lunes, 17 de marzo de 2014

Homilía: “Maestro, qué bien estamos aquí” – II Domingo de Cuaresma


Hay una publicidad de una famosa bebida en la que hay un grupo de amigos, y llega Pablito, un amigo, a la mesa. Después de saludar, Pablito pregunta, “¿qué hicieron anoche?” Ellos dicen: “No, no, nada… no te perdiste de nada. Fuimos a lo de Mati…” Y al final termina contando que en lo de Mati aparecieron un montón de modelos, de ahí se fueron a un recital bastante importante, terminaron en un yate gigante celebrando y disfrutando un poquito de la vida. “Pero no te preocupes, no te perdiste nada.”, le dicen. La publicidad cierra con una frase que dice, “no te pierdas ningún encuentro.”
Más allá de la parte de verdad o de mentira que pueda tener la propaganda en varias de las cosas, tiene una verdad profunda, y una certeza, que es que lo que todos buscamos en la vida es encontrarnos; encontrarnos con nosotros mismos, y poder encontrarnos con los demás. Porque eso es lo que llena nuestro corazón. Eso es lo que nos cambia el ánimo. Cuando vivimos verdaderos encuentros con los otros, eso nos saca una sonrisa, estamos más contentos, estamos más alegres, dejamos pasar algunas cosas… Y cuando no podemos vivir verdaderos encuentros con los demás, nos empezamos a poner de mal humor, todo nos molesta, nos empezamos a quejar un poco de todo… Es casi como un termómetro en nuestra vida.
Buscamos encuentros de todo tipo. En este caso es de amigos - todos nosotros necesitamos encontrarnos con amigos, con amigas – pero también en otros vínculos, con un marido, con una mujer, con un padre, con un hijo, con una hija, con una madre, con un hermano, con una hermana. Tener esos momentos gratuitos donde podamos encontrarnos, charlar, que nuestro corazón se encuentre con el otro corazón. Esos momentos se pueden dar casi como de dos maneras. A veces, se dan casualmente; uno no lo esperaba, no preparó nada, y sin embargo se dio de casualidad o providencialmente; una charla con alguien, un encuentro profundo. Tanto nos gusta que terminamos diciendo: bueno, que se repita. Pero en general, para que estas cosas se den, uno tiene que preparar como un espacio, uno tiene que querer encontrarse con el otro, uno tiene que disponerse al encuentro. Algo que generalmente nos cuesta, sobre todo en el mundo en el que hoy vivimos, en el que el tiempo es muy tirano, en el que tenemos que hacer muchas cosas, que siempre estamos a las corridas, se nos hace difícil tener momentos gratuitos – tanto para nosotros como en el encuentro con los demás.
Sin embargo esto es lo que sucede con Jesús y los discípulos en este evangelio. Seguramente Jesús debería tener muchas cosas que hacer, más que nosotros, si veía el mundo que lo rodeaba y la gente que lo necesitaba. Más allá de esto, se da cuenta de que en ese momento, sus discípulos necesitan un momento de encuentro gratuito en medio del ajetreo, en medio de que Jesús se había puesto de moda y la gente se le acercaba, le pedía milagros. No sé si recuerdan pero el evangelio nos dice que no tenían tiempo ni para comer, se querían retirar a solas y aparecía la gente por el otro lado del lago. Entonces Jesús dice: “vámonos a un lugar desierto”, y se van con Pedro, Santiago y Juan. Lo primero que hace Jesús no es explicarles algo; es mostrarles, darles testimonio. Se los lleva aparte a un monte elevado para estar juntos, para tomarse un momento con ellos. Es ahí, en ese momento, que Jesús les regala a sus discípulos la vivencia de algo distinto en el corazón. Tal es así, que le terminan diciendo a Jesús: “Señor, qué bien estamos aquí. Hagamos tres carpas.” Esta frase que, sobre todo de vacaciones, en algunos momentos nosotros imitamos porque nos queremos quedar en ese sitio, es en el momento donde se pudieron encontrar verdaderamente con Jesús. Cuando se tomaron un tiempo, se conocieron en profundidad. Uno podría decir, ¿los discípulos no conocían a Jesús? Sí, lo conocían. La pregunta es ¿cuánto lo conocían? Habían dejado todo, dice el evangelio, “y dejándolo todo lo siguieron”. Sin embargo necesitaban un tiempo a solas para ir descubriendo más a Jesús, y es en ese encuentro donde Jesús se les va a revelar. No es en la cantidad de cosas que hizo, no es en los milagros; cuando se toman un tiempo tranquilo, de silencio, de estar juntos, van a escuchar una voz en el corazón que les dice: “éste es mi hijo muy amado, en quien pongo toda mi predilección.” La verdad más profunda de Jesús, que es hijo del Padre, que nos transmite el amor de Dios, en quién Dios cree y confía, se revela en el momento en que están juntos, tranquilos, compartiendo la vida.
Creo que es la primera invitación que Dios nos hace a nosotros en la Cuaresma. En general a nosotros lo que nos pasa es que estamos siempre pensando qué es lo que tenemos que hacer, que es todo lo que tengo en la lista. Pero la mayoría de las veces nunca llegamos; llega el final del día y siempre nos quedan cosas. Si alguno tiene la receta, ayude al resto de la humanidad que nos cuesta mucho llegar. No nos damos cuenta de que tal vez es que el camino no es por ahí; y vamos hipotecando distintas cosas. En general también vamos hipotecando esos momentos de encuentro con los demás.
Vamos a poner un ejemplo. A veces nos pasas a los curas, que vienen y nos dicen: “vengo acá porque no encuentro ningún cura en mi parroquia.” Las palabras son “no encuentro”. Ahora, si uno no está, no hay posibilidad de encuentro. Entonces, lo primero, aunque parezca una obviedad, es estar, es estar en un sitio, estar en un lugar  y quedarse allí. Tal vez, en palabras más profundas, habitar un espacio, estar en ese espacio donde a uno lo pueden encontrar. Porque si yo no estoy ya no hay chance de que ese encuentro se dé. Lo que parece una obviedad, no es tan fácil en la vida, que es estar en un sitio, y estar para el otro. El año pasado cuando Francisco nos hablaba a los curas en una misa en la JMJ, él nos decía a los responsables de la Pastoral Juvenil, “pierdan el tiempo”, que es casi lo mismo. “Estén, quédense, que los puedan encontrar.” Porque es la única manera de poder profundizar.
A partir de que estoy puedo empezar un camino. Pero ese es el primer paso que tenemos que dar. No sólo nosotros como curas, que a veces estamos haciendo cincuenta mil cosas menos estar para ustedes, sino cada uno de ustedes. Sabrán lo difícil que es a veces estar; cuando las familias se van haciendo más grandes, cuando uno tiene que dividir el tiempo a un montón de gente, a un montón de hijos; o sino desde otro lugar, cuando los hijos se van de la casa y van creando sus propias familias, qué tiempo le siguen dedicando a la familia; los más jóvenes, cuando empiezan a tener un montón de cosas, y supongo que alguna crítica en su casa deben recibir; o en otros espacios, o a veces de sus amigos, porque se pusieron de novios, o porque van mucho a la Catedral, o no sé… Pero porque no están disponibles de la misma manera y de la misma forma. ¿Cuál es la forma? No sé, yo lidio conmigo, ustedes tendrán que aprender la suya. Pero lo central es que tengo que elegir, tengo que estar, y eso es lo que hace Jesús. Seguramente tenía un montón de cosas que hacer, pero en ese tiempo y en ese momento, decidió que tenía que estar con sus discípulos, que tenía que compartir ese tiempo gratuito.
Lo segundo es, encontrarnos. En general nos pasa que pensamos en todo lo que tenemos que hacer, pero no en cómo me encuentro con el otro. Va a venir a comer alguien a casa, y pienso: uh, tengo que limpiar, tengo que hacer la comida, tengo que hacer tal cosa… Ahora, ¿pensamos qué es lo que le voy a contar?, ¿qué le voy a decir?, ¿qué le voy a compartir?, ¿de qué le voy a preguntar? Porque a veces lo central, que es que nos queremos encontrar, se queda en lo superfluo, en lo que tengo que hacer, y no en la gratuidad de ese encuentro, y de aprovecharlo y de no perderlo. Porque ahí es donde más nos revelamos, porque ahí es donde se da la oportunidad de abrir el corazón.
Seguramente les habrá pasado que recibieron alguna crítica porque no estuvieron en algún momento muy importante para alguien; importante positivo, o importante porque el otro estaba mal, por densidad, o por cantidad, por lo que fuese, el otro no sintió que yo estuve. Y estar no es solamente llamar por teléfono, es predisponerme, es abrir el corazón para poder encontrarme con el otro. Eso es lo que hoy nos dice Jesús, de qué manera estamos, eso es lo que nos pide en esta Cuaresma. Probablemente varios de nosotros estemos pensando, ¿qué me propongo en esta Cuaresma? Tal vez me propongo este sacrificio, tal vez me propongo cambiar esto, tal vez me propongo hacer “tal cosa”; pero eso no es lo primero que tengo que pensar. Lo primero que tengo que pensar es lo que nos dijo la primera lectura del miércoles de ceniza, “vuelvan a Mí de corazón”, nos pedía Isaías. Que volvamos a Dios de corazón, que le demos tiempo. A ver, podríamos pensar, cada uno de nosotros, ¿estuvimos pensando (valga la redundancia) cuánto tiempo le voy a dedicar a Jesús? ¿De qué manera me voy a encontrar con Él? ¿Qué espacio voy a ubicar? Y no sólo corriendo eh, no sólo haciendo cosas. ¿Por qué no pensamos qué tiempo me siento delante de Jesús? ¿Qué tiempo le dedico a Él para encontrarme, gratuito? Porque seguramente será ahí donde le hable.
Fíjense lo que termina diciendo la frase que le dice el Padre a Pedro, Santiago y Juan: “escúchenlo”. Creo que muchas veces tenemos la necesidad de escuchar a Dios en el corazón. Ahora, ¿le damos tiempo para eso? ¿Nos predisponemos? ¿Vaciamos de ruido nuestro corazón? ¿Nos sentamos delante de Él en el Santísimo, en un templo, en mi cuarto, en donde sea, para escucharlo en el corazón? Los discípulos lo escucharon cuando le dedicaron tiempo, cuando tuvieron un ratito para estar con Él, esa es la invitación de la Cuaresma. Fíjense, esto es lo que pasa en la primera lectura, Abraham se pone en camino, ¿por qué? Porque se tomó un rato para escuchar a Dios, y porque escuchando a Dios, descubrió cuál era su vocación y ahí pudo seguirla. Esa es la invitación para nosotros en esta Cuaresma. Tomarnos un rato, predisponernos, para el encuentro con Jesús. Todo lo demás va a nacer de ahí. Nos encontraremos con Él, nos encontraremos con los demás, nos encontraremos con nosotros mismos.
Pidámosle entonces a Jesús en esta Cuaresma, que como hizo con Pedro, como hizo con Santiago, como hizo con Juan, nos tome de la mano, nos saque de nuestra rutina, de nuestras labores, de nuestros estudios, de las cosas que hacemos; y nos lleve también a nosotros a un monte elevado, a un lugar desierto, y nos hable al corazón.

Lecturas:
*Gen 12,1-4a
*Sal 32,4-5.18-19.20.22
*Tim 1,8b-10

*Mt 17,1-9

No hay comentarios:

Publicar un comentario