miércoles, 11 de febrero de 2015

Homilía: “¿Cuáles son las cosas que nos hacen vibrar?” – V domingo durante el año

Hay una película que se llama “El juego de la fortuna”, que muestra la vida de Billy Bean, un manager de uno de los equipos de beisbol de EEUU, que revolucionó el deporte. Empieza la película con él como manager de un equipo muy chico, al cual se le van todas las grandes figuras, porque se las llevan otras franquicias con mucho mayor poder adquisitivo, y no tiene manera de reemplazarlos. Entonces, conoce a Peter Brand, un hombre a quien le gusta el beisbol, pero es economista. Peter le cuenta una teoría que tiene sobre el juego, en la cual no son necesarias las grandes estrellas. Aplican dicha teoría; al principio les va muy mal, y se ríen de él; pero de pronto tiene la racha de victorias más larga de la historia del beisbol. El equipo no sale campeón, pero él cambia la manera de ver el beisbol. Lo llaman desde otro equipo, Red Socks, para contratarlo, pagándole lo más grande que se pagó en la historia del deporte a un manager. Después de la entrevista, vuelve y le cuenta a su amigo Peter, que le dice: “vas a ser el manager mejor pago de la historia del beisbol”. Billy contesta, “tomé una vez una decisión por dinero en mi vida, y juré no volver a hacerlo.” Peter argumenta, “pero no estás eligiendo por dinero.” -“¿Acaso no?”-; -“No, sino por lo que el dinero dice que vales.”- Lo que había pasado es que saliendo del colegio a la universidad, Billy había elegido ser profesional por dinero, en vez de seguir su carrera siendo universitario, y después saltando a jugar al beisbol. Siempre había estado eligiendo dentro del beisbol, de aquello que él deseaba, pero tuvo que pulir su manera de elegir, tuvo que darse cuenta de que a veces elegía cosas que no le hacían bien, hasta descubrir donde estaba su corazón, y qué es lo que verdaderamente le daba vida, aun en aquello que él quería.
Esto que nos muestra la vida de Billy, es detrás de lo que corremos cada uno de los que estamos acá, más allá de la edad que tengamos. ¿Qué es lo que verdaderamente me da vida?, ¿qué deseo?, ¿qué elijo?, ¿de qué manera elijo? Es todo un camino en el cual vamos profundizando, aun a veces en las elecciones que uno haya hecho. “He elegido formar una familia”, “he elegido una vocación”, “he elegido una carrera”, ¿se acabó?, ¿se terminó?, ¿o tengo que seguir caminando en eso?, ¿o tengo que buscar cómo profundizar y descubrir en qué vibro? ¿Qué es lo que a mí me da vida? ¿Qué es lo que descubro que hace que mi vida tenga un sabor especial, una luz especial? Detrás de eso vamos caminando. Hasta que no lo encontramos, sentimos que nuestra vida va tirando. Voy haciendo cosas pero nada termina de darle gusto a mi vida y a mi corazón. Siento que tengo que hacer cosas, pero se vuelven como una carga. Por eso me la paso diciendo: “tengo que ir a la facultad”, “tengo que estudiar”, “tengo que dar examen”, es todo un garrón. Así con todo, en el trabajo, o hasta en la familia.
Uno podría pensar que el padre o la madre de una familia, después de una larga jornada de trabajo, llega a su casa, y ¿qué piensa? “Uh, ¡qué lindo!, me encuentro con mi familia”, o, “¡qué fiaca!, tengo que escuchar a mi mujer, a mi marido, tengo que estar con los chicos.” ¿De qué manera lo vivo?, ¿es algo que hace vibrar mi corazón o se transforma en una carga? Podríamos preguntarnos esto para cada una de las cosas que nos tocan vivir.
Lo mismo con la fe. “Uh, tengo que rezar”, “uh, hoy no recé”, ¿Lo hago porque lo necesito, porque llena de vida mi corazón?, ¿o es una carga más, algo que tengo que cumplir? El camino de la vida es justamente esto, cómo yo descubro que esto lo hago porque lo necesito para poder vivir, lo necesito para que mi vida tome una profundidad distinta. Esto es lo que descubre Pablo, y ¡vaya si le llevó camino dentro de la fe! Hizo un camino hasta que conoció a Jesús. Conoció a Jesús y terminó escribiendo esto: ¡ay de mí si no predicara el evangelio! ¿Por qué? Porque lo necesito; porque esta buena noticia de Jesús caló tan hondo en mi corazón que no puedo hacer otra cosa. Más allá de que me cueste (y le va a costar la vida a Pablo), elijo este camino. Pablo buscó este camino, le llevó años, tuvo que enderezar, cambiar su vida, animarse a romper con la manera que pensaba que era Dios, con la imagen de Dios que tenía, con las formas que le habían transmitido, y decir: ésta es la manera, éste es el Dios en el que creo, el Dios que tocó mi corazón, esto es lo que llena y da luz a mi vida. Esto es lo que muestra Jesús.
El evangelio que acabamos de leer nos muestra un día de Jesús en Cafarnaún. Jesús se pasa dando vida. Le traen a los enfermos y los cura. La gente se acerca, y les anuncia la buena noticia. Después se toma un rato para estar con aquél que le llena el corazón, para estar con aquél que le da vida. Se toma un rato para rezar. Aun en medio de la gente, aun cuando el pueblo interrumpe, y se acerca Pedro y le dice: todos te andan buscando, tenemos que seguir anunciando, Jesús se toma el tiempo para estar con su Padre, porque lo necesita. ¿Por qué? Porque lo descubrió, y porque ahora lo quiere tomar en sus manos y lo quiere elegir.
Creo que cada uno de los que estamos acá, podríamos preguntarnos cuáles son las cosas por las que vibramos, cuáles son las cosas que verdaderamente nos dan vida, cuáles son las cosas en las que quiero desgastar mi vida, no andar tirando, no descubrir que esto lo tengo que hacer solamente, sino que yo lo quiero, que yo lo elijo, que esto es lo que llena mi corazón. Esta familia, este trabajo, este estudio, este Jesús, mis amigos. Día a día lo voy tomando en mis manos, y me animo a recorrerlo. Pero para eso primero me tengo que animar a elegir, me tengo que animar a jugármela. Hay momentos donde me la tengo que jugar por aquello que creo, me tengo que animar a dar ese salto. Muchas veces nos preguntan, ¿por qué te la jugas? Bueno, ¿me animo a dar ese salto?, ¿me animo a descubrir que Dios me llama y esto es lo que yo quiero vivir y recorrer? A partir de que yo lo elija, los demás van a poder sentirse también atraídos por eso. Cuando yo pienso en este Pablo que dice, ‘ay de mí si no predicara el evangelio’, yo me imagino que la gente se sentiría atraída por Pablo. No lo conocí, pero me imagino un Pablo que con alegría llevaba la Buena Noticia, que con alegría llevaba a Jesús a los demás. Lo mismo la vida de Jesús.
¿Cuáles son las cosas que yo transmito con alegría?, ¿cuáles son las cosas que llenan mi vida y por eso atraen a los demás? Las cosas se dan por atracción. Yo me siento atraído por eso, porque le encuentro un valor. Podríamos pensar en las cosas más sencillas. ¿Cómo transmitimos una vida de amistad? ¿Transmitimos la alegría de vivir en amistad, de estar con aquellos que queremos? ¿Cómo transmitimos la alegría de vivir en familia, de vivir un matrimonio? ¿Cómo transmitimos la alegría de elegir a la persona a la que queremos? ¿Transmito siempre lo mismo? “Uuh, cómo me cuesta, estoy cansado”, estoy siempre enojado, siempre es un garrón, ¿o transmito la alegría de lo que vivo? Sin simplificar, todos tenemos nuestros momentos. Pero esto me llena el corazón, por eso se lo quiero transmitir a los demás. De esas cosas más grandes, podemos ir también a cosas más puras.
La primera lectura nos habla de Job. Está en crisis, no le encuentra sentido a la vida después de lo que pasó. También Jesús nos invita a estar al lado de aquellos que no le encuentran el sentido a la vida. Lo hace en el evangelio. Estaba con los enfermos, dándoles vida, curándolos. Uno podría pensar: “claro, qué vivo, es Jesús, los puede curar”, pero no es solamente eso lo importante. El problema es cuando nosotros pensamos que dar vida es solamente hacer cosas, y no encontrarme con los demás. Pensemos no en Jesús que los curaba, sino en la Madre Teresa. La Madre Teresa no curaba a nadie. Ahora, ¿alguno piensa que no daba vida acompañando a esos enfermos? Jesús nos pide lo mismo. ¿Cómo doy vida estando cerca del que me necesita?, y no ‘¿qué es lo que tengo que hacer?’
Lo primero que se me ocurre a mí cuando estoy con alguien que está pasando un momento difícil, es ¿cómo lo soluciono?, ¿cómo lo saco de esto? Pero, ¿quién me dijo que yo tengo tanto poder como para sacarlo de esto? Dios me dice: estate al lado de esa persona, sentate ahí, escuchala, acompañala en su dolor, en su tristeza, en su sufrimiento. Una mano amiga, un corazón que escucha. Esa es la invitación de Jesús. Pero para eso tengo que frenar y tengo que querer encontrarme con el otro. Lo mismo pasa en mi vida con Jesús. ¿Quiero encontrarme con Él?, ¿me quiero tomar un rato para estar con Él? Esa es la primera pregunta que me puedo hacer, por ejemplo en la oración. Hoy la Palabra nos muestra a Jesús rezando. Jesús quería estar rezando, se toma un rato para estar a solas. En medio de los ajetreos, de todas las cosas que tenemos, ¿me tomo un ratito para estar con Jesús?, ¿quiero tomarme ese ratito?, ¿descubro que necesito eso en el corazón?, ¿descubro que esto me llena?, ¿o sólo lo tengo como un deseo que en algún momento de mi vida quizás llegará? Como alguna vez hemos hablado, no tengamos en cuenta la cantidad. Tal vez pongo el día en manos de Dios, rezo un Ave María, pero me tomo un momento porque quiero encontrarme con Jesús. Esto es lo que Jesús nos muestra. Él pone el corazón en aquello que le da vida, encontrarse con los demás y encontrarse con su Padre. Nos invita a descubrir, en lo cotidiano de cada día, qué es lo que me da vida, dónde puedo poner el corazón, con quiénes me tengo que encontrar. Eso es lo que me ayuda a transmitir a los demás. Yo no puedo transmitir y llevar algo que no tengo. Para eso tengo que animarme a vivir para que el otro pueda recibirlo.
Para terminar, voy a poner un par de ejemplos. A veces me pasa con los chiquitos, que se me acercan y me dicen “mamá/papá me dijo que me venga a confesar”. Lo que se me ocurre a mí siempre que escucho esto es, ¿papá o mamá van a confesarse? Porque, ¿cuál es el testimonio que damos? ¿Le digo al otro lo que tiene que hacer?, ¿o muestro la alegría de que a mí esto me llena el corazón? ¿Le digo al otro: ‘tenés que ir a rezar’, o le muestro lo valioso de la oración? Así podríamos pensar con cada cosa. Con los jóvenes me pasa que cuando hacen el encuentro sobre la reconciliación, aparecen hasta los coordinadores a confesarse, porque me dicen: si estoy mandando a los chicos a que se confiesen, por lo menos tengo que ir yo. Entonces, ¿de qué manera damos testimonio? Lo primero que tengo que hacer es encarnarlo, pero para eso tengo que descubrir un sentido, tengo que descubrir que a partir de ahí, quiero vivir mi vida con Jesús. Eso es lo que entusiasma, no lo que yo digo sino lo que muestro. Mostrar con mi vida ese testimonio, lo que me alegra. El perdón de Dios, la oración, encontrarme con los demás, vivir la alegría de poder compartir en familia, podemos pensar en muchas cosas. ¿Qué es aquello que llena mi corazón?
Animémonos a pensar como Pablo, qué es lo que necesitamos, qué es lo que buscamos, qué es lo que deseamos. Animémonos también a vivirlo, a encarnarlo, para que eso nos dé vida, para que eso también se pueda transmitir por atracción a los demás.

Lecturas:
*Job 7, 1-4. 6-7
*Salmo 146
*1Cor 9, 16-19. 22-23

*Mc 1, 29-39

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