miércoles, 31 de agosto de 2011

Vivir la alegría del Evangelio


¿Qué significa para nosotros, ser alegres, vivir la alegría del evangelio? Creo que hay dos pequeñas parábolas que pueden iluminarnos sobre este punto:


“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. También es semejante el Reino de los Cielos a un comercianter que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra”. (Mt 13,44–46).


La alegría del evangelio es similar a la de quien habiendo encontrado un tesoro, pleno de felicidad, vende, hasta malvende, todo lo que tiene para conseguir ese tesoro. Los que lo miran pueden decir hasta que está loco, pero los juicios de los demás no le importan porque está seguro del tesoro que encontró.

También la alegría del evangelio es similar al comerciante que encontró la piedra preciosa. Cuando vende todo la gente pensará que quiere cambiar de oficio, dedicarse a otra cosa, o que está fuera de sí. Pero él sabe que al conseguir esa perla tendrá un tesoro mucho más grande que con todas las demás perlas juntas.

La alegría, el verdadero gozo, es el estado en que nos encontramos cuando hemos alcanzado aquello que deseábamos. Cuanto más profundo es ese deseo, tanto más hondo es el gozo. Pero vivimos en un mundo lleno de expectativas falsas. Una cultura donde se cortan las expectativas continuamente. Encontramos una gran falta de fe; esclavitud del corazón que le llaman. Estamos en un mundo en el cual muchas veces ya no se espera nada más.

Los esclavos son un claro ejemplo de resignación, de alguien que no espera nada y por lo tanto no se rebelan contra esa situación en la que viven; son personas que tienen cadenas en su corazón. Tienen anulación de todo deseo, de toda expectativa, de toda promesa. Para ellos no hay nada.

Cuando se habla del mundo de hoy se pone como paradigma la libertad, pero ¿el ser libre pasa nada más por una situación exterior? ¿Nos sentimos verdaderamente libres? Porque creo que una manera sutil, imperceptible, de ir esclavizando a alguien es quitarle la capacidad de desear profundamente, dejar que nade, desee en la superficie. Cuando los deseos son superficiales, al colmarlos, se produce una excitación exterior pero luego nace en uno una posterior frustración. Y esto se convierte en un círculo vicioso. Cuando hay incapacidad de gozar profundamente, lo que se busca es compensar con experiencias sensibles. Nos encontramos con un vacío interior, una soledad, un aislamiento que nos provoca una gran aridez. La ansiedad por cubrir ese vacío nos conduce a “dar manotazos” a cosas exteriores que no nos sacian. Esto agudiza la frustración y nos va haciendo esclavos.

En cambio cuando me animo a mirar y preguntarme sobre mis deseos más profundos voy siendo cada vez más libre. El deseo es el espacio ofrecido a Dios para recibir el Don y por lo tanto, para experimentar el gozo. Cuando el deseo es profundo, al ser colmado, el gozo brota desde dentro y fluye hacia fuera como una fuente. Y ahí nace la verdadera alegría. La alegría del evangelio es de quien encontró la plenitud de la vida, el sentido que la vida misma tiene, por que vale la pena vivir. La alegría del evangelio es de quien se encontró con Jesús, y está dispuesto a venderlo todo, a dejar todo atrás para quedarse con él, para vivir ese encuentro. Y así se siente libre, tranquilo, vivo, feliz…

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