viernes, 21 de septiembre de 2012

Homilía: “Efatá - Ábrete” – XXIII domingo durante el año



Hace un tiempo salió una propaganda que intentaba mostrar cómo todos estamos conectados. Ésta mostraba una persona que estaba frenada en un semáforo, y había una voz en off que decía, que te conectas con el semáforo, que te conecta con la persona de al lado que también espera el semáforo, que te conecta con el de al lado, y así empezaba a hablar de todas las conexiones que podía haber. Muchas veces con distintas imágenes, con las distintas cosas que están alrededor nuestro; a veces con distintas personas que iban pasando por diferentes escenas. Y la propaganda terminaba diciendo: “te conectás con todos, y todos se conectan con vos. Conectados podemos más”.
Podríamos decir que tal vez muestra lo que es hoy nuestra civilización ¿no? Por lo menos cómo se la llama: la era de las comunicaciones, la era de la globalización, donde pareciera que todos estuviésemos conectados unos con otros. Cuando yo era chico, hace poquito, obviamente, había un teléfono en la casa, por lo menos que yo recuerde. Ahora creo que hay más teléfonos en la casa que las personas que viven ahí. No sólo porque los celulares van pasando de generación en generación, sino porque si las contamos creo que hasta tenemos más líneas en nuestras casas, que lo que había antes. Pero no sólo desde este lugar, sino desde muchos lugares. En realidad si miramos con atención, como otras veces hemos hablado, esto habla de cierta parte del mundo. Les contaba que hace un tiempo hice un curso sobre la comunicación y la globalización, y ahí decían que todavía el 43% de la población mundial no hizo una llamada de teléfono; entonces cuando hablamos de estar conectados o de hablar por teléfono estamos hablando de un porcentaje de la población. Pero bueno, ya que el 40% de la población mundial es poco, vamos a hablar del otro 60% que nos toca que es el que nos corresponde un poquito más a nosotros.
Pareciera que estamos mucho más conectados, no sólo vía teléfono móvil, sino también vía internet y un montón de cosas, que nos ayudan a estar mucho más en contacto con el otro. ¿Tenemos más rapidez a la hora de hablar con los otros? Sí. ¿Tenemos más posibilidad de encontrarnos tal vez con otros que están más lejos? También. Ahora, la gran pregunta es, ¿estamos más comunicados que antes? ¿Todas estas posibilidades nos han ayudado a tener una mayor comunicación, o una comunicación más profunda? Porque la rapidez o la cantidad, no hace a la calidad, y nosotros hemos descubierto a lo largo de la vida, cómo lo que a nosotros nos ayuda es cuando tenemos una comunicación que tiene mucha calidad, cuando podemos encontrarnos verdaderamente con el otro. Cuando podemos profundizar con los demás. No es solamente el saber lo que el otro hace.
Hace un tiempo, mirando la película de Facebook (para que no se queden sin película este fin de semana), en un momento decían: esto va a hacer que todos lleven la cámara de fotos a una fiesta, y después les muestren lo que hacen, como que todos saben de todo y se comunican. Pero en el fondo es una comunicación hasta descriptiva, uno ve fotos del otro; pero ¿sabemos lo que pasa por el corazón de los demás? Porque no es solamente ver una foto o ver al otro, sino el poder comunicarme verdaderamente. Y creo que varios tenemos experiencia de cómo nos cuesta comunicar las cosas desde lo profundo de nuestro corazón, hablar verdaderamente con el otro. Y no sólo porque a uno a veces le cuesta contar y expresar; también porque nos cuesta mucho ponernos a escuchar al otro. Estamos con mil cosas en la cabeza, o nos llaman por teléfono, interrumpimos, y no damos un espacio a que haya una comunicación profunda desde nuestras propias vidas.
Sin embargo, como les decía antes, es lo que buscamos, todos necesitamos una comunicación de calidad. Y todos buscamos el poder encontrarnos verdaderamente con el otro, y encontrar un espacio para hablar. Obviamente, no somos Gran Hermano, donde todos se tienen que enterar lo que pasa con cada uno de nosotros, pero sí estaría bueno que demos un espacio para que, con aquellos que son más íntimos a nosotros, podamos abrir el corazón, y el otro también encuentre ese lugar y ese espacio.
Este lugar y este espacio que de alguna manera se crea cuando Jesús pasa por este lugar y hace este milagro tan llamativo, como nos muestra el evangelio. Lo primero que llama la atención es el lugar donde hace este milagro. En el evangelio de Marcos es bastante paradigmático, porque lo hace en territorio pagano. Jesús, lo dijo claramente en el evangelio, fue a predicarle al pueblo de Israel, para que después ese pueblo sea luz para los demás. Sin embargo, acá va y hace un milagro en otro territorio, que llama la atención, porque nosotros hemos visto a Jesús curar hasta sin ir a la casa del otro. Pero esto parece hasta irónico, porque Jesús le toca la boca, le pone saliva, pareciera que es trabajoso este milagro que tiene que hacer y creo que es porque muestra una intención, y algo que hay ahí mucho más profundo. Y eso más profundo creo que está grabado en esta palabra, que es una de las pocas palabras en arameo que nos queda en el evangelio: efatá, que ¿qué significa? Ábrete. Hay algo nuevo en Jesús que se tiene que abrir, y eso nuevo siempre es difícil. Abrirle el corazón a algo nuevo nos cuesta a todos. Cuesta mucho, y creo que cuanto más grandes somos aún nos cuesta más. Y Jesús está mostrando, todo eso que cuesta, en este caso, toda esa Palabra de Dios que tiene que abrirse en un territorio desconocido, en un lugar donde no la conocían, esa Palabra se tiene que hacer lugar. Y por eso lo trabajoso del milagro, muestra lo trabajoso de que esos oídos se abran a la Palabra de Dios, que esa voz empiece a anunciar aquellas palabras de vida que Dios le pide.
Ahora, si lo central de ese evangelio es abrirse a la novedad, abrirse a algo nuevo, que es ese mensaje de Dios, eso se puede aplicar a cada uno de nosotros. ¿De qué manera Jesús quiere abrir nuestros oídos para que escuchemos de una manera nueva? ¿De qué manera quiere abrir Dios nuestros labios, para que hablemos de esa manera?
Todos tenemos la necesidad de comunicarnos, pero no solamente de hablar y contar lo que hacemos, sino de contar lo que nos pasa. Y es mucho más profundo hablar de nuestro propio ser que de lo que hacemos, y cuando no podemos hablar de nuestro propio ser, a la larga eso nos termina pasando factura. Porque hay algo que no nos cierra, porque no tenemos donde desagotar ese manantial de vida que está en nuestro corazón, y hasta nos ponemos de mal humor, y hay cosas que nos molestan, nos angustiamos, ¿y por qué? Porque no podemos hablar con palabras de vida, con aquello que todos necesitamos y que también Jesús nos trae.
También es importante escuchar. El poder escuchar verdaderamente al otro. Cuando andamos a las corridas y no encontramos al otro, de pronto estamos cansados y nos ponemos de mal humor, lo primero que nos podríamos preguntar también es, ¿me estoy deteniendo un momento?  A poder escuchar, a ver lo que pasa, a ver lo que sucede. Y también el abrirme a lo nuevo. El poder escuchar aquello que por ahí no estoy escuchando. Esas palabras de abrirse, claro que Jesús no se lo dijo sólo a ese sordomudo, sino a todos los discípulos que estaban con Él: ustedes también se tienen que abrir a esta Palabra de Dios, para que la Palabra de Dios, siempre diga algo nuevo.
Eso pasa también en nuestra Iglesia. Es curioso porque nosotros tenemos un mensaje que es sumamente atrayente, se supone, o eso es lo que creemos. Sin embargo también vemos la dificultad de que eso llegue. Entonces no solamente nos tenemos que preguntar cómo el otro tiene que escuchar, sino también cómo yo tengo que hablar. Y en este caso también cómo nosotros como Iglesia tenemos que escuchar.
Muchos habrán escuchado por televisión, que el Cardenal Bergoglio hizo un llamado bastante fuerte a nosotros, los sacerdotes. En este caso, yo zafé, era de Capital, por las dudas, diciéndoles: “vienen chicos de madres solteras y ustedes no los bautizan, no están escuchando a su pueblo, ustedes son los hipócritas del evangelio.” Y no por atacar a ellos, nos podemos preguntar nosotros. ¿Qué es lo que nosotros no estamos escuchando? ¿Qué es lo que Jesús nos pide que abramos, y no abrimos? Porque a ver, yo puedo sostener un montón de excusas para decir: no puedo bautizar. Y también nosotros podemos sostener un montón de excusas para decir: no, esto Jesús no lo quiere. Ahora, ¿no lo quiere Jesús, o no lo quiero yo? Porque la praxis de Jesús muestra cómo hay un montón de cosas que se tienen que abrir, y cómo siempre tengo que tener esa capacidad del corazón, de aprender a escuchar al que grita, al que clama.
Hoy Jesús nos pide a nosotros que escuchemos de una manera nueva, que hablemos de una manera nueva. Esto dicen las dos lecturas. En la primera lectura el pueblo está perdido, tiene miedo, e Isaías les dice: “No temas, ahí está tu Dios”, quedate tranquilo, miralo, escuchalo, fijate cómo no te abandonó, cómo está a tu lado aun cuando parece que no está. Aprendé a escucharlo.
En la segunda lectura, Santiago le pide a la comunidad que no haga acepción de personas. Si acá entra una persona rica, y entra una persona pobre, ¿a quién le hacen lugar ustedes? El evangelio hace primer lugar al pobre, a aquél que necesita más, no porque uno sea mejor que el otro, sino porque hay alguien que está más necesitado, a los ojos de Dios y de Jesús. Y eso también nos llama a abrirnos a algo nuevo, a una manera nueva de ver, a una manera nueva de pensar, que no es la del mundo. Porque no son esas reglas, son otras reglas a las que nos invita Jesús. Y eso nos cuesta muchas veces, nos cuesta como Iglesia, y nos cuesta también muchas veces como comunidad de cristianos acá en la Catedral.
Creo que hoy Jesús nos hace un llamado de atención, un llamado de atención a que abramos nuestros corazones, para mirar de una manera nueva, para escuchar de una manera nueva, y para que mirando y escuchando de una manera nueva podamos anunciar a Jesús de una manera nueva, para que ese anuncio llegue a los demás.
Pidámosle a Jesús, aquél que abrió los oídos y los labios de este sordomudo, que también abra nuestros oídos y nuestros labios, para que podamos escucharlo, y para que podamos anunciarlo.

Lecturas:
*Is 35, 4-7
*Sal 145, 7-10
*Sant 2, 1-5
*Mc 7, 31-37

No hay comentarios:

Publicar un comentario