lunes, 20 de julio de 2015

Homilía: “No temas, basta que creas” – XIII Domingo durante el año


Hay una película que se llama La Duda que transcurre en la década del 60 en un colegio que se llama San Nicolás, en Bronx. El padre Flynn es enviado ahí, donde empieza a tener sus cortocircuitos con la hermana Aloysius, que es una hermana a quien le gusta tener todo muy estructurado. Tiene una manera rígida de llevar adelante el colegio, además ahora el colegio se acaba de abrir e integrar un alumno de raza negra, es algo nuevo, y el padre Flynn viene con nuevas ideas y empieza a entrar el esquema en cortocircuito. Como el nombre de la película lo expresa, empiezan a aparecer preguntas, dudas, no solo en torno a cambios estructurales sino a lo que las personas viven y lo que están sintiendo. En un momento, una de las hermanas más jóvenes se acerca a esta hermana Aloysius y le pregunta: “¿Qué haces cuando no estás segura?” Ella siempre se muestra muy firme, muy estricta, segura, con una certeza muy grande en el corazón en todo lo que le va pasando. Sin embargo, avanzando la película, en un momento se quiebra y, hablando con esta misma hermana, le dice: “Tengo muchas dudas, muchas dudas en mi vida”.

Podríamos decir que, cuando vamos caminando en la vida, continuamente nos aparecen preguntas, nos aparecen dudas, nos aparecen oportunidades de ir caminando, de ir creciendo. A veces, frente a eso, tenemos dos opciones: Nos vamos poniendo más rígidos, más estrictos para que nada nos mueva, o aprendemos a ir soltando, a ir confiando, como hablábamos la semana pasada, porque eso es parte del crecimiento, eso es parte de la vida de cada uno de nosotros. No tenemos una certeza absoluta de lo que es nuestra vida y tampoco de la vida de los demás. La vida se trata de cuáles pasos yo me voy animando a dar en la fe, en el fondo, qué es lo que voy soltando. Si mirásemos retrospectivamente, seguramente veríamos que muchas cosas se han dado de maneras diferentes a las que esperábamos, hemos tenido que soltar sueños que teníamos en algún momento, ideales de cómo queríamos que las cosas fueran en nuestra familia, en nuestra vida o en la de los demás. Pero eso lo podríamos tomar como algo malo o como una oportunidad de abrirse a algo nuevo y también de ir creciendo en el corazón, que las cosas no son en general de la manera o de la forma que uno las espera o como una las imaginó, las deseó. Pero, como les digo, eso no nos tiene que abrir a algo negativo sino animarnos a abrirnos a algo nuevo, a una esperanza distinta a la que la vida y Dios nos van invitando. Para esto, es necesario creer, es necesario tener fe en el corazón. En primer lugar, tener fe en uno mismo, en animarse a quererse, a amarse, valorarse. Hoy vemos como la autoestima de muchos de nosotros casi que tiende a estar en negativo, podríamos decir, y esto se ve mucho en los jóvenes. No solo nosotros mismos, sino en los demás, nos cuesta creer, nos cuesta confiar, delegar, dejar hacer su camino al otro.

Esto mismo que, aunque parezca mentira, a veces también nos pasa en Dios, casi que queremos que Dios sea Dios pero respondiendo a lo que nosotros esperamos, a lo que nosotros queremos, o de la forma que queremos y esperamos. Nos cuesta soltar, soltar la vida y, al mismo tiempo que vamos soltando, animarnos a creer. Hoy nos encontramos frente a dos signos, a dos milagros en el evangelio, donde dos personas ponen su confianza en Dios, tal vez, teniendo que romper con muchas cosas. En primera caso, con Jairo, el jefe de la sinagoga, no lo dice exactamente pero sabemos que a la institución judía le costó mucho la relación con Jesús. Sin embargo, en la desesperación que este hombre tiene frente a lo que su hija está viviendo se anima a acercarse, a pedirle y, en medio del camino, cuando le avisan que su hija ha muerto, lo invita a no perder esa fe que tuvo antes al acercarse a Jesús. “No temas, basta que creas”, le va a decir, y Jesús va a ir a la casa y va a hacer este milagro. En el caso de la mujer, estos miedos se revelan después de que tocó a Jesús. Ella pensó que con solo tocarlo, en esa enfermedad que tantos años la acompaño, en esa pobreza que ella tenía por intentar curarse, podía encontrar algo distinto en Jesús, se animó, lo tocó. Después, cuando Jesús preguntó quién lo había tocado, dice que la mujer, aun con miedo, se animó a responderle: “Fui yo”. Ambos se animaron, desde su lugar, a poner esa confianza y esa fe en Jesús.

El problema en general con estos milagros es que nosotros nos quedamos con lo extraordinario del milagro, aunque Jesús curó a una mujer, claramente, y devolvió a la vida a la niña, pero creo que Jesús invita a algo más, no solamente a eso. Si bien Jesús va a hacer muchos milagros, lo extraordinario en esos milagros y en la vida de Jesús es acotado, aun en Jesús, pero la invitación de él a dar esos pasos en la vida es constante. Esa frase que él le dice a Jairo, también se lo podría repetir a esa mujer: “no temas, basta que creas, animate a dar ese salto en el corazón, ese salto que implica la fe”. Eso mismo creo que es la invitación que nos hace a cada uno de nosotros en nuestra vida. También nosotros tenemos temores, tenemos miedos, muchas veces nos angustiamos frente a las cosas que pasan, muchas veces no sabemos cuál camino tomar, qué es lo que hay que hacer y es ahí donde Jesús nos dice “no temas, basta que creas, animate a dar ese salto en el corazón”. ¿Por qué digo salto? Porque en general el salto se da cuando yo dejo de controlar las cosas, cuando yo no encuentro el camino, no encuentro la solución o no está en mis manos esto y es ahí cuando tengo que confiar, es ahí cuando se me invita a dar ese salto en la fe. Cuando tenemos que saltar algo empiezan nuestras dudas, empiezan nuestros temores, cuando tenemos que saltar un charco y hay mucha agua. ¿Llegaré hasta el otro lado? ¿Podré o no? ¿Busco otro camino? ¿Voy por el costado? Imaginémonos un salto un poquito más grande, si vamos a una montaña rusa y sentimos que todo nos sube hasta arriba, de alguna manera el salto implica que yo me anime a algo y algo que hasta a mi propio cuerpo lo afecta.

En la fe pasa lo mismo, dar un salto implica que tengo que soltar y que de alguna manera me cuesta, me tengo que animar, como dice la palabra, tengo que saltar, ¿Por qué? Porque las cosas ya no están en mis manos, están en las del otro y, casi contradictoriamente, tengo que perder mis seguridades para alcanzar más seguridad, tengo que soltar las cosas que están en mis manos, para ponerlas en las mejores manos que son las de Dios. Pero el camino es inverso, yo en vez de sentirme más seguro, en general, en principio me siento más inseguro, ¿Qué es lo que va a pasar? ¿Qué es lo que va a pasar cuando esto no se haga de esta manera? ¿Cuándo yo deje de controlarlo? ¿Cuándo yo siento que esto ya no lo tengo más en mis manos y lo tengo que poner en manos de Dios? Esa es la invitación continua y se hace con tiempo, esta mujer tuvo que esperar tiempo, Jairo tiene que caminar con Jesús, es más, va a tener que dar un salto y en nosotros también pasa muchas veces esto. Sin embargo, Jesús nos invita a eso. Hay cosas que nosotros no controlamos y no vemos, pero se nos invita a creer y a mirar para adelante.

Es curioso porque, nosotros nos encontramos reunidos acá para celebrar la fe, para vivir nuestra fe, pero la fe continuamente implica saltos, no solamente cuando uno es niño o cuando uno es joven. Tal vez, los saltos más difíciles se dan cuando uno es grande y tiene que aprender a soltar, tal es así que tenemos que aprender a soltar nuestra vida. Creo que el camino de la fe implica el camino que es la vida, en algún momento yo tengo que decirle a Dios: “Mi vida está en tus manos”, tengo que dar este salto, yo camino hacia vos, en algo que veo y en algo que no veo, por eso se llama fe, por eso creo. Pero esto lo hacemos en cada misa, creo que por eso estamos acá, por eso, en un ratito, Jesús se va a hacer presente en esta mesa y lo que vamos a seguir viendo es pan y vino pero nuestra fe nos va a llamar a dar un salto, ver que ahí está Jesús. Nos vamos a acercar a recibirlo porque queremos dar ese salto y porque le pedimos a Jesús que nos ayude a darlo: “Quiero recibir tu cuerpo, quiero recibir tu sangre, quiero alimentarme de vos”, esa es la fe, “ya lo solté, solté lo que yo creo para creer en vos”. La vida nos invita a lo mismo, aprender a soltar cosas y aprender a creer que Dios nos cuida, nos ama, nos quiere y nos lleva de la mano. Esa es la confianza que día a día Jesús nos invita a tener en él, que va teniendo distintos momentos y distintos pasos. El primero, tal vez, es el que Pablo le pide a su comunidad: “¿Ustedes creen en Jesús? Ahora compartan, no digan ‘esto es mío’ solamente, denle a los demás, anímense a compartir, anímense al primera paso más fácil que es soltar las cosas y ponerse en manos de otros y nosotros en manos de Dios”.

A lo largo de la vida se nos van a pedir pasos más grandes, ir soltando nuestra propia vida, pero eso solo lo podemos hacer si nos animamos a poner los ojos en Jesús, si nos animamos a mirarlos, si nos animamos a descubrir que siempre detrás de esa fe hay una promesa mucho más grande. Suelto esto, estas migajas, para agarrar un pan mucho más grande que es el que él me invita. Me acerco a esta mesa, a recibir este pan porque ahí está su vida, porque eso es a lo que la fe me invita. Siempre detrás hay una promesa más grande, pero para eso tengo que dar un salto, para eso tengo que creer, para eso tengo que confiar. Animémonos en este día a escuchar como Jairo esa frase que le dice Jesús: “No temas, basta que creas”. Animémonos a creer en él, a confiar en él y a caminar hacia él.



Lecturas:
*Libro de la Sabiduría 1,13-15;2,23-24
*Salmo 29
*Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 8,7.9.13-15
*Marcos 5,21-43

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