿Por qué? Porque queremos, deseamos y necesitamos estar con otros. 

Pero esto no solamente se da en la niñez, se sigue dando a lo largo de la vida, por eso, cuando uno es adolescente, empiezan todos los pactos de sangre, no sé cómo los llaman, el “somos amigas/os para siempre” “somos hermanos de sangre” o tal cosa, que “siempre vamos a estar juntos”, “nada nos va a separar” o no sé qué frases, estoy un poco desactualizado en eso, tendría que haber preguntado. Pero, ¿por qué todo esto? Porque queremos que esto que sentimos en el corazón con mucha pasión lo podamos vivir día a día. Por eso esto, en general, empieza a entrar en crisis al final de la secundaria, en la facultad, cuando uno empieza a elegir y tener un montón de cosas, empiezan los reclamos: “nunca te juntas con nosotros” “siempre salís con los otros o con tus amigas, no me das bola” y un montón de reclamos que le hacemos al otro, ¿Por qué? Porque queremos estar, porque queremos compartir. Y así podríamos seguir yendo para adelante, también con los que somos más adultos, más grandes, lo que queremos es estar con los demás, compartir. Por eso también a los papas les cuesta un poco cuando los hijos no están tanto en la casa, que la usan de hotel, que nunca están, lo que deseamos es compartir la vida y el estar. Es uno de los deseos más profundos por más que tengan su dificultad como todos los deseos que queremos vivir. Cuando ese deseo se hace muy profundo, uno quiere sellar, uno quiere hacer alianza, por eso el vínculo más grande que se vive y que muchos acá han vivido es casarse, es ese deseo de querer compartir toda la vida con alguien. Eso que uno descubre en el corazón y lo quiere prolongar a lo largo del tiempo, o en el caso mío, ser sacerdote, hacer una alianza con Dios, desde lo religioso, desde lo sagrado, ese es el deseo profundo que hay en el corazón. Ahora, uno no hace alianza con cualquiera, uno hace alianza después de una historia vivida y de un tiempo recorrido. 

Eso es lo que escuchábamos en el libro de Éxodo que le dice a su pueblo Moisés: “ustedes van a vivir esto” y el pueblo dice “si, queremos poner en práctica todos los preceptos y normas que hemos escuchado, que Dios nos propone”, pero ¿Por qué lo hacen? Porque tienen una historia vivida con Dios. Dios no le propone esa alianza al pueblo al principio, lo hace con algunas personas en particular. Pero cuando el pueblo ya conoció a Dios, Dios los liberó, los sacó de la esclavitud, los llevó a una tierra prometida, o los está llevando. Ahora el pueblo que ya conoce a Dios dice “ahora sí quiero hacer alianza, ahora esta historia me llama a dar un salto”. Porque la alianza implica confianza, depositar confianza en el otro, tengo que creer, pero esa confianza se da cuando yo siento cierta seguridad, ya te conozco, sé quién sos y tengo esa conciencia o seguridad en el corazón de lo que estoy viviendo. Sin embargo, esto no termina ahí, tengo que continuar y los dos sabemos que al pueblo de Israel no le va a ser fácil esa alianza. Es muy fácil decir en palabras “voy a vivir todo lo que me estás pidiendo en el vínculo con Dios pero, sin embargo, muchas veces no supera el test de la experiencia, empieza la experiencia y nos cuesta. Cuántas veces nosotros tenemos el deseo de “quiero cambiar esto, quiero vivir esto” y a veces duramos 24hs con suerte, algunos serán un poco mejores que yo y duraran un poco más, porque nos cuesta. Pero no solo esto. Los deseos, querer estar unidos, querer vivir ese vínculo, no querer pelear, querer estar mejor en casa, tener mejor cara a veces nos cuesta un montón. Tenemos el deseo en el corazón, pero cuesta y es todo un camino y para eso tenemos que luchar. Lo primero lindo que podríamos decir es que queremos luchas por aquello que nos gusta, por aquello que queremos. A veces perdemos tanta energía en cosas tan triviales, en cosas que no valen la pena, por lo cual nos cansamos, nos peleamos, nos desgastamos y no ponemos la energía en las verdaderas cosas, en aquellas cosas que llenan el corazón. 

La única forma de poder crecer, de poder madurar en un vínculo es estando, por eso el reclamo siempre viene por ahí, “no estuviste, no estabas conmigo”. De alguna manera podríamos decir que la fiesta que estamos celebrando hoy va a esto, este es el núcleo. Escuchamos en el evangelio como Jesús celebra la cena con sus discípulos y en la última cena Jesús hace la primera misa, como nosotros sabemos, consagrando el pan y el vino. A mí siempre me quedó una pregunta en la cabeza que es ¿Por qué lo hizo al final? Yo estoy seguro que los discípulos no entendieron nada de lo que hizo Jesús, es más, la primera misa va a tardar bastante tiempo en celebrarse. No sabemos exactamente pero sabemos que tardó, ¿Por qué? Y porque no comprenden del todo, Jesús les está diciendo “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” y, haciendo un poquito de ciencia ficción siempre me preguntaba por qué no lo hizo un poco antes para poder explicarles “bueno, lo que quise hacer es esto, lo que busqué hacer es tal cosa”. Y creo que es porque esa fiesta, esa celebración es como una bisagra en la vida de Jesús, lleva al punto culmine todo lo que vivió con los discípulos y abre a una nueva realidad. Es decir, él va a celebrar la eucaristía con sus discípulos cuando ya tenga una historia de amor vivida, cuando ya, después de años, haya caminado con ellos. No empieza por ahí, empieza haciéndose conocido, empieza invitándolos a seguir, empieza mostrándoles quién es. Recién al final de su vida, en un signo, les muestra lo que quiere hacer, demuestra quién es y lo que espera de ellos y por eso celebra ahí la eucaristía. Y no solo muestra en ese desenlace lo que fue toda su vida con sus discípulos, sino que abre a una historia nueva que es la historia de la Iglesia y ese modo de presencia que los discípulos van a tener que aprender que Jesús tiene con ellos. Ese modo de presencia que nosotros celebramos hoy, vamos a hacer lo mismo: “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, vamos a descubrir a Jesús presente en medio nuestro y eso es lo que les quiso enseñar, que él estaba para ellos, que no siempre respondía lo que ellos esperaban pero que SIEMPRE estaba. Por eso los discípulos tuvieron que aprender con Jesús a lo largo del camino y le hacían preguntas y no respondía lo que esperaban y por eso nosotros, alimentándonos de la eucaristía, tenemos que seguir aprendiendo. 

En cuantas ocasiones no lo entendemos a Dios, le preguntamos por qué esto es así, porque tal cosa, tal otra, pero él sigue estando, él sigue acompañándonos, él sigue alimentándonos, y eso creo que es el regalo más grande que nos enseña para la vida. Lo central no es lo que hago, sino que estoy. El problema es que esto nos cuesta mucho porque, en general, nosotros tenemos como inconscientemente metido en nuestra cabeza que si somos cristianos nos va a ir mejor, o que vamos a tener más éxito y, la verdad, es que no sabemos qué es lo que va a pasar. Tendremos alegrías y gozos, como toda persona, y tendremos momentos duros o momentos difíciles. Dios no nos garantiza que las cosas nos van a salir todas bien, que las cosas van a salir siempre como queremos, la certeza que nos da es que va a estar con nosotros y que se va a alegrar con nosotros cuando vivamos el gozo. Nos garantiza que nos va a dar la mano y nos va a levantar cuando vengan momentos duros, cuando vengan momentos difíciles, cuando las cosas no las entendamos, cuando nos preguntemos un montón de cosas. 

Esto que a veces pensamos que alcanza es lo mismo que nos cuesta en la vida diaria. Lo que más nos cuesta es estar, porque siempre queremos hacer cosas. Por ejemplo, pensemos en una experiencia límite, cuando muere alguien: ¿qué es lo que nos cuesta? Estar con el otro, ir, acompañarlo y ¿Qué es lo que tengo que decir? ¿Qué es lo que tengo que hacer? Es bastante complicado, puedo hacer una lista de pavadas que se dicen en los responsos más o menos, no la voy a hacer para que no nos hundamos todos pero ¿Por qué? Porque nos cuesta estar, ¿Qué tengo que hacer en ese momento? Nada, estar con el otro, estar a su lado, un abrazo, acompañar, pero eso cuesta, es difícil porque uno lo que busca es que hacer para solucionarle la vida que en el fondo va en consonancia con todo lo que pasa en la vida de todos nosotros. Los que son papas, ¿le pueden solucionar la vida a los hijos? ¿Cuántas veces uno se desespera porque no puede hacer lo que quiere con el otro? Se enferma y tengo que acompañarlo, tengo que estar o se golpea la cabeza contra la pared, o se equivoca en esto o tiene que aprender esto. Somos más controladores hoy, queremos controlar todo pero el otro tiene que crecer y lo que tengo que hacer yo es acompañarlo, educar es acompañar al otro pero el camino lo recorre el otro. No es que tengo que hacer cosas sino que tengo que estar en tu vida y eso en todo momento, no solo en la niñez, sino en los distintos momentos de la vida. Lo más lindo, en general, es lo que más se nos reclama: “no estuviste” “pero hice esto y esto por vos” y el otro te va a decir “y a mí ¿qué me importa? yo te quería a vos en mi vida, yo quería que vos estés, eso es lo más lindo para mí”. Esto es lo que nos dice Jesús, “yo estoy con vos”, esa es la eucaristía, “te acompaño, estoy presente, te alimento, entiendo tu corazón, comprendo lo que te está pasando y lo voy a hacer todos los días, cuando vos quieras acercarte, me vas a encontrar”.

Creo que esa es la enseñanza que nos da esta fiesta, descubrir esa presencia. A veces nos pasa desapercibida. Yo tengo la experiencia de muchas veces en mi vida de haber mirado y descubrir personas que han estado a mi lado y que no me di cuenta en ese momento y que después agradecí, no solo todo lo que hicieron, sino lo que me acompañaron, estuvieron. Creo que una de esas presencias es siempre la de Jesús. Celebremos hoy con alegría esta presencia de Dios que se va a volver a hacer presente, que nos va a alimentar para que podamos sentir su presencia y sintiendo esa presencia de Jesús en el corazón animémonos también nosotros a acompañar la vida de los otros, a estar para los demás.

Lecturas:
*Éxodo 24,3-8
*Salmo 115
*Hebreos 9,11-15
*Marcos 14,12-16.22-26

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