viernes, 16 de octubre de 2015

Homilía: “La buena noticia a la que nos invita Jesús siempre es un riesgo” – XXVIII domingo durante el año


Hay una película que acaba de salir que se llama Pasante de Moda con Robert De Niro y Anne Hathaway en la que Robert de Niro es Ben Whittaker, un hombre jubilado de 70 años, viudo. Comienza contando su vida, que quedó solo, se jubiló, tiene una hija, nietos, pero se empieza a dar cuenta de que, después de un tiempo de gozar de ese estar jubilado, estar tranquilo, poder hacer lo que quiere, hay algo que le falta. Dice “he viajado, gasté todas mis millas, he leído libros, me anoté en yoga”, es una persona a la que le fue muy bien en la vida e intenta estar ocupado. “Me doy cuenta de que yo necesito más a mis nietos que ellos a mí, tengo un vacío en el corazón y necesito llenarlo con algo y hacerlo pronto”. Es por eso que se anota como pasante en una empresa de Jules Ostin, quien vende ropa.

Se puede decir que en la película se da esta paradoja que hay hoy en día, que de pronto hay gente que, por alguna razón, no puede tener trabajo o ya es mayor y lo jubilan pero siente que todavía tiene mucho para dar. Por otro lado, también se da, que se escucha muchas veces en nuestro mundo, “¿para qué trabajar?”, “¿para qué estudiar?”, “No vale la pena, ¿para qué comprometerse con esto? ¿Para que este esfuerzo?”. En todos los ámbitos, a veces en lo social, en lo político, en lo educativo, también en lo familiar, es más, hasta a veces más fuerte se escucha, “¿vale la pena o es importante hacer las cosas bien? ¿Qué sentido tiene? A veces pareciera que triunfa más el mal que el bien”. Es ahí donde nos preguntamos si nuestro esfuerzo vale la pena entregarlo, darlo.

Sin embargo, creo que siempre es tiempo de sembrar en la vida. Es más, es necesario y es lo que nos mantiene vivos. Todos tenemos la experiencia de a veces tener que descansar, querer estar tranquilos pero, a veces, cuando no hacemos nada, estamos un tiempo largo sin hacer nada, nos queda como un gusto raro, “hoy no hice nada”. Cuando nos cansamos y hacemos cosas por nosotros y por los demás estamos mucho más contentos, mucho más felices, cansados pero felices. Es por eso que lo central en la vida es animarnos a sembrar, ¿Cuál es el problema? Que nunca vamos a tener la certeza de cuánto fruto va a dar, de qué manera, de qué forma, si lo vamos a ver, si va a ser de la manera que nosotros queremos y esperamos. Pero si tenemos la seguridad en el corazón de que tenemos algo para dar, que tenemos algo que aportar, que yo todavía tengo mucho en el corazón que les puede servir a los demás y esa es la invitación constante que nos hace Jesús en nuestra vida y en nuestra fe.

A veces, sentimos que las cosas están muy áridas, que los terrenos no están preparados para sembrar. Sin embargo, podríamos decir que ahí es cuando más vale la pena porque cualquier pasito, cualquier brote que se dé, ya es evidente. Por el contrario, cuando todo está muy florecido, nuestro aporte a veces casi que parece de más, no se ve. Cuando la cosa es un poco más seca y más árida, todo pasito o todo progreso que se da, a uno le trae esa satisfacción en el corazón. Ahora, sembrar, como amar, implica arriesgarse, yo me la tengo que jugar, ¿Por qué? Porque creo en esto, porque en esto pongo mi vida y mi fe. 

Esto es lo que les dice Jesús al final del evangelio a sus discípulos, “Señor, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” le dicen casi como preguntándose “¿valió la pena esto? ¿Vale la pena haberlo dejado todo por la buena noticia, por seguirte, por vivir el evangelio?” Y Jesús les dice que tengan la certeza de que el que dejó todo, recibirá el ciento por uno ya acá, “ustedes lo van a ver”. Creo que uno no se imagina, más allá de la dificultad de algún momento, a Pedro, Santiago y Juan, por nombrar algunos de los apóstoles, a San Pablo, a María Magdalena al final de su vida diciendo “Uh, que garrón, ¿para qué deje todo por Jesús? No, la verdad es que no valió la pena”, uno no se los imagina así. Creo que todos nos los imaginamos felices de haberse animado a vivir esto, lo contrario, “menos mal que me la jugué por esto, menos mal que elegí este camino, menos mal que, cuando la cosa parecía difícil, no me borré, que arriesgué”. Porque la vida implica eso, jugársela y vivir la alegría de lo que uno ve a la larga, el fruto tarda. Lo que pasa es que hoy en día parece que lo único que sirve es cosechar, pero no se cosecha si no hay tiempo, si no se siembra, si no se espera, si no se tiene paciencia. 

El tiempo, muchas veces para todos nosotros, es poder decir, “bueno, ahora nos toca este primer paso, de poner la semilla, acompañarla, de verla de a poquito crecer”, con paciencia, desgastando nuestra vida. Es más, en nuestra vida pasa eso. Vamos a poner ejemplos. En una familia, uno ve los frutos de la familia cuando se arriesgó por amor, se la jugó por una persona que quiere, que ama, que acompaña. El fruto más claro son los hijos, haber trabajado para intentar mantener a la familia junta, ir caminando juntos, haciendo todo lo posible para mantener una amistad. Más allá de que a veces nos peleamos con nuestros hermanos, luchar por eso, intentarlo y después, por más de que fue arduo, cuando uno mira para atrás poder decir “qué bueno que me animé a esto, que resigné esto, que hice esto, que di este paso”. Uno ve los frutos de lo que arriesgó por amor.

Lo mismo en la fe. A veces estamos como cansados, los jóvenes con los grupos “uy, tengo que preparar de nuevo la ficha de confirmación/de post”, “tengo que hacer esto”, “tengo que ir a Ágora, ¿valdrá la pena?”, “Todo lo que preparé, el tiempo que me llevó”. Y creo que después, muchos terminamos diciendo “qué bueno que me la jugué, que arriesgué, que me animé a decir ‘quiero sembrar en la fe y estar con Jesús’”. También los adultos, cuando decimos “Tantas cosas que tengo para hacer y me tomé este tiempo para mí en este retiro, en este tiempo para estar junto a mi familia”, pero ustedes sabrán que terminan diciendo “qué bueno”. Esto es sembrar, sembrar en la vida, con amor, jugárnosla por aquello en lo que creemos, esa es la invitación constante de Jesús para nosotros, pero para eso hay que arriesgar.

Esto es lo que pasa en este evangelio. Se acerca este hombre que le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer para heredar la vida eterna, dicho en criollo, qué es lo que tiene que hacer para ir al cielo. Jesús le dice que cumpla con los mandamientos y solo le nombra los mandamientos que tienen que ver con la relación con el prójimo, como diciendo, “este es el primer paso que se te pide”. Este hombre, que se ve que era muy bueno, le dice “esto lo he cumplido desde mi juventud, he hecho todo”, pero espera algo más, su corazón lo llama a algo más. Es un hombre bueno que desea algo mas y es ahí cuando Jesús, sabiendo que le va a pedir un paso que a veces cuesta, que es un desarraigo en el corazón, dice que lo miro con amor ¿Por qué? Porque el amor es lo que nos sostiene. Cuando yo me siento amado me animo a mucho más. Eso es lo que hace Jesús, lo mira con amor para que él se sienta sostenido en eso que le da un poco de vértigo. “Ahora ve, vende todo lo que tienes, ahí tendrás un tesoro en el cielo, y sígueme”. Este hombre, lamentablemente, no se animó a dar este paso, no pudo. Escuchaba un corazón que gritaba y que gemía “quiero algo más”, pero cuando llega el momento, no puede poner ese esfuerzo, no puede dar ese paso.

En los evangelios sabemos lo que pasa en ese momento, es decir, este hombre no pudo dar este paso, poniendo otro ejemplo, el hijo prodigo volvió a la casa y celebró la fiesta. Ahora, ¿Qué pasó después con el tiempo? No tenemos ni idea y seguramente Jesús sigue dando oportunidades. Lo que sí sabemos es que llega un momento en el que tiene la posibilidad de dar un salto, de arriesgar y el hombre no puede. Es acá donde Jesús dice esta frase tan dura, “que difícil será para los ricos entrar en el reino de los cielos”, tan actual hoy como hace dos mil años. Ponemos muchas veces las seguridades en muchas cosas, en este caso en la plata, en las cosas materiales y no ponemos la confianza en Dios. Nos cuesta soltar aquello que muchas veces nos da seguridad aunque no nos deja ser libres. 

Es más, podríamos pensar cada cosa, si hoy Jesús a nosotros nos mirase con amor, a cada uno de nosotros, ¿qué es lo que nos cuesta? ¿Qué es lo que nos diría mirándonos con amor? “Ve y haz esto”. ¿En qué sentimos que no nos la jugamos? ¿Que no arriesgamos? ¿En qué sentimos que estamos como cómodos? Porque creo que muchas veces tendemos a eso, “yo en este metro cuadrado más o menos que estoy bien, lo que busco es una mejor calidad de vida, que nadie me jorobe mucho, que me dejen tranquilo”. ¿Lo importante en la vida es eso? ¿Lo que nos hace felices es eso? Que esté todo bien un ratito, como vemos en la película, “la estoy pasando bien un tiempo, jubilado”, ¿O la vida a uno lo llena y se siente pleno cuando uno arriesga? Cuando uno se manda hacia adelante, cuando uno se juega por algo, en cada edad. En el colegio con lo que a uno le toca vivir hoy, en la facultad, en el trabajo, con mi familia, con mis amigos, un novio/a. ¿Cuál es el salto? ¿Cuál es el paso? Y, ¿Qué es lo que tengo que dejar atrás? Esa es la invitación de Jesús, eso es lo que busca de este hombre. Este hombre se acomodó, “no me digas esto, esto lo vivo dese mi juventud, decime algo más”, pero no se anima, no puede, prefiere quedarse en su seguridad que jugársela por aquello por lo que su corazón llama.

La buena noticia a la que nos invita Jesús siempre es un riesgo, dar algo más, animarse a algo más. Y, si me animo, Jesús me hace una promesa, “tenés la certeza de que yo te voy a dar el ciento por uno, pero recorre el camino, animate”. Esa es la invitación hoy para cada uno de nosotros, para eso tenemos que confiar, tenemos que poner nuestra confianza en Dios. Para eso tenemos que ser hombres y mujeres de esperanzas, animándonos en lo que nos toca, decir “en esto yo puedo aportar, cuando todos me dicen que no, que no vale la pena, yo creo que sí, ¿Por qué? Porque Jesús me da la certeza”.

Pidámosle a Jesús, a aquel que se la jugó por nosotros, aquel que arriesgó hasta dar la vida y eso se sembró en cada uno de nosotros, que hoy celebramos y vivimos la fe, que nos ayude a nosotros a ser testigos de esto. A que poniendo nuestra confianza en él, siendo hombres y mujeres de esperanza, que saben amar al otro, que saben ponerse al servicio, seamos testigos y nos animemos a sembrar.

Lecturas:
*Sabiduría 7,7-11
*Salmo 89
*Carta a los Hebreos 4,12-13
*Marcos 10,17-30

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