viernes, 14 de marzo de 2014

Homilía: “Soltá las cosas” – VIII domingo durante el año


En la película “Después de la Tierra”, nuestro continente ha sido contaminado y se vive en otro sitio. Cypher es un hombre que es idolatrado por todo el mundo, porque es el que ha logrado heroicamente la protección de toda la vida. Pero tiene un problema que es el vínculo con su hijo, Kitai; le cuesta mucho la relación. Entonces, su esposa le pide que lo acompañe, que lo ayude, le dice que necesita también de él. Es por eso que Cypher decide llevarse a Kitai a su próximo viaje. Durante este viaje, la nave tiene un accidente, y la nave cae en la Tierra, donde solamente van a estar vivos ellos dos, estando Cypher herido, no se puede mover. Cypher le pide entonces a su hijo que vaya a donde quedó la otra parte de la nave y busque algo que se necesita para mandar una señal y avisar en donde están. Le da todas las instrucciones y lo envía. En medio del camino, a Kitai se le rompen unas pastillas que tenía que tomar para poder respirar bien en la Tierra contaminada. Llega un momento en el viaje en que la cosa está complicada y el padre se da cuenta de eso; entonces le dice que vuelva, que se acabó la misión, que no había más posibilidades. Sin embargo el hijo le dice que no, que lo deje seguir, que él va a llevar adelante la misión; pero el padre le dice: te di una orden, tenés que volver. Y su hijo le pregunta: ¿cuál fue tu error?, ¿confiar en mí?, ¿dejar que las cosas las haga yo? Pero el padre repite: te di una orden, tenés que regresar a la nave. Y el hijo le vuelve a decir: No, si fuera otro soldado, si fuera otro ranger, no le darías esa orden. Cypher entonces le responde: Tú no eres un ranger, eres mi hijo.
¿Qué es lo que pasa? El padre no confía realmente en él. Después de distintas cosas que habían pasado, le cuesta mucho depositar la confianza en su hijo, y por eso lo tiene como protegido; por eso lo controla, por eso no lo deja salir mucho, por eso no le da oportunidades, por eso no lo deja crecer. Porque la confianza es justamente ese sostén que en la vida todos necesitamos para animarnos a crecer, para poder madurar. Parece muy simple, parece muy básico, pero las cosas simples y las cosas básicas, son aquellas que por experiencia sabemos que son las más difíciles de la vida. Son las más difíciles de vivir, son las más difíciles de transmitir. Si hay algo que Jesús intentó a lo largo de toda su vida acá, fue recordarle a su pueblo que había un Dios que creía y que confiaba en ellos, que había un Dios que los amaba y los valoraba. Esto, que uno a veces lo sabe porque lo aprendió en catequesis, vivirlo en el corazón nos cuesta mucho.
A ver, una manera de ver las cosas es fijarnos cuántas veces nos sentimos juzgados por Él, nos sentimos controlados; sentimos que está mirando a ver si nos equivocamos en tal cosa. Nos cuesta sentir que hay un Dios que deposita su confianza en nosotros. Descubrir que Dios nos valora es también ver cuánto nos valoramos y cuánto nos queremos a nosotros mismos, cuánto nos amamos. Hay un Dios que te dice: Yo te di la vida, Yo te amo, Yo te valoro. Sin embargo, hacer eso mismo nosotros, nos cuesta. Por eso Jesús tiene que ir continuamente machacando en aquellas cosas que son centrales, que son esenciales. ¿Por qué? Porque si no el resto no se puede construir. Nosotros tenemos un problema, muchas veces construimos por arriba. Nos olvidamos de lo central y vamos a las cosas más superfluas, nos olvidamos de solidificar aquello que nos puede ayudar a descubrir cómo seguir creciendo. A veces, cuando uno ve por la televisión, en algún lado, alguna secta o movimiento neo religioso, uno escucha que repiten todo el tiempo: “Dios te salvó.”; “Dios te ama.” Eso es lo central. Si no sólo lo entendemos sino que también lo vivimos, lo demás es como que se va cayendo o perdiendo.
El texto que escuchamos hoy en el evangelio va justamente a eso. ¿Acaso los pájaros se preocupan por lo que tienen que comer?, ¿acaso los lirios se preocupan por lo que tienen que vestir? No, no se preocupan. ¿Por qué? Porque hay alguien que les dio la vida, hay alguien que les dio todo lo que necesitan. Cuánto más nos lo dio a nosotros entonces, cuánto más si descubriésemos quién es Dios, todo lo que está dispuesto a hacer, y lo hizo en Jesús por nosotros, descubriríamos que las cosas que necesitamos, las tenemos; que Dios las pone en nuestras manos, que Dios de a poquito nos va guiando. Pero descubrir esa confianza y ese amor de Dios, cuesta mucho. Jesús les tiene que decir: no se inquieten.
A ver, no es que Jesús es tonto, creo que claramente no lo era, ¿no? No es que no sabe que a veces hay dificultades en la vida, que tenemos que trabajar, que tenemos que preocuparnos por cosas. Lo que está diciendo es: no se agobien por esto, no se angustien por estas cosas, déjenlas en mis manos. ¿Vieron que hay un evangelio que dice: si no nos hacemos como niños? Los niños son los que sienten que un montón de cosas las tienen resueltas. ¿Por qué? Porque se ocupan sus papás. Entonces, aunque haya una crisis económica (muy común en la Argentina), aunque las cosas estén difíciles, ellos se sienten confiados; en general se sienten amados, se sienten protegidos. La situación es la misma, pero hay ciertas preocupaciones que no las tienen. En ese sentido uno crece, madura, descubre que la vida es un poco más compleja que lo que uno creía cuando era niño, pero también tendría que descubrir a ese Dios, que de una manera diferente le dice: creé y confiá, porque yo creo y confío en vos. Porque yo te doy las posibilidades para poder recorrer la vida. En la medida en que nosotros nos sentimos amados y confiados, también podemos dar esa confianza.
Lo que pasa es que esto hoy cuesta mucho. Como alguna vez hemos hablado, no confiamos. Nos cuesta confiar en nosotros mismos. Nos cuesta confiar en Dios y nos cuesta confiar en los demás. Nos gusta tener las cosas controladas, todo lo queremos tener controlado, todo tenemos que saber cómo va a ser, a veces tenemos que resolver toda nuestra vida hasta el final, como si pudiéramos agregar algún instante. A veces no sólo la nuestra, sino también la de nuestros hijos, la de nuestros nietos. No es eso lo que Dios nos dice. Lo que dice es, cómo vivimos si miramos el presente. De qué manera creemos y confiamos, y dejamos que el resto se vaya dando. Esa confianza se nota claramente en un Dios que nos da la libertad. Aun cuando a veces nos confundimos, nos equivocamos, metemos la pata, Él nos dice: apuesto de nuevo por vos. Vuelvo a poner la confianza en vos. No estoy preguntando por qué te equivocaste, por qué hiciste esto, sino incentivando a que vuelvas a probar. Nos invita a nosotros a hacer lo mismo, pero a veces sentimos como que Dios lo hace diferente. Como nos pasa a veces a nosotros, quizás decimos: yo confío en vos; pero le preguntamos dieciocho veces si hizo las cosas. La cantidad de preguntas es proporcional a cuánto confío en la otra persona. La cantidad de lo que estoy detrás del otro es proporcional a lo que yo dejo de controlar y largo las cosas. La confianza implica eso, yo suelto. El control es, yo lo agarro.
Si queremos verlo por otro lado, vieron que ahora todos estamos contracturados ¿no? Creo que nunca tuvieron tanto trabajo los reflexólogos, masajistas y demás. Uno pregunta, ¿Por qué estás contracturado? No, mucho tiempo manejando, mucho tiempo delante de la televisión, me incomoda la almohada… Podés cambiar dieciocho veces la almohada que vas a seguir contracturado. Porque no es eso. El problema es que queremos tener todo tan agarrado, que hasta nuestro propio cuerpo nos pasa factura. Hasta nuestro propio cuerpo nos dice: soltá las cosas. Esa es la invitación de Dios. Cuando yo me siento confiado, yo me animo a hacer cosas. ¿Por qué Jesús puede dar la vida? ¿Porque es fácil? No es fácil. El evangelio lo dice claramente. La carta a los hebreos dice: aprendió por medio del sufrimiento lo que significaba obedecer, le costó.
A nosotros nos cuestan las cosas, pero cuando nos sentimos confiados logramos mucho más, cuando nos sentimos amados vamos mucho más allá. ¿Por qué hoy nos cuesta elegir en un montón de cosas? Porque no confiamos en nosotros, porque no sentimos que alguien nos ama y nos apoya de esa manera. Si nos sintiésemos así confiaríamos mucho más, nos animaríamos mucho más. ¿Por qué hoy los jóvenes pasan hasta como por cinco carreras hasta que dicen: “me quedo en esta porque seguir dando vueltas no tiene tanto sentido”? Porque cuesta confiar en uno. No significa que uno no tiene que buscar, está muy bien buscar. Pero esa búsqueda en algún momento tiene que terminar. ¿Por qué terminar? Porque yo creo y confío. Confío en que puedo descubrir aquello que necesito, aquello que Dios puso en mis manos. ¿Por qué a uno le cuesta comprometerse con un estilo de vida? A veces cuesta casarse, cuesta elegir una vocación religiosa, porque tengo que confiar. Porque si elijo esto, tengo que dejar otras cosas afuera. Chocolate por la noticia, eso es elegir ¿no? Esto es lo que dice Jesús en el evangelio. No se puede elegir a Dios y al dinero, es imposible. En el mundo de hoy lo tratamos de acomodar para que entre a presión, pero no entran. Hay que hacer una opción en algún momento. Y, ¿por qué esto? Porque cuando queremos controlar, las cosas nos terminan controlando.
A ver, si quieren un ejemplo fácil podemos hablar del celular. Cuando alguien se olvida el celular en su casa, parece que hubiera habido un terremoto, le complica la existencia, siente que no va a llegar al fin del día. ¿Por qué? Porque las cosas me empiezan a controlar a mí, porque ser siervo es ser esclavo en el evangelio, me hago esclavo de las cosas. Hace quince años teníamos un teléfono en casa y se descomponía y no pasaba nada. A ver, ¿ayuda?, sí, ayuda. Nadie dice que no ayuda. El problema es que las cosas me van esclavizando, el problema es que cuando yo, en una sociedad consumista, pongo el consumo y lo material por encima de todo lo demás, me hago esclavo de eso y me alejo de Dios. Entonces tengo que reordenar mis prioridades, tengo que ver de qué manera voy poniendo cada cosa en su lugar. Esa es la invitación de Dios. Nos invita a descubrir que hay alguien que nos ama, que confía en nosotros, y a que vivamos de esa manera. Lo demás, dice Jesús, se dará por añadidura. Vayan a lo central, vuelvan a eso.
Para terminar, podemos ver esto en nuestro lenguaje. Vieron cuando le preguntás a alguien: ¿cómo estás? “Por ahora, bien”, te dicen. No confiamos, nos atajamos en lo que vamos a decir. Cuándo preguntamos, ¿salió todo bien? “Creo que sí”. Pero no es un “creo” que afirma, es un “creo” que está diciendo: tal vez algo se me escapó. Y así podemos encontrar un montón de frases donde se muestra que no confiamos, nos cuesta. Entonces, queremos salvar todas las posibilidades. La última es este evangelio. Ustedes saben que a éste se lo llama el evangelio de la providencia. “Providencia” es una palabra que no se escucha más, desapareció del lenguaje. Cuando pasa algo ¿qué decimos? Se dio por casualidad, se alinearon todos los planetas. Nos hemos olvidado que hay un Dios que está detrás de las cosas, que hay un Dios que providencialmente sigue manejando la historia. Tal vez lo podríamos incorporar a nuestro lenguaje ¿no? “Fue la providencia de Dios la que hizo esto.” Para eso tengo que volver a creer y confiar en Él, en el que cree y confía en nosotros.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, aquél que da la vida porque nuestra vida es valiosa, aquel que dando la vida nos dice: yo creo y confío, animate; que también nosotros sigamos ese camino, confiando en Dios, en nosotros, y en los demás.

Lecturas:
*Is 49,14-15
*Sal 61,2-3.6-7.8-9ab
*1Cor 4,1-5

*Mt 6,24-34

No hay comentarios:

Publicar un comentario