Anoche después de un largo día salí a comer a un restoran con unos amigos y amigas, y en medio de la comida en un momento llamamos al mozo, y yo le pregunté cómo se llamaba, cuál era su nombre, y él me contestó, me dijo el nombre: Nelson, y me dijo: “Pero, qué quiere, ¿el libro de quejas?”, “No, todavía no”, le dije… Más allá de la ironía, lo gracioso era como la sorpresa de la persona frente a preguntarle el nombre, que parece que no es lo más normal: “No, es para saber como te llamas, poder llamarte por tu nombre”, cosa que uno no tenga que estar como nos pasa siempre en los restoranes, levantando la mano y tratando de inventar: “Che, disculpa, mozo” o alguna palabra parecida, para que la otra persona nos preste atención, y en cambio llamando al otro por su nombre, aquello que de alguna manera nos da identidad, y aquello que nos ayuda a crecer.
Si bien esto es una cosa simple, una comida que uno fue hacer, podríamos pensar hoy en la vida cuántas cosas hay que nos van despersonalizando, nos van perdiendo lo que nosotros somos porque el mundo de hoy nos invita a un montón de cosas, de paradigmas, de maneras de tratarnos que nos hacen perder quiénes somos nosotros mismos. En primer lugar partiendo de nuestro nombre, no solo porque hoy se usan un montón de veces apodos que pueden tener más que ver o menos que ver con uno, pero que muchas veces no ayudan porque carga al otro de un defecto o de lo que fuera, sino porque aún siendo mas grandes nos sentimos tratados como una ‘cosa’ y no como ‘alguien’: cuando a veces sentimos en un montón de lugares que somos un numero, que no nos conocen, que no saben quiénes somos, que no le importamos. Y todas esas cosas atentan contra nosotros mismos y atentan contra los vínculos, es más uno puede ver un montón de propagandas hoy que intentan tener a lo contrario, a mostrar que la persona tiene un lugar, tiene un nombre, tiene un valor. Sin embargo muchas veces en el mundo se va haciendo como un camino al revés con nosotros: en muchos lugares frente a la situación que vivimos a veces no sabemos ni quiénes viven al lado nuestro, ni quiénes son nuestros vecinos, no los conocemos, o a veces si, o muchas veces nos pasa también en nuestros trabajos. Pero uno conociendo a veces su nombre podríamos preguntarnos si nos animamos a encontrarnos con el otro, si llegamos a descubrir al otro. Alguna vez hemos hablado de cómo aún cuando nos detenemos o saludamos a alguien, muchas veces no tenemos ganas de comprometernos con eso. Cuento también una anécdota de cuando uno se saludo por la calle, que a veces en el mundo en que vivimos tan rápido no tenemos tiempo ni de saludar al otro, solo un ‘chau’ ‘hola’ y pasamos de largo, o gritamos un ‘cómo andas’ y no escuchamos ni la respuesta, que a veces hasta cuando nos detenemos y le preguntamos al otro esperamos que responda y deseamos que responda con la respuesta clásica de los hombres que es ‘bien’, porque si responde algo más que bien es un problema para nosotros, no tenemos ganas de bancarnos eso, porque cuando el otro empieza a decirnos: “No, más o menos, porque la verdad que tal cosa o tal otra”, uno empieza a pensar “¿Para qué le pregunté? No tenía ganas” o “Que pesado”, y en el fondo no tenemos ganas de terminar de encontrarnos con el otro y eso hace que nuestros vínculos, nuestra manera de relacionarse quede en la superficie, es más, aun cuando no queda en la superficie, ¿cuántas veces nos sentimos incómodos frente a la profundidad del otro? Cuando el otro me expresa un sentimiento, cómo muchas veces me cuesta, me siendo incomodo, me da alegría, me da tristeza, llanto, gozo, una sensación, lo que piensa en lo profundo. Ahora la única manera de crecer en al relación, en los vínculos es encontrarme bien con que si yo me puedo relacionar en lo profundo del corazón, con que si puedo encontrarme verdaderamente, porque eso es lo que sana.
Y esto sucede también en nuestro camino de fe, todos necesitamos de esos encuentros que nos sanan, que nos salvan, que van a la profundidad de nosotros. Y esto es lo que escuchamos en el Evangelio de hoy, que Jesús quiere encontrarse con nosotros pero desde lo profundo de nuestro corazón. Nos dice que Él es un buen pastor, diferente a los demás, diferente a lo que fueron otros que no son como Él, que los que lo escuchan conocen su voz, lo reconocen, que Él se preocupa por sus ovejas, las alimenta, y que les da vida, y no una vida como para ir tirando, sino una vida en abundancia. Un Jesús que nos muestra cómo Dios se quiere comprometer con nosotros, un Jesús que nos muestra cómo Dios quiere llegar hasta lo profundo de nuestras vidas, para que ahí si nos descubramos entendidos, descubramos que podemos abrir el corazón, que podemos expresarnos. Y eso es lo que a lo largo de nuestra vida vamos buscando…
Como decía antes cuando encontramos eso, encontramos como un oasis, un manantial, un lugar donde yo me siento cómodo, yo me siento feliz, donde yo puedo ser yo mismo. Y por eso a lo largo de la vida Jesús, nuestro único buen pastor va buscando personas que nos ayuden a vivir esto. En primer lugar podríamos pensar hoy en San Isidro Labrador, (hoy es la fiesta patronal donde estuvimos celebrando, acá atrás tenemos presentes las imágenes de San Isidro y Santa Maria de
A veces la vida de los santos nos resulta muy lejana porque uno ve por ejemplo a San Francisco de Asís y piensa que eso no lo va a poder vivir, que es imposible; o ve a
Pidámosle hoy a Jesús nuestro Buen Pastor, que en primer lugar encontrándonos con Él podamos encontrar a aquel que nos da vida, y vida en abundancia, y que descubriendo también esa vida que nos trae Él podamos también nosotros, creciendo en nuestra vida, llevarle vida a los demás.
Primera Lectura: Hechos 2, 14a. 36-41
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