Hay una serie norteamericana que
se llama “House of Cards” que habla
un poco de las intrigas políticas. En la primera temporada aparece un
congresista de Pennsylvania que se llama Peter Russo. Él va haciendo su carrera
y en un momento le ofrecen que se postule como candidato a gobernador. Peter
empieza entonces a hacer su campaña, pero simultáneamente, como suele suceder,
empieza la anti-campaña, que intenta ensuciarlo, bajarlo de esa candidatura.
Así es que empiezan a buscar cuál es el punto débil de Russo; alguno más claro,
porque lo había confesado, otro no tan claro. Se dan cuenta de que tiene dos
puntos débiles: uno es su adicción al alcohol –pecado derivado de la gula-,
otro es su relación con las mujeres –derivado de la lujuria-. Entonces empiezan
a buscar que caiga en eso, para lograr de alguna manera, rebajar su campaña.
Como siempre, si quieren saber qué pasó, miren la serie.
Lo central acá es que a él lo buscan
en donde está su herida, es decir, en aquello que le cuesta. Pero cada uno de
nosotros podría hacer lo mismo. Si nos ponemos a pensar: ¿qué es lo que más me
cuesta?, ¿Dónde está mi punto débil? En la tradición, o en la teología, es lo
que nace de la primera lectura. Hoy escuchamos lo que es el pecado original;
esa herida con la que nacemos, que nos es borrada en el bautismo, pero queda
esa herida de la concupiscencia. Es decir, tenemos una inclinación en algunas
cosas hacia el mal. Estamos heridos, y en algunas cosas somos mucho más débiles.
A ver, para ser más claros, yo lo
descubro cuando me preparo para confesarme. En general, por lo menos a mí me
pasa que me confieso de las mismas cosas. Cuando voy, me repito, y me repito, seré
un poco tozudo para transformar y cambiar determinadas cosas; intento mirar la
parte positiva: por lo menos trato de no innovar en nuevos pecados y quedarme
dentro de este ámbito. Pero me cuesta esto, sé que esto es lo que me cuesta.
Cada uno de nosotros podría preguntarse, ¿dónde está mi debilidad?, ¿dónde es
que yo más fácilmente soy tentado? Eso es lo que es el pecado más moral, a mí
esto me cuesta. Cada uno de nosotros podría buscar eso.
Sin embargo, hay una tentación
que es mucho más complicada y mucho más difícil de vencer. La tentación que le
pasa a Jesús en el evangelio. Obviamente si el demonio lo tiene que tentar a
Jesús, no lo va a hacer con pavadas, estaría bastante complicado para que caiga
en esa tentación. Entonces, ¿qué tiene que hacer? Tiene que disfrazar la tentación,
disfrazarla como forma de bien, que no se note que lo que se le está pidiendo
está mal, que quede como que no pasa nada. “Mirá, lo que te estoy pidiendo es
una cosa normal.” Tal es así que fíjense que en una de las tentaciones, ¿qué
hace el demonio? Utiliza la Palabra de Dios. “Si está escrito”, dice. Sin
embargo, Jesús le dice: no, pero también está escrito esto. Si quieren podemos
tomar la primeras tentaciones: ¿tenés hambre?, transformá las piedras en panes.
¿Cuál es el problema? Jesús lo va a hacer en algún momento, va a multiplicar
los panes. Supongo que todos escucharon ese milagro. Cuando la gente tenga
hambre, va a saciar el hambre de la gente, y va a multiplicar sus panes. ¿Qué
es lo que hace el demonio? De alguna manera, matiza. Uno tiene que ir a la
profundidad para darse cuenta de que lo que se le está pidiendo es una fachada.
No es un bien, sino que tiene apariencia de bien. En el fondo es un mal, y ¿por
qué es un mal? Porque lo aleja a Jesús de su misión. Las tres cosas que el
demonio le está pidiendo, lo alejan de aquello para lo que Él vino: dar la vida
por nosotros. Jesús se da cuenta de que si cae en esto, no es fiel a su misión
y no puede seguir el camino al que lo invitó Dios.
Creo que hoy ésta es la tentación
más difícil para nosotros. No sólo porque obviamente cuando algo tiene
apariencia de bien es mucho más difícil, sino porque la sociedad ha diluido los
límites de lo que está bien y lo que está mal, ha trabajado mucho para esto.
Para que todo parezca hoy que está bien. Sin embargo si nos detenemos, nos
vamos alejando de ese camino y de la misión a la que hemos sido llamados como
cristianos, a caminar detrás de Jesús. Si quieren, hay una muestra de esto. Hoy
nos pasa muchas veces, a muchos de nosotros, que cuando tenemos que hablar un
poco de nosotros, o tenemos que ir a reconciliarnos o lo que fuera, uno dice,
casi como defendiéndose: “soy una buena persona”. Empezamos por ahí; como
diciendo, yo soy una buena persona, hago las cosas más o menos bien. Les juro
que yo intento ser una buena persona, se los prometo, hago lo mejor posible,
pero más allá de eso, me voy a confesar cada tanto. Porque me cuesta, y
descubro que hay cosas que no las hago bien, que a veces caigo en esa tentación
a la cual el demonio me invita. Si no fíjense: hace poco el Papa hizo un
reportaje en el que dijo que se confiesa cada quince días. Yo estoy convencido
de que el Papa es una buena persona. ¿Qué es lo que pasa ahí? Lo que pasa es
que muchas veces nos hemos quedado en la apariencia, no hemos podido traspasar
eso.
Hay un teólogo que dice que la
mejor estrategia que hizo el diablo en este siglo, es que la gente crea que no
existe. Es lo más fácil. Porque entonces todo va cayendo. El diablo, el
demonio, Satanás… llámenlo como quieran, no existe. Entonces, por continuación,
el mal no existe. Uno elige qué es lo que tiene que hacer. Está en nosotros la
decisión y ya no hay una norma objetiva. No hay nada afuera. Por eso las frases
que hoy escuchamos: “no pasa nada”, “está todo bien”, “hacé la tuya”... ¿Por
qué? Porque no hay límite de dónde está bien y dónde está mal. Y si no hay
límite, empieza a pasar esto. La tentación se disfraza y ni siquiera me doy
cuenta. Esto muchas veces pasa hasta en las palabras. Si decimos “tentaciones”,
casi que en lo único en que pensamos es en un paquete de galletitas, o cuando
me tiento y me compro un helado de chocolate, nada más. No cuando
verdaderamente soy tentado. ¿Por qué? Porque no me doy cuenta. Porque desfiguré
lo que está bien y lo que está mal. A partir de ahí empiezan los problemas.
¿Por qué? Porque nos alejamos de nuestra misión.
A ver, creo que todos intentamos
ser buenas personas. Pero eso no implica que no caemos; eso no implica que no tenemos
que reconciliarnos con Dios, que no tenemos que transformar cosas, que no tenemos
que cambiarlas. A mí me pasa a veces cuando confieso, que la persona que me
viene a decir que tiene un montón de cosas, se pone un poquito nerviosa. Yo por
el contrario, no voy a decir que me alegro porque va a quedar mal, pero pienso:
“qué delicadeza de conciencia, que hace que pueda mirar tan profundo”. Porque
en general, a los que nos cuesta más encontrar cosas, no es que no las tenemos,
es que las disfrazamos o que no las vemos, es que no descubrimos en qué hemos
caído; lo que tenemos que hacer es profundizar. Nos hemos quedado en el primer
camino. El problema no es descubrir el pecado, el problema es si no lo
descubro.
A ver, Pablo dice, “donde abundó
el pecado sobreabundó la gracia”, donde cayó un hombre, por Jesús todos vamos a
ser salvados. Jesús nos va a reconciliar, pero para eso tengo que verlo. Un
ejemplo fácil sería, si yo tengo una adicción muy fuerte y siempre digo: “no
pasa nada, no pasa nada”, ese es el problema. No la adicción en primer lugar.
Sino que no la veo. Hasta que no la veo no la puedo cambiar, no la puedo transformar,
no puedo empezar mi camino de conversión.
Creo que muchas veces eso es lo
que nos pasa. Nos hemos quedado como parados porque no nos damos cuenta.
También como muchas veces hemos hablado, si tenemos un poquito de delicadeza,
no tenemos que ir muy a lo profundo, podemos, hasta en el mandamiento principal
(amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos),
descubrir un montón de cosas. En nuestra relación con Dios, por ejemplo. ¿Cómo
rezamos?, ¿cuánto participamos de la misa?, ¿cómo valoramos el encuentro con
Jesús en los sacramentos? ¿Quieren ser un poquito más profundos? ¿Hablamos de
Dios entre nosotros? En nuestras familias, en nuestro trabajo, en nuestras
casas. ¿O nos da miedo? Después usemos la palabra que queramos eh pero, ¿nos da
miedo hablar de Jesús?, ¿somos cristianos en una piedad individualista y no
cumplimos la misión a la que se nos invita?
Podemos seguir profundizando más
incluso, ser mucho más detallistas. Lo mismo en la relación con los demás y en
ese amor al prójimo del que tantas veces hemos hablado. Cómo nos cuesta amar;
escuchar, estar atentos, no discriminar, superar las barreras del egoísmo. ¿Me
preocupo por el otro? ¿Me doy tiempo para escucharlo? ¿Me hago cargo de mis
responsabilidades? ¿Me hago cargo de lo que me toca? En el trabajo, en el
colegio. Los más jóvenes que por ahí después decimos: no, bueno, total nadie
estudia; total después apruebo; la vamos dibujando, caemos en esa tentación: no
nos estamos haciendo cargo. En una familia, en el vínculo, los hijos con los
padres, los padres con los hijos; estar atrás, preocuparse, no decir: “bueno,
hasta acá llegué”, porque eso es un problema, tendríamos que haberlo pensado
antes de tener hijos porque es complicado si no. Entonces, empezar a mirar. El
problema no es que nos pasen estas cosas, el problema es que cuando no las veo,
no las puedo transformar, no las puedo cambiar.
Tal vez uno de los ejemplos más
claros de cómo el demonio trabaja en la oscuridad, es la mentira. Creo que
somos una cultura que vive en la mentira. Es muy difícil hoy encontrar una
persona que sea transparente, honesta, que diga las cosas, que no oculta, que
no la está acomodando. Lo desdibujamos porque ahora casi pareciera que mentir
está bien. Vamos dibujando los límites. Otro ejemplo es la pelea que la Iglesia
ha tenido los últimos años para que no se legalice el aborto y no se empiecen a
correr los límites. El otro día leía hasta la misma ONU diciendo:
despenalicemos la droga. Sigamos corriendo los límites, todo está bien. El mundo
del cristiano es: ¿cómo no caigo en eso?, ¿cómo aprendo a descubrir que hay
cosas que están bien y hay cosas que están mal?; cuando no lo hago dejé de
caminar detrás de Jesús. Ya no es que caí o no caí en la tentación, ni siquiera
la vi, me pasó de largo.
En estos días hemos comenzado la
Cuaresma, y el miércoles escuchamos que Jesús nos pide: vuelvan a Mí de
corazón. Vuelvan a Dios de corazón. Volvamos a Él de corazón. Ser cristiano
significa: “sigo a Jesús”. Lo tengo que seguir, tengo que caminar. No tengo que
decir: “hasta acá llegué”, “hasta acá están las cosas”; tengo que ponerme en
marcha. Pero para eso tengo que ver en qué me tengo que transformar, tengo que
mirar en mi corazón y descubrir: a esto hoy me está llamando, esto es por lo
que tengo que luchar, esto es lo que tengo que intentar transformar.
Pidámosle entonces a Jesús, en
este comienzo de la Cuaresma, que nos despabile un poquito, nos dé un empujón,
y nos vuelva a poner en camino, nos diga: caminemos hacia allá. Con la certeza
de que cuando Jesús lo hace, siempre camina a nuestro lado, siempre nos lleva
de la mano.
Lecturas:
*Gen 2,7-9;3,1-7
* Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17
*Rom 5,12-19
*Mt 4,1-11
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