Hay una publicidad de una famosa bebida en la que hay un grupo de amigos, y llega Pablito, un
amigo, a la mesa. Después de saludar, Pablito pregunta, “¿qué hicieron anoche?”
Ellos dicen: “No, no, nada… no te perdiste de nada. Fuimos a lo de Mati…” Y al
final termina contando que en lo de Mati aparecieron un montón de modelos, de
ahí se fueron a un recital bastante importante, terminaron en un yate gigante
celebrando y disfrutando un poquito de la vida. “Pero no te preocupes, no te
perdiste nada.”, le dicen. La publicidad cierra con una frase que dice, “no te
pierdas ningún encuentro.”
Más allá de
la parte de verdad o de mentira que pueda tener la propaganda en varias de las
cosas, tiene una verdad profunda, y una certeza, que es que lo que todos buscamos
en la vida es encontrarnos; encontrarnos con nosotros mismos, y poder
encontrarnos con los demás. Porque eso es lo que llena nuestro corazón. Eso es
lo que nos cambia el ánimo. Cuando vivimos verdaderos encuentros con los otros,
eso nos saca una sonrisa, estamos más contentos, estamos más alegres, dejamos
pasar algunas cosas… Y cuando no podemos vivir verdaderos encuentros con los
demás, nos empezamos a poner de mal humor, todo nos molesta, nos empezamos a
quejar un poco de todo… Es casi como un termómetro en nuestra vida.
Buscamos
encuentros de todo tipo. En este caso es de amigos - todos nosotros necesitamos
encontrarnos con amigos, con amigas – pero también en otros vínculos, con un
marido, con una mujer, con un padre, con un hijo, con una hija, con una madre,
con un hermano, con una hermana. Tener esos momentos gratuitos donde podamos
encontrarnos, charlar, que nuestro corazón se encuentre con el otro corazón.
Esos momentos se pueden dar casi como de dos maneras. A veces, se dan
casualmente; uno no lo esperaba, no preparó nada, y sin embargo se dio de casualidad
o providencialmente; una charla con alguien, un encuentro profundo. Tanto nos
gusta que terminamos diciendo: bueno, que se repita. Pero en general, para que
estas cosas se den, uno tiene que preparar como un espacio, uno tiene que
querer encontrarse con el otro, uno tiene que disponerse al encuentro. Algo que
generalmente nos cuesta, sobre todo en el mundo en el que hoy vivimos, en el
que el tiempo es muy tirano, en el que tenemos que hacer muchas cosas, que
siempre estamos a las corridas, se nos hace difícil tener momentos gratuitos –
tanto para nosotros como en el encuentro con los demás.
Sin embargo
esto es lo que sucede con Jesús y los discípulos en este evangelio. Seguramente
Jesús debería tener muchas cosas que hacer, más que nosotros, si veía el mundo
que lo rodeaba y la gente que lo necesitaba. Más allá de esto, se da cuenta de
que en ese momento, sus discípulos necesitan un momento de encuentro gratuito en
medio del ajetreo, en medio de que Jesús se había puesto de moda y la gente se
le acercaba, le pedía milagros. No sé si recuerdan pero el evangelio nos dice
que no tenían tiempo ni para comer, se querían retirar a solas y aparecía la
gente por el otro lado del lago. Entonces Jesús dice: “vámonos a un lugar
desierto”, y se van con Pedro, Santiago y Juan. Lo primero que hace Jesús no es
explicarles algo; es mostrarles, darles testimonio. Se los lleva aparte a un
monte elevado para estar juntos, para tomarse un momento con ellos. Es ahí, en
ese momento, que Jesús les regala a sus discípulos la vivencia de algo distinto
en el corazón. Tal es así, que le terminan diciendo a Jesús: “Señor, qué bien
estamos aquí. Hagamos tres carpas.” Esta frase que, sobre todo de vacaciones,
en algunos momentos nosotros imitamos porque nos queremos quedar en ese sitio,
es en el momento donde se pudieron encontrar verdaderamente con Jesús. Cuando
se tomaron un tiempo, se conocieron en profundidad. Uno podría decir, ¿los
discípulos no conocían a Jesús? Sí, lo conocían. La pregunta es ¿cuánto lo
conocían? Habían dejado todo, dice el evangelio, “y dejándolo todo lo siguieron”.
Sin embargo necesitaban un tiempo a solas para ir descubriendo más a Jesús, y
es en ese encuentro donde Jesús se les va a revelar. No es en la cantidad de
cosas que hizo, no es en los milagros; cuando se toman un tiempo tranquilo, de
silencio, de estar juntos, van a escuchar una voz en el corazón que les dice: “éste
es mi hijo muy amado, en quien pongo toda mi predilección.” La verdad más
profunda de Jesús, que es hijo del Padre, que nos transmite el amor de Dios, en
quién Dios cree y confía, se revela en el momento en que están juntos, tranquilos,
compartiendo la vida.
Creo que es
la primera invitación que Dios nos hace a nosotros en la Cuaresma. En general a
nosotros lo que nos pasa es que estamos siempre pensando qué es lo que tenemos
que hacer, que es todo lo que tengo en la lista. Pero la mayoría de las veces
nunca llegamos; llega el final del día y siempre nos quedan cosas. Si alguno
tiene la receta, ayude al resto de la humanidad que nos cuesta mucho llegar. No
nos damos cuenta de que tal vez es que el camino no es por ahí; y vamos
hipotecando distintas cosas. En general también vamos hipotecando esos momentos
de encuentro con los demás.
Vamos a poner
un ejemplo. A veces nos pasas a los curas, que vienen y nos dicen: “vengo acá
porque no encuentro ningún cura en mi parroquia.” Las palabras son “no
encuentro”. Ahora, si uno no está, no hay posibilidad de encuentro. Entonces,
lo primero, aunque parezca una obviedad, es estar, es estar en un sitio, estar
en un lugar y quedarse allí. Tal vez, en
palabras más profundas, habitar un espacio, estar en ese espacio donde a uno lo
pueden encontrar. Porque si yo no estoy ya no hay chance de que ese encuentro
se dé. Lo que parece una obviedad, no es tan fácil en la vida, que es estar en
un sitio, y estar para el otro. El año pasado cuando Francisco nos hablaba a
los curas en una misa en la JMJ, él nos decía a los responsables de la Pastoral
Juvenil, “pierdan el tiempo”, que es casi lo mismo. “Estén, quédense, que los
puedan encontrar.” Porque es la única manera de poder profundizar.
A partir de
que estoy puedo empezar un camino. Pero ese es el primer paso que tenemos que
dar. No sólo nosotros como curas, que a veces estamos haciendo cincuenta mil
cosas menos estar para ustedes, sino cada uno de ustedes. Sabrán lo difícil que
es a veces estar; cuando las familias se van haciendo más grandes, cuando uno
tiene que dividir el tiempo a un montón de gente, a un montón de hijos; o sino
desde otro lugar, cuando los hijos se van de la casa y van creando sus propias
familias, qué tiempo le siguen dedicando a la familia; los más jóvenes, cuando
empiezan a tener un montón de cosas, y supongo que alguna crítica en su casa
deben recibir; o en otros espacios, o a veces de sus amigos, porque se pusieron
de novios, o porque van mucho a la Catedral, o no sé… Pero porque no están
disponibles de la misma manera y de la misma forma. ¿Cuál es la forma? No sé,
yo lidio conmigo, ustedes tendrán que aprender la suya. Pero lo central es que
tengo que elegir, tengo que estar, y eso es lo que hace Jesús. Seguramente
tenía un montón de cosas que hacer, pero en ese tiempo y en ese momento,
decidió que tenía que estar con sus discípulos, que tenía que compartir ese
tiempo gratuito.
Lo segundo
es, encontrarnos. En general nos pasa que pensamos en todo lo que tenemos que
hacer, pero no en cómo me encuentro con el otro. Va a venir a comer alguien a
casa, y pienso: uh, tengo que limpiar, tengo que hacer la comida, tengo que
hacer tal cosa… Ahora, ¿pensamos qué es lo que le voy a contar?, ¿qué le voy a
decir?, ¿qué le voy a compartir?, ¿de qué le voy a preguntar? Porque a veces lo
central, que es que nos queremos encontrar, se queda en lo superfluo, en lo que
tengo que hacer, y no en la gratuidad de ese encuentro, y de aprovecharlo y de
no perderlo. Porque ahí es donde más nos revelamos, porque ahí es donde se da
la oportunidad de abrir el corazón.
Seguramente
les habrá pasado que recibieron alguna crítica porque no estuvieron en algún
momento muy importante para alguien; importante positivo, o importante porque
el otro estaba mal, por densidad, o por cantidad, por lo que fuese, el otro no
sintió que yo estuve. Y estar no es solamente llamar por teléfono, es
predisponerme, es abrir el corazón para poder encontrarme con el otro. Eso es
lo que hoy nos dice Jesús, de qué manera estamos, eso es lo que nos pide en
esta Cuaresma. Probablemente varios de nosotros estemos pensando, ¿qué me
propongo en esta Cuaresma? Tal vez me propongo este sacrificio, tal vez me
propongo cambiar esto, tal vez me propongo hacer “tal cosa”; pero eso no es lo
primero que tengo que pensar. Lo primero que tengo que pensar es lo que nos
dijo la primera lectura del miércoles de ceniza, “vuelvan a Mí de corazón”, nos
pedía Isaías. Que volvamos a Dios de corazón, que le demos tiempo. A ver, podríamos
pensar, cada uno de nosotros, ¿estuvimos pensando (valga la redundancia) cuánto
tiempo le voy a dedicar a Jesús? ¿De qué manera me voy a encontrar con Él? ¿Qué
espacio voy a ubicar? Y no sólo corriendo eh, no sólo haciendo cosas. ¿Por qué
no pensamos qué tiempo me siento delante de Jesús? ¿Qué tiempo le dedico a Él
para encontrarme, gratuito? Porque seguramente será ahí donde le hable.
Fíjense lo
que termina diciendo la frase que le dice el Padre a Pedro, Santiago y Juan: “escúchenlo”.
Creo que muchas veces tenemos la necesidad de escuchar a Dios en el corazón. Ahora,
¿le damos tiempo para eso? ¿Nos predisponemos? ¿Vaciamos de ruido nuestro
corazón? ¿Nos sentamos delante de Él en el Santísimo, en un templo, en mi
cuarto, en donde sea, para escucharlo en el corazón? Los discípulos lo
escucharon cuando le dedicaron tiempo, cuando tuvieron un ratito para estar con
Él, esa es la invitación de la Cuaresma. Fíjense, esto es lo que pasa en la
primera lectura, Abraham se pone en camino, ¿por qué? Porque se tomó un rato
para escuchar a Dios, y porque escuchando a Dios, descubrió cuál era su
vocación y ahí pudo seguirla. Esa es la invitación para nosotros en esta
Cuaresma. Tomarnos un rato, predisponernos, para el encuentro con Jesús. Todo lo
demás va a nacer de ahí. Nos encontraremos con Él, nos encontraremos con los
demás, nos encontraremos con nosotros mismos.
Pidámosle
entonces a Jesús en esta Cuaresma, que como hizo con Pedro, como hizo con
Santiago, como hizo con Juan, nos tome de la mano, nos saque de nuestra rutina,
de nuestras labores, de nuestros estudios, de las cosas que hacemos; y nos
lleve también a nosotros a un monte elevado, a un lugar desierto, y nos hable
al corazón.
Lecturas:
*Gen 12,1-4a
*Sal 32,4-5.18-19.20.22
*Tim 1,8b-10
*Mt 17,1-9
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