Hay un
proverbio africano que dice: “Si quieres llegar rápido ve solo, si quieres
llegar lejos ve acompañado.” Creo que estas pocas palabras reflejan el deseo
que Jesús tiene para cada uno de nosotros en el corazón durante esta Cuaresma,
que nos animemos a frenar un minuto en nuestra vida, a detenernos y a mirar
cómo queremos caminar hacia la Pascua. La Cuaresma en sí misma no tiene un fin
o un sentido, el fin es la Pascua, caminar hacia Jesús. Ahora, caminar hacia
Jesús es caminar hacia los demás y caminar también hacia nosotros mismos. Animarnos
a descubrir cómo podemos crecer en el corazón. Uno llega lejos cuando se anima
a agrandar el corazón. En el mundo actual a veces competimos en todo, y no sólo
por quién lo hace mejor sino quién lo hace más rápido, quién llega antes. Pero para
esto me tengo que olvidar muchas veces de los que tengo a mi lado, los tengo
que apartar un poco. No sólo a veces olvidarme de los que tengo a mi lado, sino
también de mí mismo. A veces me meto algo en la cabeza y sólo me ocupo de eso,
e hipoteco un montón de otras cosas en mi vida. Dejo de agrandar el corazón,
dejo de preocuparme por las cosas que son importantes, y dejo de preocuparme
por los demás. Esto es un deseo que Jesús tiene para nosotros en todos los momentos
de la vida.
La primera
lectura dice: “Vuelvan a mí de todo corazón.” Dios le pide al profeta Joel que
invite a su pueblo a volver a Dios. Esta invitación es continua. Tengo que
mirar a Jesús y volver a Él. A veces la tentación es pensar “ya llegué, ya me
encontré con Jesús”; sin embargo, Dios vuelve a renovar esta invitación
constantemente. Tal vez para poner un ejemplo de esto, me acuerdo cuando entré
al seminario, ya hace casi veinte años, pensaba: ‘bueno, ya me entregué todo a
Jesús, ya dejé todo, mi carrera, lo que había pensado en una familia… ya está,
¿qué más puedo dejar?’. Sin embargo, en el camino del seminario, hoy en mi
camino siendo cura, descubro un montón de cosas que no termino de darle a Jesús,
cosas en las que soy mezquino, cosas que no me animo a entregar, cosas que
guardo para mí, generosidades que no quiero tener… Si uno mira en el corazón con
detenimiento, siempre puede descubrir un paso más para dar en este camino. Siempre
hay cosas a las que nos agarramos, cosas que no queremos soltar, cosas que no
nos dejan ser verdaderamente libres. Cuando Jesús nos invita a algo más, lo
hace porque quiere que ganemos en esa libertad. Esa es la invitación de la
Cuaresma: cómo caminar con un corazón más libre hacia Jesús, cómo poder
decirle: Jesús, acá estoy yo. No las cosas, no lo que creo, sino mi propia
vida.
Esta invitación
queda reflejada en el evangelio. A veces cuando escuchamos que el camino de la
Cuaresma es ayuno, limosna y oración, lo primero que nos viene a la mente es: ‘bueno,
estas cosas son muy tradicionales de la Iglesia, viejas…’, casi como que están
pasadas de moda. Pero si uno sale un poquito de lo que se dice comúnmente,
puede descubrir que están tres invitaciones engloban todos los vínculos que
tenemos. Son tres invitaciones a crecer en la libertad. El ayuno es una
invitación a crecer en la libertad conmigo mismo; la limosna, a crecer en la
libertad hacia los demás; la oración, a crecer en la libertad hacia Dios.
Tomémoslo en
sentido amplio. El ayuno no es solamente qué como, o qué no como; sino cómo yo
puedo ser libre frente a las cosas. Podría preguntarme qué es lo que no me deja
ser libre a mí hoy, qué me toma por completo, qué cosa toma todo mi tiempo. No sólo
la comida o la gula, que a veces nos arrastra, sino también un montón de cosas
materiales. ¿Qué no me animo a prestar? ¿A qué cosa me aferro más que a los
demás? ¿De qué puedo ayunar en este tiempo? ¿Cómo puedo ser más libre frente a
lo material, frente a aquello que muchas veces ocupa mucho lugar en el corazón?
Desde los más chicos a los más grandes; quizás los más grandes, los varones pueden
pensar en el auto, las mujeres en la ropa, los más chicos en la play… ¿Qué
cosas no me dejan ser libre y encontrarme con los demás? Podríamos ayunar a
veces de otras cosas aún mucho más profundas; nuestros egoísmos, nuestra
intolerancia. ¿En cuáles cosas descubro que Dios me invita a dar un paso en el
corazón? ¿Para qué? Para ganar en libertad.
La limosna
nos invita a encontrarnos con el hermano. En primer lugar, porque la limosna
tiene en cuenta al hermano que está más necesitado. Puedo preguntarme cómo está
mi generosidad, tal vez partiendo en un primer paso desde lo material. A veces
encontramos un montón de excusas para no dar. ‘No, porque ¿qué va a hacer?’, ‘No,
porque no se lo merece’… Jesús no me pide que ponga excusas, Jesús me pide que
mire mi corazón. ¿Cuán generoso estoy siendo?, ¿cuánto me animo a dar? En primer
lugar puedo revisar ese primer paso. Pero no me dice que me detenga a mí, sino que
la limosna es cómo me preocupo de mi hermano, cómo me preocupo del que está a
mi lado. Cada uno de nosotros podría revisar cómo está la relación en cada uno
de los vínculos que tengo. Empezando por la familia, ¿cómo me estoy
relacionando con mis papás, con mis hermanos? ¿Cómo me estoy relacionando con
mi novio/a? ¿Cómo me estoy relacionando con mis amigos? ¿A quién estamos
dejando de lado? ¿De quién no nos preocupamos? ¿Quién me está costando mucho?
Plantearnos entonces, ¿cómo puedo crecer en este vínculo? ¿Cómo me animo a
darle otra oportunidad? ¿Cómo puedo crecer en esta libertad, en eso que todavía
me tiene intranquilo en el corazón, que me pesa y que Jesús me invita a dar un
paso? No sólo en el ámbito más cercano, como es la familia, sino yendo más
allá: en el colegio, en el ámbito laboral, en la facultad, con aquél que se me
cruza en el camino. ¿Cómo puedo crecer en el vínculo con los demás? ¿Cuál es el
paso que Jesús me invita a dar en el corazón?
Por último,
la tercera acción es la oración, ¿cómo crecer en esa libertad hacia Dios? Y,
¿cómo crezco encontrándome con Él? Eso es lo que me ayuda a dar un crecimiento,
eso es lo que me ayuda a descubrirlo de nuevo a Dios. Podríamos pensar qué
lugar ocupa en nosotros la oración. Y ¿cuál es el paso que podemos dar en esta
Cuaresma? ¿Qué momento nos podemos reservar en la semana para rezar un ratito,
para encontrarnos con Dios, para charlar un ratito, para decirle: ‘aquí estoy’?
Jesús me invita a ganar en libertad, pero para eso me tengo que animar a
descubrir qué paso puedo dar, cuál es el camino que hoy puedo tomar.
En la segunda
lectura, Pablo exhorta, casi grita: ‘déjense reconciliar con Dios’. Eso es lo
que engloba la Cuaresma. Cómo me reconcilio con Él y con los demás. Esto es por
ahí lo más profundo que Dios nos pide, todo lo que tiene que ver con el perdón.
Todos tenemos experiencia de que hay cosas que nos cuesta perdonar, que nos
cuesta dejar atrás. ¿Cómo podemos pedirle a Jesús esa capacidad en el corazón?
¿A quién tengo que perdonar hoy? ¿A quién tengo que entregar mi corazón? Por
otro lado, hay veces que yo tengo que pedir perdón, y mi orgullo o mi soberbia
no me lo permiten. ¿Cómo damos ese paso entonces? ¿Cómo logramos esa grandeza
en el corazón, de aquél que se anima a descubrir: estuve mal, y quiero pedir
perdón? Esto también va a mi relación con Dios. Esta exhortación Pablo la hace
porque descubre que es difícil. Si hay un sacramento que más nos cuesta vivir
hoy es el sacramento de la reconciliación. Pareciera incluso que pasó de moda;
nos cuesta confesarnos, nos cuesta pedir perdón. Jesús nos pide que tengamos
ese gesto de humildad, que nos acerquemos a reconciliarnos, que nos animemos a
descubrir que necesitamos poner el corazón en Él, que necesitamos de su perdón.
En esta
Cuaresma, animémonos a poner los ojos fijos en Jesús, a mirar a ese Dios que
necesitamos, y a escuchar a ese Dios que nos invita a que volvamos a poner el
corazón en Él.
Lecturas:
*Joel 2,12-18
*Salmo 50
*2Cor 5,20-6,2
*Mt 6,1-6. 16-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario