viernes, 21 de septiembre de 2012

Homilía: “¿Quiero seguir a Jesús o no?” – XXIV domingo durante el año



Supongo que los que estamos acá, los últimos años nos hicimos seguidores, y fervientes (bueno, quizás no a todos les gusta), de lo que fue la saga de las películas de Harry Potter. Mientras se iban recorriendo las películas, uno iba viendo el camino que Harry iba haciendo, pero sabía que en algún momento tenía que llegarse al momento de la trama, más allá de lo que sucedía en cada una de las películas, en que se fuera revelando lo que estaba pasando. En el fondo, lo que tenía que revelarse era qué era lo que Harry tenía que hacer en ese encuentro, en ese dualismo entre Harry por un lado, y Voldemort por el otro, cómo se va a dar ese enfrentamiento, y cómo se revela esto a lo largo de estos 7 libros o películas. Y en un momento, de a poco esto se le empieza a revelar, y uno empieza a percibir como que la clave de esto la tiene Dumbledore, que es él el que de alguna manera le puede ir mostrando el camino, le puede ir diciendo, esto es lo que tenés que hacer, por acá tenés que ir, esto es lo que te toca hacer en este momento. Y los que fueron llegando hasta el final, no voy a relatar el final de la película, ven como él lo ayuda: ahora te toca esto; vos tenés que decidir, pero es el momento en que esto es lo que tenés que hacer, esto es lo que tenés que dar, y esto lo que tenés que entregar.
Ahora, esto no sólo sucede en esta serie de películas de aventuras, sino en muchas películas y libros, y hasta en nuestra propia vida. Y a medida que vamos recorriendo el camino, llega un momento que es como el corazón de ese camino, en el cual, en general yo tengo que tomar una opción. Frente a ese momento que se me presenta, yo tengo que elegir. ¿Sigo o me quedo acá? ¿Profundizo y entrego aquello que se me invita a entregar, o me quedo en este momento?
Esto que sucede en muchos momentos de nuestra vida, sucede también en el evangelio que acabamos de escuchar. Este evangelio es el corazón del evangelio de Marcos. Si ustedes recuerdan, este evangelio comienza diciendo esto: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, el hijo de Dios.” Cuando Marcos comienza el evangelio ya nos revela quién es Jesús: es el Mesías y es el hijo de Dios. Y acá, a mitad de camino por primera vez, el evangelio va a decir que Jesús es el Mesías, en esta respuesta que Pedro le da. Y llega un momento clave en el evangelio: ya no es el seguimiento de sus discípulos, sino el seguimiento que Jesús les propone. ¿A qué voy con esto? Todos conocemos este texto. Jesús les pregunta, hace como un sondeo de opinión, ¿quién dice la gente que soy Yo? Y después de que le revelan un poco qué es lo que habían escuchado, Jesús les dice: ahora ustedes, ¿quién dicen que soy Yo? Comprométanse ustedes. Y ahí Pedro contesta bien: Tú eres el Mesías; ha descubierto quién es Jesús.
Sin embargo, el problema viene cuando Jesús revela lo que significa ser Mesías: el Mesías tiene que padecer, tiene que dar la vida, tiene que entregarse. Eso ya a Pedro no le gusta, ese tipo de mesianismo no le gusta. Y es por eso que le dice, no, hasta acá no, este tipo de mesianismo no me gusta. Y ahí se come el reto más grande de todo el testamento: “Ve detrás de mí, Satanás. Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.” Invita a seguir de una manera nueva.
Ahora, si miramos nuestra vida, de alguna forma sucede algo similar en nuestra fe. Desde un primer momento, muchas personas nos enseñan quién es Jesús de distintas maneras. También vamos escuchando, por ejemplo cuando empezamos la facultad, o en el trabajo, que, no todos están a favor de Jesús. Algunos lo seguirán, otros no; y uno escucha un montón de cosas de Jesús. Sin embargo, desde un primer momento tenemos que hacer una opción: ¿quiero seguir a Jesús o no? Esa opción que hicieron los discípulos, y una opción de seguimiento significa que hay algo que me invita, que hay algo que me atrae de Jesús, por eso voy. Me siento consolado, me gusta lo que veo. Descubro los dones que me da, y voy caminando con Él. Y Jesús cada vez se me va revelando más, cada vez va dando un paso más, y va purificando esa imagen.
Podemos ver como a lo largo de la historia, tanto la sociedad como la Iglesia del momento fueron eligiendo distintas imágenes de Jesús. En un primer momento, la primera imagen que se hizo de Dios fueron los pantocrátores, en las épocas de los imperios – tal vez han visto alguna vez uno. ¿Por qué era esa imagen? Porque era como el imperio, bueno Dios es todopoderoso, el imperio también. ¿Revela algo de Dios? Sí, pero se tiene que abrir a algo más. En un segundo momento, la imagen de Dios que más se vio fue la de La Piedad, y mostraba ese Dios que también nos entendía y acompañaba en el sufrimiento y en el dolor. Que revela algo de Dios, pero también se tiene que abrir a algo más. En otro momento la imagen de Dios era la de un Dios que es juez, que viene muchas veces a condenar, a decirnos si esto está bien o mal. Esto también revela algo de Dios, pero se quedaba en eso porque la sociedad era así, era más sufrida, se juzgaba y se decía mucho más lo que se tenía que hacer; esa imagen también se tiene que abrir a algo más. En un último momento, la imagen de Jesús, fue la de un Jesús más liberador, hasta socialista o comunista lo han llamado. Que revela también un Jesús que quiere salir a liberar, que quiere salir a dar ese paso, pero que también se tiene que abrir a algo nuevo, no es eso, no queda encasillado ahí Jesús, esa imagen siempre tiene que purificarse. ¿Y por qué tiene que purificarse? Porque la imagen verdadera, no es la que yo me hago de Jesús; es la que Jesús me revela.
En algún momento de mi camino, Jesús me va a decir cómo es, y ahí es donde yo tengo que abrir el corazón para ver si acepto esa imagen de Jesús o no. En este caso es esta imagen del Mesías. El Mesías, le dice, tiene que sufrir, tiene que entregar la vida. Y Pedro no acepta esto, dice este tipo de imagen de Jesús, yo no lo quiero. Ahora, para seguir caminando con Jesús, tiene que ver si acepta esa imagen o no. Porque Jesús no lo echa, no le dice: no mirá, así no me podés seguir. Lo que le dice es, seguime, pero vení detrás.
Podríamos decir que en este evangelio hay un cambio fundamental. Hasta este momento, los discípulos siguieron a Jesús porque había algo que les gustaba. Ahora Jesús es el que les dice: ahora síganme desde quién soy Yo; ahora Yo les digo quien soy, y ustedes tienen que ver si esto lo aceptan o no. No se pueden quedar con la imagen de ustedes, sino descubrir verdaderamente quién soy. Y esto implicaba en ese caso, cargar con la cruz, e ir detrás de Él. Descubrir quién es Jesús es descubrir que muchas veces hay momentos de dolores, de sufrimiento, de cruz, y que eso se tiene que integrar en la imagen que tenemos de Él. No puedo caminar detrás de Jesús sino integro eso, sino descubro que Jesús también me invita a vivir eso como parte de la fe. Y esto también será un momento en el que yo tendré que dar un paso en la fe. ¿Acepto ese llamado de Jesús? No solamente desde el sufrimiento y el dolor, sino desde distintos momentos, desde distintos lugares.
Podríamos poner como ejemplo la segunda lectura, la Carta de Santiago. Santiago les dice, la fe se acompaña con obras. No basta con decir solamente: Creo en Dios, o en Jesús; ahora tienen que decir, bueno, también obro de esta manera, vivo como Jesús, descubro a qué me invita a Jesús, y confío en Él. Podríamos ver nosotros, en qué sentido tenemos que abrirnos a algo nuevo. El domingo pasado escuchábamos cómo el evangelio decía: ábrete. Bueno, acá los que tienen que abrir el corazón son los discípulos, ahora los que tenemos que abrir el corazón somos nosotros.
Podríamos tomar algunas invitaciones que Jesús nos hace a través del evangelio. Primera invitación, por ejemplo, a perdonar, ¿aprendo a perdonar? ¿Vivo el perdón como Jesús me invita? ¿Descubro ese llamado que me hace o me quedo en lo que se llama antes para mí perdonar? Jesús nos dice: ahora te toca crecer en esto.
En otro lugar del evangelio, Jesús dice que hay que amar a todos, a los que nos gustan y a los que no nos gustan, ¿nos animamos a dar ese paso? Ahora, ese paso, con nombre y apellido, no decir: sí, yo quiero a todos. Porque hay personas que nos cuesta querer, desde cercanas a nosotros, en nuestra familia, en nuestros trabajos, a personas, políticos. Pongámosle nombre y apellido a eso. ¿Qué nos cuesta amar, y querer y valorar? Y Jesús me dice: eso querelo y valoralo. Si querés crecer en la fe, tenés que dar ese paso, tenés que soltar algo que no te gusta, y animarte a vivirlo. Creo que cada uno de nosotros podemos preguntarnos, ¿qué me cuesta? ¿En qué me cuesta ser generoso? ¿En mi tiempo, en mis cosas, en lo que el otro me pide, en que lo acompañe? Bueno, soltá eso me dice Jesús, cargar la cruz es cargar eso, Pedro tiene que descubrir cuál es la cruz que le cuesta. Y la cruz que le cuesta a Pedro, es creer que Jesús tiene que morir, es que Jesús tiene que entregar la vida, y que después él se va a tener que entregar. La pregunta es ¿cuál es la cruz que nos cuesta a nosotros? ¿Qué es lo que no queremos entregar? Porque hay dos opciones, Pedro puede decir hasta acá llegué en mi fe, y se queda en ese primer estadio de la fe, o dice, mirá Jesús, ahora me entrego y te sigo de otra manera, y da un salto en su fe.
Lo mismo nos puede pasar a nosotros, bueno hasta acá llegó mi fe, no quiero dar nada más, o me animo a dar un salto, me animo a crecer y a vivir el evangelio de verdad, con todo lo que invita y con todo lo que cuesta. Porque vivir el evangelio es ir entregando algo constantemente. En el fondo, es ir entregando la vida, el gran don de Dios. Es lo que dice la primera lectura. Es el segundo o tercer cántico del siervo. Dios me invitó a ir por ahí, tuve que ir por ahí, tuve que poner mi espalda, me pegaron, me abofetearon, pero yo confiaba en Dios. ¿Le gustaba a ese siervo lo que le pasaba? No, pero se sentía sostenido por Dios. Bueno, en nuestra vida pasa lo mismo, es soltar algo. Porque la verdadera esperanza cristiana, es la que se sostiene en Jesús, es la que se sostiene en Dios. Como hemos hablado muchas veces, a nosotros nos cuesta porque nos gusta controlar las cosas, nos gusta controlar hasta donde entregamos. Pero Jesús nos invita a algo más.
Para poner un ejemplo y decirlo claro, muchas veces en nuestra sociedad nos cuesta decir por dónde vamos. Jesús nos dice, entregá eso, tené esperanza. Ahora, no en los hombres, sino en mí. Porque cuando las cosas vienen bien o las controlamos, es muy fácil creer. Ahí creemos todos porque la cosa sale como yo quiero. Ahora, cuando la cosa no es como yo quiero, ya no puedo controlar nada, y ahí paso al otro estadio que es, confío en Dios. Dios me dice, ahora confiá en mí, aunque te cueste, aunque te duela, aunque sufras, entregá lo que te cuesta, ese es el paso del evangelio. Ese es el final del evangelio de hoy, el que quiera salvar su vida la perderá. ¿Qué es salvarla? Controlarla, aferrarla, no querer dársela a Jesús, decir hasta acá llegué. Ahora, el que pierda su vida por mí, el que la entregue, el que la dé, la va a salvar. Eso es lo que nos invita a hacer.
Pidámosle entonces en este día a Jesús, aquel que hoy nos dice si nos animamos a cargar con la cruz y seguirlo, si nos animamos a cambiar aquello que nos cuesta, que queremos seguirlo, que queremos confiar en Él, que queremos animarnos a entregar aquello que nos cuesta. Pidámosle que nos ayude a cambiar, aquello que hoy no nos animamos a cambiar, que nos ayude a dar el paso que no podemos dar. Pidámosle a Dios, aquel que nos sostiene en ese camino, que nos ayude a entregar, a caminar detrás de Jesús con un corazón entregado.

Lecturas:
*Is 50, 5-9
*Sal 144, 1-9
*Sant 2, 14-18
*Mc 8, 27-35

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