Supongo que los que estamos acá, los últimos años
nos hicimos seguidores, y fervientes (bueno, quizás no a todos les gusta), de
lo que fue la saga de las películas de Harry Potter. Mientras se iban
recorriendo las películas, uno iba viendo el camino que Harry iba haciendo,
pero sabía que en algún momento tenía que llegarse al momento de la trama, más
allá de lo que sucedía en cada una de las películas, en que se fuera revelando
lo que estaba pasando. En el fondo, lo que tenía que revelarse era qué era lo
que Harry tenía que hacer en ese encuentro, en ese dualismo entre Harry por un
lado, y Voldemort por el otro, cómo se va a dar ese enfrentamiento, y cómo se
revela esto a lo largo de estos 7 libros o películas. Y en un momento, de a poco
esto se le empieza a revelar, y uno empieza a percibir como que la clave de esto
la tiene Dumbledore, que es él el que de alguna manera le puede ir mostrando el
camino, le puede ir diciendo, esto es lo que tenés que hacer, por acá tenés que
ir, esto es lo que te toca hacer en este momento. Y los que fueron llegando
hasta el final, no voy a relatar el final de la película, ven como él lo ayuda:
ahora te toca esto; vos tenés que decidir, pero es el momento en que esto es lo
que tenés que hacer, esto es lo que tenés que dar, y esto lo que tenés que
entregar.
Ahora, esto no sólo sucede en esta serie de
películas de aventuras, sino en muchas películas y libros, y hasta en nuestra
propia vida. Y a medida que vamos recorriendo el camino, llega un momento que
es como el corazón de ese camino, en el cual, en general yo tengo que tomar una
opción. Frente a ese momento que se me presenta, yo tengo que elegir. ¿Sigo o
me quedo acá? ¿Profundizo y entrego aquello que se me invita a entregar, o me
quedo en este momento?
Esto que sucede en muchos momentos de nuestra
vida, sucede también en el evangelio que acabamos de escuchar. Este evangelio
es el corazón del evangelio de Marcos. Si ustedes recuerdan, este evangelio
comienza diciendo esto: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, el
hijo de Dios.” Cuando Marcos comienza el evangelio ya nos revela quién es
Jesús: es el Mesías y es el hijo de Dios. Y acá, a mitad de camino por primera
vez, el evangelio va a decir que Jesús es el Mesías, en esta respuesta que Pedro
le da. Y llega un momento clave en el evangelio: ya no es el seguimiento de sus
discípulos, sino el seguimiento que Jesús les propone. ¿A qué voy con esto?
Todos conocemos este texto. Jesús les pregunta, hace como un sondeo de opinión,
¿quién dice la gente que soy Yo? Y
después de que le revelan un poco qué es lo que habían escuchado, Jesús les
dice: ahora ustedes, ¿quién dicen que
soy Yo? Comprométanse ustedes. Y ahí Pedro contesta bien: Tú eres el Mesías; ha descubierto quién
es Jesús.
Sin embargo, el problema viene cuando Jesús revela
lo que significa ser Mesías: el Mesías tiene que padecer, tiene que dar la
vida, tiene que entregarse. Eso ya a Pedro no le gusta, ese tipo de mesianismo
no le gusta. Y es por eso que le dice, no, hasta acá no, este tipo de
mesianismo no me gusta. Y ahí se come el reto más grande de todo el testamento:
“Ve detrás de mí, Satanás. Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres.” Invita a seguir de una manera nueva.
Ahora, si miramos nuestra vida, de alguna forma
sucede algo similar en nuestra fe. Desde un primer momento, muchas personas nos
enseñan quién es Jesús de distintas maneras. También vamos escuchando, por
ejemplo cuando empezamos la facultad, o en el trabajo, que, no todos están a
favor de Jesús. Algunos lo seguirán, otros no; y uno escucha un montón de cosas
de Jesús. Sin embargo, desde un primer momento tenemos que hacer una opción: ¿quiero seguir a Jesús o no? Esa opción
que hicieron los discípulos, y una opción de seguimiento significa que hay algo
que me invita, que hay algo que me atrae de Jesús, por eso voy. Me siento
consolado, me gusta lo que veo. Descubro los dones que me da, y voy caminando
con Él. Y Jesús cada vez se me va revelando más, cada vez va dando un paso más,
y va purificando esa imagen.
Podemos ver como a lo largo de la historia, tanto
la sociedad como la Iglesia del momento fueron eligiendo distintas imágenes de Jesús.
En un primer momento, la primera imagen que se hizo de Dios fueron los pantocrátores,
en las épocas de los imperios – tal vez han visto alguna vez uno. ¿Por qué era
esa imagen? Porque era como el imperio, bueno Dios es todopoderoso, el imperio
también. ¿Revela algo de Dios? Sí, pero se tiene que abrir a algo más. En un
segundo momento, la imagen de Dios que más se vio fue la de La Piedad, y
mostraba ese Dios que también nos entendía y acompañaba en el sufrimiento y en
el dolor. Que revela algo de Dios, pero también se tiene que abrir a algo más.
En otro momento la imagen de Dios era la de un Dios que es juez, que viene
muchas veces a condenar, a decirnos si esto está bien o mal. Esto también
revela algo de Dios, pero se quedaba en eso porque la sociedad era así, era más
sufrida, se juzgaba y se decía mucho más lo que se tenía que hacer; esa imagen
también se tiene que abrir a algo más. En un último momento, la imagen de
Jesús, fue la de un Jesús más liberador, hasta socialista o comunista lo han
llamado. Que revela también un Jesús que quiere salir a liberar, que quiere
salir a dar ese paso, pero que también se tiene que abrir a algo nuevo, no es
eso, no queda encasillado ahí Jesús, esa imagen siempre tiene que purificarse.
¿Y por qué tiene que purificarse? Porque
la imagen verdadera, no es la que yo me hago de Jesús; es la que Jesús me
revela.
En algún momento de mi camino, Jesús me va a decir
cómo es, y ahí es donde yo tengo que abrir el corazón para ver si acepto esa
imagen de Jesús o no. En este caso es esta imagen del Mesías. El Mesías, le
dice, tiene que sufrir, tiene que entregar la vida. Y Pedro no acepta esto,
dice este tipo de imagen de Jesús, yo no lo quiero. Ahora, para seguir
caminando con Jesús, tiene que ver si acepta esa imagen o no. Porque Jesús no
lo echa, no le dice: no mirá, así no me podés seguir. Lo que le dice es,
seguime, pero vení detrás.
Podríamos decir que en este evangelio hay un
cambio fundamental. Hasta este momento, los discípulos siguieron a Jesús porque
había algo que les gustaba. Ahora Jesús
es el que les dice: ahora síganme desde quién soy Yo; ahora Yo les digo quien
soy, y ustedes tienen que ver si esto lo aceptan o no. No se pueden quedar con
la imagen de ustedes, sino descubrir verdaderamente quién soy. Y esto implicaba
en ese caso, cargar con la cruz, e ir detrás de Él. Descubrir quién es
Jesús es descubrir que muchas veces hay momentos de dolores, de sufrimiento, de
cruz, y que eso se tiene que integrar en la imagen que tenemos de Él. No puedo
caminar detrás de Jesús sino integro eso, sino descubro que Jesús también me
invita a vivir eso como parte de la fe. Y esto también será un momento en el
que yo tendré que dar un paso en la fe. ¿Acepto ese llamado de Jesús? No
solamente desde el sufrimiento y el dolor, sino desde distintos momentos, desde
distintos lugares.
Podríamos poner como ejemplo la segunda lectura,
la Carta de Santiago. Santiago les dice, la
fe se acompaña con obras. No basta con decir solamente: Creo en Dios, o en
Jesús; ahora tienen que decir, bueno, también obro de esta manera, vivo como
Jesús, descubro a qué me invita a Jesús, y confío en Él. Podríamos ver
nosotros, en qué sentido tenemos que abrirnos a algo nuevo. El domingo pasado escuchábamos
cómo el evangelio decía: ábrete. Bueno, acá los que tienen que abrir el corazón
son los discípulos, ahora los que
tenemos que abrir el corazón somos nosotros.
Podríamos tomar algunas invitaciones que Jesús nos
hace a través del evangelio. Primera invitación, por ejemplo, a perdonar, ¿aprendo a perdonar? ¿Vivo el perdón
como Jesús me invita? ¿Descubro ese llamado que me hace o me quedo en lo que se
llama antes para mí perdonar? Jesús nos dice: ahora te toca crecer en esto.
En otro lugar del evangelio, Jesús dice que hay
que amar a todos, a los que nos gustan y a los que no nos gustan, ¿nos animamos
a dar ese paso? Ahora, ese paso, con nombre y apellido, no decir: sí, yo quiero
a todos. Porque hay personas que nos cuesta querer, desde cercanas a nosotros,
en nuestra familia, en nuestros trabajos, a personas, políticos. Pongámosle
nombre y apellido a eso. ¿Qué nos cuesta
amar, y querer y valorar? Y Jesús me dice: eso querelo y valoralo. Si
querés crecer en la fe, tenés que dar ese paso, tenés que soltar algo que no te
gusta, y animarte a vivirlo. Creo que cada uno de nosotros podemos
preguntarnos, ¿qué me cuesta? ¿En qué me cuesta ser generoso? ¿En mi tiempo, en
mis cosas, en lo que el otro me pide, en que lo acompañe? Bueno, soltá eso me
dice Jesús, cargar la cruz es cargar eso, Pedro tiene que descubrir cuál es la
cruz que le cuesta. Y la cruz que le cuesta a Pedro, es creer que Jesús tiene
que morir, es que Jesús tiene que entregar la vida, y que después él se va a tener
que entregar. La pregunta es ¿cuál es la
cruz que nos cuesta a nosotros? ¿Qué es lo que no queremos entregar? Porque
hay dos opciones, Pedro puede decir hasta acá llegué en mi fe, y se queda en
ese primer estadio de la fe, o dice, mirá Jesús, ahora me entrego y te sigo de
otra manera, y da un salto en su fe.
Lo mismo nos puede pasar a nosotros, bueno hasta
acá llegó mi fe, no quiero dar nada más, o me animo a dar un salto, me animo a
crecer y a vivir el evangelio de verdad, con todo lo que invita y con todo lo
que cuesta. Porque vivir el evangelio es
ir entregando algo constantemente. En el fondo, es ir entregando la vida, el
gran don de Dios. Es lo que dice la primera lectura. Es el segundo o tercer
cántico del siervo. Dios me invitó a ir por ahí, tuve que ir por ahí, tuve que
poner mi espalda, me pegaron, me abofetearon, pero yo confiaba en Dios. ¿Le
gustaba a ese siervo lo que le pasaba? No, pero se sentía sostenido por Dios.
Bueno, en nuestra vida pasa lo mismo, es soltar algo. Porque la verdadera esperanza
cristiana, es la que se sostiene en Jesús, es la que se sostiene en Dios. Como
hemos hablado muchas veces, a nosotros nos cuesta porque nos gusta controlar
las cosas, nos gusta controlar hasta donde entregamos. Pero Jesús nos invita a
algo más.
Para poner un ejemplo y decirlo claro, muchas
veces en nuestra sociedad nos cuesta decir por dónde vamos. Jesús nos dice,
entregá eso, tené esperanza. Ahora, no en los hombres, sino en mí. Porque
cuando las cosas vienen bien o las controlamos, es muy fácil creer. Ahí creemos
todos porque la cosa sale como yo quiero. Ahora, cuando la cosa no es como yo
quiero, ya no puedo controlar nada, y ahí paso al otro estadio que es, confío
en Dios. Dios me dice, ahora confiá en mí, aunque te cueste, aunque te duela,
aunque sufras, entregá lo que te cuesta, ese es el paso del evangelio. Ese es el final del evangelio de hoy, el
que quiera salvar su vida la perderá. ¿Qué es salvarla? Controlarla, aferrarla,
no querer dársela a Jesús, decir hasta acá llegué. Ahora, el que pierda su vida
por mí, el que la entregue, el que la dé, la va a salvar. Eso es lo que nos
invita a hacer.
Pidámosle entonces en este día a Jesús, aquel que
hoy nos dice si nos animamos a cargar con la cruz y seguirlo, si nos animamos a
cambiar aquello que nos cuesta, que queremos seguirlo, que queremos confiar en
Él, que queremos animarnos a entregar aquello que nos cuesta. Pidámosle que nos
ayude a cambiar, aquello que hoy no nos animamos a cambiar, que nos ayude a dar
el paso que no podemos dar. Pidámosle a Dios, aquel que nos sostiene en ese
camino, que nos ayude a entregar, a caminar detrás de Jesús con un corazón
entregado.
Lecturas:
*Is 50, 5-9
*Sal 144,
1-9
*Sant 2,
14-18
*Mc 8, 27-35
No hay comentarios:
Publicar un comentario