miércoles, 22 de julio de 2015

Homilía: “La debilidad también es una oportunidad” – XIV domingo durante el año


Al comienzo de la película Cadena de Favores, un periodista está en medio de un delito que se está cometiendo y, como consecuencia de estar ahí, le destrozan el auto. Él queda mal, le dice a la policía lo que pasó, a la policía mucho no le importa y se llevan a quien cometió el delito. Sorpresivamente, una de las personas que estaban ahí le tira las llaves de su auto deportivo último modelo y le dice “Tomá, para vos” y él no entiende nada de lo que está pasando y le dice “¿Por qué me das esto?” y le contesta la frase “pay it forward” o “hacelo por otro”. Él ahí se sorprende, no sabe qué es lo que está pasando, cuál es la trampa que hay acá, qué es lo que ocurre, y empieza a averiguar qué es lo que pasó. Lo que pasó es que hay un niño, Trevor, que está en séptimo grado en una escuela en las Vegas a la que su profesor de sociales, Eugene, les pide que piensen algo para cambiar el mundo y lo pongan en práctica. Lo que piensa este chico es hacer una cadena de favores, es decir, si yo hago algo por tres personas y estas tres personas las hacen por otros y así, esto se multiplica y llega a todo el mundo. Eso, uno sabe por la película, llegó lejos, hasta Los Ángeles. Sin embargo, no es la sensación que Trevor tiene porque él siente que a todos los que quiso ayudar, a este profesor, a su madre y así distintas personas, el fracasó en eso, que él intentó hacer un gesto por ellos pero que ese gesto quedo en la nada. Para los que vimos la película, podemos ver que las repercusiones van mucho más allá de lo que uno ve, los frutos van mucho más allá de lo que uno cree y puede ver a simple vista.

Sin embargo, como sabemos, toda cadena se puede cortar, todo vínculo se puede cortar, se puede romper; de alguna manera son fuertes pero al mismo tiempo frágiles ¿Por qué? Porque siempre hay un juego de libertades. Yo puedo hacer algo por uno pero el otro también tiene que querer recibir eso y también, en otro momento, querer hacer algo por mí. Esto es todo un proceso, un camino que para que los vínculos, los deseos, las cosas perseveren, tenemos que poner en juego nuestra libertad, siempre estamos poniendo en juego nuestra libertad. Ponemos en juego nuestra libertad para vivir nuestros deseos, ponemos en juego nuestra libertad para vivir los vínculos, ponemos en juego nuestra libertad para llevar adelante cada una de las cosas que queremos realizar. No solamente en un momento determinado sino que durante toda la vida, es algo que nunca termina y que siempre se tiene que ir alimentando. Lo central es que nos animemos a dar esos pasos desde nuestra libertad y a elegir las cosas.

No hay nada más lindo que vivir cada uno de los vínculos que tenemos pero, al mismo tiempo, sabemos lo frágiles que a veces son. Por eso, los tenemos que alimentar, los tenemos que cuidar, tenemos que perdonar y sanar muchas veces. Vamos a poner un ejemplo en el vínculo matrimonial: Cuando uno se casa dice “prometo casarme para toda la vida” y lo dice de corazón, sin embargo, después, vivir eso no es tan fácil. Hoy en día tenemos que dar el primer paso porque hoy, a los más jóvenes, les cuesta dar ese primer paso, decir “me quiero comprometer para toda la vida”. Después, uno encuentra un montón de matrimonios que te dicen las dificultades que en distintos momentos pasan, lleven 5 o 40 años casados, y eso es una oportunidad, no solo un problema como lo vemos. Es una oportunidad para que uno agrande el corazón y se anime a crecer en ese vínculo porque nunca termina. La elección que uno hizo cuando se estaba casando, cuando estaba de novio no es la misma que cuando tenía cinco años, diez, quince o veinte. Tengo que aprender en el corazón a agrandarlo y eso es todo un camino y por eso se pone en juego ahí, para que eso pueda continuar, para que eso se pueda extender. Lo mismo pasa en cualquier otro vínculo, en la amistad, por ejemplo, los que somos más grandes sabemos que hay un montón de amistades que hoy ya no vivimos de la misma manera que antes. El vínculo ya no es tan fuerte a veces, algunos amigos nos quedaron. Los que son más jóvenes sabrán que hay amistades que cuestan, que continuamente tengo que elegir para alimentarla. En general, en el camino de la vida hay algunas que alimento y otras que no, porque elegimos distintas cosas, porque tomamos distintos caminos.

Esto mismo sucede en la fe: todos estamos acá porque creemos en Dios, sin embargo, sabemos que hemos pasado diferentes momentos en nuestra vida de fe. Hay momentos en los que la vivimos con mucha alegría, fluye más y momentos donde nos cuesta un montón, tenemos un montón de preguntas en el corazón. Tenemos que volver a elegir a Jesús desde ese lugar, a ese Dios que siempre nos sigue eligiendo pero nos invita al mismo tiempo a continuar nosotros alimentándonos. Nosotros sabemos no solo la dificultas en nosotros sino la dificultad de transmitir esto, casi que como quisiéramos hacer una cadena de favores diciendo “yo me ocupo de evangelizar a tres, que otro se preocupe por tres y así”, estaría bastante bueno. Sabemos que no es fácil, pero sabemos que no es fácil desde casa, desde la propia casa de uno, no es tan fácil, cuesta, es difícil, en la casa, en el trabajo, en los distintos lugares. La pregunta es: ¿Qué hacemos frente a esto? Esto tiene mucho que ver con las lecturas que acabamos de escuchar hoy. En el evangelio, Jesús, después de haber empezado a predicar, anunciar, va a su pueblo, va a su casa, a Nazaret, un lugar donde se conocen todos más o menos, tendría entre 200 y 400 habitantes, todos son familia, son todos cercanos. Cuando llega ahí y anuncia y habla, la gente está admirada de lo que Jesús dice, pero de pronto se encuentran con la humanidad de Jesús, esta persona que ellos conocen, su familia es de ahí, saben qué es lo que hace, quién es, y no pueden traspasar eso, se quedan ahí. Esa debilidad, podríamos decir de alguna manera, que es la carne de Jesús es un obstáculo para ellos. Jesús encuentra un pueblo que no lo recibe, que no le cree, que piensan que él no es aquello que en un primer momento se había imaginado.

Nosotros también nos encontramos muchas veces con que nos cuesta transmitir la fe. Si le costaba a Jesús, quien supongo que la transmitía muchísimo mejor que nosotros, como no nos va a costar a nosotros, es decir, no lo podemos medir solamente por el éxito porque no es como lo medía Jesús. Las dos lecturas también nos muestran que van en esta dirección las dificultades que el anuncio tiene. En la primer lectura, a Ezequiel se le dice “yo te hago profeta, yo te invito a anunciar el evangelio, pero tené en claro que va a ser difícil, que es un pueblo rebelde, que hay gente que va a creer y hay gente que no va a creer; si querés vivir esta vocación, tené en cuenta esto, que hay una libertad que Dios da del otro lado para coger o rechazar la fe, para recibirla o no”. Eso es lo primero que tendríamos que entender, pasa que uno, obviamente, al principio, sale con mucho entusiasmo y no entiende que el otro no crea o que el otro no lo viva y nos cuesta un montón y nos duele en el corazón. Sin embargo, se nos invita a que no nos desalentemos, a Ezequiel no le dice “no anuncies porque no te van a creer”, le dice “animate a ser profeta, tené fe”.

Otra tentación diferente es lo que le pasa a Pablo, porque Pablo está palpando su debilidad, lo difícil que es para él anunciar: “tres veces pedí a Dios que me quite este aguijón, pero no me lo quitaste, satanás está ahí”. Pablo se encontró con la debilidad como hombre que él es y que no siempre responde a Dios. Él escucha en su corazón en vez de un “yo no puedo anunciar porque soy hombre y tengo mi debilidad” un “te basta mi gracia, no sos vos, soy yo el que guía el camino, animate, en tu debilidad, a que yo resplandezca, que eso no sea un obstáculo sino una debilidad para vos”. Ahí también a nosotros nos dice algo porque nosotros muchas veces nos encontramos con nuestra debilidad, con nuestro discurso, con nuestra forma de vida, con nuestro testimonio, con nuestras incoherencias de querer vivir algo pero que nos cueste en ciertos momentos, en ciertas oportunidades, en ciertos lugares. Como Pablo, tendríamos que descubrir que la debilidad también es una oportunidad, una oportunidad para que resplandezca Jesús y otra oportunidad para que yo crezca. Esa es la invitación, que nos animemos a seguir anunciando, a que no cortemos eso. Ni Pablo ni Ezequiel dejan de anunciar a Dios por aquello que encuentra como obstáculo, Jesús tampoco, claramente. No creo que Jesús haya pensado que nunca iba a dar fruto Nazaret, sino que no tal vez en ese momento.

Mirando la figura de Jesús tal vez encontremos mucho de lo que sentimos en el corazón porque yo me imagino que no debe haber sido nada fácil para Jesús ir a anunciar a Nazaret y después sentirse rechazado por aquellos que quiere. Si algo descubrió en ese momento es que estaba solo y que se sentía solo y que en el lugar donde más esperaba que lo entiendan aunque sea afectivamente, no lo entienden y no lo comprenden. Esa soledad, cuando queremos vivir diferentes valores, muchas veces la sentimos nosotros en la fe y en otros valores de la vida. A veces pareciera que caminamos solos, que otros no lo quieren vivir, no lo entienden pero la invitación de Jesús es la misma que hizo él, “animate a seguir caminando”. No solo se encuentra con la soledad de lo que quiere anunciar, es un pueblo el que lo rechaza, hasta ahora lo rechazaban algunas personas, pero acá hay un pueblo entero que le dice “no creo en vos”. Fíjense que termina diciendo “hice unos pocos milagros porque no hay reciprocidad, no hay fe del otro lado”. Se encuentra con el fracaso, quiere transmitir algo y fracasa y eso continuamente lo va a vivir Jesús pero nunca deja de vivir su deseo, siempre sigue. Va a seguir buscando, va a seguir intentando y va a confiar en que, de alguna manera, su padre va a hacer que dé fruto. Es la misma esperanza que nos invita a tener a nosotros, dar lo que tenemos, animarnos, con nuestras debilidades, con el rechazo que a veces sentimos, con las soledades que descubrimos en el corazón a vivir la fe y a anunciarla confiando en que Dios va a hacer que de fruto, que como a Pablo nos baste la gracia de Dios para anunciar y que después le toca a él. Nos anima a sacarnos de encima ese peso.

Muy acorde con esto está la frase que Jesús le dice a Jairo en el evangelio de la semana pasada cuando Jairo se entera de que su hijita acaba de morir y que su esperanza se acabó y Jesús le dice “no temas, basta que creas, confía, cuando todos los caminos se cerraron, confiá”. Ese es el abandono en Dios al que nos invita a nosotros. Esa frase que le dijo antes resonó en los oídos de Jesús, “ahora que yo me siento solo, fracasado, frustrado, tengo que poner la confianza en el Padre”. A nosotros nos invita a lo mismo, cuando nos sintamos solos, que no da fruto, que no encontramos los caminos, a escuchar esta frase, “no temas, basta que creas” “te basta mi gracia, caminá detrás de mí, confiá”.

Pidámosle a Pablo, a aquel que siempre confió en Dios y se animó a anunciarlo, que nos ayude también a nosotros a vivir nuestra fe en el corazón, a agrandar nuestro corazón y a ser testigos.



Lecturas:
* Profecía de Ezequiel 2,2-5
*Salmo 122
* Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,7b-10
* Marcos 6,1-6

No hay comentarios:

Publicar un comentario