miércoles, 31 de agosto de 2011

Vivir reconciliados

El tema de la reconciliación es central en el mensaje evangélico: continuamente habla Jesús de la misericordia del Padre y nos llama a imitarla.

Es, además, una de las cuestiones centrales en la vida de una persona porque todos queremos y necesitamos amar de verdad pero cuantas veces nos cuesta, no sabemos como hacerlo o directamente no lo hacemos. Muchas veces con nuestras palabras, gestos, y actitudes generamos peleas, divisiones, lastimamos al otro... quedando nuestro corazón lleno de tristeza y amargura. ¿Quién no se encontró alguna vez necesitado de perdón? ¿A quién no le ha costado alguna vez perdonar? Sin embargo, hay veces que luchamos toda la vida contra algún conflicto respecto del perdón o llevamos con nosotros mismos la carga más pesada que impide perdonar: el rencor, la venganza, el odio.

Es por eso, que la reconciliación es un largo camino que siempre tiende a curar heridas causadas en nuestra historia personal o comunitaria. Todos tenemos heridas, todos alguna vez hemos herido a los demás, por eso es tan importante animarnos a crecer en el perdón y la reconciliación. Pedir perdón y aceptar el perdón nos hace crecer. No es suficiente con tener salud y bienestar; si queremos ser realmente felices, si queremos madurar en la vida, debemos aceptar la necesidad de vivir permanentemente reconciliados. La reconciliación abarca pedirle perdón a Dios, aceptar su misericordia, reconocer nuestras faltas, creernos capaces de dar perdón y de recibirlo, buscar el perdón de los demás, ofrecerlo generosamente...

Y una muestra clara de cuanto lo necesitamos en la vida es la praxis de Jesús. Él no se conforma muchas veces con realizar milagros o curar a los enfermos. También busca reconciliarlos y sanar sus corazones (Marcos 2, 1-12). Es clave en la vida de Jesús el tema de la reconciliación. Él nos mostró con su vida este profundo deseo de Dios, para que vivamos de una manera nueva.

La pascua es el epicentro de la reconciliación. En ese gran gesto o acto, Jesús reconcilia a los hombres con Dios, y a cada uno de nosotros con nuestros hermanos mostrándonos su gran deseo: que vivamos reconciliados.

Estamos terminando la cuaresma y caminando hacia la pascua. Podríamos animarnos a mirar nuestras vidas, a profundizar en nuestros corazones y descubrir cuanto necesitamos en de la reconciliación. Donde y con quien tenemos que reconciliarnos. Si verdaderamente queremos vivir la pascua, tenemos que tener un corazón reconciliado. Cuanto tiempo y cuanta fuerza dedicamos a un montón de tareas que nos desgastan y no nos llenan el corazón, ni nos dan vida y cuantas veces nos olvidamos de lo central: sanar los vínculos, generar nuevos espacios de vida, reconciliarnos con Dios…

Vivir reconciliados es un gran don pero también una gran tarea. Todos lo necesitamos pero también todos tenemos que trabajar por ella. Pidámosle a Jesús, quien nos mostró con su vida como hacerlo, que también nosotros seamos para los demás signos de reconciliación.

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