En la
película “Después de la Tierra”,
nuestro continente ha sido contaminado y se vive en otro sitio. Cypher es un
hombre que es idolatrado por todo el mundo, porque es el que ha logrado
heroicamente la protección de toda la vida. Pero tiene un problema que es el
vínculo con su hijo, Kitai; le cuesta mucho la relación. Entonces, su esposa le
pide que lo acompañe, que lo ayude, le dice que necesita también de él. Es por
eso que Cypher decide llevarse a Kitai a su próximo viaje. Durante este viaje,
la nave tiene un accidente, y la nave cae en la Tierra, donde solamente van a
estar vivos ellos dos, estando Cypher herido, no se puede mover. Cypher le pide
entonces a su hijo que vaya a donde quedó la otra parte de la nave y busque
algo que se necesita para mandar una señal y avisar en donde están. Le da todas
las instrucciones y lo envía. En medio del camino, a Kitai se le rompen unas
pastillas que tenía que tomar para poder respirar bien en la Tierra contaminada.
Llega un momento en el viaje en que la cosa está complicada y el padre se da
cuenta de eso; entonces le dice que vuelva, que se acabó la misión, que no
había más posibilidades. Sin embargo el hijo le dice que no, que lo deje
seguir, que él va a llevar adelante la misión; pero el padre le dice: te di una
orden, tenés que volver. Y su hijo le pregunta: ¿cuál fue tu error?, ¿confiar
en mí?, ¿dejar que las cosas las haga yo? Pero el padre repite: te di una
orden, tenés que regresar a la nave. Y el hijo le vuelve a decir: No, si fuera
otro soldado, si fuera otro ranger,
no le darías esa orden. Cypher entonces le responde: Tú no eres un ranger, eres
mi hijo.
¿Qué es lo
que pasa? El padre no confía realmente en él. Después de distintas cosas que
habían pasado, le cuesta mucho depositar la confianza en su hijo, y por eso lo
tiene como protegido; por eso lo controla, por eso no lo deja salir mucho, por
eso no le da oportunidades, por eso no lo deja crecer. Porque la confianza es
justamente ese sostén que en la vida todos necesitamos para animarnos a crecer,
para poder madurar. Parece muy simple, parece muy básico, pero las cosas
simples y las cosas básicas, son aquellas que por experiencia sabemos que son
las más difíciles de la vida. Son las más difíciles de vivir, son las más
difíciles de transmitir. Si hay algo que Jesús intentó a lo largo de toda su
vida acá, fue recordarle a su pueblo que había un Dios que creía y que confiaba
en ellos, que había un Dios que los amaba y los valoraba. Esto, que uno a veces
lo sabe porque lo aprendió en catequesis, vivirlo en el corazón nos cuesta
mucho.
A ver, una
manera de ver las cosas es fijarnos cuántas veces nos sentimos juzgados por Él,
nos sentimos controlados; sentimos que está mirando a ver si nos equivocamos en
tal cosa. Nos cuesta sentir que hay un Dios que deposita su confianza en
nosotros. Descubrir que Dios nos valora es también ver cuánto nos valoramos y
cuánto nos queremos a nosotros mismos, cuánto nos amamos. Hay un Dios que te
dice: Yo te di la vida, Yo te amo, Yo te valoro. Sin embargo, hacer eso mismo
nosotros, nos cuesta. Por eso Jesús tiene que ir continuamente machacando en
aquellas cosas que son centrales, que son esenciales. ¿Por qué? Porque si no el
resto no se puede construir. Nosotros tenemos un problema, muchas veces
construimos por arriba. Nos olvidamos de lo central y vamos a las cosas más
superfluas, nos olvidamos de solidificar aquello que nos puede ayudar a
descubrir cómo seguir creciendo. A veces, cuando uno ve por la televisión, en
algún lado, alguna secta o movimiento neo religioso, uno escucha que repiten
todo el tiempo: “Dios te salvó.”; “Dios te ama.” Eso es lo central. Si no sólo
lo entendemos sino que también lo vivimos, lo demás es como que se va cayendo o
perdiendo.
El texto que
escuchamos hoy en el evangelio va justamente a eso. ¿Acaso los pájaros se
preocupan por lo que tienen que comer?, ¿acaso los lirios se preocupan por lo
que tienen que vestir? No, no se preocupan. ¿Por qué? Porque hay alguien que
les dio la vida, hay alguien que les dio todo lo que necesitan. Cuánto más nos
lo dio a nosotros entonces, cuánto más si descubriésemos quién es Dios, todo lo
que está dispuesto a hacer, y lo hizo en Jesús por nosotros, descubriríamos que
las cosas que necesitamos, las tenemos; que Dios las pone en nuestras manos,
que Dios de a poquito nos va guiando. Pero descubrir esa confianza y ese amor
de Dios, cuesta mucho. Jesús les tiene que decir: no se inquieten.
A ver, no es
que Jesús es tonto, creo que claramente no lo era, ¿no? No es que no sabe que a
veces hay dificultades en la vida, que tenemos que trabajar, que tenemos que
preocuparnos por cosas. Lo que está diciendo es: no se agobien por esto, no se
angustien por estas cosas, déjenlas en mis manos. ¿Vieron que hay un evangelio
que dice: si no nos hacemos como niños? Los niños son los que sienten que un
montón de cosas las tienen resueltas. ¿Por qué? Porque se ocupan sus papás.
Entonces, aunque haya una crisis económica (muy común en la Argentina), aunque
las cosas estén difíciles, ellos se sienten confiados; en general se sienten
amados, se sienten protegidos. La situación es la misma, pero hay ciertas
preocupaciones que no las tienen. En ese sentido uno crece, madura, descubre
que la vida es un poco más compleja que lo que uno creía cuando era niño, pero
también tendría que descubrir a ese Dios, que de una manera diferente le dice:
creé y confiá, porque yo creo y confío en vos. Porque yo te doy las
posibilidades para poder recorrer la vida. En la medida en que nosotros nos
sentimos amados y confiados, también podemos dar esa confianza.
Lo que pasa
es que esto hoy cuesta mucho. Como alguna vez hemos hablado, no confiamos. Nos
cuesta confiar en nosotros mismos. Nos cuesta confiar en Dios y nos cuesta
confiar en los demás. Nos gusta tener las cosas controladas, todo lo queremos
tener controlado, todo tenemos que saber cómo va a ser, a veces tenemos que
resolver toda nuestra vida hasta el final, como si pudiéramos agregar algún
instante. A veces no sólo la nuestra, sino también la de nuestros hijos, la de
nuestros nietos. No es eso lo que Dios nos dice. Lo que dice es, cómo vivimos
si miramos el presente. De qué manera creemos y confiamos, y dejamos que el
resto se vaya dando. Esa confianza se nota claramente en un Dios que nos da la
libertad. Aun cuando a veces nos confundimos, nos equivocamos, metemos la pata,
Él nos dice: apuesto de nuevo por vos. Vuelvo a poner la confianza en vos. No
estoy preguntando por qué te equivocaste, por qué hiciste esto, sino
incentivando a que vuelvas a probar. Nos invita a nosotros a hacer lo mismo,
pero a veces sentimos como que Dios lo hace diferente. Como nos pasa a veces a
nosotros, quizás decimos: yo confío en vos; pero le preguntamos dieciocho veces
si hizo las cosas. La cantidad de preguntas es proporcional a cuánto confío en
la otra persona. La cantidad de lo que estoy detrás del otro es proporcional a
lo que yo dejo de controlar y largo las cosas. La confianza implica eso, yo
suelto. El control es, yo lo agarro.
Si queremos
verlo por otro lado, vieron que ahora todos estamos contracturados ¿no? Creo
que nunca tuvieron tanto trabajo los reflexólogos, masajistas y demás. Uno
pregunta, ¿Por qué estás contracturado? No, mucho tiempo manejando, mucho
tiempo delante de la televisión, me incomoda la almohada… Podés cambiar dieciocho
veces la almohada que vas a seguir contracturado. Porque no es eso. El problema
es que queremos tener todo tan agarrado, que hasta nuestro propio cuerpo nos
pasa factura. Hasta nuestro propio cuerpo nos dice: soltá las cosas. Esa es la
invitación de Dios. Cuando yo me siento confiado, yo me animo a hacer cosas.
¿Por qué Jesús puede dar la vida? ¿Porque es fácil? No es fácil. El evangelio
lo dice claramente. La carta a los hebreos dice: aprendió por medio del
sufrimiento lo que significaba obedecer, le costó.
A nosotros
nos cuestan las cosas, pero cuando nos sentimos confiados logramos mucho más,
cuando nos sentimos amados vamos mucho más allá. ¿Por qué hoy nos cuesta elegir
en un montón de cosas? Porque no confiamos en nosotros, porque no sentimos que
alguien nos ama y nos apoya de esa manera. Si nos sintiésemos así confiaríamos
mucho más, nos animaríamos mucho más. ¿Por qué hoy los jóvenes pasan hasta como
por cinco carreras hasta que dicen: “me quedo en esta porque seguir dando
vueltas no tiene tanto sentido”? Porque cuesta confiar en uno. No significa que
uno no tiene que buscar, está muy bien buscar. Pero esa búsqueda en algún
momento tiene que terminar. ¿Por qué terminar? Porque yo creo y confío. Confío
en que puedo descubrir aquello que necesito, aquello que Dios puso en mis
manos. ¿Por qué a uno le cuesta comprometerse con un estilo de vida? A veces
cuesta casarse, cuesta elegir una vocación religiosa, porque tengo que confiar.
Porque si elijo esto, tengo que dejar otras cosas afuera. Chocolate por la
noticia, eso es elegir ¿no? Esto es lo que dice Jesús en el evangelio. No se
puede elegir a Dios y al dinero, es imposible. En el mundo de hoy lo tratamos
de acomodar para que entre a presión, pero no entran. Hay que hacer una opción
en algún momento. Y, ¿por qué esto? Porque cuando queremos controlar, las cosas
nos terminan controlando.
A ver, si
quieren un ejemplo fácil podemos hablar del celular. Cuando alguien se olvida
el celular en su casa, parece que hubiera habido un terremoto, le complica la
existencia, siente que no va a llegar al fin del día. ¿Por qué? Porque las
cosas me empiezan a controlar a mí, porque ser siervo es ser esclavo en el
evangelio, me hago esclavo de las cosas. Hace quince años teníamos un teléfono
en casa y se descomponía y no pasaba nada. A ver, ¿ayuda?, sí, ayuda. Nadie
dice que no ayuda. El problema es que las cosas me van esclavizando, el
problema es que cuando yo, en una sociedad consumista, pongo el consumo y lo
material por encima de todo lo demás, me hago esclavo de eso y me alejo de
Dios. Entonces tengo que reordenar mis prioridades, tengo que ver de qué manera
voy poniendo cada cosa en su lugar. Esa es la invitación de Dios. Nos invita a
descubrir que hay alguien que nos ama, que confía en nosotros, y a que vivamos de
esa manera. Lo demás, dice Jesús, se dará por añadidura. Vayan a lo central,
vuelvan a eso.
Para
terminar, podemos ver esto en nuestro lenguaje. Vieron cuando le preguntás a
alguien: ¿cómo estás? “Por ahora, bien”, te dicen. No confiamos, nos atajamos en
lo que vamos a decir. Cuándo preguntamos, ¿salió todo bien? “Creo que sí”. Pero
no es un “creo” que afirma, es un “creo” que está diciendo: tal vez algo se me
escapó. Y así podemos encontrar un montón de frases donde se muestra que no
confiamos, nos cuesta. Entonces, queremos salvar todas las posibilidades. La
última es este evangelio. Ustedes saben que a éste se lo llama el evangelio de
la providencia. “Providencia” es una palabra que no se escucha más, desapareció
del lenguaje. Cuando pasa algo ¿qué decimos? Se dio por casualidad, se
alinearon todos los planetas. Nos hemos olvidado que hay un Dios que está
detrás de las cosas, que hay un Dios que providencialmente sigue manejando la
historia. Tal vez lo podríamos incorporar a nuestro lenguaje ¿no? “Fue la
providencia de Dios la que hizo esto.” Para eso tengo que volver a creer y
confiar en Él, en el que cree y confía en nosotros.
Pidámosle
entonces hoy a Jesús, aquél que da la vida porque nuestra vida es valiosa,
aquel que dando la vida nos dice: yo creo y confío, animate; que también
nosotros sigamos ese camino, confiando en Dios, en nosotros, y en los demás.
Lecturas:
*Is 49,14-15
*Sal 61,2-3.6-7.8-9ab
*1Cor 4,1-5
*Mt 6,24-34
No hay comentarios:
Publicar un comentario