viernes, 14 de septiembre de 2012

Homilía: “¿Por qué no miran lo interior?” – XXII domingo durante el año



La película Historias Cruzadas (The Help), muestra la realidad del estado de Mississippi, EE.UU. en los años '60; y esa relación que está un poco tirante entre las familias blancas, dueñas de las casas, y las empleadas domésticas de raza negra. En ese momento llega una mujer de esa ciudad, Skeeter Phelan, que viene recibida para trabajar como periodista, pero al principio consigue pocas cosas para poder hacer en el diario del lugar. Cuando se va adentrando, empieza a ver un montón de las injusticias que ocurren en ese estado que tal vez antes no las veía: y era el trato que estas personas tenían con aquellas personas que trabajaban en sus casas.
Justo en ese momento, Aibileen Clark, una de las protagonistas pierde uno de sus hijos, y la pregunta de Skeeter es: ¿qué se siente que un hijo muera cuando no estás con él, cuando justamente estás cuidando a los hijos de otra persona? Y ahí ella empieza a contar su historia. Skeeter se empieza a enojar con todo lo que ve, con toda esa fachada superficial de la injusticia, de cómo se tratan, y cómo eso sigue como un status quo que nadie puede cambiar nada. Le cuesta entrar en el corazón de las personas, le cuesta entrar a ver qué piensan; desde las personas que creen que eso está bien; desde las personas que creen que eso es injusto y está mal (y aún les pesa en el corazón el trato que tienen con las personas que trabajan en sus casas, por quedar bien con los demás), y más aún entrar en lo que siente cada una de estas personas que tienen que trabajar en las casas de otros. Por poner un ejemplo, ponían un baño afuera para que no usaran el de adentro,  tenían que separar sus cubiertos para que no los contagien, y así un montón de cosas. Uno cuando lo ve hoy a la distancia dice, ¿cómo puede ser esto? Sin embargo, son cosas que se han vivido, que han existido, y que durante mucho tiempo han perdurado. 
Creo que en vez de juzgar lo que se hacía en ese momento, podemos mirar nuestra propia vida, y tal vez sí, descubrir un montón de situaciones injustas que muchas veces se dan. Un montón de cosas que pasan a nuestro alrededor, y son como un status quo. Podríamos pensar en los colegios: cuando nos reímos o tratamos mal a alguien, y es como que eso está bien. Se tiene que vivir así, y parece que no se pudiera decir nada, que no se puede intervenir y decir: eso está mal. Casi como que queda de lado el poder pensar desde uno mismo. Lo mismo en la facultad, en un grupo, en un trabajo, en una familia,  cuantas veces si nos ponemos a mirar verdaderamente en el corazón, descubrimos que hay un montón de situaciones injustas, pero que están así; y que nos cuesta mucho llegar a lo profundo de ellas, y a lo que realmente pasa, y al corazón de cada una de esas personas. Y cuando sucede esto, uno termina viviendo como en una estructura que va mucho más allá de las personas, no importa quién lo está viviendo, porque lo importante deja de ser la persona, y pasa a ser la tradición, la cultura, o lo que se vive.
En este caso, en el evangelio acabamos de escuchar las tradiciones que viven los judíos, (tradiciones que vienen de sus antepasados) y que Marcos, como le escribe a una comunidad pagana, las tiene que explicar: los judíos siempre se lavan antes de comer, hacen las abluciones, limpian las cosas… y parece que lo central es eso. Y la pregunta a Jesús es, ¿por qué tus discípulos no se lavan las manos antes de comer?, y no por una cuestión de educación, sino porque esto se tiene que hacer. Jesús viene hablando hace rato de que lo central es transformar el corazón, empezar desde lo profundo de nuestras vidas, y ellos en vez de eso, se quedan mirando aquello pequeño que es: si se lavan o no las manos, si siguen esta tradición o no.
Más allá de que esta tradición esté bien o mal, nos olvidamos de lo central y de lo esencial, que es lo que pasa en el corazón de las personas. Si hay algo que Jesús viene a transformar es lo profundo de nuestras vidas, a que nos encontremos con nuestros deseos, con nuestra libertad, qué es lo que queremos, y a que nos encontremos con el otro y que a partir de ahí se empieza a construir.
La semana pasada yo les decía que desde lo negativo no se puede construir, para eso necesitamos de lo positivo de las personas. Pero para encontrar lo bueno de las personas, tengo que conocer el corazón, tengo que conocer al otro, y para eso tengo que romper con muchos de mis prejuicios, con mis criterios y mi modo de pensar. Muchas veces empezamos con nuestros prejuicios: vemos a alguien y ya lo tenemos catalogado, qué nos parece, a veces por su pinta, a veces por cómo habla, a veces por la estructura en la que lo conocimos, o a veces porque me "cayó así" pero no llegamos al corazón de esa persona. Y si no llego al corazón de esa persona, nunca voy a poder entablar un vínculo de verdad como a los que me invita Jesús. Para poder crecer en un vínculo cristiano tengo que llegar a la profundidad del otro. Tengo que amarlo desde lo que el otro es
Jesús invita a los fariseos, a los escribas, a sus discípulos, a que miren en el interior de su corazón y a que descubran que todo proviene de ahí, lo bueno y lo malo. Cuando nos ponemos a mirar la superficie, muchas veces nos cuesta encontrar lo bueno y lo malo. Los fariseos pensaban que todo estaba bien, que cumplían. Entonces como cumplían con lo que tenían que hacer, parecía que todo cerraba. Hoy, nos hemos muchas veces como enojado con este cumplir, y no queremos vivir desde el cumplir. Pero también desde un relativismo pareciera que todo está bien, y entonces muchas veces nos cuesta descubrir lo que está mal porque no sabemos mirar en la profundidad; miramos en la superficie. A mí me cuesta descubrir mi pecado, lo profundo de mi corazón, porque tal vez tengo que mirar de una manera nueva. Lo que está pidiendo Jesús a los hombres y mujeres que lo escuchan es: si quieren verdaderamente llegar a Dios, miren los corazones de una manera totalmente renovada.
Lo que nos dice a nosotros es lo mismo, aprendan a mirar el corazón, aprendan a mirar sus corazones. Y desde ahí podemos descubrir, cuáles son nuestras intenciones, por qué hicimos las cosas, de qué manera nos tratamos, y tratamos a los demás. La transformación siempre viene de lo profundo, cuando queremos transformar la superficie, es como si sólo le pusiéramos una capa de pintura. Después aparecen “humedades” y sigue todo igual; pasó muy poco tiempo, y nada cambió. Las cosas cambian cuando las cambiamos desde la raíz, cuando vamos a los cimientos. El problema es que cuando vamos a los cimientos, tenemos que dejar que algunas cosas se caigan, que algunas cosas se derrumben. Eso es lo que tienen que hacer esos hombres que están esperando a Jesús. Un montón de sus tradiciones se tienen que caer, pero no se animan. Cuando Jesús pasa por nuestra vida, hay un montón de cosas que se tienen que caer o que tienen que cambiar. Cuando Jesús pasa por nuestras familias, hay un montón de cosas que también tienen que caer. Cuando Jesús pasa por nuestra Iglesia hay un montón de cosas que tienen que caer.
Si miramos también hoy nuestras comunidades y nuestra Iglesia, hay un montón de cosas y tradiciones que hoy Jesús nos diría lo mismo: ¿por qué no miran lo interior? Lo que transforma, lo que hoy le puede dar vida a cada hombre y a cada mujer.
Creo que Jesús hoy nos llama a hacer un verdadero examen de conciencia, a que nos animemos a mirar nuestra vida, cómo somos, actuamos y caminamos. A que no nos quedemos en las estructuras, pensando que todo está bien, porque eso no nos lleva a nada, sino que busquemos en lo interior para encontrar aquellas cosas desde las que podemos construir y las cosas que no están bien y que tenemos que cambiar.
Pidámosle a Jesús, aquel que verdaderamente transforma el corazón de los hombre y mujeres, que seamos valientes en esto, en animarnos a mirar nuestro corazón, en animarnos a ponerle nombre a las cosas; para que desde allí, transformados por Él podamos crecer y transformar todo aquello a lo que Él nos invita.

Lecturas:
*Dt 4, 1-2.6-8
*Sal 14, 2-5
*Sant 1, 17-27
*Mc 7, 1-8.14-15.21-23

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