viernes, 14 de marzo de 2014

Homilía: “La mejor estrategia que hizo el diablo en este siglo, es que la gente crea que no existe” – I domingo de Cuaresma

Hay una serie norteamericana que se llama “House of Cards” que habla un poco de las intrigas políticas. En la primera temporada aparece un congresista de Pennsylvania que se llama Peter Russo. Él va haciendo su carrera y en un momento le ofrecen que se postule como candidato a gobernador. Peter empieza entonces a hacer su campaña, pero simultáneamente, como suele suceder, empieza la anti-campaña, que intenta ensuciarlo, bajarlo de esa candidatura. Así es que empiezan a buscar cuál es el punto débil de Russo; alguno más claro, porque lo había confesado, otro no tan claro. Se dan cuenta de que tiene dos puntos débiles: uno es su adicción al alcohol –pecado derivado de la gula-, otro es su relación con las mujeres –derivado de la lujuria-. Entonces empiezan a buscar que caiga en eso, para lograr de alguna manera, rebajar su campaña. Como siempre, si quieren saber qué pasó, miren la serie.

Lo central acá es que a él lo buscan en donde está su herida, es decir, en aquello que le cuesta. Pero cada uno de nosotros podría hacer lo mismo. Si nos ponemos a pensar: ¿qué es lo que más me cuesta?, ¿Dónde está mi punto débil? En la tradición, o en la teología, es lo que nace de la primera lectura. Hoy escuchamos lo que es el pecado original; esa herida con la que nacemos, que nos es borrada en el bautismo, pero queda esa herida de la concupiscencia. Es decir, tenemos una inclinación en algunas cosas hacia el mal. Estamos heridos, y en algunas cosas somos mucho más débiles.

A ver, para ser más claros, yo lo descubro cuando me preparo para confesarme. En general, por lo menos a mí me pasa que me confieso de las mismas cosas. Cuando voy, me repito, y me repito, seré un poco tozudo para transformar y cambiar determinadas cosas; intento mirar la parte positiva: por lo menos trato de no innovar en nuevos pecados y quedarme dentro de este ámbito. Pero me cuesta esto, sé que esto es lo que me cuesta. Cada uno de nosotros podría preguntarse, ¿dónde está mi debilidad?, ¿dónde es que yo más fácilmente soy tentado? Eso es lo que es el pecado más moral, a mí esto me cuesta. Cada uno de nosotros podría buscar eso.

Sin embargo, hay una tentación que es mucho más complicada y mucho más difícil de vencer. La tentación que le pasa a Jesús en el evangelio. Obviamente si el demonio lo tiene que tentar a Jesús, no lo va a hacer con pavadas, estaría bastante complicado para que caiga en esa tentación. Entonces, ¿qué tiene que hacer? Tiene que disfrazar la tentación, disfrazarla como forma de bien, que no se note que lo que se le está pidiendo está mal, que quede como que no pasa nada. “Mirá, lo que te estoy pidiendo es una cosa normal.” Tal es así que fíjense que en una de las tentaciones, ¿qué hace el demonio? Utiliza la Palabra de Dios. “Si está escrito”, dice. Sin embargo, Jesús le dice: no, pero también está escrito esto. Si quieren podemos tomar la primeras tentaciones: ¿tenés hambre?, transformá las piedras en panes. ¿Cuál es el problema? Jesús lo va a hacer en algún momento, va a multiplicar los panes. Supongo que todos escucharon ese milagro. Cuando la gente tenga hambre, va a saciar el hambre de la gente, y va a multiplicar sus panes. ¿Qué es lo que hace el demonio? De alguna manera, matiza. Uno tiene que ir a la profundidad para darse cuenta de que lo que se le está pidiendo es una fachada. No es un bien, sino que tiene apariencia de bien. En el fondo es un mal, y ¿por qué es un mal? Porque lo aleja a Jesús de su misión. Las tres cosas que el demonio le está pidiendo, lo alejan de aquello para lo que Él vino: dar la vida por nosotros. Jesús se da cuenta de que si cae en esto, no es fiel a su misión y no puede seguir el camino al que lo invitó Dios.

Creo que hoy ésta es la tentación más difícil para nosotros. No sólo porque obviamente cuando algo tiene apariencia de bien es mucho más difícil, sino porque la sociedad ha diluido los límites de lo que está bien y lo que está mal, ha trabajado mucho para esto. Para que todo parezca hoy que está bien. Sin embargo si nos detenemos, nos vamos alejando de ese camino y de la misión a la que hemos sido llamados como cristianos, a caminar detrás de Jesús. Si quieren, hay una muestra de esto. Hoy nos pasa muchas veces, a muchos de nosotros, que cuando tenemos que hablar un poco de nosotros, o tenemos que ir a reconciliarnos o lo que fuera, uno dice, casi como defendiéndose: “soy una buena persona”. Empezamos por ahí; como diciendo, yo soy una buena persona, hago las cosas más o menos bien. Les juro que yo intento ser una buena persona, se los prometo, hago lo mejor posible, pero más allá de eso, me voy a confesar cada tanto. Porque me cuesta, y descubro que hay cosas que no las hago bien, que a veces caigo en esa tentación a la cual el demonio me invita. Si no fíjense: hace poco el Papa hizo un reportaje en el que dijo que se confiesa cada quince días. Yo estoy convencido de que el Papa es una buena persona. ¿Qué es lo que pasa ahí? Lo que pasa es que muchas veces nos hemos quedado en la apariencia, no hemos podido traspasar eso.

Hay un teólogo que dice que la mejor estrategia que hizo el diablo en este siglo, es que la gente crea que no existe. Es lo más fácil. Porque entonces todo va cayendo. El diablo, el demonio, Satanás… llámenlo como quieran, no existe. Entonces, por continuación, el mal no existe. Uno elige qué es lo que tiene que hacer. Está en nosotros la decisión y ya no hay una norma objetiva. No hay nada afuera. Por eso las frases que hoy escuchamos: “no pasa nada”, “está todo bien”, “hacé la tuya”... ¿Por qué? Porque no hay límite de dónde está bien y dónde está mal. Y si no hay límite, empieza a pasar esto. La tentación se disfraza y ni siquiera me doy cuenta. Esto muchas veces pasa hasta en las palabras. Si decimos “tentaciones”, casi que en lo único en que pensamos es en un paquete de galletitas, o cuando me tiento y me compro un helado de chocolate, nada más. No cuando verdaderamente soy tentado. ¿Por qué? Porque no me doy cuenta. Porque desfiguré lo que está bien y lo que está mal. A partir de ahí empiezan los problemas. ¿Por qué? Porque nos alejamos de nuestra misión.

A ver, creo que todos intentamos ser buenas personas. Pero eso no implica que no caemos; eso no implica que no tenemos que reconciliarnos con Dios, que no tenemos que transformar cosas, que no tenemos que cambiarlas. A mí me pasa a veces cuando confieso, que la persona que me viene a decir que tiene un montón de cosas, se pone un poquito nerviosa. Yo por el contrario, no voy a decir que me alegro porque va a quedar mal, pero pienso: “qué delicadeza de conciencia, que hace que pueda mirar tan profundo”. Porque en general, a los que nos cuesta más encontrar cosas, no es que no las tenemos, es que las disfrazamos o que no las vemos, es que no descubrimos en qué hemos caído; lo que tenemos que hacer es profundizar. Nos hemos quedado en el primer camino. El problema no es descubrir el pecado, el problema es si no lo descubro.

A ver, Pablo dice, “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, donde cayó un hombre, por Jesús todos vamos a ser salvados. Jesús nos va a reconciliar, pero para eso tengo que verlo. Un ejemplo fácil sería, si yo tengo una adicción muy fuerte y siempre digo: “no pasa nada, no pasa nada”, ese es el problema. No la adicción en primer lugar. Sino que no la veo. Hasta que no la veo no la puedo cambiar, no la puedo transformar, no puedo empezar mi camino de conversión.

Creo que muchas veces eso es lo que nos pasa. Nos hemos quedado como parados porque no nos damos cuenta. También como muchas veces hemos hablado, si tenemos un poquito de delicadeza, no tenemos que ir muy a lo profundo, podemos, hasta en el mandamiento principal (amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos), descubrir un montón de cosas. En nuestra relación con Dios, por ejemplo. ¿Cómo rezamos?, ¿cuánto participamos de la misa?, ¿cómo valoramos el encuentro con Jesús en los sacramentos? ¿Quieren ser un poquito más profundos? ¿Hablamos de Dios entre nosotros? En nuestras familias, en nuestro trabajo, en nuestras casas. ¿O nos da miedo? Después usemos la palabra que queramos eh pero, ¿nos da miedo hablar de Jesús?, ¿somos cristianos en una piedad individualista y no cumplimos la misión a la que se nos invita?

Podemos seguir profundizando más incluso, ser mucho más detallistas. Lo mismo en la relación con los demás y en ese amor al prójimo del que tantas veces hemos hablado. Cómo nos cuesta amar; escuchar, estar atentos, no discriminar, superar las barreras del egoísmo. ¿Me preocupo por el otro? ¿Me doy tiempo para escucharlo? ¿Me hago cargo de mis responsabilidades? ¿Me hago cargo de lo que me toca? En el trabajo, en el colegio. Los más jóvenes que por ahí después decimos: no, bueno, total nadie estudia; total después apruebo; la vamos dibujando, caemos en esa tentación: no nos estamos haciendo cargo. En una familia, en el vínculo, los hijos con los padres, los padres con los hijos; estar atrás, preocuparse, no decir: “bueno, hasta acá llegué”, porque eso es un problema, tendríamos que haberlo pensado antes de tener hijos porque es complicado si no. Entonces, empezar a mirar. El problema no es que nos pasen estas cosas, el problema es que cuando no las veo, no las puedo transformar, no las puedo cambiar.

Tal vez uno de los ejemplos más claros de cómo el demonio trabaja en la oscuridad, es la mentira. Creo que somos una cultura que vive en la mentira. Es muy difícil hoy encontrar una persona que sea transparente, honesta, que diga las cosas, que no oculta, que no la está acomodando. Lo desdibujamos porque ahora casi pareciera que mentir está bien. Vamos dibujando los límites. Otro ejemplo es la pelea que la Iglesia ha tenido los últimos años para que no se legalice el aborto y no se empiecen a correr los límites. El otro día leía hasta la misma ONU diciendo: despenalicemos la droga. Sigamos corriendo los límites, todo está bien. El mundo del cristiano es: ¿cómo no caigo en eso?, ¿cómo aprendo a descubrir que hay cosas que están bien y hay cosas que están mal?; cuando no lo hago dejé de caminar detrás de Jesús. Ya no es que caí o no caí en la tentación, ni siquiera la vi, me pasó de largo.

En estos días hemos comenzado la Cuaresma, y el miércoles escuchamos que Jesús nos pide: vuelvan a Mí de corazón. Vuelvan a Dios de corazón. Volvamos a Él de corazón. Ser cristiano significa: “sigo a Jesús”. Lo tengo que seguir, tengo que caminar. No tengo que decir: “hasta acá llegué”, “hasta acá están las cosas”; tengo que ponerme en marcha. Pero para eso tengo que ver en qué me tengo que transformar, tengo que mirar en mi corazón y descubrir: a esto hoy me está llamando, esto es por lo que tengo que luchar, esto es lo que tengo que intentar transformar.

Pidámosle entonces a Jesús, en este comienzo de la Cuaresma, que nos despabile un poquito, nos dé un empujón, y nos vuelva a poner en camino, nos diga: caminemos hacia allá. Con la certeza de que cuando Jesús lo hace, siempre camina a nuestro lado, siempre nos lleva de la mano.

Lecturas:
*Gen 2,7-9;3,1-7
* Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17
*Rom 5,12-19

*Mt 4,1-11

No hay comentarios:

Publicar un comentario