miércoles, 7 de octubre de 2015

Homilía: “Lo único que sacia el corazón del hombre es sentirse querido y amado” – XXVII domingo durante el año


Hay una película cristiana muy linda, no muy conocida, que se llama A Prueba de Fuego que relata una crisis matrimonial entre Caleb y Catherine. Caleb es bombero y, ante la crisis, va y le cuenta a su papá que se quiere separar, divorciar. Su papá lo escucha y le dice que está bien pero le pide que le dé una última oportunidad a su matrimonio, que luche por él, “así como vos, como bombero, luchás, te animás y te metés a las llamas y a un montón de inconvenientes, animate también a luchar por esto”. Le da un librito donde le pide que ponga 40 signos durante 40 días en su matrimonio. Entonces, empieza a vivirlo y se enoja porque ve que nada cambia y vuelve a hablar con su papá y le contesta que también así es el amor de Dios, que muchas veces, a pesar de que uno se aleja o no lo corresponde, Dios sigue luchando. “Yo lo que te pido es que llegues al final del camino”, le dice. 

A lo que lo invita el padre a Caleb es a luchar por aquello que en algún momento llenó su corazón y que es el deseo de todo hombre y de toda mujer, sentirnos queridos, amados. Esto es tan central en nuestra vida que es como nuestro termómetro. En los momentos en los que nos sentimos queridos y amados, valorados, con cualquier vínculo; estamos felices, estamos contentos. Nos animamos a un montón de cosas, le encontramos sentido a la vida. Cuando no nos sentimos queridos, cuando no podemos amar, cuando no nos sentimos valorados en la vida, nada tiene sentido, no tenemos muchas ganas de nada, en general estamos de mal humor, todo nos cae mal y vamos a veces en busca de cosas que no son las que queremos. 

Es por eso que, desde el principio de la creación, Dios nos hizo así, varón y mujer, para que busquemos aquello que nuestro corazón clama, grita, que es sentirse correspondido, amado. Por eso, cuando a Adán se le da la creación, se le da un montón de cosas pero eso no termina de bastar, no llena su corazón. Lo único que sacia el corazón del hombre es sentirse querido y amado, puedo tener cosas, puedo lograr un montón de objetivos, pero eso en algún momento va a pasar. Lo que me sacia es ese amor que llena mi corazón, Dios descubre esta soledad que Adán tiene y por eso busca crearle aquello que lo complemente, aquella persona con la que se sienta amado y puedan caminar juntos. 

Creo que hoy en día encontramos muchas soledades en el mundo, podemos ver muchas personas mayores, uno puede ir a un hogar de acianos pero no hace falta. En las propias casas, cuando las personas están abandonadas, solas. A veces hasta por las propias familias, se han olvidado, los dejan solos y no les muestran ese amor que siempre Dios nos invita a tener. Las personas adultas que están solas, porque están viudos o viudas, porque se han tenido que separar o divorciar, porque se han quedado solteros y no han podido encontrar esa correspondencia en el amor. Pero no solo con los adultos, también vemos con los niños tantas veces en la calle, en muchos lugares, que uno a veces se pregunta por qué están tan solos, tan abandonados, por qué nadie los ama y se preocupa como se tiene que preocupar. Jóvenes también que a veces no le encuentran sentido a la vida porque no se sienten valorados, amados, porque no pueden o no descubren cómo amar de corazón. 

El amor es lo que nos da fuerza. Cuando no lo vivimos, sentimos esa soledad que nos va dejando solos aun en medio de los demás. Aun en medio de mucha gente, necesitamos que nos amen de verdad. Por eso Dios hace esta unión entre el varón y la mujer que es donde, de alguna manera, uno siente esa plenitud en el corazón. Sin embargo, todos sabemos las dificultades para vivir todo vínculo en el amor, de vivir un matrimonio, los hermanos, padres con los hijos, de las dificultades que conlleva el camino, de lo que hay que luchar por esto. Por eso, la invitación de Dios siempre es a animarnos a alimentar ese amor, a cuidarlo, a crecer día a día. 

Acá es donde aparece, ya más claramente sobre el vínculo familiar, una pregunta que se le hace a Jesús, una pregunta un poco tramposa. Ustedes saben que cada vez que los fariseos le preguntan algo a Jesús es para hacerlo caer, es para ver si no cumple o no vive o hay algún problema con la ley. Le preguntan si es lícito al hombre separarse de la mujer y Dios les dice, en Jesús, que eso es por la dureza del corazón de ellos, que no es el deseo de Dios. Por empezar, les muestra que Moisés les da esto cuando ellos no pueden vivir el amor, pero no estamos hablando de no poder vivir el amor, sino de una reciprocidad. Acá, el que puede divorciarse es el varón, casi que por muy pocas razones, la mujer es como un objeto, una cosa más que si quiere se separa. Ese no es el plan de Dios, Dios hizo dos iguales que, recíprocamente, caminen, se complementen, que intenten llevar esa creación de Dios. Por eso serán uno, ¿en que serán uno? En el caminar hacia Dios, “caminen juntos”. Todo matrimonio está también llamado a ese camino de santidad, esa es la invitación de Jesús, animarnos a luchar y a acompañar ese deseo que todos tenemos. 

En todos los vínculos todo lo que queremos es vivir el amor y por eso nos cuesta cuando no lo podemos vivir. Los que se han casado conocen ese deseo con el que se casaron que es poder compartir y vivir toda la vida. Es muy lindo cuando uno ve en un matrimonio, una persona mayor que por la ley de la vida ya se queda solo, el varón o la mujer, y te dice “siento que se fue la mitad de mí, después de tantos años viviendo juntos y de un amor tan fuerte, ya no le encuentro sentido a la vida porque me falta el otro”. Ojalá todos pudiéramos vivir muchas veces juntos ese vínculo al cual Dios nos invitó, pero para eso tenemos que apostar los dos, para eso tenemos que crecer juntos, para eso tenemos que alimentarlo. ¿Por qué? Por la dificultad que hoy vemos y desde todos lados. Desde todos los lugares tenemos que animarnos a trabajar por este vínculo. 

A veces trabajamos por tantas cosas, nos matamos por el trabajo, nos matamos por saber más intelectualmente, por el consumo y tener más y no nos matamos, no luchamos tanto, por el amor, pero aquello que sí es central. Cuando no lo tenemos, vemos lo que nos falta. Dios nos presenta este ideal que es el ideal que todos quieren, que es poder amar y poder amarse. Pero también hay que trabajar por esto, para esto hay que luchar. Dios quiera que la mayoría de los momentos sean los más lindos y sean gozosos pero en otros momentos, como nos dice Pablo, donde habrá que soportar, donde habrá que perdonar, para poder llevar esto adelante. Esa es la invitación de Jesús y desde todos los ámbitos. 

Hoy el papa inauguró este sínodo de la familia y lo hizo juntamente sabiendo la dificultad que hoy hay de vivir en familia, de lo difícil que es y cómo también, desde este lugar, desde la Iglesia, tenemos que acompañar, estar cerca en donde muchas veces tampoco hemos estado presentes. Quiero poner un ejemplo nada más de esto que es un ejemplo objetivo, sobre los sacramentos. Hay dos sacramentos que son más sencillos en la preparación porque son el del inicio y el del final: El bautismo que es la puerta de entrada, se hace una pequeña catequesis porque los que educan en la fe son los papás, y la unción de los enfermos porque no hay muchas opciones de una catequesis, llega el momento y hay que hacerse presente. Pero el resto de los sacramente tienen una preparación, si uno va a tomar la comunión, que va junto con la reconciliación, dos años; la confirmación, un año; el ser sacerdote ni hablar, son como siete, ocho años. Muchas veces, nosotros, para dar el sacramento del matrimonio hacemos una charlita, un momento y no acompañamos lo que significa ese vivir ese matrimonio, con una preparación más a conciencia, acompañar los diversos momentos. Una madurez afectiva, poner ese amor en manos de Dios, acompañarse en las buenas y en las malas, y creo que esa es la invitación hoy de Francisco, como de todos lados, desde la familia, la sociedad, pero en especial nosotros como Iglesia. Podemos acompañar a los jóvenes, podemos acompañar a los matrimonios, podemos ayudarlos a crecer en este amor. 

Lo que no se alimenta en todo vínculo tiene fecha de caducidad y la invitación de Dios es a que, desde todos los lugares, nos animemos a ser signos de ese amor y alimentarlo, ¿para qué? Para poder vivir ese plan de Dios, ese deseo. Esto tan lindo que Dios creó para nosotros porque el sacramento del matrimonio tiene algo muy lindo que es que es figura del amor de Jesús por su Iglesia. Así como Jesús amó a su Iglesia, es como llama a que ustedes se amen, es un desafío, pero que lindo que se use esa imagen. Ese amor entregado que también a nosotros nos invita a tener. 

Pongamos en manos de este Dios que es amor el amor de todos nosotros, pidámosle que nos ayude a poder vivirlo, a poder llevarlo adelante, a hacerlo crecer y madurar cada día. 

Lecturas: 

*Jonás 1,1–2,1.11
*Salmo: Jon 2,3.4.5.8
*Lucas 10,25-37

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