La película El
Jardinero Fiel comienza con la muerte de una activista británica, Tessa
Quayle, que estaba en Kenya, mirando algunos abusos que la industria
farmacéutica hacía en ese país. Justin, su marido, está yendo a ver todo lo que
es el funeral, y a recoger sus cosas, cuando, para cubrir un poco lo que
pasaba, empiezan a haber algunas blasfemias sobre lo que la mujer vivía y
hacía. Justin, un poco por curiosidad, un poco por no estar de acuerdo con lo
que le decían, se pone a investigar. Así es que descubre que las cosas no eran
tal como se le presentaban. Entonces empieza a adentrarse en lo que hacía su
mujer, hasta descubrir que hay algo mucho más grande en eso, y ahí comienza una
gran pregunta en él: ¿qué es lo que tengo que hacer? ¿Me comprometo con esto y
sigo avanzando en investigar y ver qué es lo que pasa? o ¿me acomodo, [como lo
invitaba la empresa a hacer], en una vida diferente? Se encuentra frente a un
cruce de caminos. ¿Qué es lo que la vida me está pidiendo? Lo que comenzó por
saber un poco más de mi mujer, termina siendo algo mucho más grande, mucho más
groso, mucho más duro de lo que pensaba, y la pregunta es: ¿Qué es lo que tengo
que hacer ahora?
Esta misma pregunta que también nosotros nos hacemos,
de otras formas y maneras, en otras circunstancias de nuestra vida. Creo que en
casi todas las cosas que muchos de nosotros hemos emprendido, hay momentos que
son encrucijadas, en las que nos preguntamos: ¿tengo que seguir con esto? ¿Esto
vale la pena? ¿Tengo que luchar por esto? Podríamos preguntarnos o ver eso en
nuestros vínculos, en un noviazgo, un matrimonio, en una vocación que uno
elige, en una amistad. Cuando las cosas se complican, cuando no son tanto como
uno esperaba, uno dice bueno: ¿me animo a esto? ¿Sigo apostando o busco otra
cosa? También en una vocación, en una facultad, desde cosas pequeñas, como
cuando a uno no le gusta una materia - no nos van a gustar más de la mitad de
las materias más o menos - parte de lo que a uno le puede pasar; o cuando uno
empieza a descubrir que hay algo que me hace ruido, y no sé si es tanto lo mío,
y ahí me pregunto ¿sigo apostando por esto o me desvío hacia otro lugar? Y así
en muchas cosas que emprendemos. Hay
momentos que podríamos llamar de encrucijada, o de crisis y discernimiento,
donde yo tengo que volver a elegir, tengo que poner la circunstancia delante de
mí y animarme a ver qué camino elijo.
Ahora, para eso tengo que aprender a mirar de una
manera especial. Porque cuando llega un momento de crisis o de encrucijada,
muchas veces miramos solamente lo negativo, o miramos lo que no nos gusta; y de
lo negativo, lo que no nos gusta, nunca se puede construir, no hay manera, eso
derrumba siempre todo. Entonces tengo que mirar, ¿qué es lo que me llevó a
esto? ¿Qué es lo que me dio vida? ¿Qué es lo que me hizo elegir y recorrer este
camino? Porque sólo desde lo que me da
vida puedo construir, podré sanar lo que haya que sanar, reparar lo que
haya que reparar, crecer en lo que tenga que crecer, pero sólo desde lo
positivo y desde lo que me hace bien.
Esto mismo es lo que le dice Josué al pueblo
frente a la entrada a la tierra prometida. Ustedes saben que el pueblo estaba
esclavo en Egipto, y por medio de Moisés el pueblo es liberado; pero todos los
que salieron de Egipto murieron en el camino. Nadie de los que salió de Egipto
va a llegar a la tierra prometida, por eso son cuarenta años, lo que vive una
generación. Ni siquiera Moisés llega. Es decir, los que van a tomar posesión de
esa tierra, son los que nacieron en la libertad, los que ya conocen esa
libertad. Y cuando entran en la tierra, Josué les dice: - ustedes han hecho
experiencia de Dios, ahora tienen que elegir. ¿Quieren elegir este Dios o se
quieren ir detrás de otros dioses? Yo ya elegí, yo elijo a este Dios, pero
ahora les toca a ustedes.- Y el pueblo elige a este Dios. Sin embargo, sabemos
que esta elección, en ese momento y frente a las maravillas que Dios obró
parece muy simple, pero después no es tan fácil para el pueblo. A lo largo de
su vida y esa tierra tendrán sus vaivenes en su relación con esa alianza que
han hecho.
Esto mismo, de una manera diferente pero similar,
se da con Jesús. Estamos terminando hoy de escuchar todo este discurso del pan
de vida, donde la gente pasó de estar fascinada con Jesús, a preguntarse un
montón de cosas y hasta a cuestionarlo a Jesús, y sus mismos discípulos le
dicen: este lenguaje es muy duro. Jesús, por primera vez en el evangelio,
siente que sus palabras no tienen acogida, no tienen recepción. Hasta este
momento, podríamos decir que se dividen en dos grupos: los que lo escuchan a
Jesús, y los que no lo escuchan a Jesús, los fariseos y otros más.
Sin
embargo, por primera vez se da una cosa muy particular, que es que el reproche,
o el no escucharlo, viene de sus propios seguidores, diciéndole: esto es muy
duro para nosotros, esto no se si lo podemos querer y aceptar. Pero Jesús no se
echa para atrás, les dice: todo lo que les he dicho es Espíritu y Vida, mis
palabras tienen peso. Si no quieren
creer en esto, ¿cómo van a hacer con cosas más grandes, que vendrán todavía?
Y ahí escuchamos que algunos se van, y otros se quedan. Sus mismos discípulos,
frente a ese lenguaje duro, deciden abandonarlo. Dicen: esto no es lo que yo
quiero seguir en la fe. Y esa crisis, como tenemos en la vida, nos sucede
también en la fe, hay momentos donde empezamos a preguntarnos si queremos
seguir a Jesús, pero varía las formas, a veces puede ser por el lenguaje, que
nos puede parecer duro, aunque creo que eso no se da tanto en la actualidad.
Hay un libro que se llama, Diario de un Cura Rural, de Bernanos, donde él dice que la Palabra de Dios es como fuego candente,
pero que uno la toma con pinzas porque tiene miedo de quemarse las manos. En
realidad es una gran crítica a que nosotros la Palabra de Dios la tomamos con
cuidado, porque si la tomamos y
aceptamos verdaderamente en el corazón, nos entra en conflicto con un montón de
cosas nuestras, y nos invita a un crecimiento en un montón de cosas que nos
cuestan. Entonces cuando leemos, por ejemplo: los pobres, pensamos en los
pobres de Espíritu, para ver si “zafamos” por lo menos por ahí. Pero cuando
empezamos a escuchar y leer verdaderamente, nos damos cuenta de que nos invita
a crecer en una pobreza, en una sinceridad, en una austeridad, en un escuchar
al otro, en un amarlo verdaderamente, en un perdonar. Y eso nos cuesta,
entonces lo tomamos hasta cierto punto, o no lo escuchamos tanto, porque cuando lo escuchamos verdaderamente también
nos es duro, y nos invita a un replanteo y a una conversión del corazón.
No solamente con el lenguaje a veces es duro
seguir a Jesús. A veces hay cosas que no entendemos. Nos suceden cosas duras en
la vida, pasan cosas que no deseáramos, pasan cosas que no queremos, y muchas
veces nos preguntamos y entramos en conflicto con Dios. Bueno, ¿este es el Dios
al que yo quiero seguir? ¿De esta forma y de esta manera? O por último, nos
podemos preguntar si tiene lugar en nuestra vida, porque no entramos en
conflicto con Él pero quizás nos estamos dejando estar. Quizás en otro momento
tenía que ver, pero ahora tenemos demasiadas cosas en nuestra vida. Pensamos
que en realidad, este Dios, no nos da tanta vida. ¿Tanto para esto? Las otras
cosas pareciera que nos dan más vida, sea lo que fuera: facultad, un trabajo,
una familia, lo que fuera. Y Jesús va quedando de costado, como que lo vamos
dejando atrás. Y es en ese momento, donde Jesús tal vez nos pregunta como a los
discípulos: ¿ustedes también quieren
irse? Cuando todo el mundo por diversas razones empieza a dejar la fe, a
abandonar su religiosidad y a alejarse de Jesús, esa pregunta Jesús la hace a gritos en nuestro corazón.
Frente a esa pregunta, Pedro le dice, “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes Palabras
de Vida Eterna. Nosotros hemos creído en Ti”. Yo creo que para Pedro, el
lenguaje era tan duro como para los demás, pero Pedro lo que supo mirar no era
lo que le estaba costando, sino lo que Jesús le había dado. En vez de mirar ese lenguaje duro, o las
cosas que no entendía de Jesús, dijo: a mí el que me dio vida fue Jesús, a mí
el que me cambió la vida fue Jesús; y hasta que no encuentre algo que me de
tanta vida como Jesús, sigo con Él, sigo caminando y apostando por esa fe, por
aquel que llena mi corazón, por aquel que como dice Pedro, me puede dar aquello
que me da verdadera vida eterna.
Hoy Jesús nos vuelve a decir a nosotros que Él es
el Pan de Vida, que Él es el que nos alimenta, y Él es el que nos da vida. Pero
eso tenemos que renovarlo y reafirmarlo en cada circunstancia y momento de
nuestra vida. Como hizo el pueblo, y como hizo Josué, habrá muchos momentos en que tendremos que
animarnos a contestar desde el corazón, si queremos seguir a Dios o no, si
queremos caminar detrás de Él, o si queremos seguir otro camino, si queremos
apartarnos, o si queremos seguir creciendo y progresando en la vida de fe.
Animémonos entonces a descubrir a este Jesús que
nos habla al corazón, a descubrir a este Jesús que en cada Eucaristía y en
nuestros hermanos también nos alimenta, y animémonos a responder a esa pregunta
que nos hace: si queremos estar con Él, si queremos caminar detrás de aquél que
nos da Vida Eterna.
Lecturas:
*Jos 24, 1-2.15-18
*Sal 33, 2-3.16-23
*Ef 5, 21-32
*Jn 6, 60-69
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